6

OTHELLO
¡ Que me perdone, os pido!
Os confundí con aquella astuta ramera veneciana que se desposó con Othello... Vos, señora, de oficio contrario al de San Pedro, que custodiáis las puertas del infierno... ¡ Sí, vos, vos, vos! Ya apuramos el tiempo. Tomad, en pago de los servicios. Echad la llave, pues, y nada hablad de esto.
EMILIA.

DESDÉMONA.
EMILIA.
DESDÉMONA.
EMILIA.
DESDÉMONA.
EMILIA.
DESDÉMONA.


YAGO.
DESDÉMONA.
¡ Ay de mí! ¿Qué sospecha atormenta a este hombre? ¿Cómo estáis, señora? ¿Cómo os encontráis?
Creo estar soñando. Señora, ¿qué le sucede a mi señor? ¿A quién?
A mi amo, digo. ¿Y quién es tu amo?
Aquel que lo es de vos, dulce señora.
No, ya no, Emilia... No quiero saber más, no quiero llorar, sólo me quedan lágrimas como respuesta. Te lo ruego, extiende, cuando llegue la noche, mis sábanas nupciales; recuérdalo. Y haz que venga tu marido.
Sale.
¡ Volvéis a ser Desdémona!
Quizás merecía un trato así. Veremos... ¿Fue mi falta tan grande que pudo provocar en él la mínima sospecha de un pecado tan vil?

Entran Yago y Emilia.
¿Me llamabais? ¿Cómo está mi noble ama? No sé decirlo. Hasta a los más pequeños se educa con gentileza, quizá con leves reprimendas. Y así tendría que haber sido conmigo pues, a fe mía,
OTHELLO.
Sale.
90


100


110
EMILIA.


DESDÉMONA.

6