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ACTO IV, ESCENA 2.ª
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YAGO.
¿Señora, a qué os
[referís?
EMILIA.


DESDÉMONA.
YAGO.

DESDÉMONA.
EMILIA.

YAGO.
DESDÉMONA.
YAGO.
EMILIA.


DESDÉMONA.
YAGO.
DESDÉMONA.
EMILIA.


YAGO.
DESDÉMONA.
EMILIA.
Mi señor la ultrajó llamándola ramera, Yago; y la cubrió de tal desprecio, y en términos tan viles, que ningún corazón honesto lo habría soportado. Yago, ¿merezco ese nombre, Yago?
¿Qué nombre, dulce
[señora? 120 Ése que tu esposa ha dicho y que mi señor me llamó. Ramera la llamó. Ebrio, un mendigo a su manceba no habría dirigido insultos tales.
¿Eso hizo? ¿Por qué? No lo sé Pero tal cosa, seguro, no soy Vamos, no lloréis! 1No lloreis! Oh, día aciagos No renunció ella a tantos pretendientes nobles, a un padre, a un país y a sus amigos, para que la llamaran ramera. ¿Quién no lloraría? Cruel es mi fortuna.
¡ Sea maldito por ello!
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¿Cómo le sobrevino ese desvarío?
Quizá lo sepa el Cielo.
Que a mi cuello pongan soga, si no fue un vil rufián,
algún bribón intrigante y adulador, un siervo
mentiroso e hipócrita, buscando beneficio,
quien ha inventado esta calumnia. ¡Pongan soga a mi cuello!
¡ Calla! Un hombre así no existe. ¡ Es imposible!
Y si existiera, que pueda alcanzar el perdón de Dios.
¡ Que
el de la soga alcance! ¡ Y que pudra sus huesos el
[infierno!
¿Llamarla ramera? ¿Acaso alguien la corteja?
¿Y dónde? ¿Y a qué hora? ¿Y en qué forma? ¡ Ridículo! 140 Algún maldito bribón al Moro le ha engañado, algún villano despreciable, algún puerco canalla. ¡ Cielos, haced que se descubra al malvado!
¡Que-cada-mano honesta empuiie un

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