7 |
ACTO
IV,
ESCENA
2.ª
|
111
|
[referís?
EMILIA.
DESDÉMONA.
YAGO.
DESDÉMONA.
EMILIA.
YAGO.
DESDÉMONA.
YAGO.
EMILIA.
DESDÉMONA.
YAGO.
DESDÉMONA.
EMILIA.
YAGO.
DESDÉMONA.
EMILIA.
Mi señor la ultrajó llamándola ramera, Yago;
y la cubrió de
tal desprecio, y en términos tan
viles, que ningún corazón honesto lo habría soportado. Yago, ¿merezco ese nombre, Yago?
¿Qué nombre, dulce
[señora?
120
Ése que tu esposa ha dicho y que mi señor me llamó. Ramera la llamó. Ebrio, un mendigo a su manceba no habría
dirigido
insultos tales.
¿Eso hizo? ¿Por qué? No lo sé Pero tal cosa, seguro, no soy
Vamos, no lloréis! 1No lloreis!
Oh, día aciagos
No renunció ella a tantos pretendientes nobles, a un padre, a un país y a sus amigos, para que la llamaran ramera. ¿Quién no lloraría? Cruel es mi fortuna.
¿Cómo le sobrevino ese desvarío?
Quizá lo sepa el Cielo.
Que a
mi cuello pongan soga,
si no fue un vil rufián,
algún
bribón intrigante y adulador, un siervo
mentiroso
e
hipócrita,
buscando beneficio,
quien ha inventado esta calumnia. ¡Pongan soga a mi cuello!
¡ Calla! Un hombre así no existe. ¡ Es imposible!
Y si existiera, que pueda alcanzar el perdón de Dios.
[infierno!
¿Llamarla ramera? ¿Acaso alguien la corteja?
¿Y dónde? ¿Y a qué hora? ¿Y en qué forma? ¡
Ridículo! 140 Algún
maldito bribón al Moro le ha engañado, algún villano despreciable, algún puerco canalla. ¡ Cielos, haced que se descubra al malvado!
¡Que-cada-mano
honesta empuiie un
|
7 |