1

ACTO IV, ESCENA 2.&
113
Entra Roderigo.
¿Y bien, Roderigo?
RODERIGO.
Creo que no obras de buena fe en mis asuntos.
YAGo.
¿Qué te hace pensar así?
RoDERIG0.
Cada día que pasa me engañas con alguna treta, Yago1
y más parece que quieras alejar de mí la ocasión favorable,
que me proporcione una leve esperanza. No lo soportaré más;
no me resigno a tolerar callado lo que como un necio sufro.
180
YAGO.
Escúchame, Roderigo...
RODERIGO.
Ya he escuchado bastante y tus palabras no hablan como tus
actos.
YAGO.
No eres justo conmigo.
RODERIGO.
Nunca es injusta la verdad. Cuanto tenía lo he gastado. Las
joyas que te entregué para ofrecerlas a Desdémona habrían
bastado para corromper a una monja. Me dices que las ha
aceptado y me das esperanza y seguridad de obtener su
inmediato favor y su reconocimiento, sin que hasta ahora
tenga yo prueba alguna.
190
YAGO.
Muy bien; está bien. ¡ Al asunto!
RODERIGO.
¿Muy bien? ¿Al asunto? No puedo ir al asunto, ni está muy
bien. Juro por esta mano que todo es una burla y empiezo
a pensar que me consideras un estúpido.
YAGO.
Está muy bien.
RODERIGO.
Te repito que no está bien. Yo mismo me presentaré ante
Desdémona y renunciaré a cortejarla, pidiendo su perdón
por mi ilícito intento, si me devuelve las joyas. De otra for
ma, lo aseguro, he de pedirte satisfacción.
YAGO.
¿Es eso todo?
200
R0DEIUG0.
Sí, y nada he dicho que no tenga intención de llevar a cabo.
YAGO.
Ahora veo que hay en ti coraje, y muy distinta será, en ade
lante, mi opinión sobre ti. ¡ Venga esa mano, Roderigo!
Buenas eran las razones que tenias para quejarte de mí, pero
en cuanto a tus asuntos, no lo dudes: ha sido un compor
tamiento leal.
No es eso lo que parece.
RODERIGO.

1