Bien, Cassio, buenas noches. Mañana temprano tengo que hablar contigo. Vamos, Desdémona, mi amor, que para recoger fruto es necesario trabajar la tierra; la tuya y mía, la de los dos. ¡ Buenas noches!
Entra Yago.
CAssIo.
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Bien, gracias, Yago. Ve ahora a la guardia.
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YAGO.
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No son todavía, señor, las diez horas dadas. Nuestro general
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recogióse pronto por cuestión de amores con Desdémona
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¡ No le culparé por ello!
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ni tampoco hubo tiempo para
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que pudiera disfrutar de ese bocado de Júpiter que es ella.
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CASSIO.
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En verdad que es dama deliciosa.
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YAGO.
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Y apuesto a que retozona.
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CAssIo.
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Sí, en verdad que es criatura delicada.
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YAGO.
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Y sus ojos... ¡ Qué ojo tiene! ¡ Hecho para provocar!
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20
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CASSIO.
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Incitantes y, sin embargo, inocentes.
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YAGO.
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Y su voz, ¿no es como una alarma amorosa?
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CASSIO.
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¡ Es la misma perfección!
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YAGO.
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Felices sábanas. Vamos, mi lugarteniente; que aquí tengo
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esta jarra de vino, y fuera hay buenos mancebos del lugar
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que quieren apurarla a la salud del negro Othello.
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CASSIO.
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Esta noche no, buen Yago. No tengo buen ánimo ni alegría
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para beberla. Ojalá que hubiera otras formas y costumbres
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para festejar acontecimientos.
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YAGO.
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Ea, vamos. Se trata de amigos. ¡Ya me la beberé yo por vos!
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CAssIo.
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La mía, yo me la bebí ya esta noche y, aun mezclada con
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agua, ved con qué resultado. Lamento mi flaqueza. No ten
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taré con una segunda mi debilidad.
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YAGo.
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¡ Vaya un hombre! Es noche de júbilo y los galanes lo
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desean.
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CASSIO.
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¿Dónde están?
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YAGO.
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Ahí mismo. A la puerta. Invítales, que pasen.
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