2

74
OTHELLO
más de tres días. Porque ya su penitencia, y su falta (aunque comiín norma sea
—así siempre lo he oído— que ejemplarmente castiguen a los más destacados) no es de las peores:
¿Acaso merece advertencia privada? ¿Le llamaréis? Pregúntase mi alma, Othello amado, qué podría haber que vos me pidierais, y os lo negara yo, o, como vos, vacilara. ¡ Se trata de Michael Cassio! Mirad, señor, que era él quien a cortejarme os acompañaba, alabándoos frente a mis reparos si yo los hacía; y vos, ¡ tan grande esfuerzo empleáis para perdonarle! ¡ Creedme! Sería yo capaz...
OTHELLO.
¡ Basta, os lo ruego! ... ¡ Decidie que venga!
No he de negaros nada.
DESDÉMONA.
¡ Este no es un favor!
¿Sería hacer que os recordase que olvidasteis poneros guantes? ¿O que os alimentarais o que usarais ropa de abrigo? ¿Lo sería si os recomendara hacer lo que sólo a vos beneficie? ¡ No, mi señor! Pusiera a prueba vuestro amor, ya encontraríais causa de mayor altura, de gran dificultad y peso, y que fuera arriesgado conceder.
OTHELLO.
¡ Nada he de negaros!
Sólo os pido una cosa, ¡ concedédmela!
Necesito estar a solas conmigo mismo. DESDÉMONA. ¿Cómo podría oponerme? Adiós, mi señor. OTHELLO. Adiós, Desdémona. Nos veremos de inmediato. DESDÉMONA. ¡ Vamos, Emilia! Haced como os diga el corazón,
que yo obedeceré en cualquier circunstancia.
Salen Desdémona y Emilia.

OTHELLO.
¡ Mujer! ¡ Criatura adorable! ¡ Alma mía maldita!
¡ Pero te amo! ¡ Confúndanse los cielos
si dejo de quererte!
YAGO.
Mi muy noble señor...
OTHELLO.
¿Decíais, Yago?
70
80


90

2