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OTHELLO
Entran Desdémona y Emilia.
Si ella es falsa, de mí se burla el Cielo.
¡No lo creeré!
¿Bien? Mi querido Othello, ya os esperan cena e invitados isleños que vos convocasteis. Ea, que os requieren, señor. No tengo perdón.
¿Por qué habláis tan bajo,
mi señor? ¿Os halláis indispuesto?
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—aunque razones no me falten para ello—, y confiad en su inocencia... Os lo ruego, humildemente. No temas a mi persona.
De nuevo me despido.
Sale.

¡ Grande es la honradez de este hombre! ¡ Grande su conocimiento del alma humana y sus recatos! Si en un halcón salvaje se convierte, azor sujeto al corazón, sus fibras, cual cazador con un silbido, la dejara volar libre a merced del viento en pos de la caza. Porque mi piel es negra, porque me falta el don de conversar como los cortesanos; porque comencé a descender hasta el valle de mi vejez —no soy tan viejo.—, ella me traicionó, me abandonó. Mi odio sea mi recompensa. ¡ Maldito sea el yugo de esposos! Maldito el lazo que ata a nuestra amada y deja en libertad sus apetitos. Fuera yo antes sapo, alimentado de humedades subterráneas, que dejar un sólo rincón del cuerpo de mi amada para uso ajeno. Infamia es ésta
de hombres célebres, y que nunca al humilde le infecta; inevitable destino es, como la muerte misma. Infamia que sobre nosotros se cierne y, ya al nacer, nos prende con sus garras. ¡ Ahí llega Desdémona!
DESDÉMONA.


OTHELLO.
DESDÉMONA.

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