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tendría yo que lamentar mis palabras
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y el efecto que produjeron y que no deseaba.
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Cassio es mi amigo. ¡ Oh, ese abatimiento vuestro!
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OTHELLO.
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¡No, no, no!
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¡ No! No dejo de creer en la honestidad de Desdémona.
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YAcio.
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¡ En ella viva, pues, y que vos podáis así creerlo!
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OTHELLO.
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Y sin embargo, cuando Naturaleza pierde el
rumbo...
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YAGO.
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Eso
es lo malo. Con franqueza, mi señor,
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el haber rechazado tantos partidos como tenía,
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pretendientes de su condición, raza, rango...
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—que es a lo que siempre tiende la Naturaleza—
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hace suponer una voluntad algo viciada,
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una, digamos, desarmonía, corrupción y desorden...
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¡ Oh, perdonadme, mi señor! En absoluto a ella
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me refiero; aunque un temor me queda:
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que su alma, en nueva consideración de su juicio,
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siéntase tentada a compararos con los de su país,
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llegando a arrepentirse de
lo hecho.
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OTHELLO.
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¡ Adiós! ¡ Adiós, digo!
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Infórmame puntual de lo que sepas;
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y que tu espera vigile.
¡ Déjame ahora!
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YAGO.
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Tomo licencia para marcharme, mi señor.
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OTHELLO.
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¿Por qué tuve que desposarme? Sin duda, amigo,
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honesto Yago, sabes más, mucho más de lo que dices.
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YAGO.
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Ruego a mi señor no siga torturándose
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en este asunto. Dadie tiempo al tiempo.
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250
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Quizás
Cassio
podría
haber continuado en su puesto
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—pues, en verdad es muy apto para el mismo—
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pero si cumple a su señoría mantenerle apartado
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podríais de este
modo
observarle, saber cuanto hace,
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percibir hasta qué punto vuestra esposa insiste
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en su favor, y con qué vehemencia
importuna.
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Mucho aprenderéis de eso. Entretanto, señor, os ruego
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dejéis por demasiado exagerados mis temores
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