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¿Por qué una investigación en este tema?1. La evidencia disponible apunta al hecho de que los jóvenes que cometen delitos violentos son el subgrupo delictivo más activo en términos de la frecuencia y seriedad de los delitos que cometen. En 1995, Thornberry, Huizinga and Loeber publicaron los resultados de un Programa de Investigación sobre las causas y correlatos de la delincuencia, que consistía en tres proyectos de investigación longitudinales: la encuesta juvenil de Denver, el estudio juvenil de Pittsburgh y el estudio de desarrollo juvenil de Rochester. La población total que participó en estos estudios estuvo conformada por 4,500 jóvenes de edades entre los 7 y 15 años. En los estudios de Denver y Rochester, como se observa en la Tabla 1, a pesar de que el número de delincuentes crónicos y violentos fue inferior que el de violentos no crónicos, éstos fueron los responsables de la mayor parte de delitos violentos (Thornberry, Huizinga y Loeber, 1995). Tabla 1. Proporción de delitos cometidos por delincuentes violentos y violentos crónicos en Denver y Rochester.
Los datos de los
estudios de Rochester y Denver también indicaron la existencia de
“versatilidad” en el comportamiento delictivo de quienes cometen
delitos violentos, es decir, estos jóvenes cometen diferentes tipos de
delitos que incluyen desde los menos serios hasta acciones graves. En conclusión los autores afirmaron: “si no
logramos tratar de manera efectiva el pequeño grupo de jóvenes que
cometen delitos violentos, dejaremos de lado gran parte del problema de
la violencia” (p.220).
Otros estudios han
llegado a conclusiones similares acerca de que los jóvenes
responsables de delitos violentos están en alto riesgo de convertirse
en delincuentes crónicos, que cometen diferentes tipos de delitos. Por
ejemplo, en el estudio clásico de Cambridge, 55
de 65 hombres que habían sido sentenciados por delitos violentos también
habían recibido sentencias por delitos no violentos. En gran medida,
los delincuentes habituales fueron versátiles, de tal forma que tarde
o temprano cometieron también delitos violentos. La probabilidad de
cometer un delito violento se incrementa con el número de delitos
cometidos desde el 18% en quienes sólo han cometido un delito, al 82%
para quienes han recibido 12 o más sentencias.
Farrington enfatiza
la importancia de enfocarse en delincuentes crónicos para la prevención
y tratamiento del crimen; dado que muchos jóvenes que cometen delitos
violentos también son delincuentes crónicos/versátiles que reciben
sentencias que conllevan su aislamiento en instituciones cerradas, la
efectividad de este tipo de intervención es un tema de gran interés. 2. La mayor parte de los jóvenes que cometen delitos violentos o que presentan carreras delictivas persistentes permanecen institucionalizados algún tiempo como consecuencia de la comisión de delitos. La sanción más frecuente en estos casos es la privación de la libertad. 3. Los resultados de los meta-análisis acerca de la efectividad del tratamiento de delincuentes han mostrado que el tratamiento es mejor opción que el no tratamiento. La comparación de las tasas de reincidencia entre los grupos de jóvenes tratados y los de jóvenes en los grupos controles no demuestra grandes diferencias, aunque si son positivas. Autores como Lipsey y wilson (1998) han señalado la poca disponibilidad o las escasas revisiones sistemáticas que se han realizado sobre las intervenciones con diferentes tipos de delincuentes, especialmente de aquellos más serios que se puede presumir que son los más resistentes al tratamiento.
Un
problema subyacente es la carencia de investigación primaria sobre intervención
realizada específicamente con delincuentes juveniles serios. La mayoría de
las muestras están constituidas por jóvenes que han cometido tanto delitos
menores como graves, con lo cual no es posible discriminar y
analizar el efecto de los programas aplicados específicamente a la población
de jóvenes violentos y crónicos.
En un intento por aclarar esta situación, Lipsey y Wilson (1998) realizaron un
meta-análisis (no en el contexto de una revisión sistemática) enfocándose
en dos preguntas básicas:
Lipsey y Wilson analizaron 200 estudios experimentales y cuasiexperimentales (publicados entre 1950 y 1995) que incluían en algún grado delincuentes juveniles serios en sus muestras. La mayoría de los jóvenes que participaron en estos estudios fueron hombres con edades entre los 14 y los 17 años, y con un historial de delitos contra la propiedad y contra las personas. Lipsey y Wilson clasificaron sus estudios en no institucionalizados (N=117) e institucionalizados (N=83). Con los jóvenes no institucionalizados las intervenciones más efectivas fueron el entrenamiento de habilidades interpersonales, la asesoría individual y los programas conductuales. Las intervenciones menos efectivas fueron los programas de aventuras en el medio natural (wilderness/challenge), la libertad condicional anticipada, los programas de disuasión (por ejemplo la prisión de choque) y los programas vocacionales. En el caso de los jóvenes institucionalizados, las intervenciones que demostraron mayor efectividad con evidencia consistente de ello fueron las de entrenamiento en habilidades interpersonales y los programas de padres enseñantes (Achievement Place). Las intervenciones menos efectivas en este contexto fueron los programas de aventuras, la abstinencia de drogas y la terapia ambiental (mileu therapy). La media de los tamaños del efecto fue similar para las intervenciones aplicadas en los dos contextos, con .10 para el de institucionalización y .14 para el no institucionalizado, sin mostrar diferencias estadísticamente significativas. Específicamente en la intervención con jóvenes institucionalizados (que se encontraban en instituciones cerradas en el momento de la intervención), los tamaños del efecto oscilaron entre .30 y .40 en las estrategias de intervención más efectivas. Aunque Lipsey y Wilson categorizaron las intervenciones de acuerdo con el contexto en que eran aplicadas (institucional y no institucional), incluyeron en la categoría institucionalizados muchos programas que corresponden con intervenciones basadas en la comunidad, como es el caso de los programas de padres enseñantes (Achievement Place).
A pesar de estos resultados, aún no se ha demostrado qué estrategias
específicas son realmente prometedoras en la rehabilitación de
delincuentes juveniles encarcelados, y como subgrupo, los jóvenes que
han cometido delitos violentos o que tienen carreras delictivas crónicas
que se encuentran en instituciones cerradas. Actualmente, los
resultados de la investigación en este tema sugieren que los programas
dirigidos a personas jóvenes son más prometedores que los dirigidos a
adultos; además, el tratamiento comunitario parece ser más efectivo
que el tratamiento en prisión o en instituciones residenciales (ver
Leschied, Bernfeld & Farrington, 2001; McGuire, 2001). Aún quedan
muchos vacíos respecto a la efectividad del tratamiento correccional
en instituciones cerradas como prisiones, centros, colegios de
entrenamiento y otros contextos institucionales similares.
Finalmente,
los datos sugieren que algunos delincuentes violentos son más
sensibles al tratamiento que quienes han cometido delitos contra la
propiedad y que tienen carreras delictivas crónicas (Redondo, Sánchez-Meca
and Garrido, 1999). Sin embargo, aún estos resultados no permiten
sacar conclusiones, especialmente en Europa, en gran parte por la poca
disponibilidad de datos sobre programas que permitan analizar el papel
de diferentes variables moderadoras como el tipo de programa, la duración,
el diseño metodológico, las características específicas de los
participantes, entre otras.
Los
resultados del primer meta-análisis europeo, realizado por Redondo et
al. (1997), indican que en términos de la tipología de los delitos,
las intervenciones fueron más efectivas (entendiendo efectividad como
mejoramiento en general) cuando quienes las recibían eran delincuentes
que habían cometido delitos contra las personas (r = .419), y las
menos efectivas habían sido empleadas con personas que habían
cometido delitos sexuales (r=.085). En este meta-análisis también se
encontró que los centros juveniles (r=.257) y las prisiones juveniles
(r=.193), fueron más efectivas que las prisiones adultas (r = .119).
Los programas conductuales (r =.279) y cognitivo-conductuales (r =
.273) fueron más efectivos; y los programas de retribución (r =
.039) fueron los menos efectivos. Con respecto a la medida de
reincidencia, la media del tamaño del efecto (TE) fue r = .12.
En
un segundo meta-análisis, Redondo, Sánchez-Meca y Garrido (1999)
analizaron la influencia específica de 32 programas de tratamiento en
Europa (aplicados durante los 80s) sobre la medida de reincidencia.
Como en el primer análisis: 1). los programas cognitivos-conductuales
fueron los más efectivos, 2). El tratamiento fue más efectivo con los
delincuentes más jóvenes, 3). Los programas dirigidos a delincuentes
violentos fueron más efectivos (sin incluir a quienes habían cometido
delitos sexuales), con lo cual parece confirmarse el
principio de riesgo (Andrews et al., 1990).
En
una actualización de los meta-análisis europeos, Redondo, Sánchez-Meca
y Garrido (2002), encontraron mayores tamaños del efecto con
adolescentes (r+ =
0.35), aunque todas las categorías de edad lograron resultados
positivos significativos.
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