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EL ABORTO
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En la página precedente hemos mostrado cómo defender la vida de una persona sólo es éticamente correcto si dicha persona quiere vivir, mientras que es el equivalente a un asesinato si la persona en cuestión quiere morir. Así pues, si no es posible justificar la defensa de la vida de una persona sin consultar su voluntad, mucho más absurdo es defender la vida de un feto humano sin voluntad, que es lo que hacen los antiabortistas. En realidad, exigir que todo feto humano complete su gestación no sería inmoral si sólo involucrara al feto y a los antiabortistas. El problema surge al recordar que también hay una madre implicada en el proceso, que normalmente es una persona. Podríamos discutir aquí el papel que debe jugar el padre en todo esto, pero, como se trata de una cuestión secundaria frente al problema principal, que es el conflicto que surge cuando una embarazada no quiere parir su feto y una hueste de antiabortistas pretende obligarla a ello, por simplicidad aquí vamos a prescindir por completo de la figura paterna: el lector puede suponer que sólo consideramos padres que están totalmente de acuerdo con el criterio de sus parejas.

El conflicto que plantea el aborto es similar al que hemos analizado con ocasión del suicidio, sólo que ligeramente más complejo: ahora tenemos una madre, que es una persona que alberga un feto y no quiere parirlo (quiere matarlo), tenemos el feto, que no es una persona y no quiere nada, y tenemos la hueste de antiabortistas que quiere obligarla a parir. La solución racional del conflicto es evidente: la madre tiene derecho a hacer lo que quiera con su feto, porque la madre es una persona y el feto no, luego el feto no tiene más valor que el que la madre quiera concederle y, al igual que cuando hablábamos del suicidio concluíamos que nadie tiene derecho a valorar una vida por encima de la persona soportada por ella, igualmente es razonable concluir que nadie tiene derecho a valorar un feto por encima de la madre que debería parirlo. Obligar a parir a la madre es atentar contra su dignidad, mientras que dejarla abortar no es atentar contra la dignidad del feto, porque el feto no tiene dignidad (no cumple ninguno de los requisitos necesarios y suficientes para ello, es decir, para ser una persona). Sí que es atentar contra la dignidad de los antiabortistas, pero, desde el momento en que defienden una postura inmoral, en esta cuestión no pueden ser considerados como personas, luego su dignidad es inferior a la de la madre.

Abogar por un ser indefenso que está siendo maltratado por otro es bueno, pero abogar por un feto es absurdo. Supone defender unos presuntos intereses del feto. Supone que el feto quiere vivir. Es cierto que, si se deja actuar a la Naturaleza, el feto seguirá viviendo, pero interpretar eso como que el feto quiere vivir es como coger una piedra en la mano y decir que la piedra quiere caer porque, si no te interpones entre ella y el suelo, caerá. Si aceptamos que es absurdo apelar a una presunta voluntad de vivir del feto, entonces el antiabortismo sólo puede fundamentarse en una presunta dignidad de la vida humana en sí misma (es decir, como mera guarrada de reacciones químicas), dignidad que no parece justificable como no sea recurriendo a presupuestos religiosos descaradamente dogmáticos. Nos referimos, por supuesto, a afirmar, por ejemplo, que un feto tiene alma y, por consiguiente, tiene dignidad, o cosas similares. Ya hemos explicado en varias ocasiones que es inmoral que una persona trate de imponer a otra sus propias convicciones religiosas o las consecuencias que extraiga de ellas. No parece necesario insistir más sobre ello.

Excluidos los dogmas religiosos, el principal soporte del culto fetichista hacia los fetos es de naturaleza sentimental. Ya hemos argumentado que los sentimientos de las partes en un conflicto ético son relevantes, pero no así los del juez. En cuanto a los sentimientos de las partes, es obvio que los sentimientos de una madre que quiere abortar son un argumento en favor de permitírselo, pues prohibírselo es causarle dolor. (Aquí consideramos en todo momento madres que saben lo que quieren. Una madre indecisa que no sabe si abortar o no abortar tiene un problema psicológico que plantea unas cuestiones éticas sobre cómo asesorarla, y que poco tienen que aportar al problema teórico de si abortar es inmoral o no lo es.)

Tratar de poner en juego los sentimientos del feto sería especular sobre qué siente un feto, y si le va a doler o no el aborto. Pero, aun poniéndonos en el peor de los casos y que pudiéramos afirmar que el feto va a sufrir muriendo, también un suicida sufre cuando muere y eso no convierte al suicidio en inmoral. Imaginemos que el feto tuviera conciencia de qué es él, qué sería ser abortado y qué le esperaría en caso contrario cuando nazca. Tan arbitrario es imaginarse un feto valiente que quiere nacer y arrostrar lo que se le venga encima, como imaginarse un feto suicida que, para nacer de una madre que no lo quiere, prefiere ser abortado. Obviamente, esto son tonterías, pero es a lo que llegamos si nos empeñamos en considerar los hipotéticos sentimientos del feto.

Por último, están los sentimientos del juez, necesariamente improcedentes. Tan falaz es defender el aborto por lástima hacia una madre obligada a tener un hijo contra su voluntad como oponerse a él por lástima hacia un pobre feto condenado a muerte en su inocencia inmaculada. Conviene observar que este último sentimiento de lástima o compasión que a su vez sostiene el culto fetichista de los antiabortistas hacia los fetos en particular, o hacia la vida humana en general, se sostiene, por supuesto, porque es viable sostenerlo, y es viable gracias a una serie de hechos meramente circunstanciales. Imaginemos que el sistema reproductor humano fuera distinto al que es. Imaginemos que los seres humanos fuéramos exactamente lo mismo que somos en la realidad salvo por el hecho de que no hubiera sexos y que, una vez al año, cada individuo en edad fértil concibiera indefectiblemente un niño, sin haber hecho nada para buscarlo. No es un escenario muy descabellado. Son muchas las especies animales que confían su perduración a parir muchas crías contando con que sólo unas pocas sobrevivirán, las suficientes para reemplazar a los progenitores e incluso aumentar un poco la población global. Si alguien se resiste a imaginar variantes de seres humanos, puede planteárselo de otra manera: es perfectamente posible que en otro planeta de la galaxia haya surgido una especie inteligente, totalmente equiparable a la especie humana en cuanto a inteligencia, sensibilidad, etc., cuyo sistema de reproducción tenga esta característica: que da lugar a muchos más individuos de los que es posible sostener. Por otra parte, estos seres estarían dotados igualmente del instinto maternal necesario para cuidar de las crías que decidan educar durante el largo periodo en que no pueden valerse por sí mismas.

Evidentemente, puesto que ninguna familia puede alimentar ni cuidar a un niño nuevo cada año, desde tiempos inmemoriales se habría impuesto la costumbre de matar a todos los hijos que cada cual pariera, salvo excepcionalmente a uno, o dos, o tres, o diez, los que cada cual estuviera dispuesto a educar. Matar recién nacidos sería entonces un acto completamente natural al que todo el mundo estaría acostumbrado. Cualquiera que predicara que los fetos tienen alma y son sacrosantos sería visto como un insensato. Sin duda, las grandes religiones, que son muy versátiles, habrían determinado que Dios sólo insufla alma a los niños a partir de cierto estado de desarrollo, y que matar recién nacidos no sería nada malo. Desde el momento en que el desarrollo médico permitiera realizar abortos con seguridad, éstos se verían simplemente como una simplificación del proceso, pues, para gestar un feto y luego matarlo, es mucho más práctico matarlo antes.

Quede claro que este argumento sólo pretende mostrar lo falaz que es el argumento "sentimentalista" que presenta a los fetos como angelitos indefensos, puesto que bastaría encontrarse en un escenario con ciertas diferencias no esenciales respecto de la situación real para que desapareciera por completo. Nunca puede entenderse como un argumento en contra de la presunta inmoralidad del aborto, puesto que igualmente podrían construirse escenarios (más realistas, incluso) en los que, por ejemplo, la esclavitud fuera vista como algo socialmente aceptable. La diferencia es que los argumentos racionales contra la esclavitud que ya hemos dado seguirían siendo válidos en tales escenarios, mientras que, si a un antiabortista le quitamos el asentimiento fácil de los que son fácilmente inducidos a compadecerse ante la imagen de un "angelito indefenso", ¿qué le queda? Prácticamente nada.

En particular, nuestro escenario hipotético muestra que sería fácil, bajo las circunstancias adecuadas, erradicar el sentimentalismo que se apiada, no ya de los fetos, sino incluso de los niños recién nacidos. ¿Significa esto que matar niños recién nacidos tampoco es inmoral? No necesariamente, pues, como ya hemos dicho, de un argumento que sólo denuncia el carácter circunstancial de un sentimiento no podemos extraer ninguna consecuencia racional positiva. (Sólo sirve para negar la validez de otro argumento.)

Sin embargo, es fácil aducir que, dado que nuestra postura a favor del aborto se fundamenta esencialmente en que los fetos no son personas, también podemos afirmar que los niños de corta edad no son personas (porque no tienen pleno uso de razón) y que, por el mismo motivo, tampoco sería inmoral matar niños pequeños. Ciertamente, determinar qué seres de este mundo son personas y cuáles no es algo que no puede hacerse a priori. Para que un ser sea persona es irrelevante si está vivo o no (una máquina suficientemente sofisticada podría ser una persona, aunque actualmente no exista ninguna en tales condiciones), si tiene un código genético u otro (una persona no tiene por qué pertenecer necesariamente a la especie humana, aunque no se conozca actualmente ninguna otra especie en el universo cuyos individuos sean personas y, recíprocamente, un ser humano no es necesariamente una persona) y, menos aún, si tiene ojos bonitos y suplicantes o si, por el contrario, es feo con avaricia. Un ser es o no una persona en función exclusivamente de cómo regula su comportamiento. Es plausible conjeturar que un niño es capaz de comportarse como una persona en un conjunto restringido de situaciones (aquellas que es capaz de comprender esencialmente bien y sobre las que ha sido debidamente educado) que va ampliándose gradualmente a medida que completa su desarrollo, pero podemos llegar a conclusiones satisfactorias sin necesidad de analizar empíricamente hasta qué punto es cierta esta conjetura (análisis que, por otra parte, nunca nos llevaría a ningún criterio operativo).

En primer lugar, aunque un niño pueda no ser una persona en una situación dada, puede ser excepcionalmente digno de respeto por el hecho de que en el futuro se convertirá en una persona. Así, por ejemplo, si alguien se plantea que no es inmoral cortarle un brazo a un recién nacido sin motivo alguno porque éste no es una persona, se le puede objetar que, cuando crezca, será una persona manca, a la que se le ha causado un daño por el que puede pedir responsabilidades con razón. No hay ninguna diferencia ética entre dejar manca a una persona mutilándola directamente o mutilando al niño que se convertirá en dicha persona cuando crezca. El resultado es el mismo.

La consecuencia que se extrae de aquí es que los niños deben ser tutelados, es decir, que se los debe tratar, no como las personas que no son, sino en función de las futuras personas que serán, buscando, no su aprobación actual, sino su aprobación futura al trato que hoy les dispensemos. Así, la razón por la que está mal cortarle un brazo a un niño aun bajo el supuesto de que no esté en condiciones de juzgar si le conviene o no que se lo corten es que en un futuro sí que estará en condiciones de juzgarlo y probablemente su juicio será que prefiere conservar sus dos brazos. (Otro caso sería, por ejemplo, que el brazo esté gangrenado y sea necesario amputarlo para salvarle la vida. En tal caso, es previsible que, cuando ya pueda ser considerado como una persona fuera de toda duda, el ahora niño apruebe la decisión de haber amputado.) Es claro que tutelar a un niño es una tarea delicada en la que surgen inevitablemente muchas dudas y posibilidades de error. Por ejemplo, si unos padres obligan a su hijo a ir a misa todos los domingos aun en contra de su voluntad, puede ocurrir que de mayor sea un hombre religioso y apruebe la decisión paterna, o que se vuelva ateo y reproche a sus padres que le aplicaran semejante tortura. Pero lo delicado del caso es que las futuras creencias religiosas del hijo no son algo arbitrario que los padres deberían tratar de predecir, sino que dependen en gran medida de la actitud que los padres adopten respecto de su hijo.

Más adelante volveremos sobre esta cuestión, que ahora nos alejaría del asunto que nos ocupa. Lo importante ahora es que el argumento según el cual un niño debe ser tutelado porque en un futuro será una persona deja de ser válido si deja de ser cierto que en un futuro será una persona, es decir, si decidimos matarlo. Si le cortamos un brazo a un niño y lo dejamos vivo, en un futuro habrá una persona que nos preguntará por qué razón la hemos dejado manca y, si no tenemos una buena razón (como que el brazo estaba gangrenado), nuestra conducta habrá sido inmoral. Por el contrario, si matamos a un recién nacido, nunca habrá una persona en condiciones de pedirnos cuentas de nuestro acto.

Antes de discutir esto más a fondo, observemos que el argumento no vale para justificar el asesinato de un adulto. Es verdad que si matamos a una persona, ésta ya no está en condiciones de protestar, pero eso es irrelevante: igual que es inmoral engañar a una persona porque ésta no quiere ser engañada, aunque nunca llegue a ser consciente del engaño, también es inmoral matar a una persona que no quiera morirse, aunque, precisamente por haberse muerto, nunca estará en condiciones de lamentarse de la suerte que ha corrido. Si admitimos que un recién nacido no es una persona, la situación es distinta, porque no es que la persona en cuestión muera y, por ello, no pueda pedir cuentas de su asesinato, sino que nunca habrá habido persona en cuestión.

Observemos también que negar la dignidad de persona a un niño no es una excentricidad, sino que es algo en lo que estará de acuerdo todo aquel que sea coherente con el significado preciso que aquí estamos dando al concepto de "persona". Si un niño fuera una persona, sería inmoral tutelarlo, puesto que debería ser respetado. Y así, si el niño no quiere estudiar, deberíamos respetar su voluntad, en lugar de buscar el modo de persuadirlo incluso con métodos que serían inmorales aplicados a una persona (manipulación, engaño, intimidación, etc.) confiando en que de mayor aprobará que no hayamos consentido que se convierta en un analfabeto.

Volvamos al asunto de la posibilidad de "aprovecharse" de que en los niños, por lo menos de muy corta edad, a duras penas se puede reconocer la menor dignidad en sentido estricto. Por llevar todo lo lejos posible las consecuencias que podría tener este hecho, nos preguntamos si sería inmoral parir niños para, digamos, mutilarlos realizando experimentos médicos con ellos durante un par de meses y luego matarlos. Afirmamos que sí que sería inmoral, a pesar de que no es posible atribuir una dignidad a lo que son en sí mismos. Para argumentarlo imaginemos que, por alguna clase de error, alguno de esos niños cobaya se librara de la muerte y creciera, hasta convertirse en un adulto con serias lesiones físicas. Obviamente, podría pedir explicaciones de por qué recibió ese trato, y no habría justificación posible. "La culpa es tuya por no haberte muerto como estaba previsto" no es una respuesta aceptable. Un "científico loco" deseoso de realizar tales experimentos podría objetar que no puede juzgarse el proyecto en función de un posible error. Supongamos que las medidas de control son tan minuciosas que es prácticamente imposible que un solo niño escape de la muerte cuando le llega el momento. ¿Qué problema habría entonces?

La respuesta es que la mera posibilidad teórica de un error, aunque sea imposible en la práctica, es suficiente como argumento. Engañar a alguien es malo, tanto si algún día se enterará del engaño como si no, independientemente de que el riesgo de que esto suceda sea alto o bajo; un sistema esclavista no pasa a ser justo por que se tomen las medidas necesarias para que sea prácticamente imposible que los esclavos se rebelen contra sus amos. El mero hecho de que si un esclavo pudiera rebelarse no habría argumento racional alguno que pudiera convencerlo de que lo mejor que puede hacer es abandonar la libertad que ha conquistado por la fuerza y volver a su sumisión anterior, basta para justificar que la esclavitud es inmoral, tanto si la posibilidad de rebelión existe o no en la práctica. Igualmente, es absurdo pretender que no tutelar debidamente a un recién nacido sea o no inmoral en función del grado de seguridad que tengamos de que nunca llegará a adulto. El único acto al que no es aplicable este argumento es el de matar al niño, ya que entonces la seguridad de que no llegará a adulto es total y no está condicionada a ningún otro hipotético acto futuro.

Así pues, basándonos en lo que hemos discutido hasta ahora, podemos concluir que, cuando nace un niño, sólo hay dos alternativas éticamente aceptables: matarlo o tutelarlo. En realidad, ambas no son necesariamente excluyentes, al menos si hacemos abstracción de la psicología humana. Imaginemos que los seres humanos no tuviéramos ese apego que tenemos rayano en lo enfermizo a la propia vida contra viento y marea. En tal caso, si un niño nace en unas circunstancias que hacen previsible que no va a tener una vida digna, bien podría ocurrir que, al hacerse adulto, reprochara a sus padres que no hubieran abortado o, de ser esto técnicamente imposible, que no lo hubieran matado al nacer. Esto no está reñido con que el niño —ya adulto— no esté dispuesto a suicidarse. Su planteamiento podría ser: "Ahora estoy vivo y no quiero morirme, pero, para darme esta vida que me habéis dado, hubiera sido mejor matarme". Si un adulto, dueño de sus facultades mentales, pensara así, tutelarlo debidamente al nacer habría sido matarlo. Como en la práctica es muy raro que un ser humano acabe pensando así, en la práctica es cierto que la tutela debida de un niño empieza por proteger su vida, pero esto es un hecho a posteriori basado en la psicología humana, y no un principio ético a priori.

De aquí podemos concluir que una ley que garantice razonablemente el derecho de los niños a ser tutelados es justa y, dada la naturaleza humana, también es justo que la ley garantice como aspecto básico de dicha tutela el derecho a la vida de los niños. Ahora bien, a priori, no habría inconveniente en que la ley permitiera a los tutores de un recién nacido decidir si debe vivir o morir. Se puede alegar que, una vez parido, a la madre no le supone ningún perjuicio que otros se hagan cargo de su hijo, si es que ella no quiere ocuparse de él y, dado que —de hecho— en el mundo hay exceso de demanda de niños en adopción, es razonable no consentir que se mate a un recién nacido. En cualquier caso, este argumento no vale para justificar la prohibición del aborto, pues hay que respetar que una madre considere un perjuicio tener que parir un hijo si no desea hacerlo.

Observemos, no obstante, que el argumento anterior en favor de garantizar el derecho a la vida de todo recién nacido no contempla la posibilidad de que su muerte proporcione alguna clase de beneficio a otras personas. Veamos algunos ejemplos:
Imaginemos que unos padres tienen un hijo de cinco años al que se le diagnostica una enfermedad grave que lo llevará a la muerte si no recibe un transplante de forma inmediata, pero ello requeriría un donante muy específico y es prácticamente imposible encontrar uno compatible en el tiempo disponible. Sin embargo, los padres tienen otro hijo de pocas semanas que puede servir de donante a costa de perder la vida, y deciden matarlo para salvar la vida de su hijo enfermo.

¿Es inmoral la decisión de los padres? (Prescindiendo de que, probablemente, matar al niño es ilegal en prácticamente cualquier código penal moderno.) Si admitimos que el niño enfermo podría aguantar hasta un año en su estado, incluso cabría la posibilidad de que los padres concibieran al donante ex profeso para la donación. Se le podría provocar una muerte cerebral nada más nacer y dejar que el cuerpo se desarrolle lo suficiente para que el transplante fuera viable. ¿Sería esto inmoral? (siempre prescindiendo de que fuera ilegal).

Afirmamos que dejar al donante con vida pero con secuelas sería inmoral, pero ¿y matarlo? Ni que decir tiene que matar a una persona para salvar la vida a otra es inmoral. También es obvio que un niño de pocas semanas no es una persona, y mucho menos si se le ha provocado una muerte cerebral nada más nacer. Aún así, ¿existe el deber moral de respetar su vida? Quien piense que sí, ¿lo piensa por algún argumento racional, desprovisto de dogmas y sentimentalismos, o no?

Probablemente, quienes sientan pena por el donante y piensen que eso basta para prohibir la donación, también sentirán pena por el moribundo, pero dirán que, por triste que sea su muerte, hay que aceptarla. ¿Y por qué no puede alguien sentirse triste por matar al donante, pero considerando que es algo que hay que aceptar? La diferencia está en que el primer "sentimentalista" se asegura de tener las manos limpias no haciendo nada, mientras que el segundo está dispuesto a juzgar cuál de los dos sucesos tristes (la muerte del recién nacido o la muerte del niño medio persona) es el más triste, concluye que el segundo y, en consecuencia, está dispuesto a intervenir para que no sea "lo que Dios quiera" y suceda el menor de los males (siempre dentro de la ética, por supuesto). La "moral" del no hacer nada, la que apuesta por dejar en la agonía a los moribundos con tal de no mancharse las manos de sangre, la que apuesta por dejar que muera el que le toque, en lugar del más razonable (un niño medio vegetal frente a un niño medio persona), la que prefiere que decida el azar y no la razón, para no pecar ni por consentimiento, es una pseudoética hipócrita, más preocupada por el bienestar del juez que por el bienestar de las partes.

Otro ejemplo:

Imaginemos que existiera la tecnología necesaria (tal vez exista de hecho) para tomar un recién nacido, extirparle el cerebro y mantenerlo en un estado de vida vegetativa de modo que el cuerpo se desarrollara hasta el estado adulto, con lo que podría usarse como fuente de donaciones de órganos o de sangre. Disponiendo de una amplia gama de donantes para asegurar la compatibilidad con cualquier posible receptor que necesitara un órgano, se acabarían las muertes y las penosas esperas de quienes necesitan un transplante, así como la necesidad de sacrificarse de quienes están dispuestos a donar algún órgano no esencial en vida para salvar a un ser querido.

¿Sería esto inmoral? Para inculcar en la gente el respeto a la vida de todas las personas, e incluso de los niños queridos por sus padres, ¿es necesario inculcar el culto a la vida humana, a los cuerpos humanos? ¿Qué tiene de sagrado un cuerpo humano en estado vegetativo para que sea inmoral conservarlo como donante? ¿Qué tiene de sagrado un recién nacido para que no se le pueda extirpar el cerebro y usar su cuerpo en beneficio de la humanidad? Nótese que estas preguntas están muy lejos de suponer que el fin justifica los medios, pues sería muy distinto preguntarse, por ejemplo, si tiene algo de inmoral realizar experimentos médicos con mendigos indeseables a fin de obtener la cura de una enfermedad que salvaría muchas vidas. La respuesta a esta última pregunta es que, indudablemente, tal práctica nazi tendría todo de inmoral, pues el mero hecho de juzgar a un mendigo como "indeseable" ya es inmoral, y mucho más disponer de él contra su voluntad. No decimos que criar cuerpos humanos sería éticamente correcto por el beneficio que ello proporcionaría, sino porque un cuerpo humano no tiene nada de especial que lo distinga de cualquier otro objeto del universo y, por consiguiente, puede ser usado como las personas consideren más conveniente, al igual que sucede con cualquier otro objeto del universo que las personas estén en condiciones de utilizar en su provecho.

Una vez descartados dogmatismos, sofismas y sentimentalismos, los argumentos que quedan en contra del aborto son ya pálidas sombras: si alguien insiste en que abortar es malo porque es un asesinato, o lo compara a la pena de muerte, es que no ha entendido nada de lo dicho hasta aquí, lo de "a ti no te hubiera gustado que tus padres hubieran abortado" es un despropósito sin más tino que "a ti no te hubiera gustado que tu padre se hubiera hecho cura y tu madre monja". No hemos discutido datos sobre a partir de qué momento empieza a respirar un feto, o empieza a tener neuronas, etc., etc., porque todo ello es absolutamente irrelevante, como lo es cualquier definición generosa que quiera darse de "ser humano", etc. Cuando se aportan datos al análisis de una cuestión hay que explicar por qué dichos datos han de considerarse relevantes, y quien esto escribe, no es que nunca haya oído ni leído ninguna explicación convincente de qué importa que un feto sea parte de la madre o no, sea un ser humano o no, sienta o no, amenace o no a la madre con torturarla psicológicamente en caso de muerte, etc. a la hora de juzgar si el aborto es inmoral o no, sino que nunca ha oído ni leído ninguna explicación al respecto, convincente o no.

El suicidio
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