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NO SE FUNDAMENTA LA ÉTICA I |
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Nunca permitas que el sentido de la moral te impida hacer lo
que está bien.
Isaac Asimov
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Dado que, en lo tocante a cuestiones prácticas, existen
opiniones, doctrinas y argumentos para todos los gustos, el paso
más conveniente para iniciar una crítica de la razón práctica es
probablemente el de "limpiar el campo de maleza", y descartar a priori todas aquellas
líneas argumentales que, por su naturaleza, son necesariamente
dogmáticas. Una vez hayamos descartado los materiales
inadmisibles a la hora de construir un edificio sólido,
estaremos en condiciones de valorar lo que nos queda y
determinar qué podemos hacer con ello.
La Ética y el "sentido común"
Es un hecho que todo ser humano tiene una opinión formada sobre
lo que está bien o lo que está mal. Más que una opinión, sería
más adecuado decir un criterio, pues, ante una situación
novedosa, la mayoría de la gente apenas necesita unas décimas de
segundo para concluir si alguien ha obrado bien o mal. Así, por
ejemplo, prácticamente toda la humanidad estará de acuerdo en
que si alguien toma un arma, sale a la calle y mata al primero
que pasa sólo porque le resulta divertido, eso está mal. Sin
embargo, si preguntamos a la gente por qué está mal, muchos
necesitarán mucho más de unas décimas de segundo para improvisar
una respuesta coherente, que en la mayoría de los casos no será
más que una tautología (como matar
está mal porque es un asesinato), o un dogma descarado
(como matar está mal porque
es pecado), o simplemente una alusión al sentido común (como eso es así, todo el mundo lo
sabe), por destacar unas pocas opciones. Vemos, pues,
que el sentido común proporciona respuestas, pero no respuestas
argumentadas. Más precisamente: el sentido común proporciona
respuestas y, en caso de que se le reclamen argumentos, busca
argumentos que se ajusten a las respuestas prefijadas, que es
justo lo contrario de lo que cabe exigir a un planteamiento
racional: las conclusiones deben supeditarse a los argumentos, y
no al revés.
Esto no significa que el sentido común sea un mero surtidor de
disparates irracionales. Lo que sucede es que la "lógica" del
sentido común es la lógica interna del cerebro humano, la misma
lógica subconsciente que emplea, por ejemplo, para interpretar
coherentemente los datos que le llegan de los sentidos, basada
en un complejo y eficiente sistema de criterios heurísticos que
aventaja con creces a todo lo que el hombre ha logrado hasta hoy
en el campo de la inteligencia artificial. Preguntarle a alguien
que no haya reflexionado nunca sobre ética por qué matar está
mal es como preguntarle por qué afirma que lo que está viendo
ante sí es una mesa. Uno no es consciente del proceso que el
cerebro ha tenido que seguir para analizar unas sensaciones
visuales y concluir que conforman la imagen de una mesa, del
mismo modo que no es consciente del análisis que ha hecho su
cerebro para concluir que matar está mal.
El cerebro humano es una herramienta bien adaptada para la vida
cotidiana. Todos necesitamos saber algo de física para
sobrevivir en el mundo, pero no necesitamos haber estudiado
física, sino que la "física del sentido común" nos basta para
evitar que se nos caiga encima un armario, o que nos atropelle
un coche al cruzar la calle, etc. Ahora bien, sabemos que cuando
el sentido común trata de extrapolar sus nociones de física para
aplicarla en contextos que no le son familiares puede
contradecir de lleno a la física "de verdad", a la física
deducida racionalmente a partir de la experiencia. No es
descabellado esperar lo mismo del "sentido común práctico": las
respuestas que proporciona pueden ser una buena aproximación a
una solución racional de un problema ético, especialmente si la
situación planteada se da con frecuencia en la vida cotidiana,
pero ni tenemos garantías de que vaya a ser así, ni podemos
confiar en su exactitud, es decir, en que haya tenido en cuenta
todos los factores relevantes.
Más precisamente: es imposible que el sentido común sea
absolutamente fiable. Por ejemplo, hay mucha gente convencida
(por el mero sentido común, sin argumentos previos) de que
abortar está mal, mientras que a otros tantos el sentido común
les lleva a la conclusión contraria. Por consiguiente, si existe
realmente una Ética (racional) capaz de determinar si abortar es
malo o no, tendremos que concluir, cualquiera que sea el
veredicto, que a mucha gente le engaña su sentido común.
La conclusión que queremos destacar es que, en vista de lo
dicho, sería dogmático aceptar un juicio práctico sin más
criterio que el sentido común, como también lo sería descartar
una conclusión por el mero hecho de que se oponga a nuestro sentido común. Más
precisamente: la Ética no puede someterse al sentido común, sino
que debe juzgarlo para determinar su grado de fiabilidad. En
particular, aceptar un juicio ético simplemente por el dictado
del sentido común es dogmático.
Esto no significa que el sentido común no pueda acertar en la
mayoría de los casos en que se apela a él, pero para un
fundamento racional de la Ética no sólo necesitamos respuestas,
sino también argumentos que las justifiquen. Nadie duda de que
matar por diversión al primero que pase por la calle está mal.
Una teoría ética que afirmara lo contrario sería como una teoría
física que afirmara que los cuerpos caen hacia arriba: podemos
jugarnos el cuello a que algún error hemos cometido al
convencernos de que era una buena teoría; pero necesitamos un
argumento sólido que justifique que matar indiscriminadamente
está mal, no ya para convencernos de ello —que ya estamos
convencidos— sino porque si sabemos argumentar por qué está bien
o mal lo que nadie duda que está bien o mal —honestamente, es
decir, sin amañar nuestros argumentos para llegar a la
conclusión a la que queremos llegar—, entonces estaremos en
condiciones de llegar a conclusiones racionales en los casos en
los que ya no hay unanimidad sobre si algo está bien o mal.
Por consiguiente, podemos considerar al "sentido común" como un
referente, en el sentido de que si llegamos a conclusiones
racionales que coincidan con el sentido común podremos
interpretarlo como un indicio de que "vamos por buen camino",
mientras que si nuestras conclusiones racionales contradicen en
algo al sentido común, convendrá prestar atención y revisar
nuestros argumentos, entendiendo que caben igualmente dos
posibilidades: que hayamos cometido algún error, o bien que
estemos en un punto en el que el sentido común no es fiable.
La "ética del sentido común" es lo que los relativistas éticos
consideran que es la ética: un producto cultural. Nos
lamentábamos en la página precedente de que la civilización
occidental no haya sido capaz de desarrollar la Ética
análogamente a como ha desarrollado la Ciencia, pero debemos
reconocer que sí que ha desarrollado y depurado una doctrina
ética no argumentada, es decir, una ética basada en el "sentido
común", aceptada mayoritariamente, y que, aunque no trata (o,
por lo menos, no resuelve) cuestiones polémicas, consideramos
que es poco menos que ejemplar. Este cuerpo de doctrina no se
halla en las obras de ningún filósofo (la obra de los filósofos
no es en absoluto representativa), sino en las películas típicas
de Hollywood. Éstas
suelen ser muy poco respetuosas con la razón teórica, pues los
guionistas se complacen en presentarnos situaciones físicamente
imposibles, pero, por el contrario, son modélicas en las
cuestiones prácticas: los buenos obran bien hasta la perfección
(y, si obran mal en un momento dado, siempre terminan
reconociéndolo y arrepintiéndose sinceramente) y todas las
maldades las hacen los malos.
Por ejemplo, es una situación típica que, a pocos minutos de
que termine la película, el bueno ha conseguido dejar extenuado
al malo. Se le presenta la ocasión perfecta para matarlo de un
tiro y acabar de una vez por todas con un ser tan odioso. El
público lo está deseando, incluso puede que el bueno haga el
ademán de dispararle, pero no lo hace, porque matar a un ser
inerme estaría mal. Ahora bien, en cuanto el bueno se da la
vuelta, el malo, con sus últimos alientos, trata de coger su
arma para disparar al bueno por la espalda. Entonces es cuando
la chica grita "¡Cuidado!"
y el bueno se gira y mata al malo, como único medio de salvar su
vida. Eso es distinto, porque matar en defensa propia no es
malo. Una película en la que el bueno matara al malo a sangre
fría desentonaría del estándar. Obviamente, no podríamos poner
la mano en el fuego por la totalidad de la producción de Hollywood, y seguro que un
lector malicioso podría encontrar contraejemplos, pero, en
general, la ética de las películas de Hollywood es poco menos que perfecta.
(Quizá convenga aclarar que no estamos afirmando nada sobre la
correspondencia entre el cine y la realidad. Por ejemplo, en una
película en la que un comando americano se infiltre en un país
enemigo para acabar con unos malvados terroristas, podremos
constatar que los marines actúan como perfectos caballeros. No
afirmamos que eso sea lo que sucede en la realidad, sino sólo
que su actuación en la película es la de unos perfectos
caballeros escrupulosamente respetuosos con la Ética. En otras
palabras, no afirmamos nada sobre la ética del guionista, sino
sobre la ética del guión.)
Como aún estamos lejos de plantear los fundamentos racionales
de la Ética, en lo sucesivo trataremos de emplear ejemplos (con
valor ilustrativo, nunca argumentativo) que no resulten
polémicos para ningún lector razonable, es decir, ejemplos que
no contradigan al sentido común de ningún lector o, dicho más
gráficamente, que cuando afirmemos que algo está bien será algo
que cualquier espectador vería con buenos ojos en el
protagonista de una película típica de Hollywood, mientras que cuando afirmemos que
algo está mal será algo que sólo sería admisible en una película
si es el malo quien lo hace. Si uno mata a su madre porque a la
comida le faltaba sal, está obrando mal, y si el lector no tiene
esto claro no va a ganar nada leyendo estas páginas. Será mejor
que se busque otra lectura. De todos modos, si inadvertidamente
se hubiera "colado" algún ejemplo polémico, el lector debería
poder reemplazarlo sin dificultad por otro igualmente
ilustrativo y libre de polémicas.
La Ética y los sentimientos
Hay gente que da limosna a los pobres porque los pobres le dan
pena, hay madres que cuidan y protegen a sus hijos movidas por
el amor maternal, hay gente que si —por accidente— causa algún
daño, confiesa su culpa porque siente un remordimiento que no le
permite otra opción. En suma, hay gente que obra bien movida por
sus sentimientos. Si a alguien así le preguntamos por qué es
malo matar, tal vez nos responda que porque sería una lástima
truncar una vida. ¿Es ése un argumento válido? Obviamente no.
Afirmamos que cualquier juicio ético basado en un sentimiento es
dogmático y, por consiguiente, inadmisible como fundamento
(racional) de la Ética.
En efecto, por una parte, no todos tenemos los mismos
sentimientos. Por ejemplo, hay gente a quien la idea de matar un
feto le da lástima y gente a quien no le da lástima en absoluto.
Si tuviéramos que fundar la Ética en los sentimientos,
tendríamos que admitir que abortar es malo para unos (los que
sienten lástima de los fetos) y no lo es para otros (los que no
sienten lástima de los fetos). Los antiabortistas podrían ganar
algunos partidarios mostrando fotos y vídeos de pobres fetos
agonizantes, pero seguiría habiendo personas a las que eso no le
impactara y, si la maldad consistiera en desatender la lástima,
nadie podría acusarlas de obrar mal por abortar, ya que hablamos
de personas que no sienten ninguna lástima que puedan
desatender.
Por otra parte, los sentimientos pueden ser buenos y malos.
¿Qué ocurre si, a alguien, matar no le produce lástima, sino
placer? Alguien así podría argumentar que matar es bueno porque
provoca buenos sentimientos. Más aún, un sentimiento comúnmente
tenido por bueno puede inducir a malas acciones. Pongamos que
una mujer va a morir porque necesita un trasplante de corazón y
no hay donantes. Su marido descubre que una cierta persona
(viva) sería un donante válido para su esposa, así que lo mata
para que su mujer pueda recibir el corazón que necesita. Lamenta
profundamente lo que hace, pero el sentimiento de piedad que le
inspira su víctima es eclipsado por la pena que le produce la
idea de que su mujer vaya a morir. ¿El hecho de que haya matado
por amor a su mujer se traduce en que su acción es buena?
Otro ejemplo: una madre descubre accidentalmente que su hijo es
un terrorista y que está planeando matar a un inocente la semana
próxima. Intenta convencerlo de que no lo haga y, ante su
negativa, lo amenaza incluso con denunciarlo a la policía, pero
el hijo le responde: Si
quieres ir a la policía, no te lo impediré, pero ya he matado
otras veces, y si me denuncias la policía podrá relacionar mi
ADN con los otros atentados que he cometido, con lo que seré
condenado por asesinato y pasaré treinta años en la cárcel.
La madre no aprueba la conducta de su hijo, pero su amor
maternal no le permite ser la causa de que su hijo pase su vida
en la cárcel, así que no lo denuncia y el hijo lleva a cabo con
éxito el atentado planeado. ¿Ha hecho bien la madre guiándose
por su amor maternal?
Vemos así que, si hubiera de existir una Ética objetiva basada
(total o parcialmente) en los sentimientos, sería necesario
distinguir qué sentimientos son buenos y cuáles no. Los ejemplos
anteriores muestran que para ello no bastaría clasificar los
sentimientos a priori,
(odio = malo, amor maternal = bueno, etc.), sino que sería
necesario determinar si un sentimiento dado es bueno o malo en
un contexto dado. Concretamente, tendríamos que considerar buen
sentimiento a cualquiera que mueva a una buena acción, y mal
sentimiento a cualquiera que mueva a una mala acción, pero
entonces estaríamos igual que al principio: necesitaríamos
distinguir qué acciones son buenas y cuáles malas para poder
distinguir qué sentimientos son buenos y cuáles malos, pero, si
ya supiéramos distinguir las buenas de las malas acciones sin
apelar a los sentimientos (pendientes de juicio), ¿para qué
necesitaríamos los sentimientos (a efectos teóricos)?
Nadie discute que los sentimientos desempeñen un papel muy
efectivo en la regulación de la conducta de muchas personas. Una
persona con buenos sentimientos puede dejarse guiar por ellos
con la confianza de que, normalmente, actuará de forma
éticamente correcta, aunque, si no es capaz de racionalizar su
conducta, puede ocurrir —aunque sea poco probable— que en un
momento dado sus sentimientos la traicionen y la lleven a obrar
mal creyendo que obra bien. Es frecuente identificar el "carecer de sentimientos"
con ser malo o cruel. Esto no se sostiene: por una parte, una
persona cruel puede tener sentimientos como cualquier otra (por
ejemplo, puede sentir placer cuando maltrata a otra persona) y,
por otra parte, alguien que realmente carezca de sentimientos
puede ser una persona ejemplar. Basta con que no trate de
regular su conducta tomando como base sus sentimientos
inexistentes, sino que lo haga guiado por la razón. Si a alguien
no le produce pena o remordimiento alguno matar, pero no mata
porque tiene asumido que matar es malo, ¿es menos buena persona
que otra que no mate porque hacerlo le provocaría pena y
remordimiento?
En resumen: dado que los sentimientos pueden ser buenos o
malos, necesitan ser juzgados (por la razón), luego si alguien
invoca a un sentimiento para justificar que una acción es buena
o mala, se le habrá de exigir que justifique que el sentimiento
al que apela es bueno o malo, lo cual equivale a juzgar si la
acción que desencadena o reprime es buena o mala, con lo cual
estamos como al principio y la invocación al sentimiento no ha
aportado nada en limpio. Apelar a un sentimiento sin justificar
éste a su vez, es dogmático y, si se justifica, el sentimiento
se vuelve superfluo en el argumento.
En este punto es crucial no confundir lo dicho con algo
completamente distinto y que nadie pretende afirmar. No estamos
diciendo que los sentimientos sean irrelevantes en las
cuestiones éticas. Sólo estamos afirmando que son inadmisibles
como criterios de juicio,
lo cual no significa en absoluto que no puedan ser cruciales
como elementos de juicio,
es decir como elementos esenciales para determinar un problema
ético. Veamos un ejemplo:
A y B han compartido un piso alquilado durante unos años, pero, recientemente, A se ha mudado a un piso propio. Un día, B descubre que A se ha dejado olvidada una foto de sus padres, y la coge y la tira a la basura. ¿Ha obrado mal B?
No hay suficientes datos para responder. Vamos a considerar dos
casos distintos:
Primer caso: Los padres de A han muerto, y esa foto era el único recuerdo que a A le quedaba de sus padres. B es consciente de ello, y sabe perfectamente que A se llevará un profundo disgusto cuando descubra que ha perdido la foto.
Segundo caso: Los padres de A siguen vivos, A tenía esa foto en su habitación porque le gusta tener a la vista una foto de sus padres, pero tiene muchísimas otras y ni siquiera ha advertido su pérdida, porque al instalarse en su nuevo piso ha colocado otra en su nueva habitación. B sabe perfectamente que esto es así y que, para A, sería más molestia volver por la foto olvidada que hacer una nueva foto a sus padres, si es que quisiera reponerla.
Suponemos que el lector estará de acuerdo con nosotros en que
en el primer caso B ha hecho mal, pues al destruir la foto ha
herido los sentimientos de A. Lo que debería haber hecho B es
llamar a A y advertirle que la foto está en su piso, con lo que
A se habría apresurado a volver por ella. Por el contrario, en
el segundo caso la acción de B es irrelevante (ni buena ni
mala), pues hubiera sido lo mismo si, en lugar de la foto, se
hubiera encontrado una moneda de escaso valor y, en lugar de
importunar a A advirtiéndole que se le ha olvidado una moneda,
se la hubiera quedado sin más, dando por hecho que a A no le
importará.
No necesitamos justificar aquí que B ha obrado mal en el primer
caso y no en el segundo. No estamos en condiciones de
justificarlo, pero no nos hace falta, pues lo único que queremos
ilustrar con este ejemplo es que lo dicho anteriormente sobre
que los sentimientos son inadmisibles como criterios de juicio
no está reñido con que, en un caso como éste, los sentimientos
que va a causar en A la acción de B sean decisivos para
determinar si la acción de B es mala o no. Sólo queremos señalar
que en ningún momento hemos afirmado que los sentimientos de A
no sean relevantes. Más claramente:
Dicho con otras palabras: lo racionalmente irrelevante son los
sentimientos del juez, no los sentimientos de las partes. Es
dogmático juzgar a partir de los sentimientos que suscitan los
hechos, pero un juicio justo deberá tener en consideración
necesariamente los sentimientos de las partes implicadas en un
problema ético. Los sentimientos de las partes son un dato
objetivo de un problema ético (no podemos cambiarlos sin cambiar
el problema), mientras que los sentimientos del juez serían un
elemento subjetivo, pues jueces distintos podrían experimentar
sentimientos distintos ante el mismo caso, y no es admisible que
esto dé legitimidad a sentencias distintas. Esto sería una forma
de relativismo ético y, por consiguiente, la negación de la
existencia de la Ética como teoría racional.
A menudo sucede que alguien es a la vez juez y parte en un
problema. En tal caso, un juicio racional exige distinguir
cuidadosamente los sentimientos propios en calidad de parte de
los sentimientos en calidad de juez. Por ejemplo, si B se está
planteando (en el primer caso) si llama a A para avisarle de que
se ha dejado olvidada la foto y se pregunta si haría mal en
tirarla a la basura, y si además B considera que A es un
antipático y no le causa pena ni remordimiento alguno la idea de
tirar la foto, hasta ahí B no tiene de qué avergonzarse, pues
nadie lo puede obligar a sentir afecto por A, pero esa ausencia
de pena y remordimiento no es base racional para concluir que B
no hace mal tirando la foto. La acción de B será buena o mala
con independencia de si a B —o a cualquier otro distinto de A—
le da pena o no que A se lleve un disgusto.
Por otra parte, si A se entera de lo sucedido y concluye que B
ha obrado mal debido al daño psicológico que le ha causado,
tiene derecho a tener en consideración sus propios sentimientos
al llegar a su conclusión, pues sus sentimientos son relevantes
en calidad de parte afectada, independientemente de que sea él
mismo quien está juzgando la acción de B. Insistimos en que no
pretendemos que nada de lo dicho aquí se entienda como un
argumento en favor de la culpabilidad de B (en la que creemos,
aunque aquí no estamos en condiciones de argumentarla).
Quizá convenga comparar este caso con otro: B es una madre que
lleva a su hijo A a que le pongan una vacuna. El niño A sabe lo
que es una inyección y se pasa todo el camino al hospital
llorando desesperadamente, sin que B pueda hacer nada para
evitarlo (salvo no llevarlo al hospital, cosa que no está
dispuesta a hacer). Tenemos así dos casos en los que un B hace
algo a un A que le causa un dolor lastimoso. A la hora de juzgar
si la conducta de B es mala o no, hemos de prescindir de la
posible pena que nos cause el sufrimiento de A. Aquí no negamos
—y más adelante afirmaremos— la necesidad de tenerlo en cuenta,
pues sin él no habría caso, pero lo que hemos de analizar es si
se justifica el sufrimiento que B causa a A. Aunque aquí no
podemos argumentarlo, el lector convendrá con nosotros en que en
el caso de la foto no está justificado, mientras que en el de la
vacuna sí que lo está.
La Ética y la religión
Son muchas las personas que confían a la religión el fundamento
último de sus convicciones morales: está bien lo que Dios dice
que está bien y está mal lo que Dios dice que está mal. Resulta
del todo evidente que este planteamiento es descaradamente
dogmático. Aparte de los dogmas particulares que pueda contener
un razonamiento específico apoyado en la religión, a priori
podemos asegurar que éste tendrá cuatro puntos injustificables:
Por poner un ejemplo en concreto: si un creyente está
convencido de que abortar es malo porque los fetos tienen alma,
por lo que son seres humanos, y Dios prohíbe matar a los seres
humanos, y además éste es el único argumento que se le ocurre
para condenar el aborto, no tendría nada que hacer contra
alguien que afirmara que, según su religión, sólo los hombres
tienen alma, pero las mujeres no, de modo que abortar fetos
varones es pecado, pero no así si el feto es hembra. Nos
encontraríamos con un postulado dogmático en contradicción con
otro postulado dogmático. Es verdad que el segundo, al incluir
una distinción arbitraria entre varones y hembras, es más
dogmático aún que el primero, pero ser dogmático no es ni más ni
menos dogmático que ser dos veces dogmático. No podemos dirimir
una confrontación racional dando la razón al menos dogmático de
los dos. En una confrontación racional, todo dogmatismo pierde
de salida.
Más en general, si alguien sólo sabe argumentar que matar es
malo porque lo dice Dios, tendrá que reconocer que no tiene
ningún argumento racional para disuadirme —a mí, que soy ateo—
de que mate a quien me plazca. Afortunadamente para los que me
rodean, estoy convencido de que puede justificarse que matar es
malo sin necesidad de meter a Dios por medio.
No está de más advertir que, del mismo modo que nunca hemos
pretendido sugerirle a nadie que abandone el sentido común o que
no tenga en cuenta para nada sus sentimientos, tampoco le
estamos recomendando a nadie que reniegue de su fe. Tan sólo
afirmamos que la religión vale para lo que vale, a saber, para
que cada cual decida subjetivamente cómo orientar su propia vida
y su propia conducta, pero que todo creyente debería ser
consciente de que no puede exigir al prójimo que comparta sus
creencias irracionales, que tiene todo el derecho de imponerse a
sí mismo, pero no a los demás.
La Ética y los principios
Hay quienes se abstienen de aludir a Dios o a sus mandamientos
para justificar sus juicios éticos y, en su lugar, aluden a "sus principios", y dicen
cosas como "no voy a hacer lo
que me pides, porque sería mentir, y mentir va en contra de
mis principios". Mientras que, según comentábamos, "carecer de sentimientos"
tiene una mala prensa sin justificación teórica, en cambio, "tener principios", "ser un hombre
de principios" está muy bien considerado, no menos
injustificadamente. Para empezar, unos principios pueden ser
buenos o malos. ¿Qué sucede si alguien adopta como principio "matar a todo aquel que tenga
aspecto de ser infeliz"? Uno puede argumentar que una
forma de aumentar el nivel de felicidad de la humanidad es
disminuir el nivel de infelicidad, por lo que matar a los
infelices (aunque ellos no quieran morir) es bueno, y adoptar
semejante máxima como "principio". Si el lector acepta que
semejante "principio" es una atrocidad, tendrá que aceptar que
no basta con que alguien diga "´éstos
son mis principios" para que una acción esté
justificada. Los principios han de ser juzgados racionalmente, y
si podemos juzgar los principios, entonces podemos juzgar
directamente los casos a los que pretendemos aplicarlos sin
necesidad de pasar por ellos. De hecho, no es una cuestión de
preferencias o de simplicidad, sino que, como vamos a ver, la
mera alusión a principios generales puede invalidar un
argumento. Pongamos un ejemplo concreto:
Un hombre quiere quedarse en casa una tarde para ver por televisión un partido de fútbol importante, pero tiene que trabajar, y su hijo le sugiere que le diga a su jefe que está enfermo, pero el padre replica: no puedo hacer lo que me pides, porque sería mentir, y mentir va en contra de mis principios.
Estamos de acuerdo en que el hombre haría mal en mentir a su
jefe (aunque no podamos justificarlo aquí), pero afirmamos que
el argumento de los principios no es válido. En efecto, al
apelar al pretendido principio de "no mentir", transformamos el problema de
justificar que mentir al jefe fingiendo una enfermedad está mal,
en el problema de justificar que mentir está mal en cualquier
circunstancia, para deducir después de ahí el caso particular
que nos interesa. Ahora bien, con esto hemos convertido nuestro
objetivo en un imposible, porque no es cierto que mentir esté
mal en cualquier circunstancia. Consideremos este ejemplo:
Llaman a la puerta del hombre del ejemplo anterior, y es una vecina que le dice: "por favor, escóndeme y llama a la policía, que me persigue mi marido con intención de matarme porque me he olvidado de poner sal en la comida". El hombre la deja pasar y le deja su teléfono para llamar a la policía, pero, mientras tanto, vuelven a llamar a la puerta, y es el marido, que lleva un cuchillo en la mano y le dice: "¿Has visto a mi mujer, que tengo que ajustar unas cuentas con ella?", y el hombre le responde: "Sí, está aquí en el salón de mi casa, debo decírtelo porque mentir va en contra de mis principios". Y como el marido-asesino es corpulento y nuestro hombre es más bien poca cosa, pese a que éste trata de impedirle la entrada —porque sus principios le dicen que debe ayudar a la pobre esposa— el hecho es que el marido-asesino lo aparta de un empujón, entra, mata a su esposa y se entrega a la policía cuando finalmente llega.
Aunque no podemos justificarlo aquí, confiamos en que el lector
esté de acuerdo con nosotros en que el hombre ha hecho mal en
decir la verdad al asesino, y que habría hecho bien mandando sus
principios a hacer gárgaras y mintiendo. Más aún, seguro que el
lector sabe encontrar ejemplos —excepcionales, pero posibles— en
los que matar sea bueno, o robar sea bueno, etc. Así pues, si
pueden darse casos en los que un principio general no sea
aplicable, cuando alguien pretende justificar su conducta
aludiendo a uno de "sus principios", hay que exigirle que
justifique por qué tal principio es aplicable bajo cualquier
circunstancia o, en caso de que admita la posibilidad de
excepciones, por qué el caso concreto considerado no puede ser
una de esas excepciones. Volviendo a nuestro ejemplo: si
admitimos que, en algunos casos, mentir no es malo, ¿por qué no
puede ser uno de esos casos el que se plantea ante la
posibilidad de mentir al jefe para ver el fútbol? No afirmamos
—ni creemos— que lo sea, pero habrá que justificarlo: tener un
principio y aplicarlo a veces sí y a veces no, sin dar cuenta de
cuándo sí y cuándo no, no es tener un principio, es tener una
excusa cínica.
Lo que sucede en la práctica es que mucha gente, con toda su
buena intención, se imagina algunos casos claros en los que
mentir está mal, y de ahí extrae (irracionalmente) el principio
de que mentir está mal siempre. Luego, a la hora de aplicarlo,
si se encuentra con algún caso en el que el sentido común le
dice que procede mentir, simplemente se olvida del principio (lo
cual hasta le puede suponer un cargo de conciencia), y cuando su
sentido común le dice que no debe mentir, entonces se ampara en
él, de modo que el principio en cuestión es una mera fachada:
uno juzga primero (irracionalmente) si procede mentir o no, y
cuando la respuesta es que no, presenta el principio como
"argumento", cuando no es tal cosa ni por asomo.
Éste es buen lugar para denunciar cómo, a veces, los principios
o las creencias religiosas enmascaran una de las formas de
egoísmo más despreciables: hay quienes fingen preocuparse por
obrar bien, pero lo que realmente les preocupa, no es si obran
bien o mal, sino si pueden quedarse con la conciencia tranquila
por haber obrado de acuerdo con sus principios o creencias, sin
importarles lo más mínimo las consecuencias de sus actos. El
caso del hombre que dice al asesino dónde está su víctima es un
ejemplo de esta situación: alguien que actuara así prefiere
decir la verdad al asesino para no tener el cargo de conciencia
de haber mentido, antes que mentir y salvar la vida a la mujer
(lo cual no le produce cargo alguno de conciencia, pues —desde
su perspectiva farisea— el asesino no ha sido él, sino el
marido). Se trata, sin duda, de un ejemplo exagerado y
caricaturesco, pero no es difícil encontrar casos similares en
la realidad.
Conclusión Aunque
hayamos puesto algunos ejemplos con carácter ilustrativo, de
toda la discusión precedente sólo pretendemos extraer
consecuencias puramente negativas: si alguien quiere llegar a
distinguir honestamente el bien del mal deberá meditar
seriamente sobre la cuestión teniendo claro a priori que debe
abstenerse en todo momento de aceptar juicios basados en un
presunto sentido común (disfrazado de "moral natural" o con
cualquier otro nombre), o en sus propios sentimientos, o en sus
convicciones religiosas, o en unos hipotéticos principios que
esté dispuesto a dar por válidos de forma dogmática. Quien
considere que así se queda sin argumentos, tendrá que decidir
entre aferrarse a sus dogmas favoritos, convertirse en un
escéptico práctico o seguir leyendo a ver si lo que sigue le
parece razonable y convincente.
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la ética II |