John
Locke
LIBRO III
DEL ENSAYO SOBRE
EL ENTENDIMIENTO HUMANO
Capítulo X
ACERCA DEL ABUSO DE LAS PALABRAS
1. Abuso de las palabras
Además de la imperfección que se encuentra de
manera
natural en el lenguaje, y de la oscuridad y confusión que es tan
difícil de
evitar en el uso de las palabras, hay algunas faltas intencionales y
negligencias de que los hombres son culpables en esta
manera de la
comunicación, por las que hacen que estos signos sean menos
claros y distintos
en su significación de lo que naturalmente deben ser.
2. Primero, las palabras se
emplean muchas veces sin ninguna idea o con ninguna
idea clara
Dentro de esta clase, el abuso primero y
más palpable
consiste en el empleo de palabras sin ideas claras y distintas, o, lo
que es
peor, el de signos sin ninguna cosa significada. De éstos los
hay de dos
clases:
Primero, se pueden advertir, en todos los lenguajes, ciertas
palabras que, una vez examinadas, no significan ninguna idea clara y
distinta en
su uso apropiado y en su origen. Éstas, en su mayoría,
han sido
introducidas
por las diversas sectas de la filosofía y de la religión.
Porque sus autores o
promotores, bien por afectar a algo singular y fuera de las comunes
aprehensiones, bien por defender opiniones extrañas o por
ocultar alguna debilidad
de sus hipótesis, rara vez dejan de acuñar palabras
nuevas y tales que, si se
las examina bien, pueden con justicia calificarse de términos
sin
significado. Porque no teniendo ningún conjunto determinado de
ideas anejos a
ellos cuando fueron inventados, o al menos no teniendo ninguno que sea
congruente al ser examinadas esas ideas, no es de
extrañar que más tarde en el uso vulgar que hacen sus
partidarios, no serán
sino sonidos vacíos, con ninguna o muy escasa
significación, para aquellos que
piensan que es suficiente con ponerlos en su boca, como caracteres
distintivos
de su escuela o iglesia, sin tener la preocupación de examinar
cuáles son las
ideas precisas que significan. No necesito añadir aquí
más ejemplos, puesto
que todo hombre puede encontrar un amplio repertorio de ellos en sus
lecturas y
conversaciones. Y si alguien quiere estar mejor abastecido, los grandes
maestros en esta clase de términos, quiero decir los
escolásticos y
metafísicos (entre los que pienso se pueden incluir los
filósofos diletantes,
naturales y morales, de estas últimas edades) les pueden
proporcionar gran
abundancia donde contentarse.
3. Segundo, otras palabras
carecen de
significados distintivos
Hay otros que llevan este abuso aún más lejos,
los
cuales,
teniendo la poca precaución de no emplear palabras que en su
denotación
primaria apenas significan ideas claras y distintas anexas a estas
palabras, por una negligencia imperdonable, emplean con frecuencia
palabras que
la propiedad del lenguaje ha unido a ideas muy importantes, sin
ningún
significado realmente establecido. Sabiduría, gloria, gracia,
etcétera,
son
palabras que con frecuencia se encuentran en boca de los hombres; pero
si a
muchos de los que las emplean se les preguntara qué es lo que
quieren
significar con ellas, se quedarían sorprendidos y sin saber
qué
respuesta dar,
prueba evidente de que, aunque han aprendido esos sonidos, y los tienen
continuamente en sus labios, no tienen en sus mentes ninguna idea
determinada que
deseen comunicar a los demás por medio de dichos términos.
4 . Esto es debido a que los
hombres aprenden los nombres antes
de tener las ideas que les pertenecen
Habiendo sido acostumbrados los hombres
desde la cuna a
aprender palabras que fácilmente adquieren y retienen, antes de
haber conocido
o forjado las ideas complejas a las que van anejas, o que se encuentran
en las
cosas que pensaron significaban, continúan a lo largo de toda su
existencia
haciendo lo mismo; y, sin realizar los esfuerzos necesarios para fijar
en sus
mentes determinadas ideas, emplean sus palabras para significar sus
confusas
nociones, contentándose a sí mismos con las mismas
palabras que los demás,
como si estos sonidos llevaran necesariamente el mismo significado. Sin
embargo, aunque los hombres se ajustan a esto en los acontecimientos
ordinarios
de la vida, en los que encuentran que es necesario que se les
comprenda, para lo
que utilizan los signos necesarios, esta falta de significación
en sus
palabras, cuando se ponen a razonar sobre sus opiniones o intereses,
ocupa de
manera evidente sus discursos con una abundancia de ruidos
ininteligibles y
palabrería vana, especialmente en los asuntos morales, en los
que, al
significar las palabras numerosos y arbitrarios conjuntos de ideas, que
no
están reunidas de manera regular y permanente en la naturaleza,
son con
frecuencia meros sonidos o, al menos, evocan unas nociones oscuras e
inciertas
anejas a ellas. Los hombres toman las palabras que encuentran en uso
entre sus
vecinos, y para no parecer ignorantes de lo que significan, las emplean
confiadamente, sin romperse mucho la cabeza, para
determinar su sentido
exacto; de esta manera, además de la comodidad, obtienen otra
ventaja, a saber:
que como en tales discursos rara vez tienen la razón,
también rara vez se
convencen de que están equivocados, pues querer convencer de sus
errores a
hombres que no tienen unas nociones determinadas es lo mismo que echar
de su
habitación a un vagabundo que no tiene un
domicilio fijo. Yo pienso que ocurre así, pero cada
cual podrá observar en sí mismo y en los demás si
lo es o no.
5. En segundo lugar, la inconstancia en su aplicación
Otro gran abuso de las palabras es la
inconstancia en su uso.
Resulta difícil encontrar un escrito sobre cualquier tema,
especialmente sobre
alguno controvertido, en el que no se pueda observar, si se lee con
atención,
que las mismas palabras (por lo general, las de mayor importancia y
sobre las
que gira la argumentación) se usan algunas veces para significar
un conjunto de ideas simples, y otras para significar un
conjunto diferente, lo que
supone un total abuso del lenguaje. Siendo la finalidad de las palabras
el ser
signos de mis ideas, para comunicarlas a los demás, no por
ninguna
significación natural, sino por una imposición
voluntaria, resulta un claro
engaño y un abuso el que unas veces signifiquen una cosa y en
otras ocasiones
otra distinta; y si esto se hace intencionadamente, no podrá
reputarse más
que a una gran estupidez o deshonestidad. Y un hombre, en sus cuentas
con
otro, podría con la misma equidad hacer que los caracteres
numéricos
significaran unas veces un conjunto de unidades y otras otro diferente,
por lo
que, por ejemplo, el guarismo 3 significaría unas veces tres,
otras cuatro y
otras ocho, pues tendría el mismo derecho para ello que el que
le asiste para
que, en sus discursos o razonamiento, las palabras signifiquen
conjuntos
diferentes de ideas simples. Si los hombres actuaran así en sus
negocios, me
gustaría ver quién los realizaba. El que se expresara de
esta manera en los
asuntos y negocios del mundo, y algunas veces llamara al ocho siete, y
otras
nueve, según sus conveniencias, rápidamente sería
motejado con uno de los
nombres que las personas tanto aborrecen. Y, sin embargo, en las
argumentaciones
y controversias eruditas, esta misma clase de procedimiento pasa
comúnmente
por ingenioso y docto, aunque para mí es una deshonestidad
mayor que la suplantación de cuentas cuando se va a saldar una
deuda; y me
parece que el engaño será tanto mayor cuanto mayor es el
valor de la verdad y
su trascendencia que el dinero.
6. En tercer lugar, la afectada
oscuridad, como
ocurre con los
peripatéticos y otras sectas de filósofos
Otro de los abusos del lenguaje consiste en una oscuridad
afectada, bien aplicando a las palabras significaciones nuevas o
desusadas,
bien introduciendo términos nuevos o ambiguos, sin definirlos o
poniéndolos
juntos, de modo que su significado usual resulte confuso. Aunque la
filosofía
peripatética ha sobresalido en este procedimiento, otras sectas
no han sido
mucho más claras. Apenas existe alguna de éstas (tal es
la imperfección del
conocimiento humano) que no intente cubrir con la oscuridad de sus
términos sus
problemas, pues haciendo confusa la significación de las
palabras, éstas
impiden, como una neblina ante los ojos de la gente, que se descubran
sus puntos
más débiles. Que cuerpo y extensión signifiquen en
el uso común dos ideas
distintas, es algo evidente para quien reflexione un poco; pues si sus
significados fueran exactamente los mismos, sería tan acertado e
inteligible
decir «el cuerpo de una extensión» como «la
extensión de un cuerpo»; y, con
todo, hay algunos que piensan es necesario confundir el significado de
estos dos
términos. A este abuso y a los perjuicios que trae consigo el
confundir la
significación de las palabras, la lógica y las ciencias
liberales le han dado
su aprobación, tal y como se han practicado en las escuelas; y
el admirado Arte
de la Controversia ha contribuido mucho a la natural
imperfección de los
lenguajes, puesto que se ha usado para desdibujar la
significación de las
palabras más que para descubrir el conocimiento y la verdad de
las cosas; y el
que quiera adentrarse en el estudio de esta
clase de escritos
doctos, encontrará que las palabras son mucho más
oscuras, inciertas e
indeterminadas en su significado, que lo son en la conversación
normal.
7. La lógica y las disputas
han contribuido mucho
Inevitablemente tendrá que ocurrir
así mientras el ingenio
de los hombres se valore por su capacidad de disputar. Y si la fama y
los
galardones dependen de esta clase de triunfos, directamente
relacionados en su
mayor parte en las sutilezas y finuras de las palabras, no resulta
sorprendente que el ingenio del hombre empleado de esta manera, pudiera
confundir, en volver y sutilizar la significación de los
sonidos, de manera
que nunca le falte qué decir para oponerse o defender cualquier
cuestión, ya
que la victoria se adjudica no a quien tenga la razón de su
parte, sino a quien
aporte la última palabra en la disputa.
8. Se la llama sutileza
Aunque esta habilidad me parece muy inútil y totalmente
contraria a los caminos del conocimiento, ha pasado, sin embargo, por
recibir
los laudables y estimables nombres de sutileza y agudezas, y ha
obtenido
el
aplauso de las escuelas y el apoyo de una parte de los hombres doctos
del mundo. Y no resulta extraño desde el momento en que los
filósofos
de la
antigüedad (me refiero a esos filósofos disputantes y
enredosos a los
que
Luciano ridiculiza con tanta gracia como razón), y más
tarde los
escolásticos, deseando cosechar gloria y estimación por
su conocimiento
grande y universal, el cual resulta más fácil simular que
adquirir de
verdad,
encontraron en esto un buen motivo para encubrir su ignorancia,
mediante un
curioso e inexplicable juego de palabras confusas, y para
procurarse
la
admiración de los demás por medio de términos
ininteligibles, tanto más
capaces de producir asombro
cuanto más difíciles resultan de comprenderse. Empero,
como se puede
ver en
toda la historia, esos doctores tan profundos no fueron ni más
sabios
ni más
útiles que sus vecinos, y trajeron muy poca utilidad a la vida
humana o
las
sociedades en que vivieron, a no ser que la acuñación de
palabras
nuevas sin
la producción de objetos a los que aplicarlas, o el confundir y
oscurecer la
significación de las antiguas, provocando que todas las cosas
sean
causas de
polémicas y disputas, sea algo beneficioso para la vida del
hombre, o
digno
de la alabanza y el galardón.
9. Este saber es muy poco
beneficioso para la
sociedad
Porque por encima de todos estos sabios
polemizantes, de
todos estos doctores sapientísimos, fue a estadistas no
escolásticos a los que
los gobiernos del mundo debieron su paz, su seguridad y sus libertades;
y del
iletrado y minusvalorado mecánico (nombre que se desprecia) fue
de donde
recibieron los avances en las artes útiles. Sin embargo, esta
ignorancia
artificiosa y esta jerga cultista prevalecieron poderosamente en estos
últimos tiempos por el interés y el artificio de quienes
no han sabido
encontrar un camino más fácil de mantenerse en esa
autoridad y dominio que han
alcanzado que el de divertir a los hombres de negocios y a los
ignorantes
con palabras confusas, o empleando el ingenio y el ocio en intrincadas
disputas
sobre términos ininteligibles, manteniéndolos
perpetuamente en esos
intrincados laberintos. Además, no existe mejor manera de
conseguir la entrada
o sostener la defensa de cualquier extraña y absurda doctrina
que el de
envolverla con una legión de palabras oscuras, dudosas e
indefinidas; lo
cual, sin embargo, convierte a esos refugios más en guaridas de
ladrones o en
madrigueras de zorros que en fortalezas de valerosos guerreros. Y si
resulta
difícil desalojarlos no es por su fuerza,
sino por las zarzas y las
espinas y la espesura de la maleza con que se han envuelto, pues como
la verdad no
es inaceptable para la mente, no le queda otra defensa a lo absurdo que
la
oscuridad.
10. Pero destruye los
instrumentos del conocimiento
y la comunicación
De
esta manera, la docta ignorancia y ese arte de apartar a
los hombres del conocimiento verdadero se ha propagado en el mundo
(incluso
entre las personas más inquisitivas) y, pretendiendo esclarecer
el
entendimiento, lo ha confundido en gran medida. Pues vemos que otros
hombres bien
intencionados y sabios, cuya educación y circunstancias no les
han
permitido
adquirir esa «sutileza», pueden comunicarse de manera
inteligible con
los
demás, y beneficiarse del lenguaje en su uso normal. Pues aunque
los
hombres iletrados entienden suficientemente bien las palabras blanco,
negro, etc., y
poseen constantes nociones de las ideas que esas palabras significan,
sin
embargo hay filósofos que tuvieron la suficiente
erudición y sutileza
como para
probar que la nieve era negra, es decir, para probar que lo blanco era
negro. Y
como ellos tenían la ventaja de poder destruir los instrumentos
y
significados
del discurso, de la conversación, de la instrucción y de
la sociedad,
no han
hecho, con su gran arte y sutileza, sino embrollar y confundir la
significación
de las palabras, y de esta manera han hecho el lenguaje menos
útil de
lo que
sus verdaderos defectos lo habían hecho; talento que el iletrado
no ha
conseguido alcanzar aún.
13. Y no debe pasar
por un saber
No voy a examinar aquí si algunos
han sido los
causantes
de todo esto por el interés de sus profesiones; pero me
gustaría que se
considerase si no sería bueno para el género humano, cuyo
mayor interés está
en conocer las cosas como son y en actuar como deben, y no en gastar
sus vidas
en hablar sobre ellas, dando vueltas y jugando con las palabras, si no
sería
bueno, digo, que el uso de las palabras fuese llano y directo, y que el
lenguaje, que nos ha sido dado para perfeccionar el conocimiento y
unirnos a
la sociedad, no se empleara en destruir la verdad y camuflar los
derechos de
los pueblos, para sembrar tinieblas y hacer ininteligibles a la vez la
moral y
la religión o, al menos, si tiene que suceder así,
¿no tendrían que dejar
de tenerse como ciencia y conocimiento?
16. Esto hace que los
errores se
mantengan
Pero cualesquiera que sean los
inconvenientes que se siguen
de estos errores en el empleo de las palabras, estoy seguro de que, por
el uso
constante y familiar, se provoca que los hombres acepten nociones muy
lejanas
de la verdad de las cosas. Resulta un asunto muy arduo el persuadir a
alguien de
que las palabras de su padre, de su maestro, del reverendo de su
parroquia o de
aquel insigne doctor no significan nada que tenga una existencia real
en la
naturaleza, lo cual, quizá, no es una de las menores causas que
hacen tan
difícil el que los hombres abandonen por completo sus errores,
incluso en
opiniones meramente filosóficas, en las que no existe más
interés que la
verdad. Porque como las palabras que ellos han estado utilizando
durante tanto
tiempo están firmemente grabadas en sus mentes, no resulta
extraño que sea difícil suprimir las nociones equivocadas
que van anejas a
estas palabras.
22. Al proceder mediante la suposición de que las palabras
que usamos tienen una significación cierta y evidente que los
hombres deben
entender necesariamente
En sexto lugar, aún queda otro abuso más general,
aunque tal
vez menos observado, de las palabras que consiste
en que los hombres, acostumbrados por un uso
familiar a anexarlas a determinadas ideas, tienden a imaginar que
existe una
conexión tan cercana y necesaria entre los nombres y el
significado con el
que los usan, que suponen atrevidamente que uno no puede sino entender
lo que
significan, y que por tanto uno debe aceptar las palabras como si no
hubiera
duda de que, en el uso de esos sonidos comunes recibidos, el hablante y
el
oyente tenían necesariamente las mismas ideas precisas. De donde
deducen que
cuando han usado en el discurso algún término, han
puesto, como si
dijéramos, delante de los demás la misma cosa de la que
están hablando. Y de
esta manera, tomando las palabras de los otros como si naturalmente
significaran justo lo que ellos están acostumbrados a
aplicarlas, nunca se
molestan en explicar sus propios significados, o en entender claramente
el
significado de los demás. De aquí proceden
comúnmente tanto ruido y tantas
querellas que en nada sirven a la información, en tanto los
hombres tomen las
palabras como señales constantes y regulares de nociones
aceptadas, cuando
realmente no son sino signos voluntarios e inestables de sus propias
ideas. Y,
sin embargo, los hombres se extravían si en el discurso o en una
disputa (en
las que a menudo se hace absolutamente necesario) se les pregunta el
significado
de los términos que emplean; aunque las argumentaciones que
todos los días
pueden advertirse en las conversaciones hacen evidente que sólo
existen unos
cuantos nombres de ideas complejas que dos hombres usen para designar
precisamente la misma colección de ideas. Resulta sumamente
difícil encontrar
una palabra que no sea un claro ejemplo de esto. Vida es uno de los
términos
familiares, y casi resulta imposible encontrar a nadie que no se
ofendiera si se
le preguntara lo que quería significar con él. Y, sin
embargo, cuando surge la
cuestión de si una planta que se ha desarrollado de una semilla
tiene vida, si
el embrión de un huevo antes de su incubación, o un
hombre privado de sentidos
y movimientos tienen o no vida, es fácil advertir que no siempre
acompaña una idea clara, distinta y fija al
empleo
de una palabra tan conocida como es ésta de vida. Algunos
hombres tienen
comúnmente ciertas concepciones groseras y confusas, a las que
aplican las
palabras comunes de su lenguaje, y que un empleo tan difuso de sus
palabras le
sirve adecuadamente para sus discursos o asuntos habituales. Pero esto
no
basta para las investigaciones filosóficas: el conocimiento y el
razonamiento
requieren ideas precisas y determinadas. Y aunque los hombres no
serán tan
inoportunamente ingenuos como para no entender lo que dicen los
demás y no
exigir una explicación de sus términos, ni tan
críticos a ultranza como para
corregir a los demás en el uso de las palabras que reciben de
éstos, sin
embargo, cuando se aúnan verdad y conocimiento en un asunto, no
veo qué falta
se puede cometer por exigir la explicación de términos
cuyo sentido parece
dudoso, o por qué un hombre ha de avergonzarse por su ignorancia
sobre el
sentido de las palabras que otro emplea, puesto que no tiene otra
manera de
informarse de su significado que no sea la explicación del otro.
Este abuso
de tomar las palabras sin examen en ninguna parte se ha extendido
tanto, ni ha
tenido tan perjudiciales efectos, como entre los hombres de letras.
La
multiplicación y la obstinación en las disputas, que
tanto han perjudicado
el mundo intelectual, no obedecen más que a este uso de las
palabras. Pues
aunque generalmente se crea que hay una gran diversidad de opiniones en
los
libros y distintas controversias que existen en el mundo, sin embargo,
lo
único que encuentro que hacen los hombres doctos de diferentes
bandos es, en
sus argumentaciones encontradas, hablar lenguajes diferentes. Y me
inclino a pensar que cuando cualquiera de ellos abandona los
términos y piensa sólo
en las cosas, sabiendo lo que piensa, piensa lo mismo que los
demás, aunque
quizá sean diferentes sus intenciones.
34. Séptimo, a menudo
se hace también un abuso del lenguaje por las expresiones
figuradas
Desde el momento en que el ingenio y la
fantasía tienen en
el mundo una mejor acogida que la seca verdad y el conocimiento real,
las
expresiones figuradas y las alusiones en el lenguaje
difícilmente
podrán ser
admitidas como una imperfección o abuso de éste. Admito
que en los
discursos
en los que pretendemos más el placer y el agrado que la
información y
el
aprovechamiento, semejantes adornos tomados de ellos no pueden pasar
por faltas. Sin
embargo, si queremos hablar de las cosas como son, debemos admitir que
todo el
arte de la retórica, exceptuando el orden y la claridad, todas
las
aplicaciones
artificiosas y figuradas de las palabras que ha inventado la
elocuencia, no
sirven sino para insinuar ideas equivocadas, mover las pasiones y para
seducir
el juicio, de manera que no es sino superchería y, por tanto,
por muy
laudables o adecuados que puedan ser la oratoria en las arengas y
discursos
populares, es cierto que en todos los discursos
que pretendan informar o instruir debe ser
totalmente evitada; y cuando concierne a la verdad o al conocimiento,
no puede
sino tenerse por gran falta, ya del lenguaje, ya de la persona que hace
uso de
ella. Cuál y cuán varias sean, es superfluo
señalarlo aquí; los libros de
retórica, abundantes en el mundo, pueden instruir a los que
deseen informarse.
Solamente no puedo sino observar lo poco que se preocupan de la
conservación y
el aprovechamiento de la verdad y del conocimiento, ya que las artes de
la
falacia son las elegidas y preferidas. Es evidente en qué gran
medida los
hombres aman el engaño y el ser engañados, puesto que la
retórica, ese
poderoso instrumento del error y la falacia, tiene sus profesores
establecidos, es públicamente enseñada y ha sido siempre
tenida en gran
reputación; y no dudo que se tenga por gran atrevimiento, sino
por brutalidad,
el que yo haya dicho todo lo anterior en su contra. La elocuencia, como
el sexo
bello, tiene encantos demasiado atractivos para que se permita hablar
en su
contra. Y resulta inútil intentar buscar los defectos de
aquellas artes de
engaño cuando los hombres encuentran placer en ser
engañados.