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LA INTUICIÓN

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Edwin Abbott, un estudioso de Shakespeare que vivió en la época victoriana, imaginó un mundo plano al que llamó Flatland. En él vivían círculos, cuadrados, triángulos y otras figuras geométricas, que se vieron conmocionadas cuando en su mundo plano irrumpió un ente tridimensional. Se ha discutido mucho sobre los problemas que plantearía la existencia de Flatland y si tienen o no solución, pero en lugar de entrar en ello vamos a diseñar un mundo plano libre de todos esos inconvenientes.

Supongamos que cogemos a un recién nacido y lo conectamos a una especie de Matrix muy particular: como en el Matrix original, estamos hablando de un ordenador que controla todas las terminaciones nerviosas del sujeto, pero en este caso no le proporciona ninguna sensación táctil y no le hace ver un espacio ficticio tridimensional, sino uno bidimensional. El niño oye una voz que le habla (alguien exterior a Matrix), y ve figuras planas, dibujos, etc. A su vez, puede interactuar con el plano: Matrix detecta los impulsos nerviosos que deberían mover la mano del niño y los traduce en dibujos sobre el plano. Así, igual que mi mano sigue mis instrucciones mentales, cuando él quiere que aparezca un dibujo en el plano, el dibujo aparece siguiendo las suyas. El niño también puede desplazarse por las distintas regiones del plano según su voluntad. (Por ejemplo, Matrix puede responder con movimientos del plano a los impulsos nerviosos que deberían mover determinados músculos.) A medida que el niño va creciendo, la voz que oye le enseña a hablar, a leer, a escribir, etc. Así, el niño se convierte en un adulto inteligente y racional, pero que no conoce su cuerpo ni el espacio que le rodea, sólo conoce el plano. En sus distintas regiones ha encontrado libros (zonas escritas en el plano) de todas clases: de matemáticas, de lengua, etc., pero nada, por supuesto, que haga referencia al mundo tridimensional exterior.

Probablemente, el joven tendrá inquietudes filosóficas, y le preguntará a la voz quién es, de dónde viene, cuál es el sentido de su vida, etc. Pongamos que la voz satisface su curiosidad con alguna historia sencilla. Por ejemplo, le dice que se llama Adán y que ha sido creado por él, Dios, a su semejanza, porque se sentía solo. Dios es también el creador del paraíso plano en el que vive, y sólo tiene que disfrutar de él. Eso sí, lo que no debe hacer nunca es acercarse a un cierto círculo rojo, ya que si se acerca a él morirá. (Es difícil de imaginar que alguien pueda creer un cuento así, pero supongamos que Adán se lo cree y no se acerca al círculo rojo. Esto no afecta a lo que nos interesa.)

Adán ha estudiado la aritmética y la geometría: conoce los polígonos, los círculos, las elipses, sabe calcular sus áreas, etc. También conoce la geometría analítica, en virtud de la cual, la geometría se puede traducir a álgebra representando cada punto del plano por un par de coordenadas numéricas. También sabe que si en lugar de considerar pares de números considera ternas, o cuádruplas, etc. y las manipula análogamente a como la geometría analítica requiere que manipule los pares, obtiene geometrías de cualquier número de dimensiones, con la única diferencia de que no puede imaginárselas, sino que son un mero artificio matemático.

En definitiva, tenemos un ser consciente similar en lo esencial a cualquiera de nosotros pero que en toda su vida sólo ha visto imágenes planas. Un día, Dios decide hacer un experimento con Adán, y le revela que el espacio que ve no es plano, como cree, sino que tiene tres dimensiones: lo que sucede es que todo lo que ha visto hasta el momento estaba situado en el mismo plano. Adán no puede creer lo que oye, y le pide a Dios que le muestre un objeto tridimensional. Entonces Dios le muestra la figura de la derecha. Adán la ve y se pregunta por la salud mental de Dios. ¿Dos cuadrados unidos por los vértices? ¿eso es una figura tridimensional? Dios le explica que se trata de un cubo, un poliedro tridimensional formado por seis caras cuadradas iguales. Adán sabe lo que es un cubo: puede formarse uno duplicando un cuadrado, desplazando una de las copias en la tercera dimensión y uniendo los vértices de ambas copias, pero, claro, eso es imposible de hacer en la práctica porque no hay una tercera dimensión. Lo que ha hecho Dios es reducir la copia y situarla dentro del otro cuadrado. Es cierto que lo que sale es un buen esquema bidimensional de lo que debería ser un cubo tridimensional, pero no por ello deja de ser una figura plana. Por ejemplo, si fuera un cubo, las tres aristas que confluyen en cada vértice deberían ser perpendiculares dos a dos, y es evidente que no lo son.

Por más que Dios trata de explicar a Adán cómo debe concebir la figura para entenderla como tridimensional, sus esfuerzos son vanos. El cerebro de Adán no es capaz de imaginar nada en tres dimensiones. De niño podría haber aprendido a interpretar sus percepciones como tridimensionales, igual que los niños aprenden fácilmente el idioma que escuchan, pero ahora Adán es como un adulto que trata de aprender un nuevo idioma y no es capaz. Evidentemente, no podemos afirmar a priori qué le sucedería realmente a un ser humano en las circunstancias de Adán, pero si el lector cree que Dios sí que podría reeducar el entendimiento de Adán porque los seres humanos llevamos la tridimensionalidad pregrabada en nuestro cerebro o que éste siempre tendrá la capacidad de aprenderla ante los estímulos adecuados, añadiremos a nuestra historia que Adán no es un ser humano normal, sino que ha sido manipulado genéticamente y su cerebro ha sido intervenido para eliminar de él toda capacidad de asimilar la tridimensionalidad.

Si al lector le resulta difícil ponerse en el lugar de Adán, incapaz de entender que la figura que Dios le muestra es la de un cubo, que suponga que, de repente, oye la voz de Dios que le anuncia que le va a enseñar un objeto de cuatro dimensiones, y lo que le muestra es la figura de la derecha. Dios le explica que se trata de un hipercubo, es decir, de un cubo de cuatro dimensiones, que el cubo central que parece más pequeño no es en realidad más pequeño, sino que está más lejos en la cuarta dimensión. El hipercubo tiene ocho caras cúbicas iguales: vemos una más cercana (fuera) otra más alejada en la cuarta dimensión (dentro) y ambas están unidas por otros seis cubos oblicuos. Las cuatro aristas que llegan a cada vértice son perpendiculares dos a dos. El lector debería entender que esta figura es una buena representación de un hipercubo, pero se engañará a sí mismo si intenta convencerse de que está viendo algo más que dos cubos concéntricos unidos por sus vértices.

En resumen, dejando de lado los detalles particulares de este ejemplo, lo que queremos justificar con él es que, sin entrar en si ello podría ocurrir con un ser humano, dotado de su cerebro humano:

Nada nos asegura a priori que no pudiera existir un ser consciente análogo a nosotros salvo por el hecho de que sitúa sus percepciones en un espacio plano y es incapaz de interpretar una imagen plana (como las que se plasman en nuestra retina) en términos de la geometría tridimensional.

No estamos afirmando siquiera que quepa la posibilidad de que un ser así exista de forma espontánea, es decir, que pueda existir un universo en el que evolucionen formas de vida que sólo conozcan un mundo plano y sean capaces de alimentarse, reproducirse, etc. Sólo afirmamos que, dichos seres conscientes podrían existir teóricamente como experimentos de laboratorio, al estilo de nuestro Adán. Tampoco estamos afirmando que un ser inteligente incapaz a priori de imaginarse la geometría tridimensional no sea capaz de llegar a imaginársela al tratar de entender percepciones susceptibles de ser interpretadas tridimensionalmente. Al decir que Adán es incapaz sólo estamos diciendo que es posible que alguien no sea capaz de resolver el problema, no que el problema sea insoluble.

Probablemente, el lector habrá adivinado que este ejemplo está encaminado a explicar el papel que desempeña el concepto de "espacio" en nuestro conocimiento, pero antes de entrar en ello conviene complementar el ejemplo con otro mucho más simple: supongamos que nos presentan un mensaje cifrado, por ejemplo:

Fm cbscfsp ef Tfwjmmb ft vñb pqfsb jubmjbñb.

En principio, no tenemos ni idea de qué puede significar, pero si queremos descifrarlo tenemos que empezar por algún sitio. Puesto que las letras están agrupadas en bloques que podrían ser palabras, podemos adoptar como primera hipótesis de trabajo que se trata de una frase (supongamos que en castellano) en la que cada letra ha sido sustituida por otra. Nos llama la atención el bloque mm que aparece en la cuarta palabra. Los casos más frecuentes de repetición de una letra en una palabra castellana son los bloques "ll" y "rr". Descartamos el segundo porque entonces la primera palabra acabaría en "r", y ninguna palabra de dos letras acaba en "r". Suponemos, pues, que la "m" ha de traducirse por "l", y así, la primera palabra será "El" o "Al".

Ahora nos llama la atención que las tres últimas palabras acaban en "b". Esta letra podría ser entonces la "o" o la "a", pero es más probable la "a", ya que entonces "vñb" podría ser el artículo "una", mientras que el artículo masculino sería "un" y no "uno". Con estas conjeturas, la frase sería:

El     _a_ _ e_ _     _e     _e_ _lla     e_     una     _ _e_a     _ _al_ana.

Es razonable sospechar que la quinta palabra es el verbo "es", de modo que la frase parece significar que "algo es una algo". La cuarta palabra se convierte (respetando la mayúscula del mensaje) en Se_ _lla. Si es un nombre propio, podría ser Sevilla, con lo que la palabra precedente sólo puede ser "de", y entonces tenemos

El     _a_ _e_ _     de Sevilla es una     _ _ e_a     i_aliana.

Es fácil ahora adivinar las dos últimas palabras, o también podemos darnos cuenta de que la asignación entre cada letra y su significado sigue un criterio muy simple: hay que sustituir cada letra por su anterior en el abecedario, lo que nos da finalmente que

El barbero de Sevilla es una ópera italiana.

Cualquiera que haya seguido este proceso, u otro similar con algunos pasos en falso (que aquí nos hemos ahorrado por brevedad), habrá terminado aprendiendo dos cosas (al menos, si tenía alguna garantía de que el mensaje es digno de crédito):

  1. El mensaje había sido cifrado reemplazando cada letra por su siguiente en el orden alfabético usual.
  2. El barbero de Sevilla es una ópera italiana.

Sin embargo, hemos llegado a cada una de estas conclusiones por un camino diferente. Podemos expresar la diferencia diciendo que 1) lo hemos supuesto a priori (como condición necesaria para leer el mensaje), mientras que 2) lo hemos sabido a posteriori (tras leer el mensaje).

Kant fue el primero en establecer esta distinción, no en este contexto, sino en el que realmente nos va a interesar, y ha sido uno de los puntos más incomprendidos de su filosofía, pues muchos han tratado de refutarla bajo el equívoco de que "a priori" significa lo mismo que "arbitrariamente". Lo único que expresa realmente la distinción entre "a priori" y "a posteriori" es que para interpretar un mensaje (o, en general, cualquier cosa susceptible de ser interpretada de un modo u otro) es necesario decidir qué código vamos a usar para ello, y que esta decisión la podré tomar basándome en mil criterios, pero entre esos mil no se encuentra ciertamente el de leer el mensaje, porque, mientras no tenga el código, no puedo leerlo. Más aún, aunque pudiera, el mensaje no tiene por qué decirme nada sobre el código en que está escrito. Aunque el mensaje anterior hubiera sido "Soy una frase castellana en la que cada letra ha sido sustituida por la siguiente en el alfabeto.", ello no habría ayudado en nada a su interpretación (lo que sí que habría ayudado es que así  el mensaje habría sido más largo), pues cuando hubiéramos estado en condiciones de leer la frase ya habríamos averiguado el código por nosotros mismos. Pero, de hecho, la frase no hablaba de códigos, sino de ópera.

Por otra parte, lo fundamental es que reconocer que no puedo leer un mensaje para aprender a leerlo no excluye que pueda estudiar y analizar un mensaje para aprender a leerlo, que es precisamente lo que hemos hecho en el ejemplo. Para llegar a entenderlo, hemos tenido que suponer a priori que era una frase castellana, que la m significaba l, etc. Aunque hemos evitado pasos en falso por brevedad, si alguien se enfrenta realmente a ese mensaje es poco probable que llegue a entenderlo sin haber hecho hipótesis a priori que después se vea obligado a descartar porque no conducen a ningún sitio.

Sin embargo, no podemos decir que, indirectamente, el mensaje determina su código como la única forma en que puede ser entendido. Para empezar, aquí interviene la racionalidad. Otra persona, ante el mensaje anterior, podría haber concluido que el mensaje está escrito en marciano (transcrito al alfabeto latino), que significa "Saludos desde Marte, amigos terrícolas", y que lo sabe porque él ha sido abducido en varias ocasiones por los marcianos y ha aprendido algo de su idioma. Salvo que esta persona sea capaz de mostrarnos una gramática marciana y un diccionario marciano, elaborados independientemente del mensaje, y con los cuales, ciertamente, el mensaje tenga dicha interpretación, deberemos calificar de dogmática su conclusión. Cualquiera puede "concluir" que el mensaje significa cualquier cosa si supone, no sólo a priori, sino también arbitrariamente, que significa lo que le apetezca suponer. Si no somos capaes de encontrar un argumento racional que avale de algún modo la elección de un código frente a otras elecciones posibles, la única respuesta honesta que podemos dar (honesta en el sentido de racional) es que no sabemos leer el mensaje.

Por otro lado, cabe la posibilidad de que el mensaje no tenga una interpretación única. Por ejemplo, si oigo decir "yovi rosas sekas",  supondré que alguien ha pronunciado la frase castellana "Yo vi rosas secas", pero alguien puede hacerme notar que tal vez la persona que dijo eso estaba hablando en latín y quería decir "Iovi rosas secas", en cuyo caso el significado sería "Cortas rosas para Júpiter". Si resulta que quien ha pronunciado la frase es alguien consciente de las dos interpretaciones posibles, y lo ha hecho simplemente para ponerme en la duda, entonces no tiene sentido afirmar que lo que he oído significa una cosa u otra realmente.

Afortunadamente, aunque más adelante tendremos que enfrentarnos a dificultades de este tipo, no nos van a afectar para lo que queremos abordar aquí. Ahora ya estamos en condiciones de plantearlo con claridad:

En la página anterior hemos concluido que, en mi conciencia, las percepciones aparecen acompañadas de una interpretación, y a esta capacidad de obtener interpretaciones de mis percepciones es a lo que hemos llamado entendimiento. Ahora bien, en esta interpretación de mis percepciones puedo distinguir dos niveles o etapas. Hay un primer nivel en el que el código de interpretación me viene impuesto por el entendimiento, y mi conciencia no puede más que aceptar la interpretación que recibe, mientras que otra serie de conclusiones pueden variar según el código que decida aplicar.

A esta capacidad de intepretar mis percepciones hasta cierto punto de modo unívoco y sin alternativa la llamaremos intuición. En latín, el verbo intueri significa "ver", y aquí vamos a usar la palabra "intuición" en un sentido más amplio que no excluye aplicarla a los ciegos. También llamaremos intuiciones a las representaciones o contenidos que nos proporciona la intuición que, como veremos, no son lo mismo que los contenidos o representaciones que nos proporciona la percepción. A éstos los llamamos percepciones o también sensaciones.

Ante todo, el nivel intuitivo de nuestro entendimiento abarca trivialmente el nivel sensorial: si veo algo blanco, puedo plantearme si estoy viendo una gaviota blanca o un avión blanco, pero no puedo dudar de que estoy viendo algo blanco. Lo que sucede es que con esto no estoy interpretando nada, es como si en el mensaje cifrado anterior observamos que la primera letra es una F. Si no estamos seguros de esto, es que no conocemos realmente el mensaje que pretendemos descifrar. Es imposible percibir algo blanco y no ser consciente de que estamos percibiendo algo blanco.

Supongamos, por concretar, que mi percepción tiene la forma que indica la figura de la derecha. En tal caso, no sólo tengo conciencia de estar percibiendo algo blanco, sino también de que ese algo tiene forma de cubo. Dicho de otro modo, estoy intuyendo un cubo. Un ciego de nacimiento no puede percibir, ni, por consiguiente, intuir el color blanco, pero sí que puede percibir sensaciones táctiles que le conduzcan igualmente a la intuición de un cubo. El Adán de nuestro ejemplo también tiene una capacidad de intuir, pero su intuición no es la misma que la nuestra. Ante esta misma figura, él afirmará que está viendo un hexágono irregular sobre el que se han trazado tres rectas que unen tres de sus vértices con un mismo punto interior.

Si tratáramos de discutir con Adán sobre quién tiene razón, en el fondo la discusión sería análoga a la de si "secas" es el femenino plural de "seco" en castellano o la segunda persona singular del presente de indicativo de "secare" en latín. Pero imaginemos ahora que no estamos ante esta figura estática, sino que tenemos un cubo en nuestras manos y lo vamos moviendo, de modo que en cada momento vemos una imagen diferente. Nosotros diremos que, aunque tengamos percepciones diferentes en cada momento, estamos teniendo una misma y única intuición, a saber, la de un cubo observado desde diferentes ángulos. Adán no tiene manos, pero si le mostramos un cubo en movimiento, dirá que ve una figura geométrica que va cambiando de forma. Podríamos hacerle ver que los cambios no son caprichosos, sino que corresponden a distintas proyecciones en el plano de un cubo tridimensional. Adán puede entender esto, pues es capaz de trabajar analíticamente con la geometría de tres dimensiones, y podrá conceder que interpretar lo que ve como proyecciones de un cubo tridimensional es la mejor explicación posible; pero esto no lo capacitará necesariamente para imaginarse un cubo tridimensional. Es perfectamente posible que sea incapaz de ello, de que carezca, en suma, de una intuición equiparable a la nuestra.

Podemos plantearlo al revés: imaginemos que, al igual que en una pantalla de cine vemos proyecciones bidimensionales de una realidad tridimensional y sabemos interpretarlas como tal, si un ordenador nos mostrara proyecciones tridimensionales holográficas de una realidad cuatridimensional, de modo que pudiéramos ver hipercubos y otras figuras en movimiento, ¿podríamos acabar formándonos una imagen intuitiva de un hipercubo? No creo que podamos responder a priori que no, pero lo que sí que puedo afirmar trascendentalmente, es decir, con la seguridad de que lo sé porque estoy hablando sobre mi propia conciencia, es que hoy por hoy soy capaz de imaginarme un cubo de tres dimensiones, pero no uno de cuatro dimensiones. Puedo pensar coherentemente en cubos de cuatro dimensiones, puedo decir con pleno rigor matemático que un hipercubo tiene 16 vértices, puedo calcular las proyecciones tridimensionales de un hipercubo con toda exactitud, pero no sé intuir un hipercubo.

En resumen, vemos cómo una misma percepción (la de la figura anterior) puede ser interpretada como un cubo tridimensional o (si cambiamos de código) como un hexágono irregular plano. Ahora bien, son conciencias distintas las que lo interpretan de una forma u otra. Lo cierto es que si yo estoy ante una figura cúbica, tendré unas sensaciones como las que tengo al mirar la figura, pero con ellas tendré la conciencia de que estoy viendo un cubo tridimensional y no un hexágono plano. Eso es lo que veo y no puedo ver otra cosa. No tengo alternativa.

Ahora debería estar claro lo que queremos decir al afirmar que, en un primer nivel:

Mi entendimiento interpreta mis percepciones aplicando a priori, a modo de "gramática", la llamada geometría tridimensional euclídea.

Esta afirmación tiene las mismas características que cualquier otra afirmación trascendental: no es una identidad lógica, pues es posible concebir alternativas. El Adán de nuestro ejemplo es una de ellas. Es un ser consciente que, ante unos mismos datos, no es capaz, al contrario que yo, de interpretarlos como una imagen tridimensional. Sin embargo, yo puedo asegurar que cualquier cosa que perciba, o bien podré interpretarla en términos de la geometría tridimensional euclídea, o bien no sabré interpretarla en modo alguno. No puedo garantizar a priori que todas las percepciones que vaya a tener en un futuro se dejen entender intuitivamente. ¿Qué ocurriría si un día pudiera ver y tocar un objeto como el que muestra la figura de la derecha? No puedo asegurar a priori que ello no vaya a suceder, y la razón es que Matrix podría perfectamente hacer que yo viera y tocara algo así. Tampoco puedo afirmar a priori que yo no podría adquirir la capacidad de representarme intuitivamente un espacio de más de tres dimensiones o un espacio no euclídeo, pero lo que sí que puedo decir es que, hoy por hoy, no tengo esa capacidad.

En la página siguiente examinaremos con más detalle lo que queremos decir exactamente cuando afirmamos que nuestra intuición es euclídea. El resto de esta página lo dedicaremos a precisar el concepto de intuición y su relación con la percepción y la experiencia.

Supongamos que ante mí hay un dado. Percibo una forma blanca con manchas negras en forma elíptica, si bien la intuición que llega a mi conciencia es la de una figura cúbica con manchas negras circulares en sus caras (los círculos se ven como elipses porque están de lado, pero son círculos). A partir del brillo y la tonalidad particular del dado (que también forman parte de la intuición que tengo del mismo) en mi conciencia puede haber aparecido la convicción de que estoy ante un dado de plástico; sin embargo, alguien puede hacerme ver que no es de plástico, sino de madera barnizada, o tal vez de marfil. Si, efectivamente, me convenzo de mi error, dejaré de "ver" un dado de plástico y pasaré a "ver" un dado de marfil, o de lo que sea. Ahora bien, nadie puede convencerme de que el dado que veo es esférico y no cúbico. Eso es imposible. A lo sumo, podría descubrir que en una de sus caras posteriores tiene una oquedad que hace que no sea estrictamente un cubo, pero si puedo cogerlo con mis manos y examinarlo por todas partes y concluyo que es un cubo, nada ni nadie podrá convencerme de que me equivoco: lo que veo es un cubo. En cambio, cualquier afirmación que haga sobre el material del que está hecho, sobre su utilidad, etc., trasciende el plano intuitivo y será problemática. En principio, incluso podría convencerme de que no se trata de un dado, sino de un marciano que está visitando la Tierra, esto sí: de un marciano con forma de cubo blanco y con motitas negras.

Quizá este ejemplo sea ilustrativo: imaginemos que nos encontramos con la frase "Lo barato es caro". Podemos comparar las sensaciones con las letras que vemos al leer la frase: es indudable que primero hay una L, luego una o, etc. Nuestra forma particular de intuición (que nos distingue, por ejemplo, de Adán) se corresponde con el hecho de que somos castellanohablantes y no sabemos interpretar lo que leemos más que en castellano. Así, la intuición de ver un cubo con motitas negras se corresponde con la lectura inequívoca: "Lo barato es caro". Finalmente, el hecho de que nuestro entendimiento pueda llevarnos a la convicción de que estamos viendo un dado de madera, o de marfil, o de plástico, equivale al hecho de que podemos entender que la frase es una contradicción lógica (ya que lo barato es barato y no caro), si bien alguien puede hacernos caer luego en la cuenta de que esto puede entenderse como que las cosas baratas suelen ser de mala calidad y, a la larga, resultan caras, y que esto es lo que realmente quiso expresar quien concibió la frase.

Supongamos que el dado se encuentra ante un espejo. Entonces tengo dos grupos de sensaciones con formas bastante diferentes, aunque ambas sean blancas con motitas negras, las cuales aparecen interpretadas en mi conciencia como dos intuiciones casi idénticas (idénticas salvo por el hecho de que una es simétrica de la otra). Puedo afirmar que estoy intuyendo dos dados y, sin embargo, no sería razonable decir que en mi experiencia aparecen dos fenómenos. Mejor dicho: sí que hay dos fenómenos, pero no son dos dados, sino un dado y un espejo. El dado que mi intuición sitúa más cercano a mí es una intuición en que se funda mi entendimiento para convencerme de que estoy ante un fenómeno que, concretamente, es un dado; mientras que el dado más alejado, junto con una imagen con la forma de una persona simétrica de mí mismo, que mi intuición sitúa más lejos que el segundo dado, son las intuiciones en las que se funda mi entendimiento para convencerme de que ante mí hay un segundo fenómeno, que, concretamente, es un espejo.

Por definición, mi intuición no se equivoca cuando me dice que veo dos dados y una persona (aparte de mí mismo), porque eso es precisamente lo que estoy viendo, y mentiría si dijera que estoy viendo otra cosa; pero mi entendimiento se equivocaría si dijera que, ante mí, en mi experiencia, hay dos dados y una persona. Uno de los dados es empíricamente real, es un fenómeno situado ante mí, mientras que el otro dado y la persona son intuiciones empíricamente ideales, sólo son imágenes que se forma mi intuición, pero que no corresponden con ningún fenómeno. Lo empíricamente real es el espejo. Por poner un ejemplo clásico, si veo un palo parcialmente sumergido en el agua, tengo la intuición de un palo quebrado, y tengo la seguridad trascendental de estar viendo un palo quebrado. No puedo estar equivocado en eso. Sin embargo, me equivocaría si dijera que la experiencia me muestra un palo quebrado. Si saco el palo del agua y compruebo que es recto (a priori, podría estar realmente quebrado), aunque lo vuelva a meter, podré seguir diciendo que mi experiencia me muestra un palo recto, que mi intuición me presenta como quebrado a causa de la refracción.

Ver un palo quebrado en el agua es como leer que "el cielo es verde". Es falso, pero si leo "el cielo es verde", lo que he leído, inequívocamente, es que el cielo es verde. Otra cosa es el crédito que dé a lo que he leído. En otras palabras, el entendimiento, en el segundo nivel de interpretación, que parte, no ya de las sensaciones, sino de las intuiciones, puede revisar críticamente las conclusiones del primer nivel. (Comparar con el ejemplo sobre la frase "lo barato es caro", más arriba.) Esto nos lleva al concepto de "realidad", pero no vamos a seguir de momento en esta dirección porque nos alejaría de nuestro análisis de la intuición.

Lo dicho no implica que mi intuición no pueda equivocarse. Pensemos en el caso en que veo una torre a lo lejos y me parece cilíndrica, pero cuando la veo de cerca me doy cuenta de que su planta es octogonal. Lo que sucede en este caso es que mi intuición de la torre lejana es ambigua. No es lo suficientemente precisa como para que yo pueda pronunciarme con fundamento sobre si es o no cilíndrica. Otra cosa es que yo, sin advertir que hay varias posibilidades me decante por una de ellas o, incluso que si alguien me pregunta si estoy seguro de lo que digo, yo "apueste" por que es cilíndrica y me equivoque.

Es como si oímos al joven que le decía a su amada: ¿Cómo quieres que venga a verte, si el perro de tu padre sale a morderme? Si oímos esto, podemos entender que el joven tiene miedo a un perro propiedad de su futuro suegro, pero podemos caer en la cuenta de que también podría estar llamando perro a su futuro suegro, en cuyo caso no hay ningún perro real. Lo crucial es que aquí no dudamos entre interpretar la frase de acuerdo con la gramática castellana o la de otra lengua, sino que lo que sucede es que la frase admite dos interpretaciones, ambas conformes con dicha gramática.

Del mismo modo, al dudar sobre la forma de la torre, o al decantarnos directa y temerariamente por una opción, no estamos cuestionando el "código" con que interpretar nuestras percepciones. No podemos hacer tal cosa. Lo que sucede es que nos faltan datos para aplicar el código correctamente. Muy diferente es la situación cuando dudamos de si el dado es de marfil o de plástico, o si dudamos de si es un dado o un marciano que nos visita. Estas dudas no pueden achacarse a la falta de datos: yo puedo ver el dado, tocarlo, observar todas sus características, etc. No hay más datos que mi intuición me pueda ofrecer. Si me equivoco al determinar el material del que está hecho, estoy cometiendo un error similar al que cometo si interpreto mal una frase porque desconozco el significado correcto de una palabra; si digo que es un marciano, estoy cometiendo el mismo error que si veo una frase y, en vez de ceñirme a la gramática castellana, me invento un significado apelando a un idioma ficticio. En ambos casos, posibilidades distintas sobre el material o la naturaleza del objeto que intuyo se corresponden con "códigos" diferentes (en este caso con teorías diferentes sobre el mundo: sobre cómo es el plástico y cómo el marfil, sobre si existen los marcianos y qué aspecto tienen, etc.) que puedo aplicar a priori a la hora de interpretar la intuición de la que tengo conciencia. Para decantarnos por una u otra podemos apelar a la racionalidad (o sea, a la ciencia) o abandonarnos al dogmatismo, opciones que no tenemos cuando tratamos de distinguir la forma de una torre.

Una vez más, estamos entrando en cuestiones que es mejor dejar para más adelante. De todos modos, conviene observar, para terminar con la relación entre la intuición y la experiencia (al menos provisionalmente, ya que retomaremos la cuestión cuando analicemos el concepto de experiencia), que el entendimiento a nivel empírico puede ayudar a completar las lagunas que la intuición no sabe rellenar por sí misma al interpretar las percepciones. Si veo algo que cruza el cielo, puede tratarse de un objeto pequeño y cercano o de un objeto grande y lejano, de tal modo que argumentos puramente geométricos no pueden resolver el problema. Ahora bien, si el objeto en cuestión tiene forma de mosca, mi entendimiento (no mi intuición) me permite concluir que es un objeto pequeño y cercano, mientras que si el objeto tiene forma de avión, la conclusión será la contraria.

Hay un caso más espectacular en el que podemos decir que la intuición nos engaña. Es el de las llamadas ilusiones ópticas, como la de Poggendorff, según la cual las rectas oblicuas de la figura siguiente no parecen estar situadas sobre la misma recta, cuando en realidad sí lo están.


Hay otras similares, en virtud de las cuales un cuadrado parece tener sus lados abombados, dos segmentos de la misma longitud parecen tener longitudes distintas, etc. No es fácil encontrar un análogo lingüístico de esta situación. Uno que quizá no guarda todo el paralelismo que cabría desear sería el caso de alguien que, cuando va a decir algo como "Había muchas personas", no pueda evitar que le salga "Habían muchas personas", a pesar de que, cuando lo piensa fríamente, comprende que lo correcto es lo primero.

Estas ilusiones nos ayudan a entender la sutileza que envuelve al concepto de intuición. Una intuición es una delicada combinación de percepción y pensamiento. Ver un cubo no es únicamente tener unas sensaciones, sino también pensar que estamos viendo un cubo. Por otra parte, la intuición no es pensamiento puro, ya que puedo pensar en un hipercubo y eso no me ayuda a intuirlo. Las ilusiones ópticas me muestran que puedo percibir algo y al mismo tiempo pensar que estoy percibiendo otra cosa. No es un caso análogo al del palo que parece torcido por estar parcialmente sumergido, ya que en ese caso mi intuición me muestra un palo torcido porque eso es lo que me tiene que mostrar, y no tengo medios de ver otra cosa que no sea un palo torcido. Sin embargo, haciendo un gran esfuerzo mental para reconstruir el trozo de recta que falta, puedo convencerme de que los dos fragmentos están realmente sobre la misma recta, aunque, en cuanto me relajo, me vuelven a parecer no alineados.

Ya hemos indicado la diferencia entre lo que es una intuición y lo que es un fenómeno (por ejemplo, una imagen en un espejo es una intuición, pero no un fenómeno, no tiene sentido decir si una intuición está hecha de plástico o de marfil, mientras que un fenómeno sí, etc.). Igualmente, no debemos confundir las intuiciones con las percepciones. En la página anterior dejábamos planteada la cuestión de si era razonable considerar que un fenómeno es un conjunto de sensaciones, y ahora podemos argumentar, más aún, que ni siquiera es razonable considerar a una intuición como un conjunto de sensaciones. La razón es que una intuición resulta de aplicar a un conjunto de sensaciones una interpretación en términos de la geometría tridimensional euclídea, y la aplicación precisamente de este criterio y no otro es algo que nuestro entendimiento decide a priori, es decir, que se trata de una decisión añadida, con todas sus consecuencias, que son muchas, a la información propiamente contenida en las sensaciones. La prueba trascendental de que esto es así nos la proporciona el ejemplo de Adán, que ante las mismas percepciones que yo no es capaz de generar la misma intuición que yo, lo que demuestra que mi entendimiento aporta algo a la intuición que el entendimiento de Adán no puede aportar y que, por consiguiente, hace que mis intuiciones sean más que las meras sensaciones en que se apoyan. Es cierto que Adán no existe, pero lo único relevante para el argumento es que podría existir en teoría.

Podríamos expresar esta distinción diciendo que, ante una percepción como la descrita por la figura de la izquierda, mi entendimiento (a diferencia del de Adán) me proporciona una intuición descrita por la figura de la derecha. El cubo que percibo (si es que merece el nombre de cubo) no es más que un hexágono (como bien le decía Adán a Dios) dividido en tres cuadriláteros, mientras que el cubo que intuyo es un "auténtico" cubo, con seis caras cuadradas. El cubo, como intuición, tiene una "parte de atrás" que no se corresponde con ninguna percepción. Las distancias entre los vértices, las relaciones de perpendicularidad y paralelismo, etc. sólo están en mi intuición porque mi entendimiento las ha puesto ahí a priori, mientras que en las percepciones, o no están, o son distintas. Nunca estará de más insistir en que "a priori" no significa arbitrariamente. Mi entendimiento no "hace lo que quiere" a partir de las percepciones que interpreta, sino que las interpreta de la única forma que pueden ser interpretadas una vez establecido que han de interpretarse según la geometría tridimensional euclídea. (Aunque, cuando no hay una única interpretación posible, sino que hay ambigüedades, compruebo empíricamente que mi entendimiento si que hace "lo que quiere", dentro de los límites que la ambigüedad le permite. Precisar ese "lo que quiere" es tarea de la psicología.)

Para terminar, insistimos una vez más en que, si bien a lo largo de esta discusión hemos mezclado observaciones empíricas con hechos de los que tenemos un conocimiento trascendental, los únicos relevantes en la teoría del conocimiento que estamos desarrollando son éstos últimos; los primeros sirven principalmente para clarificar el significado preciso de los conceptos trascendentales que estamos introduciendo, pero no son esenciales en nuestros argumentos.

Yo

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El espacio y el tiempo