• Prosificación: El menor ramo del álamo que peina verdes canas viste músicas hojas; no céfiros en él, no [ni] ruiseñores, pudieron lisonjear [ni un] breve rato al montañés, que, ingrato al fresco, a la armonía y a las flores, pisa la fresca hierba del sitio ameno cual [si pisara] la arena ardiente de la Libia, y a cuantas sierpes de aljófas da la fuente [les] atribuye tímido aún mayor veneno que a las [sierpes] del Ponto, según [las] huye los pies, según [las huye] los labios.
  
  
• Notas: La Ponticus Serpens era una serpiente gigante que nunca dormía y que custodiaba el vellocino de oro.
  
  
• Observaciones: Las hojas del álamo son canas por su edad, pero son verdes, y son músicas porque el viento las hace sonar al agitarlas. El montañés es el viejo que conduce a las serranas. Es una tradición popular que los viejos rehuyen el agua: no les gusta lavarse y, para beber, prefieren el vino. El viejo no aprecia la placidez del lugar, y los riachuelos de agua que brotan de la fuente (serpientes de perlas) parecen asustarle como si fueran serpientes venenosas de verdad, a juzgar por la forma en que evita tocarlos con los pies o con los labios. Nuevamente tenemos dos acusativos de relación: el montañés huye el agua [en lo tocante a sus] pies, sus labios.

Góngora hace aquí con el viejo lo mismo que ha hecho antes con el cabrero: después de mostrarnos sus recuerdos dolorosos lo presenta en una situación simpática, como un viejo refunfuñón, que da a entender que actualmente su vida en el campo es alegre, en contraste con lo desgraciada que fue su vida anterior.