4 - La transmisión escrita

La escritura influyó a un tiempo en el derrocamiento del mito y el desarrollo del lógos merced a su mayor capacidad para efectuar una transmisión de contenidos de forma un tanto más objetiva (y revisable a posteriori) que a mera "viva voz" como ocurría con el mito. Sin embargo, tal como ya señalamos anteriormente, la palabra hablada ejerce un efecto sobre el auditorio que la palabra escrita no posee, en virtud de la presencia directa del orador (el cual proyecta su carisma personal hacia el público, creando así un vínculo empatético), por lo que cabe afirmar que las estructuras de transmisión del mythos (hablado) y el lógos (escrito) son diferentes entre sí, a la vez que interconectadas ambas con cuestiones relativas a la objetividad y la subjetividad (aceptados dichos términos en su sentido lato y coloquial; lo escrito apunta a lo objetivo, mientras que lo hablado y escuchado refiere hacia lo subjetivo -y, en otro plano, lo escrito se asocia a la esfera pública y lo oral a la esfera privada-). De otro lado, la recepción del texto escrito reviste un carácter mediato, frente a la inmediatez que caracteriza a la comunicación oral.

Como sabemos, el tránsito del mito al lógos guarda estrechas relaciones con el paso de la transmisión oral a la transmisión escrita, pero para que ese paso fuera posible (esto es, para que la escritura se difundiese entre prácticamente toda la población -y cabe observar que los griegos no tenían lo que hoy denominamos 'escolarización'-), fue preciso que acontecieran importantes cambios en el seno de la propia escritura. Es entre los siglos IX y VIII a. C., en una fecha difícil de determinar con exactitud ("Edad oscura"), cuando los griegos toman el alfabeto fenicio y lo modifican, dotándolo de vocales, inaugurando así una escritura fonética.90

"La escritura fonética desplaza lo secreto y lo hace público; no es un registro en un código propio de los escribas, sino que permite escribir tal como se habla -sin necesidad de transformar el discurso en una fórmula mnemotécnica- y reflexionar sobre este habla."91

En este sentido, la escritura fonética constituyó toda una revolución en la cultura griega antigua, en tanto que posibilitó la amplia difusión de la escritura a prácticamente todos los estratos de la población (de hecho, se estima que, en la época clásica, el nivel de alfabetización entre los ciudadanos era alto). Según Ignace Gelb, el hecho más importante en la historia de la escritura consistió en el desarrollo por parte de los griegos de un alfabeto que expresase los sonidos individuales del idioma por medio de signos consonánticos y vocálicos.

"… Desde la época griega hasta la actualidad, nada nuevo ha sucedido en el desarrollo estructural interno de la escritura (...) escribimos las consonantes y las vocales en la misma forma en que lo hicieron los griegos antiguos."92

El alfabeto griego permitió que las palabras fuesen escritas "tal y como sonaban", a la par que posibilitó que la escritura se integrara en los hábitos culturales, cuestión en la que también influyó notablemente el desarrollo de los medios escriptóreos (aparecieron nuevos instrumentos tales como los cálamos, tablillas enceradas, tinturas y pieles tratadas, frente a los materiales arcaicos: la arcilla, la corteza de árbol, el plomo y otros metales blandos, etc.93), así como la importación griega del papiro egipcio (durante el reinado de Psamético I94), lo cual posibilitó una cómoda circulación de la escritura. A esto cabe añadir que la libre circulación de escritos técnicos en rollos de papiro propició la importación y asimilación de las técnicas geométricas y astronómicas egipcias y babilónicas: la geometría ofrecerá un modelo de mecanismo de abstracción del cual la naciente filosofía tomará buena nota ("establecerá la superioridad del ver sobre el tocar: las ventajas de la teoría"95), y la astronomía posibilitará el establecimiento de un principio general de orientación, tanto espacial (a través de los astros, de suma importancia para la navegación), como temporal (mediante la creación de un calendario, lo cual permitía el establecimiento de periodos concretos para la siembra y la cosecha). Como sabemos, todos estos conocimientos podían ser transmitidos y "fijados" mediante la escritura.

"Si se define el alfabeto como un sistema de signos que expresan sonidos individuales del habla, entonces el primer alfabeto que se merece justificadamente tal nombre es el alfabeto griego. Sin embargo, el nuevo tipo de escritura no hizo irrupción súbitamente en suelo griego como una flor nueva y extraña."96

Aunque la escritura ya era utilizada en Grecia desde los siglos XII-XI a. C. (la época micénica en la que ambienta Homero su Ilíada), se considera que la escritura alfabética no se extendió entre la población hasta, probablemente, los siglos VIII y VII a. C. (el intervalo entre los siglos XI y VIII constituye el periodo conocido como "Edad Oscura" en la historia de Grecia, acerca del cual se sabe muy poco). Las tablillas de barro procedentes de las excavaciones realizadas en las ruinas del palacio de Micenas (la ciudad del Agamenón homérico, en el Peloponeso97), están escritas en un tipo de griego arcaico (lineal B, el cual fue descifrado por Michael Ventris en 1952), que era la antigua escritura silábica de los minoico-micénicos.98 Este sistema de escritura se utilizaba principalmente como instrumento de notación de la contabilidad e intendencia áulica, y consistía principalmente en un código que los escribas transmitían unos a otros de forma cuasi-esotérica. Fue a principios del siglo XI cuando la civilización micénica sucumbió ante las invasiones dorias y "el predominio de los aqueos, dotados de armas de bronce, fue sustituido por el predominio de los dorios, provistos de armas de hierro"99. Las invasiones dorias son un dato importante para esclarecer el posterior surgimiento de las póleis griegas y, por ende, el proceso de difusión de la escritura: al destruir los dorios los palacios micénicos en torno a los cuales se agrupaba el demos, esto es, la población (sin crear nuevas instituciones políticas "de recambio"), provocaron una crisis de soberanía. Frente al "palacio central" surgirá, con el tiempo, la "plaza pública" (el ágora), un espacio central común que será el lugar por excelencia de la vida ciudadana en el siglo V a. C., desarrollo que es analogable al papel que la escritura ocupó en la polis respecto de la transmisión de las leyes y edictos: la escritura permitía llenar también un espacio central, esto es, el espacio de la normatividad ciudadana, mediante la ubicación de la ley escrita "en el centro" de la vida intelectual, en tanto que poner un mensaje por escrito es hacerlo público, ponerlo es meson, esto es, a disposición de todos aquellos que puedan leerlo.

"Escribir un texto es depositar su mensaje es meson, en el centro de la comunidad, es decir, ponerlo abiertamente a disposición del conjunto del grupo."100

El ágora griega del siglo V pasará a ser, además de un 'mercado', un 'centro cultural' en donde, en un lugar concreto del ágora "junto a la orquesta"101 se pueden adquirir "libros enrollados", esto es, rollos de papiro -cyperus papyrus- y de pergamino o "piel de Pérgamo" -charta pergamena-102.

Recapitulando, podemos decir que el tránsito de la oralidad a la escritura tuvo una importancia fundamental para el surgimiento del entonces incipiente lógos, el cual se vio favorecido por los propios avances del lenguaje tales como, entre otros, la incorporación del artículo neutro to ('lo'), el cual permitió añadir a la reflexión herramientas conceptuales de sustantivación y abstracción (esto es, posibilitó el hablar -y pensar, por ende- acerca de 'lo caliente', 'lo bueno', 'lo...etc.'). Los soportes materiales que contribuyeron al desarrollo de la escritura y del lógos, fueron la importación de materiales escriptóreos (papiro de Egipto), la producción de "piel de Pérgamo" y la popularización entre los ciudadanos del uso de las 'tablillas enceradas' para realizar anotaciones (que podían borrarse al rascar o calentar la cera que contenían las tablillas). De la unión mediante cuerdas y tripas animales de unas tablillas con otras (formando así dípticos, trípticos y polidípticos), surgirá posteriormente el formato de los códices. Ya en la obra homérica103, fechada en, aproximadamente, el siglo VIII a. C., aparecen referencias del uso de las "tablillas cosidas" en la cultura griega cuando Belerofontes transporta, a través de este medio escriptóreo, un mensaje (mensaje mortal, para más señas) para el rey licio Yóbates por orden de Preto, rey de Tirinte que había hospedado y redimido a Belerofontes (episodio narrado por Glauco, nieto de Belerofontes, a propósito de la pregunta de Diomedes acerca de su linaje, cuando ambos coinciden en combate frente a frente).104

Pero cabe observar que, cuando los poemas épicos griegos pasan a ser escritos105, primero en verso y posteriormente en prosa, aún no se ha dado un cambio en la actitud e intencionalidad que sí se dará en los primeros escritos en prosa: ya no es "una persona que habla y otras que escuchan" (para deleite de éstas últimas), sino "unas personas que hablan para satisfacer sus dudas y establecer decisiones y conclusiones", lo cual (este cambio de "esquemas mentales comunicacionales") guarda enorme concordancia con el progresivo desarrollo de las leyes de la polis y la instauración de la isegoría (igual derecho a hablar en la Asamblea), para todos los ciudadanos.

"Puede decirse entonces que las reglas del juego político, tal como funcionan en una ciudad democrática regida por la isegoría, el derecho de expresión igual para todos, se convierten también en las reglas del juego intelectual. El discurso escrito, en su organización interna, se ajusta a un lógica que implica en lo sucesivo una forma de debate en donde cada uno lucha con armas iguales por medio de la discusión y de la argumentación contradictoria. No se trata ya de vencer al adversario hechizándolo o fascinándolo por medio del poder superior de su verbo, se trata de convencerlo de la verdad haciendo que poco a poco su propio discurso interior, conforme a su propia lógica y según sus propios criterios, coincida con el orden de las razones expuesto en el texto que se le presenta."106

Valga añadir a lo antedicho que, si bien el tránsito de lo oral a lo escrito supuso un notable cambio en los esquemas mentales subyacentes a los distintos modos de transmisión, no es menos importante la diferencia existente entre los escritos en verso y los escritos en prosa ; los primeros aún permanecen fieles a la cadencia rítmica que, unida a la representación mimética, era característica de la composición oral ("musicalmente ejecutada y memorizada con la ayuda de fórmulas rítmicas"107), y provocaban una suerte de "encantamiento" en el auditorio (ese "efecto aural" que entraba "por los embudos del cuerpo", esto es, "por la boca y los oídos"108 -y también por la vista-). La escritura en verso, si bien aún ligada al carácter musical y rítmico propio de la poesía -quien lo hereda de la tradición oral- obedece a unas reglas más variadas y flexibles que las que regían la composición oral de tipo formulario. Frente al escrito en verso, la escritura en prosa representa un nuevo umbral a traspasar en favor del naciente pensamiento que luego será conocido de forma genérica con el nombre de lógos.

"La redacción en prosa -tratados médicos, relatos históricos, discursos de oradores y disertaciones de filósofos- no constituye solamente, con respecto a la tradición oral y a las creaciones poéticas, un modo diferente de expresión, sino una nueva forma de pensamiento. La organización del discurso escrito va acompañada de un análisis más riguroso y una ordenación más estricta de la materia conceptual. Ya en un orador como Gorgias o en un historiador como Tucídides, el juego pautado de las antítesis en la retórica equilibrada del discurso escrito, al recortar, distribuir y oponer término a término los elementos fundamentales de la situación que describe, funciona como un verdadero instrumento lógico que confiere a la inteligencia verbal un dominio sobre lo real."

"Por las posibilidades que ofrece un retorno al texto con vistas a su análisis crítico, la lectura supone una actitud mental diferente, más desapasionada y al mismo tiempo más exigente que la audición de un discurso pronunciado."109

Más allá de los versos moralizantes de un Píndaro de Tebas (quien no duda en modificar el mito con el fin de evitar lo que él considera blasfemia, esto es -respecto del mito de Tántalo-, atribuir canibalismo a las divinidades110), encontramos la prosa de un Tucídides esforzado en la persecución y alcance del rigor y la objetividad históricas; como él mismo explicita: "Para una lectura pública, la falta de color mítico (tò mè mythódes) de esta historia parecerá carecer de encanto; pero me conformaría con que cuantos quisieran enterarse de la verdad de lo sucedido y de las cosas que alguna otra vez hayan de ser iguales o semejantes, según la ley de los sucesos humanos, la juzguen útil. Pues es una adquisición para siempre y no una obra de concurso que se destina a un instante."111

Con todo, la distorsión literaria (respecto de la tradición homérica y hesiódica), que se lleva a cabo tanto en la poesía de Píndaro como en las tragedias de Esquilo, Sófocles y Eurípides, no supone tanto un distanciamiento de la tradición popular como un enriquecimiento y actualización de la misma, en abierta concordancia con el presente momento de cimentación de la identidad y garantías políticas de las póleis griegas. Podemos decir entonces que, tanto las variantes de los mitos tradicionales que nos ofrecen los dramaturgos antiguos, como la propia estructura dialógica de la tragedia ática112, nos posibilitan apreciar cómo el juego entre alteridad y mismidad conformó la identidad cultural ateniense, identidad colectiva que encontró su más genuina expresión en las variantes escritas de los mitos tradicionales griegos que el teatro trágico escenificó ante un público unido por su condición ciudadana común.

"Con respecto a las transposiciones literarias, estos textos nos ofrecen sobre los mitos y sus variantes una documentación que, sin ser enteramente pura (no existe, como veremos, ni siquiera en la tradición oral de los que llamamos pueblos 'primitivos', mito en estado puro), escapa sin embargo a la deformación de una relectura efectuada a partir de normas exteriores al propio pensamiento mítico."113

Ha sido precisamente la tendencia reduccionista a la hora de pretender "explicar" los mitos desde fuera de ellos, unido al pretendido principio de autoridad de la interpretación filológica en base a textos cuya hermenéutica llegó a ser poco menos que canónica (junto a la proximidad cultural del mito griego respecto de la cosmovisión occidental), lo que ha constituido el principal obstáculo en cuanto a la exégesis mitológica respecta; de hecho, ha sido necesario un cierto distanciamiento (como el que se dio vía antropológica respecto de los mitos indígenas americanos), para poder llegar a comprender el sentido de los mitos en las sociedades que los crearon.

"En los mitos lo importante no es su mensaje inmediato ni las diversas modificaciones que puedan sufrir al ser manipulados por la literatura o el arte, sino la organización intelectual que subyace a las diversas variantes, la lógica interna que da sentido a estas narraciones y permiten que funcionen como algo vivo y fecundo en una sociedad determinada. Por ello no resulta fácil analizar el papel que juegan los mitos cuando se forma parte de la sociedad que los crea, y es necesario estar fuera de la misma para poder emprender la tarea de intentar descifrar la función y el significado de esta infraestructura mental."114

Tal como señala J. P. Vernant, es a partir del estudio "en vivo" de las mitologías de las sociedades mal llamadas "primitivas", cuando se comienza a plantear la cuestión de a quién o quienes compete el estudio de los testimonios orales y de los testimonios escritos115. A primera vista, la dicotomía oral/escrito no parece plantear muchos problemas: los testimonios orales y "en vivo", pertenecientes a sociedades como las que estudian los etnólogos, corresponderían a la antropología, mientras que el estudio de los textos escritos estaría circunscrito a la interpretación filológica. Pero, si hilamos más fino, el tema se complica enormemente por mor de varias cuestiones: de un lado, el enfoque etnológico posibilita un estudio sincrónico (en un momento dado del tiempo) de los mitos de una sociedad dada, pero no permite la investigación en base a un análisis diacrónico (a través del tiempo), como el que nos ofrece la Historia como disciplina; de otro lado, los textos escritos pertenecen, mayormente, a grandes civilizaciones, mientras que los testimonios orales directos se vinculan a sociedades con un número de miembros más bien reducido (y, por añadidura, en peligro de extinción en la mayoría de los casos), a lo que cabe añadir que el nivel de complejidad de ambos testimonios dista mucho de ser como la corriente evolucionista supuso en su día (esto es, más simples los testimonios orales, y más complejos los testimonios escritos), y así encontramos, tal como la antropología contemporánea ha puesto en relieve, sociedades ágrafas con un alto grado de complejidad en lo que a organización social se refiere (y conviene señalar que los mitos ofrecen una excelente herramienta para el estudio de los sistemas de parentesco que conforman la estructura social de una sociedad dada).

Además, debe tenerse en cuenta que la fijación por escrito de los relatos que una sociedad considera como sagrados desemboca en lo que Gadamer ha dado en llamar "religiones del Libro", y es justamente esa consideración de "sagrada escritura" la que enmascara su carácter mitológico (esto es, lo que permite el tránsito desde "una historia narrada de padres a hijos desde el principio de los tiempos" a una "verdad revelada por la propia divinidad a un grupo de privilegiados encargados de difundirla y transmitirla"). Cabe añadir a lo antedicho que, como ya indicamos en páginas anteriores, si bien en el caso griego no existía una casta sacerdotal conocedora de la escritura que reservara para sí esa técnica (y, por tanto, los derechos de interpretación de los escritos sacros), tal actitud fue considerada común, tanto en la civilización egipcia como en las consideradas grandes religiones (cristiana, musulmana y judía). En este sentido, puede decirse que la escritura refuerza el "sagrado social" y la oralidad hace más hincapié en el "sagrado familiar" (entendiendo 'lo sagrado' como 'aquello que permite el orden', esto es, la norma que canoniza el devenir humano). El distanciamiento entre receptor y emisor, que imprime la escritura a todo mensaje transmitido por este medio, aparece confrontada con la inmediatez y proximidad que es patrimonio de lo oralmente perpetuado.

"Gracias a la cultura, un universo religioso desacralizado y una mitología desmitificada han formado y nutrido a la civilización occidental, la única civilización que ha llegado a convertirse en ejemplar. Y en ello hay algo más que el triunfo del lógos frente al mythos. Se trata de la victoria del libro sobre la tradición oral, del documento -sobre todo del documento escrito- sobre una experiencia vivida que no disponía más que de los medios de la expresión preliteraria."116


90. Ana Iriarte, Democracia y Tragedia: la era de Pericles, p. 30.

91. Miguel Morey, Los presocráticos. Del mito al logos, ed.cit., p. 19.

92. Ignace J. Gelb, Historia de la escritura, Ed. Alianza, Madrid 1993, p. 239.

93. Sven Dahl, Historia del libro, Ed. Alianza, Madrid 1990, pp. 12-41.

94. Miguel Morey, Los presocráticos. Del mito al logos, ed.cit., p. 19.

95. Miguel Morey, op. cit., p. 19.

96. Ignace J. Gelb, Historia de la escritura, p. 217 (Ed. Alianza Universidad, Madrid 19935ª).

97. Descubierta en 1876 por Heinrich Schliemann, quien se autoatribuyó también el descubrimiento de Ilíos o Ilión (la Troya homérica o Troya VII), en la colina de Hissarlik (Turquía) durante los años 1871 a 1873. Acerca de esta cuestión -todavía abierta- puede verse Moses I. Finley, El mundo de Odiseo, Ed. F.C.E., Madrid 1995; Edward Burnett Tylor, Antropología, Ed. Ayuso, Madrid 1973, pp. 443-444.

98. Gianluca Bocchi & Mauro Ceruti, El sentido de la historia, Ed. Debate, Madrid 1994, pp. 88 ss.

99. Ibídem, p. 88.

100. Jean Pierre Vernant, Mito y sociedad en la Grecia antigua, ed.cit., p. 174.

101. Aristocles de Atenas ("el de anchas espaldas", i.e., Platón) menciona, por boca de Sócrates, el lugar de adquisición ("las tiendas que hay junto a la orquesta") y el precio ("menos de un dracma") por el que podía comprarse, en la época, un libro de Anaxágoras de Clazomenes. Platón, Apología de Sócrates, 26-d ( p. 90 en la edición de Ed. Alhambra, Madrid 1988).

102. Svend Dahl, Historia del libro, pp. 24-41 (Ed. Alianza Universidad, Madrid 19905ª).

103. Ilíada VI-169.

104. Ilíada, VI-123 ss. (pp. 216 ss., en la edición de Gredos -traducción de Emilio Crespo Güemes-, Madrid 1991).

105. Antes, esos relatos eran recitados de memoria (como ha demostrado Milmann Parry en sus estudios contemporáneos sobre actuales leyendas folklóricas transmitidas oralmente), con una gran capacidad de asimilación, propiciada por la abundante utilización de recursos acróstico-mnémicos que posibilitaban memorizar extensas obras recitado-cantadas con una cadencia y ritmo establecidos. Marcel Detienne, op. cit., p. 35 ss.

106. Jean Pierre Vernant, Mito y sociedad en la Grecia antigua, ed.cit., p. 174.

107. Marcel Detienne, La invención de la mitología, ed.cit., p. 35.

108. Ibídem.

109. Jean Pierre Vernant, Mito y sociedad en la Grecia antigua, ed.cit., p. 172 y p. 173.

110. Píndaro, Olímpicas, I, 59-82.

111. Tucídides, I, 22, 4 (transcrito por Mercedes Madrid Navarro, op. cit., p. 16).

112. La cual se pone de manifiesto en la alternancia del diálogo entre coro y actores, el cual guarda profundas relaciones con el juego tesis-antítesis propio de la Asamblea y los tribunales (ámbitos político y jurídico, respectivamente). Esta relación entre mito, tragedia y democracia ha sido señalada, entre otros, por Ana Iriarte, Democracia y tragedia: la era de Pericles, Ed. Akal, Madrid 1996.

113. Jean Pierre Vernant, Mito y sociedad en la Grecia antigua, ed.cit., p. 180.

114. Mercedes Madrid Navarro, La dinámica de la oposición masculino/femenino en la Mitología griega, ed.cit., p. 18.

115. Jean Pierre Vernant, op. cit., p. 171.

116. Mircea Eliade, Mito y realidad, Ed. Labor, Barcelona 1985, p. 165.


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