Éste habría podido ser el artículo que hubiera redactado si se hubiera
pedido mi colaboración en el número especial de Nuestra Bandera
dedicado a la Educación, y sería la base de mi intervención si se
requiere en la presentación del mismo.
El sistema educativo ha sido tradicionalmente un aparato de
reproducción de los comportamientos sociales, tanto de la ideología
dominante como de una serie de conocimientos y habilidades. Y
fundamentalmente, un sistema de reproducción de la clase dominante, la
única que podía acceder a la considerada cultura superior.
En el marco del capitalismo se extendería a la clase trabajadora la
educación básica, con el fin de proporcionarle herramientas básicas
necesarias para la industria, como las cuatro reglas aritméticas para
sumar, restar, multiplicar y dividir. Pero la educación superior, y
especialmente la Universidad, se mantenía fundamentalmente como un coto
cerrado para la burguesía. Y los métodos educativos tradicionales
seguían imperando, orientados a la transferencia dogmática de ideas y
conocimientos relativamente estáticos. Recuerdo un pequeño cuento oral
de
Alberto Moncada, en el que
suponía que una persona había permanecido hibernada durante varios
siglos, y al despertarse en el siglo XX y salir a la calle se veía
sumido en el desconcierto por todo lo que veía, hasta que acertaba a
entrar en una escuela y una sensación de sosiego le invadía, con el
maestro exponiendo una lección en la pizarra como toda la vida.
Las cosas empezaron a cambiar en la segunda mitad del siglo XX,
fundamentalmente como consecuencia de la llamada Revolución
Científico-Técnica.
Por un lado el desarrollo de las fuerzas productivas, y en particular
de la automación, aumenta el número necesario de trabajadores y
trabajadoras altamente cualificados, con formación superior. En ese
marco tiene lugar un proceso de transición de una Universidad para la
formación de la burguesía a una Universidad para la formación de la
clase trabajadora.
Y por otro lado el rápido desarrollo de la ciencia y la tecnología hace
obsoletos los métodos educativos orientados a la simple transmisión de
conocimientos, requiriendo el desarrollo de la capacidad de innovación
y de investigación: hacen falta trabajadores y trabajadoras no sólo
altamente cualificados, sino con elevada capacidad creativa. Y ello
requiere sustituir los métodos pedagógicos tradicionales por métodos de
la llamada pedagogía activa.
Ello, naturalmente, no se produce de forma homogénea, en un mundo
capitalista con profundas desigualdades en los niveles de desarrollo en
el que se genera una situación dual en la cual coexisten sectores y
países altamente desarrollados tecnológicamente con otros en los que la
explotación de mano de obra barata se plantea como la única vía para la
acumulación de riqueza en manos de una minoría privilegiada.
Y en el último cuarto del siglo XX se produce un doble movimiento.
Por un lado, la crisis del petróleo y la perspectiva del agotamiento de
las fuentes de energía y materias primas hace patente la inviabilidad
de un crecimiento sostenido del consumo de recursos naturales, de modo
que el único desarrollo sostenible es un desarrollo cualitativo basado
en la Investigación científica, el Desarrollo tecnológico y la
innovación en el trabajo, la llamada
I+D+i.
Y ello se acentuará a final de siglo ante la amenaza del cambio
climático en el que actualmente ya estamos sumergidos.
Pero por otro lado, la respuesta del capitalismo a dicha crisis fue el
neoliberalismo, con un predominio
del capital financiero que tiende a predominar sobre la economía real y
con la sacralización del mercado, propugnando su extensión a todas las
esferas de la vida social y la privatización de los servicios públicos,
incluyendo la educación.
Ante esta situación, a principios del siglo XXI se plantean tres
posiciones sobre la educación.
Por un lado el
neoliberalismo
propugna la mercantilización de la educación a todos los niveles, tanto
obligando a pagar por ella como poniéndola al servicio del mercado.
Y frente a ello se plantea una añoranza de la educación tradicional,
basada en la mera transmisión de conocimientos y supuestamente
desvinculada de las necesidades socioeconómicas. Dicha posición, que
podría calificarse como
idealista
(en el sentido filosófico, no en el ético), no deja de ser una
expresión de la ideología burguesa que la educación tradicional se
encargaba de reproducir.
Y frente a ambas manifestaciones de la ideología burguesa (la idealista
y la neoliberal), la posición
marxista
requiere la adecuación de la educación no al mercado sino a un
desarrollo sostenible de las fuerzas productivas que, como indicábamos,
sólo puede basarse en la I+D+i y es inseparable del desarrollo de la
creatividad humana.
Desde una posición marxista la educación, incluyendo los estudios
universitarios, es una actividad socialmente necesaria, y por tanto
estos estudios deben ser no sólo gratuitos sino retribuidos. Y el
estudio no debe plantearse como la mera recepción pasiva de
conocimientos, sino como un proceso de aprendizaje activo. La educación
en general, y la Universidad en particular, debe considerarse un
servicio público necesario para el desarrollo socioeconómico,
subveniendo a las necesidades de quienes estudian.
Claro que ello tiene un corolario: si la sociedad ha sufragado los
estudios universitarios, pagando incluso por estudiar, la formación de
la fuerza de trabajo universitaria debe considerarse un bien social, y
no justifica una retribución superior de quienes la hayan recibido.
Ello requiere un sistema salarial igualitario que puede ser funcional
en el socialismo, pero es contradictorio con el sistema capitalista en
el que quienes han obtenido una graduación universitaria pretenden
valorizarla en el mercado de trabajo, lo que supone de hecho la
privatización de un bien social.
Una forma de abordar dicha contradicción son los llamados "préstamos
renta" para quienes estudian, que sólo se devolverían, en su caso, al
superar la renta media. Debemos aclarar que en España ello se
corresponde con los préstamos bajo el Ministerio de Educación de
Mercedes Cabrera (2006-2009), pero
no con los que implantó posteriormente la miembro de la CEOE
Cristina Garmendía, que no pasaban
de ser unos préstamos con un período inicial de carencia, más parecidos
a los préstamos que tienen gravemente endeudados a los estudiantes
norteamericanos. Para evitar tales perversiones, el
Grupo de
Trabajo sobre Universidad e Investigación de la FIMPV propuso un
sistema inverso: gratuidad, becas-salario y fuerte imposición fiscal a
los ingresos elevados, admitiendo que las familias pudientes aportaran
donaciones para los estudios de sus hijos o hijas que posteriormente
desgravaran sus impuestos futuros.
Hay que subrayar la falta de sentido de las propuestas neoliberales de
"adaptar al mercado" los estudios universitarios. Teniendo en cuenta la
rapidez del desarrollo tecnológico, unos planes de estudio que
respondieran a las necesidades a corto plazo del mercado se quedarían
obsoletos cuando los estudios finalizaran. Ello sería especialmente
grave en España, dado el conservadurismo empresarial predominante, que
confía en obtener beneficios explotando mano de obra barata en vez de
fomentando la innovación. Lo razonable es, por el contrario,
desarrollar una formación básica y la capacidad de aprendizaje,
investigación e innovación, y que sea el mercado el que se adapte a las
innovaciones introducidas por los graduados universitarios.
Ahora bien, también en España hemos visto propuestas idealistas en
respuesta al mercantilismo neoliberal. Y encontramos ejemplos de ello
también en el número de Nuestra Bandera dedicado a la educación.
Tenemos una muestra en el artículo "
La
innovación educativa: ¿un paso más hacia la educación neoliberal?",
en el que puede leerse, en las páginas 91-92, lo siguiente:
"
Y continúa con los objetivos de
estos cambios que, según parece, nadie ha decidido, sino que nos van a
caer encima, queramos o no:
- Es necesario sacar al docente de su zona de confort y ayudarlo a
que aprenda a utilizar herramientas tecnológicas sencillas para
facilitar su productividad.
- Cambiar el modelo tradicional de enseñanza a través de la
adopción de enfoques de aprendizaje activo.
- Promover iniciativas como la enseñanza por proyectos, la
enseñanza basada en competencias, el aprendizaje colaborativo, el
híbrido o combinado (blended learning) o el aula invertida (flipped
classroom).
- El profesor debe dejar de ser un emisor de conocimientos y
convertirse en un guía u orientador de los alumnos, acompañando a los
alumnos en su proceso de aprendizaje.
- Promover la cultura Maker, que combina la pasión por los
ordenadores, la electrónica y los videojuegos con la capacidad de los
alumnos para aprender "haciendo".
En definitiva, parece que la
necesidad de innovar no viene determinada por un análisis de la
situación actual de nuestra educación, ni por unos objetivos
claros, más allá de cumplir con lo que manda la CEOE y que básicamente
consiste en la aplicación de tres cuestiones: el cambio total del papel
de los docentes, que pasan a ser meros "acompañantes" del proceso
educativo; la enseñanza por competencias y la introducción de las
nuevas tecnologías como instrumento básico del aprendizaje."
Resulta curioso que dichos enfoques, que según la autora serían
"neoliberales", se corresponden con los lemas que propugnábamos a
principio de los años 70 del siglo pasado, antes de que se hubiera
inventado el neoliberalismo, desde el Seminario de Pedagogía del
Colegio de Licenciados de Valencia (excepto los ordenadores, que
entonces no teníamos). Proclamábamos, en efecto, que "
El profesor no enseña, el alumno aprende"
y "
Sólo se aprende lo que se hace".
Claro que buena parte de quienes participábamos en dicho Seminario
éramos marxistas, y teníamos presente lo que decía
Marx en la tesis II sobre Feuerbach:
"
Es en la práctica donde el hombre
tiene que demostrar la verdad, es decir, la realidad y el poderío, la
terrenalidad de su pensamiento". Debo aclarar que no defendíamos
el "no directivismo" de
Rogers,
sino lo que llamábamos el "directivismo democrático", lo que no es
extraño teniendo en cuenta que bastantes militábamos en un Partido que
se regía por el "centralismo democrático".
El hecho de que los cambios pedagógicos responden a necesidades
objetivas del desarrollo de las fuerzas productivas explica
determinadas propuestas que se han formulado en el ámbito universitario
en el marco del
Proceso de Bolonia
que propugna un Espacio Europeo de Educación Superior el cual, al
contrario de lo que afirma otro artículo en dicho número, no está
vinculado a la Unión Europea (es decir, podemos salirnos del Euro y de
la Unión Europea, como propugna el PCE, y continuar en dicho Espacio).
Así, en la Declaración de Bucarest de dicho Proceso en abril de 2012 se
insistía en la dimensión social definida como la garantía de que ningún
estudiante se viera obstaculizado para finalizar sus estudios por
razones derivadas de su origen socioeconómico, añadiendo ampliar el
acceso a la
universidad, garantizando una educación de alta calidad para todo el
mundo y poniendo el énfasis en el acceso de los grupos sociales
sub-representados en los estudios universitarios. Asimismo, propugna la
utilización de métodos participativos,
incluyendo lo que llama "aprendizaje entre iguales" que requiere
fomentar el trabajo en equipo, vinculando investigación y aprendizaje y
orientándose a impulsar el "pensamiento crítico".
El problema es que en España el Proceso de Bolonia se ha utilizado como
excusa para aplicar una política neoliberal que, entre otras cosas,
aumenta las tasas universitarias en vez de avanzar hacia la gratuidad,
y se opone a la mencionada "dimensión social". Singularmente, cuando la
idea del Espacio Europeo de Educación Superior era homogeneizar los
niveles universitarios, y en la mayoría de los países había una
estructura de 3+2 años para los dos primeros ciclos, en España el
gobierno del PSOE aplicó el 4+1, cuando además el 3+2 se correspondía
con la estructura previa de los dos ciclos conduciendo a la Diplomatura
y la Licenciatura respectivamente. Claro que con ello el segundo ciclo,
al que llamaban "Master", se correspondería con el segundo ciclo de la
Licenciatura, y hubiera sido más difícil venderlo como unos estudios de
postgrado más caros. Ciertamente, con el 4+1 el "Master" de un año se
venía a corresponder con el quinto curso de licenciatura, pero podía
camuflarse más fácilmente. Y para más inri, posteriormente el gobierno
del PP pretende volver al 3+2, pero manteniendo las tasas elevadas para
el "Master" durante dos años.
Si a ello se añade que el proceso se ha acompañado de una masificación
vinculada a recortes presupuestarios que hace inviable una pedagogía
activa, habrá que concluir que en España el llamado Proceso de Bolonia
ha sido en realidad el Timo de Bolonia. Y se corresponde, además, con
un proyecto capitalista subalterno que en vez de fomentar el I+D+i
propugna el abaratamiento de la mano de obra, contemplando los estudios
universitarios como un lujo superfluo por el que hay que pagar.
Pero el problema es que en la movilización anti-Bolonia se mezclaron
justas reivindicaciones contra la mercantilización de los estudios
universitarios, de la cual la subida de tasas es una muestra patente,
con la defensa idealista de una educación tradicional que reduce a los
y las estudiantes a un papel pasivo, fomentada por un sector del
profesorado preocupado por defender su posición dominante en la llamada
"clase magistral". Frente a dichas distorsiones, y después de un rico
debate en el Área de Educación, la Presidencia Federal de IU aprobó el
4 de abril de 2009 una declaración "
IU frente al Proceso de
Bolonia" planteando su propuesta de alternativas para el futuro de
la Universidad en la línea de lo aquí planteado.