Un café solo y un agua saltarina me acompañan en la mesa de mármol sobre la que domino la ciudad.
Diviso tejados nuevos y conocidos. Reconozco las tejas que se amontonan en orden caótico de matices formando la armonía entrópica de un sueño geométrico.
La perspectiva se alimenta de seguridad en el horizonte.
El café destila pequeñas burbujas de aire cubano atrapado en un terrón sin bandera.
Todo se mezcla y mi respiración se combina con los recuerdos.
Mientras, miro,
y pienso.
Es el breve respiro del guerrero atareado, con un mundo por ordenar, que jamás conoció tal estado y jamás lo conocerá.
La piedra del condenado rodará como siempre cuesta abajo, pero hoy, al final, caerá en mi taza de café disolviéndose.
Porque hoy, yo así lo quiero.
Desde la terraza contemplo la vida de la mano de una hija que me mira incrédula de todo lo que le rodea y de todo lo que le explico. Es la extrañeza de un encuentro imposible por definición.
El horizonte permanece en la misma posición en la que lo deje la última vez que lo miré....es curioso, la muerte tiende hacia lo horizontal. Cuando caemos fulminados lo hacemos desparramados en ese plano, aunque sólo es una ilusión, la muerte no entiende de geometrías, su dimensión ya no pertenece a este mundo.
Me gusta permanecer largas horas en la terraza, son las únicas es las que soy mi propio dueño, en las que controlo el curso de mis pensamientos. Los lanzo hacia abajo y siempre vuelven cargados de sugerencias, de ideas para componer el futuro.
Mis queridos amigos, pues amigo mio es todo aquel que es capaz de soportarme hasta este punto, de este imposible, insufrible relato,...., mis queridos amigos os invito a la terraza de mi vida. Aquí fui capaz de parar al tiempo. Sí, lo paré. Fue un combate mortal contra mí mismo, en el que me destrocé sin misericordia el sentido de la coherencia casuística y convertí mi cerebro en un magnífico contemplador irresolutivo. Y todo para qué, sólo para sentir mi vida como propia. Sólo para desarrollar un sentimiento de pertenencia del acto al pensamiento. Sólo para trascender ese maldito misterio de la causa última que atenaza nuestras gargantas.
La terraza de mi vida es tierra de nadie, donde dejé que el amor hundiese sus raices sin barreras para sentir como disgregaba las realidades habituales e imposibles. Sin tiempo, sin fronteras la vista es espléndida e imposible.
Mi pequeña hija tira de mi bocamanga y me reclama un cambio de escenario, la terraza no es su sitio y yo lo se. Preparo una embajada que la acompañará de nuevo a su núcleo, al vórtice de la energía. Yo no puedo acompañarla, yo ya vivo de reservas.
Es fabulosa y terrible la vista sobre la ciudad. Noto la grandeza de su miseria. Su podredumbre vital, como siempre, consigue emocionarme. Es su fuerza la que me seduce, se levanta sobre sí misma apoyándose en sus propios vacíos. Forja una linea de carboncillo sobre el tapiz del cielo, a la espera de que sus artistas reflejen los colores imaginados de sus pobladores invisibles. Al fondo, el mar que sueña con engullirla para siempre, para ocultar todas las vergüenzas que le contó noche tras noche a la orilla de la playa. El mar que quiere hundirla por piedad a sus miserias y odio a sus grandezas.
Todo lo veo desde aquí, desde mi terraza. La terraza donde pude parar el tiempo de mi vida, lo suficiente para poder contar esta historia. No me queda más oportunidad que ésta ya que el futuro será un imposible y así lo veréis a partir de este momento.