A la vuelta del caos ya no quedan briznas de penuria en la memoria y el camino se hace grato. Los restos del tiempo quedan adheridos a nuestras suelas, resistiéndose a caer a desprenderse de la materia perecedera.
La dulce luz de una sonrisa queda constantemente prendida de la boca de Antonio, ya no recuerda más que el final del trayecto; recuerdos del futuro, de las intenciones para otras vidas y otras muertes.
Seguimos avanzando hacia el núcleo y la luz de la tarde aún está prendida en nuestras miradas, transforma nuestro paso en desfile y nos lleva siempre hacia abajo, atravesando la tierra y dorando los minerales que trufan las galerías de nuestro destino.