next up previous
Next: 3.6 Soberanía Capitalista Up: 3. Pasajes de Producción Previous: 3.4 Posmodernización

Subsecciones

3.5 Constitución mixta

Una de las cosas más maravillosas de la autopista informática es que la equidad virtual es mucho más fácil de alcanzar que la equidad real...

Todos somos creados iguales en el mundo virtual.

Bill Gates
El cambio de paradigma de producción hacia el modelo de redes ha alentado al poder creciente de las corporaciones transnacionales más allá y por encima de las fronteras tradicionales de los Estados-nación. La novedad de esta relación debe ser reconocida en los términos de la prolongada lucha de poder entre los capitalistas y el Estado. La historia de este conflicto es fácilmente incomprendida. Debemos entender que, por sobre todo, pese al antagonismo constante entre los capitalistas y el Estado, la relación es realmente conflictiva sólo cuando los capitalistas son considerados individualmente.

Marx y Engels caracterizaron al Estado como la junta ejecutiva que administra los intereses de los capitalistas; con esto querían decir que aunque la acción del Estado pueda a veces contradecir los intereses inmediatos de capitalistas individuales, siempre será a favor, a largo plazo, del capitalista colectivo, es decir, del sujeto colectivo del capital social como un todo.3.118 La competencia entre los capitalistas, se desprende de ello, aunque libre, no garantiza el bien común del capitalista colectivo, porque su inclinación inmediata egoísta hacia la ganancia es fundamentalmente miope. Se requiere del Estado para una prudente mediación de los intereses de los capitalistas individuales, elevándolos en el interés colectivo del capital. Por ello los capitalistas combaten los poderes del Estado aún cuando el Estado esté actuando en su propio interés colectivo. Este conflicto es realmente una dialéctica feliz y virtuosa desde la perspectiva del capital social total.

3.5.1 Cuando los Gigantes Gobiernan la Tierra

La dialéctica entre el Estado y el capital ha tomado diferentes configuraciones en las distintas fases del desarrollo capitalista. Una periodización rápida y grosera no ayudará a identificar al menos los rasgos más básicos de esta dinámica. En los siglos dieciocho y diecinueve, mientras el capitalismo se establecía plenamente en Europa, el Estado manejó los asuntos del capital social total, pero necesitando relativamente pocos poderes de intervención. Este período ha sido visto retrospectivamente (con una cierta distorsión) como la época dorada del capitalismo europeo, caracterizada por el libre comercio entre capitalistas relativamente pequeños. Por fuera de los Estados-nación europeos en este período, antes del pleno despliegue de las poderosas administraciones coloniales, el capital europeo operó aún con menores restricciones. En gran medida las compañías capitalistas fueron soberanas al operar en los territorios coloniales o precoloniales, estableciendo su propio monopolio de la fuerza, su propia policía, sus propias cortes. La Dutch East India Company, por ejemplo, gobernó los territorios que explotaba en Java hasta el final del siglo dieciocho con sus propias estructuras de soberanía. Incluso tras la disolución de la compañía en 1800, el capital gobernó relativamente libre del control o la mediación del Estado.3.119 La situación era la misma para los capitalistas que operaban en las colonias británicas del Sur Asiático y el África. La soberanía de la East India Company persistió hasta que el Acta de East India de 1858 colocó a la compañía bajo el mando de la Reina, y en el sur de África el libre reinado de los empresarios y aventureros capitalistas duró al menos hasta fin de siglo.3.120 Es así como este período se caracterizó por una relativamente escasa necesidad de intervención estatal, en el lugar de origen o el extranjero: dentro de los Estados-nación europeos los capitalistas individuales eran dirigidos (en su propio interés colectivo) sin grandes conflictos, mientras que en los territorios coloniales eran efectivamente soberanos.

La relación entre Estado y capital cambió gradualmente en los siglos diecinueve y veinte cuando la crisis amenazó crecientemente el desarrollo del capital. En Europa y Estados Unidos las corporaciones, trusts y carteles crecieron hasta establecer cuasi-monopolios sobre industrias específicas y conglomerados industriales, extendiéndose mucho más allá de las fronteras nacionales. La fase de los monopolios instaló una amenaza directa a la salud del capitalismo, pues erosionó la competencia entre capitalistas, vale decir, la sangre vital del sistema.3.121 La formación de monopolios y cuasi-monopolios también socavó las capacidades administrativas del Estado, y con ello las enormes corporaciones ganaron poder para imponer sus intereses particulares sobre el interés del capitalista colectivo. Consecuentemente surgió toda una serie de luchas con las cuales el Estado buscó establecer su comando sobre las corporaciones aprobando leyes antitrust, elevando impuestos y tarifas y extendiendo la regulación estatal sobre las industrias. También en los territorios coloniales las actividades incontroladas de las compañías soberanas y los aventureros capitalistas condujeron crecientemente hacia la crisis. Por ejemplo, en 1857 la rebelión de la India contra los poderes de la East India Company alertó al gobierno inglés sobre los desastres que eran capaces de provocar los capitalistas coloniales de no ser controlados. El Acta de la India aprobada por el Parlamento inglés al año siguiente fue una respuesta directa a la crisis potencial. Gradualmente las potencias europeas establecieron administraciones plenamente articuladas y funcionantes sobre los territorios coloniales, recuperando efectivamente la economía colonial y la actividad social bajo la segura jurisdicción de los Estados-nación, garantizando con ello los intereses del capital social total ante la crisis. Interna y externamente los Estados-nación se vieron forzados a intervenir más fuertemente a fin de proteger los intereses del capital social total frente a los capitalistas individuales.

Hoy ha madurado plenamente una tercera fase de esta relación, el la que las grandes corporaciones transnacionales han sobrepasado efectivamente la jurisdicción y autoridad de los Estados-nación. Pareciera, entonces, que esta centenaria dialéctica ha llegado a su fin: ¡el Estado ha sido vencido y las corporaciones gobiernan ahora la Tierra! En los últimos años han aparecido numerosos trabajos en la Izquierda que miran estos fenómenos en términos apocalípticos, como librando a la humanidad en las manos de incontrolables corporaciones capitalistas sin la antigua protección de los Estados-nación.3.122 En correspondencia, los proponentes del capital celebran una nueva era de desregulación y libre comercio. Sin embargo, si esta fuese la situación, si el Estado realmente hubiera dejado de manejar los asuntos del capital colectivo y la virtuosa dialéctica del conflicto entre el Estado y el capital hubiera acabado, ¡entonces los capitalistas deberían ser los más temerosos del futuro! Sin el Estado el capital social no tiene medios para proyectar y realizar sus intereses colectivos.

De hecho la fase contemporánea no se caracteriza adecuadamente mediante la victoria de las corporaciones capitalistas sobre el Estado. Aunque las corporaciones transnacionales y las redes globales de producción y circulación han socavado los poderes de los Estados-nación, las funciones y elementos constitucionales del Estado se han desplazado efectivamente a otros niveles y dominios. Necesitamos echar una mirada mucho más cuidadosa sobre cómo ha cambiado la relación entre el Estado y el capital. Primeramente debemos reconocer la crisis de las relaciones políticas en el contexto nacional. En la medida que el concepto de soberanía nacional está perdiendo efectividad, así también decae la denominada autonomía de la política.3.123 La noción actual de la política como una esfera independiente de determinación del consenso y ámbito de mediación entre las fuerzas sociales en conflicto tiene poco espacio para subsistir. El consenso está determinado más significativamente por factores económicos, tales como el equilibrio de los balances comerciales y la especulación con el valor de las divisas. El control sobre estos movimientos no está en manos de las fuerzas políticas que fueron concebidas tradicionalmente como depositarias de la soberanía, y el consenso se determina por mecanismo que no son los políticos tradicionales. El gobierno y la política tienden a integrarse dentro del sistema de comando transnacional. Los controles son articulados por intermedio de una serie de cuerpos y funciones internacionales. Y esto es también cierto para los mecanismos de mediación política, que realmente funcionan a través de categorías de mediación burocrática y sociología administrativa antes que por las categorías políticas tradicionales de la mediación de conflictos y la reconciliación de los conflictos de clase. Los políticos no desaparecen, lo que desaparece es toda noción de autonomía de la política.

La declinación de toda esfera de política autónoma señala también la declinación de todo espacio independiente en donde pueda emerger la revolución en el régimen político nacional, o donde el espacio social pueda ser transformado utilizando los instrumentos del Estado. La idea tradicional de contra-poder y la idea de resistencia contra la soberanía moderna en general se torna así cada vez menos posible. Esta situación recuerda en ciertos aspectos a la que enfrentó Maquiavelo en otra era: la derrota patética y desastrosa de la revolución o la resistencia ``humanística'' a manos de los poderes del príncipado soberano, o, en verdad, del Estado moderno emergente. Maquiavelo reconoció que las acciones de los héroes individuales (al estilo de los héroes de Plutarco) ya no eran capaces ni de tocar la nueva soberanía del principado. Debía hallarse una nueva forma de resistencia adecuada a las nuevas dimensiones de la soberanía. Hoy también podemos ver que las formas tradicionales de resistencia, tales como las organizaciones institucionales de los trabajadores que se desarrollaron durante la mayor parte del siglo diecinueve y veinte, han comenzado a perder su poder. Otra vez habrá que inventar un nuevo tipo de resistencia.

Por último, la declinación de las esferas tradicionales de la política y la resistencia es complementada con la transformación del Estado democrático de tal modo que sus funciones se han integrado a mecanismos de comando en el nivel global de las corporaciones transnacionales. El modelo nacional democrático de explotación administrada estatalmente operó en los países capitalistas dominantes mientras fue apto para regular la creciente conflictividad de un modo dinámico-en otras palabras, mientras fue capaz de mantener vivo el potencial de desarrollo y la utopía del Estado planificador, mientras, por sobre todo, la lucha de clases en los países individuales determinó una especie de dualismo de poder sobre el que las estructuras del Estado unitario pudieron situarse. En la medida que estas condiciones han desaparecido, tanto en términos reales como ideológicos, el Estado capitalista nacional democrático se ha auto-destruido. La unidad de los gobiernos individuales ha sido desarticulada e investida en una serie de cuerpos separados (bancos, organismos internacionales de planificación, etc., además de los cuerpos separados tradicionales), los que crecientemente requieren la legitimación del nivel transnacional de poder.

El reconocimiento del auge de las corporaciones transnacionales por arriba y más allá del comando constitucional de los Estados-nación no nos debe llevar a creer que los mecanismos constitucionales y controles como tales han declinado, que las corporaciones transnacionales, relativamente libres de Estados-nación, tienden a competir libremente y administrarse a sí mismas. En lugar de ello, las funciones constitucionales han sido desplazadas a otro nivel. Una vez que hemos reconocido la declinación de los sistemas constitucionales nacionales tradicionales debemos explorar cómo es constitucionalizado el poder en un nivel supranacional-en otras palabras, cómo comienza a tomar forma la constitución del Imperio.

3.5.2 La Pirámide de la Constitución Global

A primera vista, y en un nivel de observación empírico, la trama constitucional del nuevo mundo aparece como un conjunto desordenado e incluso caótico de controles y organizaciones representativas. Estos elementos constitucionales globales se hallan distribuidos en un amplio espectro de cuerpos (Estados-nación, asociaciones de Estados-nación y organizaciones internacionales de todo tipo); los que están divididos según función y contenido (tales como los organismos políticos, monetarios, de salud o educacionales); y se hallan atravesados por una variedad de actividades productivas. Sin embargo, si miramos más de cerca, esta disposición desordenada contiene algunos puntos de referencia. Más que elementos ordenadores son matrices que delimitan horizontes relativamente coherentes en el desorden de la vida política y jurídica global. Cuando analizamos las configuraciones del poder global en sus diversos cuerpos y organizaciones, podemos reconocer una estructura piramidal compuesta por tres escalones progresivamente más anchos, cada uno de los cuales contiene múltiples niveles.

En la cúspide angosta de la pirámide hay una superpotencia, los Estados Unidos, que posee la hegemonía sobre el uso mundial de la fuerza-superpotencia que puede actuar sola pero prefiere hacerlo en colaboración con otros bajo el paraguas de las Naciones Unidas. Este status singular fue alcanzado definitivamente con el fin de la Guerra Fría y confirmado en la Guerra del Golfo. En un segundo nivel, aún dentro de este escalón, en un leve ensanchamiento de la pirámide, un grupo de Estados-nación controla los instrumentos monetarios globales primarios y con ello tienen la capacidad de regular los intercambios internacionales. Estos Estados-nación están reunidas en una serie de organismos --el G7, los clubes de París y Londres, Davos, etc. Finalmente, en un tercer nivel de este escalón, hay un conjunto heterogéneo de asociaciones (incluyendo más o menos a los mismos poderes que ejercen la hegemonía en lo militar y lo monetario) que despliegan poder cultural y biopolítico a escala mundial.

Por debajo del escalón más elevado del comando mundial unificado hay un segundo escalón en el cual el comando está ampliamente distribuido por el planeta, enfatizando no tanto la unificación como la articulación. Este estamento se estructura principalmente mediante las redes que las corporaciones capitalistas transnacionales han extendido por todo el mercado mundial-redes de flujo de capital, flujos tecnológicos, flujos poblacionales. Estas organizaciones productivas que forman y abastecen los mercados se extienden transversalmente bajo el paraguas y las garantías de los poderes centrales que conforman el primer nivel del poder global. Si tomásemos la antigua noción Iluminista de la construcción de los sentidos pasando una rosa ante el rostro de la estatua, podríamos decir que las corporaciones transnacionales le dan vida a la rígida estructura del poder central. En efecto, mediante la distribución mundial de capitales, tecnologías, bienes y poblaciones, las corporaciones transnacionales construyen vastas redes de comunicación y aseguran la satisfacción de las necesidades. Así la cúspide única y unívoca del comando mundial se articula mediante las corporaciones transnacionales y la organización de los mercados. El mercado mundial homogeniza y diferencia los territorios, re-escribiendo la geografía del mundo. Aún en el segundo escalón, en un nivel subordinado a menudo al poder de las corporaciones transnacionales, reside el conjunto de Estados-nación soberanos, los que ahora consisten esencialmente en organizaciones locales, territoriales. Los Estados-nación cumplen diversas funciones: mediación política respecto de los poderes globales hegemónicos, negociaciones con las corporaciones transnacionales, y redistribución del ingreso según las necesidades biopolíticas al interior de sus propios territorios limitados. Los Estados-nación son filtros del flujo de la circulación global y reguladores de la articulación del comando global; en otras palabras, capturan y distribuyen los flujos de riqueza hacia y desde el poder global, y disciplinan a su propia población en la medida en que esto sea posible.

El tercer y más ancho escalón de la pirámide, finalmente, consiste en grupos que representan intereses populares en la disposición del poder global. La multitud no puede ser incorporada directamente dentro de la estructura del poder global sino que debe ser filtrada mediante mecanismos de representación. ¿Qué grupos y organizaciones satisfacen la función contestataria y/o legitimante de la representación popular en las estructuras mundiales del poder? ¿Quién representa al Pueblo en la constitución global? O, más importante aún, ¿qué fuerzas y procesos transforman a la multitud en un Pueblo que pueda ser representado en la constitución global? En muchos casos los Estados-nación son instalados en este rol, especialmente el colectivo de Estados menores o subordinados. Dentro de la Asamblea General de las Naciones Unidas, por ejemplo, el conjunto de Estados-nación subordinados, la mayoría numérica pero la minoría en términos de poder, operan como limitadores simbólicos y legitimadores de las grandes potencias. En este sentido la totalidad del planeta se considera representada en el escenario de la Asamblea General de Naciones Unidas y en otros foros globales. Aquí, como los Estados-nación son presentados (tanto los relativamente democráticos como los autoritarios) como representantes de la voluntad de sus Pueblos, la representación de Estados-nación en escala global sostienen la voluntad popular en dos transferencias, en dos niveles de representación: el Estado-nación representando al Pueblo representando a la multitud.

Sin embargo, los Estados-nación no son las únicas organizaciones que construyen y representan al Pueblo en la nueva disposición mundial. También en el tercer escalón de la pirámide, el Pueblo global está representado más clara y directamente no por cuerpos gubernamentales sino por una variedad de organizaciones que al menos son relativamente independientes de los Estados-nación y el capital. Estas organizaciones son a menudo consideradas como funcionando como las estructuras de una sociedad civil global, canalizando los deseos y necesidades de la multitud en formas que puedan ser representadas dentro del funcionamiento de las estructuras de poder global. En esta nueva forma global podemos reconocer aún instancias de los componentes tradicionales de la sociedad civil, tales como los medios y las instituciones religiosas. Los medios se han posicionado a sí mismos desde hace tiempo como la voz e incluso la conciencia del Pueblo en oposición al poder de los Estados y los intereses privados del capital. Están instituidos como un control y balance de la acción gubernamental, proveyendo una visión objetiva e independiente de todo lo que el Pueblo quiere o necesita saber. Sin embargo, hace tiempo que se ha visto que los medios son con frecuencia no demasiado independientes del capital por un lado, y de los Estados por otro.3.124 Las organizaciones religiosas son un sector aún más permanente de instituciones no-gubernamentales que representan al Pueblo. El auge de los fundamentalismos religiosos (tanto Islámicos como Cristianos) en tanto representan al Pueblo contra el Estado deben ser considerados, tal vez, como componentes de esta nueva sociedad civil global-aunque cuando dichas organizaciones religiosas se alzan contra el Estado, tienden a menudo a convertirse ellas en el propio Estado.

Las fuerzas más recientes y tal vez más importantes de la sociedad civil global son las denominadas organizaciones no-gubernamentales (ONG). El término ONG no posee una definición muy rigurosa, pero puede aplicarse a toda organización que pretenda representar al Pueblo y operar en su interés, separada (y a menudo en contra) de las estructuras del Estado. De hecho, muchos consideran a las ONG como sinónimo de ``organizaciones del pueblo'' porque el interés del Pueblo se define distintamente al interés del Estado.3.125 Estas organizaciones operan en niveles locales, nacionales y supranacionales. Así el término ONG agrupa a un conjunto enorme y heterogéneo de organizaciones: a principios de los '90 se informó de la existencia de más de dieciocho mil ONG en todo el mundo. Algunas se ocupan de algo similar a las funciones sindicales tradicionales de los gremios (tal como la Asociación de Mujeres Auto-Empleadas de Ahmedabad, India); otras continúan la vocación misionera de las sectas religiosas (como los Servicios de Asistencia Católicos); y otros buscan representar a poblaciones que no están representadas por los Estados-nación (como el Concejo Mundial de Pueblos Indígenas). Sería inútil pretender caracterizar el funcionamiento de este vasto y heterogéneo conjunto de organizaciones bajo una única definición.3.126

Algunos críticos afirman que las ONG, como están afuera de y a menudo en conflicto con el poder estatal, son compatibles con y sirven al proyecto neoliberal del capital global. Mientras el capital ataca a los poderes del Estado-nación desde arriba, argumentan, las ONG funcionan como una ``estrategia paralela `desde abajo' '' y presentan el ``rostro comunitario'' del neoliberalismo.3.127 Puede que sea cierto que las actividades de muchas ONG sirvan para promover el proyecto neoliberal del capital global, pero ser cuidadosos en señalar que esto no puede definir adecuadamente las actividades de todas las ONG de un modo categórico. El hecho de ser no-gubernamentales e incluso de oponerse a los poderes de los Estados-nación no basta por sí para alinear a estas organizaciones con los intereses del capital. Hay muchos modos de estar afuera y opuesto al Estado, de los cuales el proyecto neoliberal es sólo uno.

A los fines de nuestros argumentos, y en el contexto del Imperio, nos interesa un subgrupo de ONG que se empeñan en representar a los más marginales, aquellos que no pueden representarse a sí mismos. Estas ONG, a veces caracterizadas globalmente como organizaciones humanitarias, son de hecho las que se han ubicado entre las más poderosas y prominentes en el orden global contemporáneo. Su mandato no es para con los intereses particulares de ningún grupo limitado sino que representa directamente los intereses humanos globales y universales. Organizaciones de derechos humanos (como Amnesty International y Americas Watch), grupos pacifistas ( como Witness of Peace y Shanti Sena), y las agencias médicas y de alivio del hambre (como Oxfam y Médecins sans frontiéres), todas ellas defienden a la vida humana contra la tortura, el hambre, las masacres, el encarcelamiento y el asesinato político. Su acción política se basa en un llamamiento moral universal-la vida es la cuestión central. En este aspecto tal vez sea inexacto sostener que estas ONG representan a aquellos que no pueden representarse a sí mismos (las poblaciones en guerra, las masas famélicas, etc.) e incluso que representan al Pueblo global en su totalidad. Van más allá de eso. Lo que realmente representan es a la fuerza vital que subyace bajo el Pueblo, transformando de este modo a la política en una cuestión de vida genérica, de vida en toda su generalidad. Estas ONG se extienden a lo largo y a lo ancho del humus de bípode; son los vasos capilares finales de las redes contemporáneas de poder, o (para retornar a nuestra metáfora general) son las ancha base del triángulo del poder global. Aquí, en este nivel más ancho y universal, las actividades de estas ONG coinciden con los trabajos del Imperio ``más allá de la política'', en el terreno del biopoder, satisfaciendo las necesidades de la vida misma.

3.5.3 Polibio y el Gobierno Imperial

Si retrocedemos un paso desde el nivel de descripción empírica, podremos reconocer rápidamente que la división tripartita de funciones y elementos que ha emergido nos permite introducirnos directamente en la problemática del Imperio. En otras palabras, la situación empírica contemporánea recuerda a la descripción teórica de los poderes imperiales como suprema forma de gobierno, que Polibio contruyó para Roma y la tradición europea nos ha acercado.3.128 Para Polibio el Imperio Romano representó el pináculo del desarrollo político porque asoció las tres ``buenas'' formas de poder-la monarquía, la aristocracia y la democracia, encarnadas en las personas del Emperador, el Senado y la popular comitia. El Imperio evitaba que estas buenas formas cayeran en el círculo vicioso de la corrupción, por el cual la monarquía se volvía tiranía, la aristocracia oligarquía y la democracia oclocracia o anarquía.

De acuerdo con el análisis de Polibio, la monarquía asegura la unidad y continuidad del poder. Es la base fundacional e instancia final del mando imperial. La aristocracia define a la justicia, la medida y la virtud, articulando sus redes por toda la esfera social. Vigila la reproducción y circulación del mando imperial. Y por último, la democracia organiza a la multitud de acuerdo con un esquema representativo, de modo tal que el Pueblo pueda ser colocado bajo el mando del régimen y el régimen pueda ser obligado a satisfacer las necesidades del Pueblo. La democracia garantiza disciplina y redistribución. También el Imperio que enfrentamos hoy está-mutatis mutandis-constituido por un equilibrio funcional entre estas tres formas de poder: la unidad monárquica del poder y su monopolio mundial de la fuerza; las articulaciones aristocráticas mediante las corporaciones transnacionales y los Estados-nación; y los comitia representativos-democráticos, presentados nuevamente bajo la forma de los Estados-nación junto con los distintos tipos de ONG, organizaciones de medios y otros organismos ``populares''. Podríamos decir que la constitución imperial que se avecina trae consigo las tres buenas clasificaciones tradicionales de gobierno en una relación que es formalmente compatible con el modelo de Polibio, aún cuando, por cierto, sus contenidos son muy diferentes de las fuerzas políticas y sociales del Imperio Romano.

Podemos reconocer los modos en los que estamos próximos y distantes del modelo de poder imperial de Polibio situándonos en la genealogía de las interpretaciones de Polibio dentro de la historia del pensamiento político europeo. La principal línea de interpretación nos llega desde Maquiavelo y el Renacimiento Italiano; animó a la tradición maquiavélica en los debates que precedieron y continuaron la Revolución Inglesa, y, finalmente, encontraron su más elevada aplicación en el pensamiento de los Padres Fundadores y la redacción de la Constitución de los Estados Unidos.3.129 El cambio clave que ocurrió en el curso de esta tradición interpretativa fue la transformación del clásico modelo tripartito de Polibio en un modelo trifuncional de construcción constitucional. En una sociedad aún medieval, proto-burguesa, como la Florencia de Maquiavelo, e incluso la Inglaterra prerrevolucionaria, la síntesis de Polibio era concebida como un edificio unificando tres diferentes cuerpos sociales: a la monarquía le pertenecían la unión y la fuerza, a la aristocracia la tierra y el ejército, y a la burguesía la ciudad y el dinero. Si el Estado debía funcionar adecuadamente, todo posible conflicto entre estos tres cuerpos debía ser resuelto en interés de la totalidad. Sin embargo, en la ciencia política moderna desde Montesquieu hasta los Federalistas, esta síntesis se transformó en un modelo que regulaba no los cuerpos sino las funciones.3.130 Los grupos y clases sociales fueron también considerados funciones corporizadas: el ejecutivo, el judicial y el representativo. Estas funciones fueron abstraídas de los sujetos sociales colectivos o clases que las representaban, y presentadas como elementos puramente jurídicos. Las tres funciones fueron luego organizadas en un equilibrio que era formalmente el mismo que previamente sostuvo la solución interclases. Un equilibrio de cheques y balances, de pesos y contrapesos, que operaba continuamente para administrar y reproducir la unidad del Estado y la coherencia de sus partes.3.131

Nos parece que en ciertos aspectos el antiguo modelo original de Polibio de la constitución del Imperio está más próximo a nuestra realidad que la tradición moderna de transformación del mismo. Hoy nos hallamos nuevamente en una fase genética del poder y su acumulación, en la cual las funciones son vistas principalmente desde el ángulo de las relaciones y la materialidad de las fuerzas, antes que desde la perspectiva de un posible equilibrio y la formalización de la disposición acabada definitiva. En esta fase de la constitución del Imperio, las demandas expresadas por el desarrollo moderno del constitucionalismo (tales como la división de poderes y la legalidad formal de los procedimientos) no poseen la principal prioridad (ver Sección 1.1)

Uno podría argumentar que nuestra experiencia de la constitución (en formación) del Imperio es, en verdad, el desarrollo y coexistencia de las ``malas'' formas de gobierno antes que las ``buenas'' formas, como pretende la tradición. De hecho, todos los elementos de la constitución mixta aparecen a primera vista como distorsionados por una lente. La monarquía, antes que asentar la legitimación y condición trascendente de la unidad del poder, se presenta como una fuerza policial global, es decir, una forma de tiranía. La aristocracia transnacional parece preferir la especulación financiera a la virtud empresarial, semejando una oligarquía parasitaria. Finalmente, las fuerzas democráticas que en este marco deberían constituir el elemento abierto y activo de la máquina imperial, aparecen como fuerzas corporativas, como un conjunto de supersticiones y fundamentalismos, mostrando un espíritu conservador cuando no directamente reaccionario.3.132 Tanto dentro de los Estados individuales como a nivel internacional esta esfera limitada de ``democracia'' imperial es configurada como un Pueblo (una particularidad organizada que defiende privilegios y propiedades establecidos) antes que como una multitud (la universalidad de prácticas libres y productivas)

3.5.4 Constitución híbrida

Sin embargo, el Imperio que está surgiendo hoy no es realmente un retroceso hacia el antiguo modelo de Polibio, ni siquiera en sus formas ``malas'' o negativas. La disposición contemporánea es mejor comprendida en términos posmodernos, es decir, en tanto evolución más allá del modelo moderno, liberal, de una constitución mixta. Tanto el marco de formalización jurídica como el mecanismo constitucional de garantías y el esquema de equilibrios son transformados según dos ejes primarios en el pasaje desde el terreno moderno hacia el posmoderno.

El primer eje de transformación implica la naturaleza de la mezcla en la constitución-un pasaje desde el modelo antiguo y moderno de un mixtum de cuerpos o funciones separados hacia un proceso de hibridización de las funciones gubernamentales en la situación actual. Los procesos de la subsunción real, de subsumir al trabajo bajo el capital y absorber a la sociedad global dentro del Imperio, fuerzan a las figuras del poder a destruir las medidas y distancias espaciales que habían definido a sus relaciones, fundiendo las figuras en formas híbridas. Esta mutación de las relaciones espaciales transforma al mismo ejercicio del poder. Primeramente, la monarquía imperial posmoderna implica el mando sobre la unidad del mercado mundial, y por ello es llamada a garantizar la circulación de bienes, tecnologías y fuerza de trabajo-a garantizar, efectivamente, la dimensión colectiva del mercado. Sin embargo, los procesos de globalización del poder monárquico pueden tener sentido sólo si los consideramos en términos de la serie de hibridizaciones que opera la monarquía con las otras formas de poder. La monarquía imperial no se localiza en un lugar separado aislable-y nuestro Imperio posmoderno no tiene una Roma. El propio cuerpo monárquico es multiforme y espacialmente difuso. Este proceso de hibridización es aún más evidente en el desarrollo de la función aristocrática, y específicamente el desarrollo y articulación de las redes productivas y los mercados. De hecho, las funciones aristocráticas tienden a fundirse inextricablemente con las funciones monárquicas. En el caso de la aristocracia posmoderna, el problema consiste no sólo en crear un conducto vertical entre un centro y una periferia a fin de producir y vender mercancías, sino también en poner continuamente en relación con un amplio horizonte de productores y consumidores dentro y entre los mercados. Esta relación omnilateral entre producción y consumo se torna de la mayor importancia cuando la producción de mercancías tiende a ser definida de modo predominante por los servicios inmateriales incorporados en estructuras de red. Es aquí donde la hibridización se vuelve un elemento central y condicionante de la formación de circuitos de producción y circulación.3.133 Finalmente, las funciones democráticas del Imperio son determinadas dentro de estas mismas hibridizaciones monárquicas y aristocráticas, cambiando en ciertos aspectos sus relaciones e introduciendo nuevas relaciones de fuerza. En los tres niveles, lo que previamente se consideró como mezcla, que era realmente la interacción orgánica de funciones que permanecían separadas y distintas, tiende ahora hacia una hibridización de las propias funciones. Podemos entonces definir el primer eje de transformación como un pasaje desde la constitución mixta hacia la constitución híbrida.

Un segundo eje de transformación constitucional, que demuestra tanto un desplazamiento de la teoría constitucional como una nueva calidad de la propia constitución, se revela por el hecho que en la fase presente el comando debe ser ejercido aún en mayor extensión sobre las dimensiones temporales de la sociedad, y, por ende, sobre la dimensión de la subjetividad. Debemos considerar aquí cómo funciona el momento monárquico, tanto como un gobierno mundial unificado sobre la circulación de bienes, como un mecanismo de organización del trabajo social colectivo que determina las condiciones de su reproducción.3.134 El momento aristocrático debe desplegar su comando jerárquico y sus funciones ordenadoras sobre la articulación transnacional de la producción y la circulación, no sólo mediante instrumentos monetarios tradicionales, sino también, en grado aún mayor, mediante los instrumentos y las dinámicas de la cooperación de los propios actores sociales. Los procesos de cooperación social deben ser formalizados constitucionalmente como una función aristocrática. Finalmente, aunque tanto la función monárquica como la aristocrática aluden a las dimensiones subjetivas y productivas de la nueva constitución híbrida, la clave para todas estas transformaciones reside en el momento democrático, y la dimensión temporal del momento democrático debe referirse en última instancia a la multitud. No debemos olvidar nunca que tratamos aquí con las sobredeterminaciones imperiales de la democracia, mediante las cuales la multitud es capturada en aparatos de control flexibles y moduladores. Es aquí donde debe reconocerse el salto cualitativo más importante: desde el paradigma disciplinario de gobierno hacia el paradigma de control.3.135 El mando es ejercido directamente sobre los movimientos de las subjetividades productivas y cooperantes; las instituciones son formadas y redefinidas continuamente según el ritmo de estos movimientos; y la topografía del poder ya no tiene que ver primariamente con relaciones espaciales sino que se inscribe en los desplazamientos temporales de las subjetividades. Aquí hallamos otra vez el no-lugar del poder que nuestro análisis de la soberanía reveló previamente. El no-lugar es el sitio donde se ejercitan las funciones de control híbrido del Imperio.

En este no-lugar Imperial, en el espacio híbrido que construye el proceso constitucional, hallamos aún la presencia continua e irreprimible de los movimientos subjetivos. Nuestra problemática permanece en alguna manera como la de la constitución mixta, pero ahora está infundida con la plena intensidad de los desplazamientos, modulaciones e hibridizaciones implicados en el pasaje a la posmodernidad. Aquí comienzan a tomar forma los movimientos desde lo social hacia lo político y lo jurídico, que siempre definen a los procesos constituyentes; aquí las relaciones recíprocas entre fuerzas políticas y sociales que demandan un reconocimiento formal en el proceso constitucional comienzan a emerger; y, finalmente, las diversas funciones (monarquía, aristocracia y democracia) miden la fuerza de las subjetividades que las constituyen e intentan capturar segmentos de sus procesos constituyentes.

3.5.5 Lucha sobre la Constitución

En este análisis de los procesos constitucionales y las figuras del Imperio nuestro objetivo final es reconocer el terreno en el cual deberán emerger las respuestas y alternativas. En el Imperio, como fue también el caso en los regímenes antiguos y de la modernidad, la propia constitución es un lugar de lucha, pero hoy la naturaleza de dicho lugar y dicha lucha no es para nada evidente. Los lineamientos generales de la actual constitución imperial pueden ser concebidos en la forma de una red de comunicación rizomática, en la cual las relaciones se establecen desde y hacia todos los puntos o nodos. Esa red pareciera estar, paradójicamente, al mismo tiempo completamente abierta y completamente cerrada a la lucha y la intervención. Por un lado, la red permite formalmente que todos los sujetos posibles en la red de relaciones estén presentes simultáneamente, pero, por otro lado, la propia red es, propiamente, un no-lugar real. La lucha sobre la constitución deberá desarrollarse en este terreno ambiguo y cambiante.

Hay tres variables clave que definirán esta lucha, variables que actúan en el reino entre lo común y lo singular, entre lo axiomático del comando y la auto-identificación del sujeto, y entre la producción de subjetividad por el poder y la resistencia autónoma de los mismos sujetos. La primera variable implica la garantía de la red y su control general, de modo que (positivamente) la red funcionará siempre y (negativamente) no podrá funcionar en contra de aquellos que estén en el poder.3.136 La segunda variable concierne a aquellos que distribuyen servicios en la red y la pretensión de que dichos servicios sean remunerados equitativamente, de modo que la red pueda sustentar y reproducir un sistema económico capitalista y al mismo tiempo producir la segmentación política y social que le es propia.3.137 La tercer variable, por último, se presenta dentro de la propia red. Tiene que ver con los mecanismos por los cuales se producen diferencias entre las subjetividades, y con los modos mediante los cuales estas diferencias funcionan dentro del sistema.

De acuerdo con estas tres variables cada subjetividad debe volverse un sujeto que es gobernado en las redes generales de control (en el sentido moderno temprano de aquel que está sujeto [subdictus] a un poder soberano), y al mismo tiempo cada uno debe ser también un agente independiente de producción y consumo dentro de las redes. ¿Es posible esta doble articulación? ¿Es posible para el sistema sostener simultáneamente la sujeción política y la subjetividad del productor/consumidor? No pareciera. En efecto, la condición fundamental para la existencia de la red universal, que es la hipótesis central de este marco constitucional, es que sea híbrida, y esto significa, para nuestros propósitos, que el sujeto político sea transitorio y pasivo, mientras que el agente consumidor es permanente y activo. Esto significa que, lejos de ser una repetición simple de un equilibrio tradicional, la formación de la nueva constitución mezclada o mixta conduce a un desequilibrio fundamental entre los actores establecidos, y con ello a una nueva dinámica social que libera al sujeto productor y consumidor (o al menos torna ambigua su posición dentro de) de los mecanismos de sujeción política. Es aquí donde parece emerger el sitio primario de la lucha, en el terreno de la producción y regulación de la subjetividad.

¿Es esta realmente la situación que resultará de la transformación capitalista del modo de producción, los desarrollos culturales del posmodernismo y los procesos de constitución política del Imperio? Por cierto aún no estamos en condiciones de arribar a esa conclusión. Podemos ver, sin embargo, que en esta nueva situación la estrategia de participación equilibrada y regulada, que las constituciones liberal e imperial mixta han seguido siempre, se ve confrontada por nuevas dificultades y por la fuerte expresión de autonomía de las subjetividades productivas individuales y colectivas implicadas en el proceso. En el terreno de la producción y regulación de la subjetividad, y en la disyunción entre el sujeto político y el sujeto económico, creemos que es posible identificar un verdadero campo de lucha, en el cual podrán reabrirse todos los gambitos de la constitución y el equilibrio entre las fuerzas-una situación cierta de crisis y, eventualmente, de revolución.

3.5.6 El Espectáculo de la Constitución

El campo abierto de lucha que parece emerger de este análisis, sin embargo, desaparece rápidamente cuando consideramos los nuevos mecanismos mediante los cuales estas redes híbridas de participación son manipuladas desde arriba.3.138 Efectivamente, el pegamento que sostiene juntos a los diversos cuerpos y funciones de la constitución híbrida es lo que Guy Debord denomina el espectáculo, un aparato integrado y difuso de ideas e imágenes que producen y regulan el discurso y la opinión pública.3.139 En la sociedad del espectáculo, que alguna vez fue imaginada como la esfera pública, el terreno abierto de la participación y el intercambio político se evapora por completo. El espectáculo destruye cualquier forma colectiva de socialidad-individualizando a los actores sociales en sus automóviles separados y frente a pantallas de video separadas-imponiendo al mismo tiempo una nueva socialidad masiva, una nueva uniformidad de la acción y el pensamiento. En este terreno espectacular las formas tradicionales de lucha sobre la constitución resultan inconcebibles.

La concepción común de que los medios (y la televisión en particular) han destruido a la política es falsa sólo en cuanto parece basarse en una noción idealizada sobre aquello en que consistió la participación, el intercambio y el discurso político democrático en la era previa a esta etapa mediática. La diferencia de la manipulación contemporánea de la política por los medios no es en verdad una diferencia de naturaleza sino de grado. En otras palabras, ciertamente han existido previamente numerosos mecanismos para conformar la opinión pública y la percepción pública de la sociedad, pero los medios contemporáneos han suministrado instrumentos poderosos para estas tareas. Como dice Debord, en la sociedad del espectáculo sólo existe lo que aparece, y los medios principales mantienen algo cercano a un monopolio sobre lo que aparece ante la población. Esta ley del espectáculo reina claramente sobre las políticas electorales mediáticas, un arte de la manipulación quizá desarrollado inicialmente en Estados Unidos, pero extendido ahora por todo el mundo. El discurso de las épocas electorales se enfoca casi exclusivamente sobre cómo aparecen los candidatos, en la temporalización y circulación de imágenes. Las principales redes de medios conducen una especie de espectáculo de segundo orden que se refleja (e indudablemente contribuye a conformar) en el espectáculo montado por los candidatos y sus partidos políticos. Incluso los viejos llamados a ocuparse menos de la imagen y más en las cuestiones y sustancia de la campaña política que escuchábamos no hace mucho, hoy parecen irremediablemente ingenuos. De igual modo, las nociones acerca de que los políticos operan como celebridades y las campañas políticas funcionan sobre la lógica de la publicidad-hipótesis que hubiesen parecido radicales y escandalosas treinta años atrás-hoy son aceptadas sin dudar. El discurso político es un discurso de venta articulado, y la participación política se reduce a seleccionar entre las imágenes consumibles.

Cuando afirmamos que el espectáculo implica la manipulación mediática de la opinión pública y la acción política no pretendemos sugerir que haya un pequeño hombrecito detrás del telón, un gran Mago de Oz que controla todo lo que se ve, piensa y hace. No existe un único locus de control que dicta el espectáculo. Sin embargo, el espectáculo funciona generalmente como si hubiera tal punto de control central. Como afirma Debord, el espectáculo es tanto difuso como integrado. Por ello deben reconocerse tanto falsas como ciertas a las teorías conspirativas del complot gubernamental y extragubernamental para el control global, que han proliferado en las últimas décadas. Fredric Jameson explica maravillosamente cómo, en el contexto de los films contemporáneos, las teorías conspirativas son un mecanismo crudo pero efectivo para aproximarnos al funcionamiento de la totalidad.3.140 El espectáculo de la política funciona como si los medios, los militares, el gobierno, las corporaciones transnacionales, las instituciones financieras mundiales, etc. estuvieran todas dirigidas explícita y concientemente por un poder único, aún cuando en realidad no lo están.

La sociedad del espectáculo manda utilizando una antigua arma. Hobbes reconoció tiempo atrás que a los efectos de una dominación adecuada ``la Pasión más efectiva es el Miedo''.3.141 Para Hobbes, es el miedo el que conduce a y asegura el orden social, y aún hoy el miedo es el mecanismo primario de control que inunda la sociedad del espectáculo.3.142 Aunque el espectáculo parece funcionar mediante el deseo y el placer (deseo de mercancías y placer de consumo), lo hace en verdad mediante la comunicación del miedo --es decir, el espectáculo crea formas de deseo y placer que están íntimamente asociadas al miedo. En los inicios de la filosofía europea moderna, a la comunicación del miedo se la llamaba superstición. Y, realmente, las políticas del miedo han sido diseminadas siempre mediante una forma de superstición. Las que han cambiado son las formas y mecanismos de las supersticiones que transmiten miedo.

El espectáculo de miedo que sostienen conjuntamente la constitución híbrida posmoderna y la manipulación mediática de lo público y lo político parece aventar la lucha sobre la constitución imperial. Pareciera que no quedara terreno donde afirmarse, ningún peso para resistir, sólo una máquina implacable de poder. Es importante reconocer el poder del espectáculo y la imposibilidad de las formas de lucha tradicionales, pero este no es el final de la historia. Mientras declinan los antiguos lugares y formas de lucha emergen otros nuevos y más poderosos. El espectáculo del orden imperial no es un mundo blindado, sino que realmente abre la posibilidad real de su derrumbe y las nuevas potencialidades para la revolución.


next up previous
Next: 3.6 Soberanía Capitalista Up: 3. Pasajes de Producción Previous: 3.4 Posmodernización