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Autores:
Dr. Fernando J. Ballesteros
Observatorio Astronómico de la Universidad de Valencia.
Dr. Bartolo Luque
E.T.S.I. Aeronáuticos, Universidad Politécnica de Madrid
Hace mucho, mucho tiempo, en un oscuro rincón de nuestra Galaxia existía una gigantesca bolsa de gas y polvo. Esta inmensa nube era en realidad un fragmento de una nube mucho mayor, una Nebulosa con N mayúscula, tan grande que poseía la masa de varios cientos de miles de soles. Su temperatura era de unos 260º C bajo cero, poco más de la temperatura más baja posible. Estaba compuesta principalmente por hidrógeno y helio, y una minúscula cantidad de polvo y hollín. Pero su densidad era tan baja que, en un cm3, apenas se encontraban 1000 partículas. Para nosotros, humanos, eso es prácticamente el vacío. En comparación, en el aire que respiramos a diario encontramos casi 27 trillones de moléculas por cm3.
Foto: Nebulosa de Orión, zona central, donde se puede
apreciar el conjunto de estrellas del Trapecio.
Era una Nebulosa muy similar a la Gran Nebulosa de Orión,
musa de tantos aficionados a la fotografía astronómica. Hay otras
muchas similares en nuestra propia Galaxia. Pero la gigantesca nebulosa
de la que hablamos ya no existe. Desapareció hace unos 5000 millones de años, consumida por completo en el parto de varios miles de estrellas. Una de ellas fue nuestro Sol
que, con el tiempo, se formaría a partir del fragmento menor del que
hablábamos al inicio. Aunque al principio de su nacimiento todas estas
estrellas hermanas se encontraban juntas, como ocurre aún en el cercano
ejemplo del cúmulo de las Pléyades, en la actualidad
se han disgregado por completo. Ahora vagan a lo largo y ancho de la
Galaxia debido a las fuerzas de marea. Lamentablemente, hoy día resulta
prácticamente imposible saber cuáles de todas las estrellas que vemos
son hermanas de nuestro Sol.