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No bien,
pues, de su luz los horizontes, que hacían desigual, confusamente, montes de agua y piélagos de montes desdorados los siente, |
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cuando,
entregado el mísero
estranjero en lo que ya del mar redimió fiero, entre espinas crepúsculos pisando, riscos que aun igualara mal volando veloz, intrépida ala, |
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menos cansado que confuso escala. |
Notemos la hipérbole sobre los riscos tan altos
que a un ave le costaría llegar volando hasta esa altura. Es muy
oportuna, pues no expresa la altura real del acantilado, sino la
impresión
que éste causa al débil náufrago que se ve
obligado
a escalarlo.