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Los fuegos,
pues, el joven solemniza mientras el viejo tanta acusa tea al de las bodas dios, no alguna sea de nocturno Faetón carroza ardiente |
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y
miserablemente campo amanezca, estéril, de ceniza la que anocheció aldea. De Alcides lo llevó luego a las plantas, que estaban, no muy lejos, |
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trenzándose
el cabello verde
a cuantas da el fuego luces y el arroyo espejos. |
El álamo de Alcides escogido
fue siempre, y el laurel del rojo Apolo;
de la hermosa Venus fue tenido
en precio y en estima el mirto solo;
el verde sauz de Flérida es querido
y por suyo entre todos escogiólo:
doquiera que sauces de hoy más se hallen,
el álamo, el laurel y el mirto callen.