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La subida al trono del rey Enrique VIII de Inglaterra había
cambiado la fortuna de Thomas More, que, de mantenerse discretamente
distanciado de la política, pasó a ocupar en 1515 un cargo de embajador. Por la misma
época, el rey nombró lord canciller a Thomas Wolsey, al que el Papa
acababa de nombrar cardenal por influencia del monarca inglés.
Desde ese momento fue el auténtico director de la
política de su país.
Tiziano acabó varios cuadros, a cuál
más perfecto, entre los que destacan Mujer ante el espejo, Amor sagrado y amor
profano, Flora, y Salomé.
Miguel Ángel terminó la pieza principal que
esculpiría para el sepulcro del Papa Julio II: su impresionante Moisés. de más de dos
metros de alto, pero, en vistas de que su proyecto de sepulcro no era
recibido con interés, lo dejó inacabado y marchó a
Florencia.
El 31 de marzo el Papa
León X promulgó una bula por la que concedía la
indulgencia (esto es, el perdón de los pecados) a todos los
fieles que contribuyeran económicamente a la construcción
de la catedral de San Pedro.
Ese año murieron:
El 13 de septiembre, Trivulzio el
Grande, al frente del ejército Francés, derrotaba en
Marignano a los mercenarios
suizos al servicio de la Santa Liga, tras
lo cual, los franceses ocuparon de nuevo el Milanesado. (El duque,
Maximiliano Sforza, cedió sus estados al rey Francisco I a
cambio de una pensión, y se retiró a Francia.) Se
firmó entonces la Paz
perpetua, por la que los suizos se comprometían a no
luchar contra Francia y a abastecerla de soldados. El Papa León
X también firmó dicha paz, lo que suponía la
disolución de la Liga (o, por lo menos, que dejaba de ser santa).
El 8 de octubre zarpó Juan
Díaz de Solís, dispuesto a encontrar un paso a las Indias
por el oeste.
Una tempestad desvió hacia el norte un barco capitaneado por Juan de Bermúdez, que
encontró así unas islas relativamente cercanas a la costa
norteamericana que desde entonces se llaman islas Bermudas.
En diciembre, el rey Francisco I
de Francia se entrevistó personalmente en Bolonia con el Papa
León X, para discutir sobre las atribuciones de cada uno de
ellos en lo tocante a la Iglesia de Francia.
Leonardo da Vinci aceptó la invitación de Francisco I
para trasladarse a Francia, donde se dedicó principalmente a
hacer estudios arquitectónicos para los castillos reales.
El 25 de enero de 1516
murió el rey Fernando el Católico. Se dijo que como
consecuencia de haber ingerido un bebedizo a base de criadillas de
toro. (Tiene su lógica: el Católico estaba bastante
interesado en dejar un heredero varón, tenía entonces
sesenta y cuatro años, mientras que su esposa, Germana de Foix,
tenía 28...)
Su testamento nombraba heredera a su hija Juana, y gobernador a su
nieto Carlos, que permanecía en Flandes, camino de cumplir los
dieciséis años, educado bajo la tutela de su tía
Margarita. Al día siguiente, siguiendo las disposiciones del
rey, el cardenal Cisneros asumió de nuevo la regencia. Los
disturbios no se hicieron esperar. Buena parte de la nobleza castellana
consideró que era el momento de reclamar antiguos privilegios
perdidos, y el octogenario cardenal no tenía intención de
tolerar muchos cambios. Surgieron brotes revolucionarios en numerosas
ciudades, pleitos entre nobles, ligas nobiliarias, etc. Algunos nobles
se mostraron partidarios de que la corona pasara a Fernando, el hermano
menor de Carlos, que se había educado en Castilla.
En un tiempo
mínimo, Cisneros reunió una milicia urbana de unos
treinta mil hombres (la Gente de
Ordenanza) y, con no poca habilidad, fue poniendo en vereda a
los
revoltosos. Se cuenta que una comisión de nobles le
exigió que justificase en virtud de qué poder gobernaba,
y Cisneros abrió el balcón, señaló a sus
guardias y dijo "éstos son
mis poderes". Una versión más elaborada de la
anécdota añade que los guardias estaban junto a
cañones dispuestos para ser disparados.
Un embajador francés protestó por la reciente
anexión de Navarra a Castilla: "Os
digo, señor cardenal, que mi rey está dispuesto a
apoderarse de Navarra y de toda Castilla". Cisneros, sin
inmutarse, lo llevó a la estancia donde se guardaba el tesoro
real, mandó que acuchillaran algunos sacos para que se
desparramara el oro y, señalando al cordón de su
hábito franciscano dijo: "Decid
a vuestro rey que con este dinero y este cordón, si él
trata de venir a Navarra, iré yo a darle la batalla a
París". Ciertamente, el derrocado Juan III de Navarra
trató de recuperar nuevamente su reino con el apoyo
francés, pero murió en el intento. Dejó un hijo de
trece años, al que los partidarios de su padre llamaron Enrique II de Navarra.
Menos éxito tuvo Cisneros en el norte de África. Ante las incursiones castellanas, los musulmanes habían reclamado la ayuda de piratas turcos. Ese años dos hermanos, llamados Baba Aruy y Jayr al-Din, se establecieron en Argel, desde donde rechazaron una expedición dirigida por Diego de Vera que intentó tomar la ciudad.
El príncipe Carlos envió como embajador a su
preceptor, Adrian Floriszoon,
también conocido como Adriano
de Utrecht. Hubo presiones para que Cisneros le cediera la
regencia, pero el cardenal no transigió. Insistió en que,
en cuanto Carlos llegara a Castilla, él mismo le
traspasaría los poderes.
Entre todos estos asuntos, Cisneros todavía encontraba tiempo
para patrocinar la llamada Biblia
políglota complutense (Complutum
es el nombre latino de Alcalá
de Henares, en cuya universidad se estaba realizando el
proyecto, desde hacía ya catorce años). Consistía
en una versión crítica de los textos arameos, hebreos,
griegos y latinos de la Biblia. En la parte en hebreo y arameo
colaboraron los judíos conversos Alfonso de Alcalá, Pablo Coronel
y Alfonso de Zamora, en la
parte griega, el cretense Demetrio
Lucas, Hernán Núñez y Antonio de Nebrija.
Éste último intervino también en la
corrección de la Vulgata. Ese mismo año publicó su
Tertia quinquagena, en la que
estudiaba cincuenta pasajes dudosos de la Biblia. Cisneros trataba
ahora de convencer a Erasmo de Rotterdam para que se incorporara al
proyecto, pero éste, que también había recibido
ofertas de Francia e Inglaterra, las rechazó todas.
A la sazón, Erasmo estaba en Basilea, donde editó su Nuevo Testamento en griego, con
notas y traducción latina. La obra causó gran revuelo,
pues Erasmo aprovechaba cualquier pasaje para despotricar en sus notas
contra la Iglesia y los teólogos. También dio a la
imprenta una edición de las Cartas
de san Jerónimo que, salpicadas de citas en griego y en
hebreo, habían llegado tan corrompidas a través de los
manuscritos medievales que, para adivinar su sentido, era
imprescindible la formidable erudición de Erasmo. Éste
dedicó ambas obras al Papa León X, y el Papa, no
sólo aceptó la dedicatoria, sino que lo dispensó
de vestir el hábito de su orden y lo desvinculó del
monasterio de Steyn. La curia romana perdonaba todas las impertinencias
a condición de que vinieran de un helenista. Erasmo
también terminó ese año la Institutio principis Christiani
para Carlos de Austria, de quien había sido nombrado consejero.
Thomas More publicó su libro De optimo rei publicae statu, deque noua
insula Utopia, más brevemente conocido por Utopía. Hoy es una palabra
castellana, pero fue él quien la acuñó (en su
versión latina, cuya etimología griega significa "en
ninguna parte"). En la primera parte de la obra, More critica la
sociedad inglesa de su época: el despotismo de las
monarquías, el servilismo de los cortesanos, lo absurdo de las
conquistas y del lujo, la injusticia de los nobles y religiosos, etc.
En la segunda parte, en lugar de proponer reformas, las relata como si
ya estuvieran aplicadas en una isla lejana. En Utopía, la
igualdad entre las gentes era total, el dinero había sido
abolido, la nobleza, suprimida, y las riquezas eran propiedad del
estado. Seis horas diarias de trabajo obligatorio bastaban para que
reinase la prosperidad. Había que levantarse a las cuatro de la
madrugada y acostarse a las ocho de la tarde. El gobierno se hallaba en
manos del príncipe Utopus,
sometido al pueblo. Las muchachas se casaban a partir de los dieciocho
años y los muchachos a partir de los veintidós. Los
matrimonios
tenían que concertarse por amor y el adulterio se castigaba con
la muerte, pero los cónyuges descontentos podían
divorciarse. Los esposos compartían tareas y ambos tenían
la misma autoridad sobre los hijos. Los utopianos tenían el
deber de practicar su
religión, pero el fanatismo y la intolerancia estaban
proscritos. No podemos dejar de citar este pasaje:
Ya dije que se esmeran en la atención a los enfermos. No escatiman nada que pueda contribuir a su curación, trátese de medicinas o de alimentos. Consuelan a los enfermos incurables, visitándolos con frecuencia, charlando con ellos, prestándoles, en fin, toda clase de cuidados. Pero cuando a estos males incurables se añaden sufrimientos atroces, entonces los magistrados y los sacerdotes se presentan al paciente para exhortarle. Tratan de hacerle ver que está ya privado de los bienes y funciones vitales; que está sobreviviendo a su propia muerte; que es una carga para sí mismo y para los demás. Es inútil, por tanto, obstinarse en dejarse devorar por más tiempo por el mal y la infección que le corroen. Y puesto que la vida es un puro tormento, no debe dudar en aceptar la muerte. Armado de esperanza, debe abandonar esta vida cruel como se huye de una prisión o del suplicio. Que no dude, en fin, liberarse a sí mismo, o permitir que le liberen otros. Será una muestra de sabiduría seguir estos consejos, ya que la muerte no le apartará de las dulzuras de la vida, sino del suplicio. Siguiendo los consejos de los sacerdotes, como intérpretes de la divinidad, incluso realizan una obra piadosa y santa. Los que se dejan convencer ponen fin a sus días, dejando de comer. O se les da un soporífero, muriendo sin darse cuenta de ello. Pero no eliminan a nadie contra su voluntad, ni por ello le privan de los cuidados que le venían dispensando. Este tipo de eutanasia se considera como una muerte honorable.
Es triste pensar que hace quinientos años
un hombre llegó a reconocer tan lúcidamente a la
eutanasia como un derecho de los
hombres y que casi todos los países que hoy se tienen
por modernos y avanzados siguen considerándola un delito. Y es
que la Edad Media no acaba de acabar.
El conde Baltasar de Castiglione terminó, aunque no
publicó, su libro El
cortesano. En él traza la imagen ideal del perfecto
caballero renacentista: ha de ser polifacético, tan diestro en
las armas como en las artes y las ciencias. La perfección exige
calma y mesura en todos los momentos de la vida.
Ludovico Ariosto pasó al servicio de Alfonso de Este, el
marido de Lucrecia Borgia. Publicó entonces su Orlando furioso,
continuación del Orlando
inamorato de Boiardo. Está escrito en verso, en cuarenta
cantos. Su asunto principal es la locura de Orlando, debido al
desdén de su amada Angélica,
que se enamora de un joven sarraceno llamado Medoro. Recupera la cordura gracias
a Astolfo, que, montado en
su hipogrifo, cabalga hasta la Luna, donde encuentra la razón de
Orlando y la guarda en una botella cuyo contenido hace respirar a
Orlando. Mientras Boiardo se ceñía a la tradición
caballeresca medieval, Ariosto busca sólo un pretexto para tejer
mil aventuras fantásticas narradas con un toque de ironía.
En Marignano, el ejército suizo estuvo acompañado de
un cura, viejo amigo de Erasmo de Rotterdam, llamado Huldrych Zwingli, más
fácilmente conocido como Ulrico
Zuinglio,
que se reveló manifiestamente antifrancés y, de vuelta en
Suiza,
organizó una campaña contraria a que la
Confederación suministrara
mercenarios a Francia. Para entretenerlo, fue nombrado capellán
del santuario mariano de Einsiedeln,
donde se dedicó a combatir las prácticas supersticiosas.
El sultán otomano Selim I invadió Siria y Palestina como principio de una campaña contra los mamelucos de Egipto. Éstos eran suníes, pero no lo suficientemente devotos. El 15 de junio obtuvo una primer victoria significativa en Marj Dabik, pero los mamelucos se lo pusieron más difícil que los persas. Combatían y, aunque normalmente eran derrotados, los supervivientes se volvían a organizar y seguían ofreciendo resistencia.
Pánfilo de Narváez había sometido ya la totalidad de la isla de Cuba, y recibió como pago numerosas encomiendas. Luego, el gobernador, Diego de Velázquez, lo envió a Castilla como procurador suyo. Cuando regresó, lo hizo con el cargo de contador, es decir, de representante de la Hacienda Real.
Por su parte, Gonzalo Fernández de Oviedo fue enviado por
Pedrarias Dávila para informar del estado de Castilla del Oro.
Al morir Fernando, consideró oportuno dirigirse a Bruselas a presentar su informe al
príncipe Carlos, pero éste dijo que hablara con Cisneros.
De nuevo en castilla coincidió con Bartolomé de Las
Casas, que había logrado entrevistarse con
Fernando el Católico poco antes de que muriera, pero el monarca
agonizante
no estaba en condiciones de atender a las denuncias del
eclesiástico. Luego volvió a
empezar las gestiones para conseguir una audiencia con Cisneros.
Empezó entonces una pugna entre Las Casas y Fernández de
Oviedo, que no tardó en convertirse en enemistad personal.
Fernández de Oviedo desconfiaba de los remedios
evangélicos propuestos por Las Casas, y era partidario de la
formación de una organización militar, tal vez la orden
de Santiago, que se encargara de la conquista y el gobierno de las
Indias.
La expedición de Juan Díaz de Solís
bordeó la costa americana hasta que encontró un gran
estuario al que llamó Mar Dulce
(aunque no era el mismo al que Colón había llamado
así, mucho más al
norte). Aunque ya había sido visitado por varias expediciones
anteriores, Díaz de Solís decidió explorarlo y se
adentró en el río Paraná,
al que durante un tiempo se llamó río de Solís.
Desembarcó junto con algunos de sus compañeros y la
pequeña comitiva fue invitada a un banquete por los indios charrúa,
... en calidad de menú del día. El resto de la
tripulación contempló
desde el barco cómo los antropófagos devoraban a su
capitán, tras lo
cual la expedición emprendió el viaje de regreso.
El 13 de agosto, el rey Francisco
I de Francia firmó con Carlos de Austria el tratado de Noyon, por el que Francisco
reconocía a Carlos como rey de Nápoles a cambio de que
éste lo reconociera como duque de Milán. Por esta
época Venecia había recuperado todos los territorios que
poseía antes de la intervención de la Liga de Cambrai. El
18 de agosto firmó con el Papa
León X el concordato de
Bolonia, por el que el Papa cedía al rey todos los
derechos sobre el clero católico francés. A cambio,
Francisco I reconocía la superioridad del Papa sobre los
concilios y aceptaba el pago de la anata o tributo anual a Roma.
Los portugueses establecieron un acuerdo comercial con el rey Naresuen de Siam. Tras un largo
periodo de disturbios, el trono de Camboya fue ocupado por Ang Chan, que trató de
combatir la hegemonía siamesa.
Ese año murieron:
Por esta época empezaba a destacar un joven pintor
alemán, de diecinueve años. Había nacido en
Augsburgo, pero desde el año anterior residía en Basilea.
Se llamaba Hans Holbein,
conocido como el Joven, para
distinguirlo de su padre, Hans
Holbein el Viejo, también pintor. El estilo de su padre
era todavía algo primitivo, pero Hans el Joven estaba
aprendiendo las nuevas técnicas. Ese año realizó
su primer
encargo importante: el Díptico
de los esposos Meyer.
Diego de Velázquez, el gobernador de
Cuba, envió una expedición hacia el oeste bajo el mando
de Francisco Hernández de
Córdoba, que partió de La Habana el 8 de febrero de 1517 y llegó hasta
la
península que llamó Yucatán,
donde tomó contacto con la civilización maya. (Cuando un
exporador daba nombre a un lugar, una región o un accidente
geográfico basándose en algún nombre
indígena, el resultado podía variar desde una mera
deformación del topónimo original hasta algo que no
tuviera nada que ver. Por ejemplo, se ha conjeturado que
"Yucatán" es una deformación de una
expresión maya que significa "no
te entendemos"). En su viaje de retorno, Velázquez
navegó hasta Florida, desde allí volvió a La
Habana y murió poco después en Sancti
Spiritus. En su expedición había participado
también Bernal Díaz del Castillo, que de Castilla del Oro
había pasado a Cuba, ya que era pariente del gobernador.
En abril, el sultán Selim
I entró en El Cairo convertido ya en el dueño de Egipto.
No se interesó por las pirámides ni otros monumentos
faraónicos. Sólo visitó mezquitas, donde
oró postrado sobre las losas del pavimento, rechazando los
tapices que le habían preparado. En Egipto encontró a un
supuesto descendiente de los abasíes que llevaba el
título de Califa. Se llamaba Al-Mutawakkil,
y pretendía descender de un tío del profeta. No conocemos
los profundos argumentos teológicos que Selim I debió de
exponerle, pero el Califa acabó cediéndole su
título. Selim I fue el primer Califa que no era (o
pretendía ser) descendiente de Mahoma o de sus familiares. Ni
siquiera era árabe. Poco después se apoderaba
también de Medina, La Meca y de toda la costa árabe del
mar Rojo hasta el Yemen.
En la India murió el sultán de Delhi, Sikander Lodi,
que fue sucedido por su hijo Ibrahim
Lodi.
Hans Holbein marchó a Lucerna
con su padre para decorar los interiores y las fachadas de la casa del
burgomaestre Hertenstein.
El humanista alemán Johannes Reuchlin publicó su De arte cabbalistica, en la que
defendía una vez más la cábala judía.
Finalmente se terminó la impresión de la Biblia
políglota complutense. Su último tomo incluía un
vocabulario hebreo y arameo y una gramática hebrea. Fue
imprimida por Arnao Guillén de
Brocar, con tipos griegos y hebreos fundidos ex profeso.
El Papa León X clausuró el V concilio de Letrán
sin llegar a ninguna resolución relevante. La economía de
la Iglesia era especialmente pintoresca en esta época. Los
obispados proporcionaban cuantiosas rentas a sus titulares, por lo que
el Papa podía cobrar grandes sumas por otorgarlos, o incluso
usar nombramientos como compensación por un servicio.
También los altos cargos en el Vaticano se cotizaban muy bien,
pues los puestos eran inamovibles e incluso podían ser
revendidos por sus poseedores a otros que los pagaban con sobreprecio.
El Papa Julio II creó un colegio de cien escribientes, a los que
cobró un total de 14.000 ducados por su empleo; León X
nombró sesenta chambelanes y ciento cuarenta escuderos, a los
que cobró 202.000 ducados.
El alemán Johann Burchard,
obispo de Orta, autor de la crónica pontificia de la
época, explica que obtuvo su empleo de maestro de ceremonias
pagando 450 ducados, incluidos todos
los gastos, lo que quiere decir propinas. Había ofrecido
en vano al Papa Julio II la suma de 2.000 ducados por una plaza de
escribiente, pero logró otra de corrector de escrituras por
2.040 ducados. En la práctica, esto era como una
inversión bancaria: se "depositaba" el dinero en el Vaticano y
se iba recuperando poco a poco, de modo que al cabo de unos
años, cuando se había recuperado el capital invertido,
los salarios siguientes eran intereses. La situación se
repetía a menor escala en los obispados más importantes.
Evidentemente, tales desembolsos generaban expectativas aún
mayores. Últimamente había varios cardenales que
consideraban insuficientes sus beneficios y estaban adoptando una
política hostil contra el Papa. León X llegó a
encarcelar al cardenal Alfonso
Petrucci, bajo la acusación de intentar envenenarlo.
Las arcas pontificias tenían más fuentes de ingresos.
Los años jubilares Roma se llenaba de peregrinos a los que era
fácil sacarles el dinero. El resto del tiempo, estaban las
indulgencias (si pagas, irás al cielo). Los dominicos, dirigidos
por Johannes Tetzel, estaban
predicando por Alemania la indulgencia que recientemente había
concedido León X a quienes financiaran la construcción de
la catedral de San Pedro.
Criticar con más o menos descaro la corrupción de la
Iglesia era el panem nostrum
quotidianum para amplios sectores sociales, desde las clases
más humildes hasta humanistas, literatos y los propios
religiosos. Había que hacerlo con tiento, no fuera uno a ser
declarado hereje, pero había un amplio margen de movimiento, ya
que criticar la corrupción no era herejía. Pero ese
año, alguien se atrevió a criticar, no la
corrupción de la doctrina de la Iglesia, sino la propia
doctrina. Era un fraile agustino de treinta y cuatro años. No
uno cualquiera, ya que dos años atrás había sido
nombrado vicario general de los agustinos de Alemania. Desde
hacía cuatro años era profesor de teología en la
universidad de Wittemberg.
Enseñaba filosofía, teología y exégesis
bíblica. Se llamaba Martin
Luther, aunque es más conocido como Martín Lutero. Al parecer,
Lutero había pasado recientemente por una crisis de angustia
obsesionado por el problema de lo que debe hacer un cristiano para
lograr la salvación. Cuando, tras profundas reflexiones
teológicas, encontró una respuesta que le satisfizo,
encontró insufrible que los enviados del Papa fueran por
ahí diciendo que lo único necesario para salvarse era
pagar cierta suma de dinero.
El 31 de octubre clavó en
la puerta de la iglesia del castillo de Wittemberg un documento en
latín con noventa y cinco tesis contra el principio y la
práctica de las indulgencias, tesis que se aprestaba a defender
en singular combate dialéctico contra cualquiera que aceptara el
desafío. Un tanto desordenadamente, las tesis de Lutero
venían a decir:
El año anterior, Lutero ya hablaba en sus clases de "nuestra teología", para
distinguirla de la doctrina oficial, y días antes de hacerlas
públicas, ya había enviado sus tesis a distintas
autoridades y amigos, en especial al arzobispo de Maguncia (y, por lo
tanto, príncipe elector) que, desde el año anterior era Alberto de Hohenzollern, hermano del
príncipe elector de Brandeburgo, Joaquín I Néstor.
El cardenal Cisneros debía acudir a Tordesillas para
encontrarse con el príncipe Carlos de Austria, pero murió
durante el viaje, el 8 de noviembre.
Diez días después, el 18 de
noviembre, Carlos
entró solemnemente en Valladolid. El hecho de que Juana la Loca
siguiera con vida hacía que
Carlos no pudiera considerarse rey. Oficialmente, la reina
legítima era Juana, y era necesario que las cortes admitieran su
incapacidad para que su hijo pudiera sentarse en el trono. No menos
trascendencia tenía el hecho de que Carlos, aun siendo
reconocido como rey, no podría disponer de ningún dinero
sin la debida aprobación de las cortes.
De todos modos, el príncipe Carlos gobernaba ahora
interinamente de acuerdo con las disposiciones del difunto cardenal
Cisneros. Con él había llegado una camarilla de
cortesanos flamencos dispuestos a repartirse el país.
Así, al frente del arzobispado de Toledo, en sustitución
de Cisneros, Carlos puso a un joven de dieciséis años,
sobrino y tocayo de uno de sus preceptores, Guillermo
de Groy. Como inquisidor general, también en
sustitución de Cisneros, nombró a Adriano de Utrecht. Uno
de sus amigos, Jean Sauvage,
recibió el
título de gran canciller,
todo esto entre la obvia indignación de los castellanos.
Carlos atendió también una serie de denuncias contra
la actuación de Pedrarias Dávila en Castilla del Oro,
denuncias que Cisneros no había tenido en consideración,
y decretó el nombramiento de un nuevo gobernador, Lope de Sosa. Las noticias del
posible cambio de gobernador habían llegado a Castilla del Oro
meses antes de que se produjera realmente. Vasco Núñez de
Balboa se encontraba el la costa del mar del Sur, donde acababa de
construir unos barcos para explorarlo, pero, al enterarse del posible
cambio, decidió regresar a Acla, al parecer con la
intención de ayudar a su suegro en caso de que tuviera problemas
con su sustituto y las acusaciones que pesaban sobre él. Sin
embargo, Pedrarias temió que Balboa pudiera declarar en su
contra y por ello envió a Francisco Pizarro para que lo
apresara, bajo la acusación de conspirar contra
el rey. Fue juzgado y condenado a muerte antes de que acabara el
año. Finalmente, el cambio de gobernador no llegó a
producirse, ya que Sosa murió antes de llegar a La Antigua y
Pedrarias siguió como gobernador interino.
A principios de diciembre, toda
Europa conocía ya las tesis de Lutero, que se habían
convertido en la comidilla del momento. En Italia, Gian Pietro Carafa, el obispo de Chieti, y un clérigo llamado Cayetano de Thiene, fundaron el oratorio de Amor divino, con la
intención de reformar el clero.
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