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                  GUERRA DE GRANADA | SIGUIENTE | 
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En 1477 murió el
      príncipe Basarab de Valaquia, conocido como Basarab el Viejo para
      distinguirlo
      de su hijo y sucesor, llamado también Basarab. 
    
Mientras tanto continuaba la guerra entre Castilla y Portugal o, equivalentemente, la guerra entre los partidarios de la reina Isabel I y los de Juana la Beltraneja. En Galicia predominaban los partidarios de Juana, encabezados por Pedro Álvarez de Sotomayor (alias Pedro Madruga), aunque ese mismo año fue capturado. En cambio, las esperanzas de arrebatar a los portugueses el monopolio del comercio con el África subsahariana pusieron a toda Andalucía en contra de Portugal, es decir, a favor de Isabel I.
Isabel I y Fernando V compraron a Diego García de Herrera
      los
      derechos de conquista sobre las islas de la Palma, Gran Canaria y
      Tenerife a cambio de una fuerte suma de dinero y del título
      de
      conde de la Gomera. (Además, el nuevo conde conservaba como
      patrimonio las demás islas del archipiélago.) Los
      reyes
      encomendaron la conquista de las islas a Juan de Rejón, que
      emprendió la tarea en 1478,
      pero, al igual que sus predecesores, tampoco fue capaz de explicar
      satisfactoriamente a los guanches por qué debían
      someterse a los castellanos, y su ejército fue derrotado
      por el
      rey Tenesor.
    
El rey Fernando V de Castilla seguía ayudando a su padre,
      el
      rey Juan II de Aragón, a gobernar su reino y tratar de
      paliar
      las secuelas de la guerra civil aragonesa. Ese año
      nombró
      lugarteniente del reino de Valencia a su primo, el infante
      Enrique.
    
 Ese año los reyes Isabel I y Fernando V estuvieron
      en
      Sevilla, donde el clero les manifestó el malestar
      ocasionado por
      el "germen contaminante"
      que
      suponían los judíos conversos. En palabas de un cura
      sevillano: « ...
        cristianos
        sólo de nombre, viven dentro de
        la ley mosaica incluso en su vida externa. Usan pan
        ácimo,
        sacrifican animales al modo de los hebreos, hacen público
        desprecio de virtudes cristianas como la virginidad, y acumulan
        riquezas para dominar al resto de la población».
      (Esto último era, sin duda, lo más grave.) A esto se
      unían numerosos rumores que circulaban en torno a ellos:
      robaban
      hostias consagradas para destruirlas,
      crucificaban niños, hacían concursos de blasfemias
      y, en
      fin, todas esas cosas que ya se sabe que hacen los herejes.
    
Aunque los reyes no estaban muy convencidos, el 1 de noviembre el obispo de Osma
      obtuvo
      del Papa Sixto IV una bula que les concedía el derecho a
      designar tres Inquisidores Generales, con la recomendación
      de
      que fueran «mayores de
        cuarenta años,
        bachilleres en teología y notoriamente virtuosos».
      No obstante, los reyes
      prefirieron no usar este derecho y aplicar una política de
      adoctrinamiento en lugar de la inquisitorial. El cardenal Pedro
      González de Mendoza redactó un catecismo para
      general
      conocimiento «... de los
        dogmas y obligaciones de la vida cristiana». 
    
Lorenzo y Juliano de Médicis no se interesaban mucho por
      el
      negocio familiar, y su banca, que prestaba dinero sin medida,
      tenía enormes pérdidas. Algunas filiales fuera de
      Italia
      empezaron a quebrar. Los Médicis se interesaban más
      por
      el mecenazgo y por la política florentina. Se apoyaban en
      el
      pueblo llano, y, como suele suceder, esto les valió la
      enemistad
      del patriciado, que contaba con el apoyo del Papa. Sixto IV dio su
      aprobación a la conjura de
      los Pazzi, banqueros
      florentinos que trataron de asesinar a los Médicis en la
      catedral. Lograron su objetivo con Juliano, pero Lorenzo pudo
      escapar.
      Entonces el Papa lanzó contra él al rey Fernando I
      de
      Nápoles, desencadenando una guerra. Lorenzo
      endureció su
      gobierno, que se volvió férreo y dictatorial.
    
Botticeli terminó su Primavera,
      encargada por los Médicis, un cuadro sobre madera cargado
      de
      simbología de la filosofía neoplatónica que
      estaba
      desarrollando Marsilio Ficino.
    
Verrocchio terminó una de sus obras maestras: la Dama del ramillete, una
      escultura
      en mármol que parece de carne y hueso. En pintura
      terminó
      la Madona con san Donato y san
        Juan
        Bautista, en colaboración con un joven
      discípulo
      de veintidós años llamado Lorenzo di Credi. Poco antes
      había pintado El
        bautismo de
        Cristo en colaboración con Leonardo da Vinci.
      Leonardo
      había pintado un par de ángeles, cuya delicadeza
      contrasta con la aspereza de las figuras principales.
    
El rey Fernando I de Nápoles casó a su hijo Federico con Ana, hermana del duque
      Filiberto I
      de Saboya.
    
El kan de Crimea Mengli Giray logró recuperar el control
      de
      su estado frente a los otomanos, que se lo habían
      arrebatado
      tres años atrás.
    
Ese año murió el turco Uzun Hasan Beg, y con
      él
      empezó a desmoronarse el poder de los Akkoyunlu.
    
También murió el duque Jorge de Clarence, hermano
      del
      rey Eduardo IV de Inglaterra.
    
En Portugal murió el duque Fernando I de Braganza, que fue
      sucedido por su hijo Fernando
        II.
      
    
El rey Cristián I de Dinamarca y Noruega casó a su
      hijo Juan con Cristina, hija del
      príncipe
      elector Ernesto de Sajonia.
    
En enero de 1479 murió
      el
      rey Juan II de Aragón, con lo que su hijo, el rey Fernando
      V de
      Castilla y Fernando I de Sicilia, se convirtió en Fernando II de Aragón.
      Su
      hermanastra Leonor fue proclamada reina de Navarra, pero
      murió a
      los quince días, por lo que el título pasó a
      su
      nieto Francisco, de diez años. Su madre, Magdalena de
      Francia,
      ejerció la regencia.
    
Puesto que Fernando II de Aragón estaba ocupado luchando
      contra Portugal y los partidarios de Juana la Beltraneja,
      dejó
      Cataluña y Mallorca bajo el gobierno de su primo Enrique,
      con el
      título de lugarteniente. En febrero,
      el ejército castellano derrotó en la batalla de la Albuera al último
      núcleo de partidarios de Juana, con lo que el rey Alfonso V
      de
      Portugal no tardó en abandonar la lucha.
    
En septiembre se firmó el tratado de Alcáçovas, por el que Alfonso V reconoció a Isabel I como reina de Castilla, mientras que los castellanos reconocían a Portugal el derecho de colonización de la costa occidental de África y de las islas Madeira, Azores y Cabo Verde. A su vez, Portugal reconoció el derecho de Castilla sobre las Canarias. (El único interés de Portugal por las Canarias se debía a su afán por evitar la competencia castellana en el comercio con África, pero, una vez Castilla había renunciado a él, las Canarias carecían de valor.) Por otra parte, se acordó el futuro matrimonio de Alfonso, nieto de Alfonso V, con Isabel, la hija mayor de Fernando II e Isabel I, que tenía ahora nueve años. A su vez, Alfonso V repudió a Juana la Beltraneja, y a ésta se le propuso casarse con Juan, el heredero de Fernando II e Isabel I, que tenía poco más de un año. Juana consintió en renunciar a sus derechos a la corona, pero rechazó el matrimonio y, a sus diecisiete años, se retiró a un convento de las clarisas en Portugal, donde nunca dejó de titularse reina
Cristóbal Colón se casó con Felipa Moniz, hija de Diego Perestrello, gobernador
      de la
      isla de Porto Santo
      (perteneciente al archipiélago de Madeira). Luego hizo un
      viaje
      a Génova, con motivo de una reclamación contra la
      compañía Centurione. La familia Perestrello estaba
      muy
      relacionada con las exploraciones
      portuguesas y, a raíz de su matrimonio, Colón fue
      abandonando la
      navegación comercial para colaborar en empresas
      geográficas y
      científicas.
    
Ese año murió Jorge Manrique. También
      murió el duque Luis IX de Baviera-Landshut, que fue
      sucedido por
      su hijo Jorge. 
    
El rey Fernando I de Nápoles nombró duque de Bari a
      Ludovico Sforza, quien se deshizo de su cuñada y
      gobernó
      Milán en nombre de su sobrino, Juan Galeazzo.
      También
      tuvo que deshacerse de algunos regentes de Juan Galeazzo, entre
      los que
      se encontraba Giangiacomo
        Trivulzio,
      más conocido como Trivulzio
        el
        Grande,
      un condotiero que pasó a servir a Fernando I.
    
El conflicto por la herencia del duque de Borgoña Carlos
      el
      Temerario seguía abierto. Agotada la diplomacia,
      Maximiliano de
      Austria y el rey Luis XI de Francia se enfrentaron en la batalla
      de Guinegatte, en la que
      no hubo un
      claro vencedor.
    
El rey Casimiro IV de Polonia casó a su hija Sofía con Federico de Hohenzollern, hijo
      del
      príncipe elector de Brandeburgo Alberto I Aquiles. 
    
Venecia firmó la paz con el sultán otomano Mehmet
      II.
      Tuvo que comprometerse a pagar un tributo a cambio de conservar
      algunas
      plazas en Grecia. El pintor Giovanni Bellini fue nombrado pintor
      oficial de la República de Venecia.
    
El vietamita Le Thant Ton conquistó Luang Prabang, la
      capital
      del reino de Lan Xang. 
    
Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón estaban
      decididos a poner fin a las turbulencias que habían
      caracterizado los reinados de sus predecesores. Enviaron delegados
      por
      sus reinos, revestidos de plenos poderes, que se encargaron de
      doblegar
      a los nobles levantiscos mediante procedimientos tales como el
      destierro, el derribo de castillos o la ejecución pura y
      simple.
      Se calcula que en Galicia huyeron unos dos mil nobles. En
      Andalucía, la reina en persona presidió un tribunal
      que
      repartió condenas durante varios meses, e hizo que unos
      cuatro
      mil nobles buscaran refugio en Portugal o incluso en el reino de
      Granada. Segovia trató de resistirse al gobernador nombrado
      por
      los reyes y, cuando la reina acudió a poner orden, los
      rebeldes
      le exigieron garantías antes de dejarla entrar en la
      ciudad,
      pero cuentan que ella dijo: "Yo
        soy
        la reina de Castilla, esta ciudad es mía y no
        entraré en
        ella con condiciones." Ante tanta contundencia, los
      rebeldes
      aceptaron al gobernador entre gritos de ¡Viva la reina!
    
Los reyes pusieron gran empeño en mejorar la
      administración de justicia. Ellos mismos se sentaban una
      vez por
      semana a impartir justicia en la ciudad en la que estuvieran en
      ese
      momento. En 1480 convocaron
      cortes
      en Toledo, donde se revisaron los honores y mercedes que los reyes
      anteriores habían concedido a los nobles, y se anularon
      muchos
      de ellos. Se prohibió a la nobleza levantar nuevos
      castillos,
      rodearse de escolta personal armada, hacerse preceder de maceros,
      imitar en su correspondencia sellos y signos reales, y hasta
      batirse en
      duelo. También debilitaron a las órdenes militares,
      valiéndose de su derecho a nombrar a sus maestres:
      elegían candidatos que, a cambio de ser nombrados, estaban
      dispuestos a ceder a la Corona parte de las posesiones de la
      orden.
      Isabel I se ocupó también del clero. Se cuenta que
      llegó a encarcelar a unas monjas por comportamiento
      inapropiado.
      El obispo de Cádiz manifestó públicamente el
      fracaso de los intentos encaminados a que los judíos
      conversos
      siguieran los preceptos de la vida cristiana, por lo que las
      cortes de
      Toledo extremaron las medidas para distinguir a judíos y
      cristianos: se obligó a los judíos a llevar
      distintivos
      en sus ropas y a vivir en barrios apartados (juderías). El
      27 de noviembre Isabel I
      nombró los
      primeros Inquisidores Generales del reino, que fueron fray Miguel Morillo, fray Juan de San Martín y el
      capellán López del
        Barco. Así nació la Santa Inquisición de
        Castilla,
      aunque antes de entrar en funcionamiento se publicaron tres
      edictos
      sucesivos de gracia, a los que se acogieron muchos sospechosos de
      herejía, que hubieron de cumplir grandes penitencias. 
    
El gran príncipe Iván III de Moscú, aliado
      con
      el kan de Crimea Mengli Giray, derrotó a los mongoles de la
      Horda de Oro en
      la batalla de Ugra. Desde
      ese
      momento, el vasallaje de Moscú a la Horda de Oro fue
      meramente
      nominal, y el gran príncipe fue conocido como Iván III el Grande. 
    
Durante la década que ahora terminaba, el pintor Piero
      della
      Francesca estuvo trabajando principalmente para los duques de
      Urbino. A
      este periodo se deben, entre otras, la Madona de Senigallia y la Madona con Santos y Federico de
        Montefeltro
      (el duque de Urbino).
    
Ese año murió el duque Renato I de Anjou. De
      acuerdo
      con lo acordado con el rey Luis XI de Francia, su heredero era su
      sobrino Carlos, pero su nieto (y heredero legítimo), el
      duque
      Renato II de Lorena, trató de ocupar su herencia, pero
      sólo pudo hacerse con el ducado de Bar, ya que el resto fue
      ocupado por Luis XI, teóricamente en nombre del nuevo
      duque,
      Carlos, pero en la práctica el ducado de Anjou quedó
      en
      manos del rey, y a Carlos sólo le dejó el condado de
      Provenza.
    
En Polonia murió a sus sesenta y cinco años el
      canóngo Jan Dlugosz,
      preceptor de los hijos del rey Casimiro IV. Durante los
      últimos
      veinticinco años estuvo escribiendo su Historia de Polonia, en doce
      libros, la primera obra en la que aparece la idea nacional polaca.
      Está escrita con gran pureza de estilo y sentido
      crítico,
      algo poco frecuente en las crónicas medievales.
    
Por esta época (quizá unos años
      atrás)
      murió Tlacaelel, el consejero del soberano azteca Axayacatl
      y de
      sus predecesores. Los aztecas sufrieron su primer revés
      cuando
      fueron derrotados por los tarascos.
    
Italia fue invadida por el pánico cuando los turcos
      ocuparon
      la ciudad de Otranto, en
      el
      reino de Nápoles. El rey Fernando I recabó
      inmediatamente
      la ayuda del Papa Sixto IV y la de su primo Fernando II de
      Aragón. Lorenzo de Médicis aprovechó las
      circunstancias para que Fernando I dejara de apoyar al Papa en la
      guerra que éste había desencadenado contra
      Florencia. Ya
      en 1481, los turcos fueron
      expulsados de Italia.
    
Mehmet II comprendió que no podía atacar Italia si
      no
      dominaba antes el Mediterráneo oriental, y de entre las
      posesiones cristianas en él, la más importante era
      la
      isla de Rodas. En mayo los
      turcos
      llegaron a la isla con ciento sesenta galeras. La isla estaba
      defendida
      por los hospitalarios, cuyo gran maestre, Pierre d'Aubusson, previendo
      el
      ataque, había llamado a todos los miembros de la orden, que
      habían acudido y jurado morir antes que rendirse. En julio los turcos se retiraban con
      nueve
      mil muertos y quince mil heridos. 
    
Mehmet II murió poco después de que su armada
      regresara a Estambul y entonces se desencadenó una guerra
      civil
      entre sus hijos Yim y Bayaceto II. Esto
      sucedió
      porque ninguno de los dos aplicó a tiempo una ley dictada
      años atrás por el sultán: "Mis ilustres hijos y mis nietos, al
        llegar al trono, pueden hacer morir a sus hermanos para asegurar
        el
        reposo del mundo." Finalmente, Yim fue derrotado y tuvo
      que huir
      a la isla de Rodas. Los caballeros hospitalarios lo enviaron preso
      a
      Francia, a la espera de ser liberado cuando más conviniera
      a los
      cristianos.
    
También murieron ese año:
 
    En Suiza había estallado un conflicto que enfrentaba a los
      cantones montañeses contra los cantones burgueses, pero,
      finalmente, la mediación de un eremita llamado Nicolás de Flue
      logró
      que los cantones se reconciliaran en la dieta de Stans, que renovó la
      promesa
      de defensa mutua contra los peligros exteriores e interiores.
      Además, los cantones de Solothurn
      y Friburgo fueron
      admitidos en
      la Confederación Helvética.
    
Siete años atrás, el Papa Sixto IV había
      encargado la construcción de una nueva capilla en su
      palacio del
      Vaticano. Ahora se la conoce como la capilla
        Sixtina, y, una vez estuvo acabada, el Papa mandó
      llamar
      a varios pintores para decorar sus paredes, tres florentinos:
      Sandro
      Botticelli, Cosimo Rosselli
      y Domenico Bigordi,
      más
      conocido como Ghirlandaio,
      y
      tres umbros: Luca Signorelli
      (un discípulo de Piero della Francesca), el Perugino, y
      Bernardino di Betto, más conocido como il Pinturicchio. 
    
Botticelli pintó tres frescos, dos episodios de la vida de
      Moisés y La
        tentación
        de Cristo, de extremada riqueza de detalles; Guirlandaio
      pintó la Vocación
        de
        san Pedro y de san Andrés; Rosselli pintó La adoración del becerro de
        oro,
      El sermón de la
        montaña
      y La última cena,
      obras que no resultan no muy afortunadas cuando se comparan con
      las de
      sus colegas; Signorelli pintó más escenas de la vida
      de
      Moisés; Al Pinturicchio se deben el Bautismo de Cristo y el Viaje de Moisés.
      mientras
      que los frescos del Perugino fueron destruidos en una reforma
      posterior, excepto La entrega
        de las
        llaves, considerada como una de las obras más
      significativas
      del renacimiento italiano.
    
Antonio de Nebrija publicó sus Introductiones Latinae, destinadas
      a la enseñanza de la gramática latina y que han
      servido
      como libro de texto hasta el siglo XIX.
    
Ese año empezó a actuar el tribunal de la Santa
      Inquisición de Castilla, con sede en el castillo de Triana, en
      Sevilla. Las
      autoridades laicas se encargaron de cazar la primera remesa de
      herejes,
      sobre los que se actuó con un rigor desconocido hasta
      entonces.
    
La reina Isabel I había incrementado sensiblemente la
      presión fiscal en Castilla, y ello incluía un
      aumento de
      los tributos sobre el reino de Granada. Sin embargo, el 25 de diciembre, en lugar de pagar
      la suma
      exigida, el rey Muley-Hacén tomó el pueblo
      fronterizo de Zahara. Fue
      el mayor favor que el
      rey nazarí podía hacer a Castilla. La nobleza
      castellana
      se estaba sometiendo a la monarquía, pero,
      ¿cuánto
      tiempo aguantaría postrada? Una guerra contra Granada era
      el
      modo ideal de que los nobles humillados recobraran honra, fama y
      riquezas sirviendo a su reina. Fue el caso, por ejemplo, de Diego
      López Pacheco, el marqués de Villena, que a
      raíz
      de la guerra se reconcilió definitivamente con Isabel I.
    
En 1482, el rey Fernando II de
      Aragón, al frente del ejército castellano,
      envió
      un ultimátum a Muley-Hacén, que contestó: "En Granada ya no se labra oro ni
        plata
        para pagar tributos, sino lanzas, saetas y alfanjes contra sus
        enemigos." Se cuenta que, al recibir tal respuesta,
      Fernando II
      montó en cólera y gritó: "¡Yo arrancaré uno a
        uno los
        granos de esa granada!" Como represalia a la toma de
      Zahara, los
      castellanos tomaron la ciudad de Alhama.
      
    
El rey Muley-Hacén no dejó de colaborar con los
      castellanos: recientemente había incorporado a su
      harén a
      una cristiana llamada Isabel de
        Solís, que se había convertido al islam con
      el
      nombre de Soraya (Lucero
      del
      Alba). La hasta entonces favorita del rey, Aixa, volvió contra
      éste a sus hijos, y
      Muley-Hacén trató de asesinarlos, pero sólo
      tuvo
      éxito con el mayor Yusuf.
      Su hermano, Muhammad abú
        Abd
        Allah, más conocido entre los cristianos por una
      deformación de su nombre: Boabdil,
      logró escapar y buscó el apoyo de los abencerrajes.
    
Cuando Muley-Hacén salió de Granada para
      reconquistar
      Alhama, Boabdil vuelve a Granada y se hace proclamar rey (Muhammad XI). Alhama resiste
      el
      asedio, defendida por dos
      nobles castellanos, hasta entonces enemigos irreconciliables: el
      marqués de Cádiz y el duque de Medinasidonia.
      Finalizado
      el ataque,
      ambos se abrazaron dando fin a su enemistad. Derrotado en Alhama,
      Muyey-Hacén se vio obligado a huir a Málaga, donde
      estaba
      su hermano, Muhammad al-Zagall
      (el Valiente). Los cristianos deformaron el nombre de al-Zagall
      convirtiéndolo en el
        Zagal.
      Ambos hermanos lograron recuperar Granada, pero entonces el Zagal
      se
      proclama rey (Muhammad
        XII). Así, Granada tuvo que hacer frente al mismo
      tiempo
      a la guerra
      contra los cristianos y a una guerra civil entre los tres
      pretendientes
      al trono: Muley-Hacén, el Zagal y Boabdil. El rey
      Fernando II de Aragón se ocupó de avivar las
      rencillas
      entre los tres.
    
La Santa Inquisición de Castilla estaba causando estragos.
      Siguiendo la tradición, las confesiones se arrancaban
      mediante
      la tortura, y cualquier acusación anónima
      servía
      de base para capturar e "interrogar" a un sospechoso. Las torturas
      más populares eran los cordeles,
      que se apretaban en las articulaciones, y la toca,
      un paño que se metía por la boca hasta la garganta y
      al
      que se le echaba agua para dejar al borde de la asfixia al
      presunto
      hereje. Ambos eran muy dolorosos, pero difícilmente
      provocaban
      muerte o mutilaciones. 
    
Los acusados que no eran absueltos tenían que participar
      en
      una procesión pública vestidos con el sambenito, un capote de lana
      amarilla con la cruz de san Andrés y llamas de fuego.
      Además de esto, las sentencias oscilaban entre la
      reconciliación pública (el reo abjuraba de sus
      errores y
      era perdonado), la inhabilitación para cargos
      públicos,
      el uso de por vida del sambenito, la prisión y la hoguera.
      A los
      que se retractaban a última hora en el patíbulo se
      les
      conmutaba la hoguera por el garrote
      (con el que morían estrangulados). Los cronistas discrepan
      en
      las
      cifras, pero hay quien habla de unos dos mil reos, entre quemados,
      desaparecidos y huidos en los tres primeros años de
      actuación del santo tribunal.
    
El Papa Sixto IV recibió quejas por la actuación
      del
      Santo Oficio, pero, a pesar de lo espeluznante de las denuncias,
      no se
      atrevió a destituir a los inquisidores ni a desautorizar
      sus
      actuaciones. Lo único que hizo fue dictar unas normas de
      actuación: en adelante, los inquisidores tendrían
      que
      actuar con el obispo del lugar y dentro de los cauces del derecho
      canónico.
    
La Santa Inquisición fue uno de los principales pilares
      que
      proporcionaron a Isabel I de Castilla y Fernando II de
      Aragón un
      poder absoluto sin precedentes en sus reinos. (Nadie se
      solidarizaba
      públicamente con un acusado por el Santo Tribunal, no fuera
      a
      ser tenido también por sospechoso.) Por ello se dispusieron
      a
      introducirla también en la Corona de Aragón, para lo
      cual
      sugirieron al general de los dominicos, Salvo Casseta, una lista de nombres
      de su agrado para que éste nombrara a los inquisidores
      generales
      de Aragón, pero Sixto IV trató de que, esta vez,
      la situación no se le escapara de las manos, y
      nombró
      él mismo ocho inquisidores dominicos. Esto tensó las
      relaciones entre el Papa y los soberanos.
    
El Papa canonizó a san
        Buenaventura.
    
El rey Luis XI de Francia y Maximiliano de Austria llegaron
      finalmente a un acuerdo mediante el tratado de Arras: Luis XI conservaba el
      ducado
      de Borgoña mientras que los Países Bajos y el Franco
      Condado quedaban para Maximiliano, si bien éste
      último
      formaría parte de la dote del futuro matrimonio entre el
      Delfín Carlos, que tenía entonces doce años,
      y Margarita,
      la hija de Maximiliano, de dos años. La duquesa
      María de
      Borgoña, ahora rebajada a condesa, murió poco
      después a consecuencia de una caída de caballo, y
      entonces
      las ciudades flamencas se sublevaron contra Maximiliano, quien les
      declaró la guerra para hacerse reconocer como tutor de su
      hijo
      Felipe, de cuatro
      años,
      el
      nuevo conde de Borgoña.
    
Por esta época se había hecho famoso un
      dístico
      compuesto por Matías Corvino, el rey de Hungría, a
      raíz de la boda entre Maximiliano y María de
      Borgoña y, en parte, en respuesta a la pretenciosa divisa
      del
      emperador Federico III:
    
Bella gerant alii, tu, felix Austria, nube.
Nam quae Mars aliis, dat tibi regna Venus.
(Que otros hagan guerras. Tú, Austria feliz,
      cásate,
      pues los reinos que a otros les da Marte, a ti te los da Venus.)
      Hay
      una malicia de difícil traducción, pues "nubere" en
      latín es casarse una mujer. (Literalmente significa
      cubrirse con
      el velo nupcial.) Así pues, Matías Corvino le dice a
      Maximiliano que está obteniendo territorios como los
      obtienen
      las mujeres, por matrimonio, en lugar de como es propio de los
      hombres,
      conquistándolos. Este juego de palabras con "nubere" se
      encuentra ya en un epigrama de Marcial.
    
 El rey Juan II de Portugal dio
      un nuevo
      impulso a la exploración de la costa africana. Diogo de Azambuja fundó
      el
      fuerte de São Jorge da
        Mina,
      que sirvió de base para futuras expediciones, mientras que
      Diogo Cão
      zarpó con el
      encargo de encontrar el extremo sur del continente negro, y
      plantó padrãos
      (columnas que indicaban la toma de posesión) en el estuario
      del Congo, al que
      él llamó
      río Poderoso.
      Allí descubrió un reino de grandes dimensiones. Su
      capital, junto al río, era Mbanza
        Congo, y dominaba seis provincias. El rey, o mani. era asistido por los
      nobles
      de la corte, los numerosos funcionarios y la guardia real. La
      monarquía era electiva, aunque los nobles debían
      elegir
      al nuevo monarca en el seno de la familia real. El rey era
      responsable
      de la prosperidad del reino. Si llovía demasiado, o
      demasiado
      poco, o sucedía cualquier desgracia, se consideraba que el
      rey
      tenía la culpa (pues se creía que tenía
      poderes
      mágicos para ocuparse de esas cosas). Si el rey era viejo,
      o
      estaba enfermo o achacoso, sus súbditos pensaban que la
      salud
      del país iría en consonancia, por lo que el rey
      tenía la obligación de suicidarse. Desde el Congo,
      Cão
      avanzó mil kilómetros más al sur, (hasta
      donde
      llega el mapa de la figura), pero la costa no cambiaba de sentido,
      así que emprendió el viaje de vuelta a Portugal.
      Decidió llevarse consigo (sin pedirles opinión) a
      unos
      cuantos nobles congoleños.
El rey Juan II de Portugal dio
      un nuevo
      impulso a la exploración de la costa africana. Diogo de Azambuja fundó
      el
      fuerte de São Jorge da
        Mina,
      que sirvió de base para futuras expediciones, mientras que
      Diogo Cão
      zarpó con el
      encargo de encontrar el extremo sur del continente negro, y
      plantó padrãos
      (columnas que indicaban la toma de posesión) en el estuario
      del Congo, al que
      él llamó
      río Poderoso.
      Allí descubrió un reino de grandes dimensiones. Su
      capital, junto al río, era Mbanza
        Congo, y dominaba seis provincias. El rey, o mani. era asistido por los
      nobles
      de la corte, los numerosos funcionarios y la guardia real. La
      monarquía era electiva, aunque los nobles debían
      elegir
      al nuevo monarca en el seno de la familia real. El rey era
      responsable
      de la prosperidad del reino. Si llovía demasiado, o
      demasiado
      poco, o sucedía cualquier desgracia, se consideraba que el
      rey
      tenía la culpa (pues se creía que tenía
      poderes
      mágicos para ocuparse de esas cosas). Si el rey era viejo,
      o
      estaba enfermo o achacoso, sus súbditos pensaban que la
      salud
      del país iría en consonancia, por lo que el rey
      tenía la obligación de suicidarse. Desde el Congo,
      Cão
      avanzó mil kilómetros más al sur, (hasta
      donde
      llega el mapa de la figura), pero la costa no cambiaba de sentido,
      así que emprendió el viaje de vuelta a Portugal.
      Decidió llevarse consigo (sin pedirles opinión) a
      unos
      cuantos nobles congoleños.
    
Al príncipe Basarab de Valaquia le había surgido un
      rival que finalmente le arrebató el poder. Se llamaba Vlad Calugarul. Los turcos
      terminaron la conquista de Bosnia.
    
Ese año murió a los diecisiete años el duque
      Filiberto I de Saboya, que fue sucedido por su hermano Carlos I, que tenía
      entonces
      catorce años.
    
También murieron el pintor Hugo van der Goes y el escultor
      Luca della Robbia. Su
      sobrino Andrea heredó su taller.
    
Leonardo da Vinci se trasladó a Milán, donde
      entró al servicio de Ludovico el Moro, quien lo
      empleó
      como organizador de fiestas y le encargó la estatua
      ecuestre de
      su padre, Francesco Sforza. Allí coincidió con el
      arquitecto Donato di Pascuccio
        d'Antonio, conocido como Bramante,
      a quien influyó con sus ideas sobre arquitectura. Una de
      las
      primeras obras milanesas de Bramante es la iglesia de Santa Maria presso san Satiro,
      planteada con gran originalidad.
    
En Florencia, Marsilio Ficino publicó su Theologia Platonica, en la
      que
      demuestra que, en su origen, la filosofía y la
      teología
      estaban estrechamente unidas, y que su separación fue la
      causa
      de la decadencia de ambas.
    
Un humanista de treinta y tres años llamado Aldo Manuzio fue contradado
      como
      profesor de Giovanni Picco della
        Mirandola, un joven de diecinueve años cuya
      familia
      gobernaba la ciudad de Mirandola,
      en el norte de Italia, desde hacía más de un siglo.
      Manuzio había estudiado en Roma y en Ferrara, y era un
      reputado
      latinista y helenista. Decía que había aprendido
      griego
      mientras enseñaba latín, aunque no dio detalles
      sobre
      este método didáctico.
    
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