| ANTERIOR | CRISTÓBAL
                  COLÓN | SIGUIENTE | 
|---|
En 1482 murió Paolo del
      Pozzo Toscanelli, el matemático italiano que había
      planteado la posibilidad de llegar hasta las Indias navegando
      hacia
      occidente. Al parecer, nadie tomó en serio su
      teoría,
      salvo una persona: se conserva una copia escrita por
      Cristóbal
      Colón de la carta que Toscanelli había remitido a
      Fernão Martins con sus cálculos. Por esta
      época
      Colón estaba documentándose sobre estas cuestiones.
      Conocía bien el libro de viajes de Marco Polo y,
      además
      de la carta de Toscanelli, disponía de un ejemplar del
      Imago
      Mundi, de Pierre d'Ailly, que también atribuye a la
      circunferencia terrestre un tamaño sustancialmente menor
      que el
      real y que hacía viable el proyecto.
    
No se sabe mucho de las actividades de Colón durante esta
      época. Se sabe que murió su esposa, y que entonces
      se
      trasladó a Lisboa con su hijo Diego,
      de cinco años, donde su hermano Bartolomé
      había instalado una tienda de mapas. Existen indicios de
      que
      realizó varios viajes: a Guinea, a Irlanda, y tal vez
      llegó hasta Islandia. Es probable que en sus viajes a los
      países nórdicos oyera las historias que se contaban
      sobre
      la "Tierra del vino" de la que había hablado Leif Eriksson cinco siglos
      atrás.
      
    
Desde su comienzo, Isabel I de Castilla y Fernando II de
      Aragón habían planteado la guerra de Granada como la
      guerra definitiva que terminaría la reconquista de España
      iniciada por los cristianos casi ocho siglos atrás. El Papa
      Sixto IV había reconocido la guerra como una cruzada contra
      los
      infieles, y a ella habían acudido caballeros de Inglaterra,
      Irlanda y Francia. Sin embargo, el avance era muy lento. Ese
      año
      los cristianos fueron derrotados
      en Loja
      por el general Alí Atar,
      quien poco después, ya en 1483,
      obtuvo una nueva victoria en Ajarquía.
      
    
La conquista de las Canarias había pasado a manos de Pedro de Vera, que
      contó con
      la ayuda del obispo Juan de
        Frías,
      el cual logró convertir al cristianismo al rey Tenesor.
      Éste fue
      bautizado con el apadrinamiento de los reyes de Castilla y
      Aragón, y
      recibió, como no, el nombre de Fernando.
      Con la colaboración de Tenesor-Fernando, los guanches de
      Gran
      Canaria se sometieron a Pedro de Vera el 29
        de abril. 
    
En Inglaterra murió el rey Eduardo IV, que fue
      sucedido por su hijo Eduardo V,
      de trece años,
      bajo la regencia de su tío, el duque Ricardo de Gloucester.
      A
      las pocas semanas, Ricardo declaró el matrimonio de Eduardo
      IV
      no era válido, por lo que Eduardo V, al igual que su
      hermano Ricardo, de diez
      años eran
      bastardos y no tenían derecho a la corona. Ambos
      "desaparecieron" misteriosamente en junio,
      y el regente se hizo coronar como Ricardo
        III de Inglaterra. Su hijo Eduardo,
      de diez años, recibió al mismo tiempo el
      título de
      príncipe de Gales. (Al parecer, una vez estuvo consolidado
      en el
      trono, Ricardo III hizo asesinar a sus sobrinos en la torre de
      Londres.
      No es prudente matar a un rey si no estás seguro de que no
      te
      van a juzgar por ello.)
    
Mientras tanto, los castellanos habían capturado en Lucena
      a Boabdil, uno de los tres reyes nazaríes, y lo liberaron
      en agosto, después de
      hacerle firmar
      el pacto de Córdoba,
      en el que se comprometía a entregar a Castilla la zona del
      reino
      en manos del Zagal a cambio del apoyo castellano para recuperar
      Granada, parte de la cual estaba todavía en manos de
      su padre, Muley-Hacén. Éste y su hermano, el Zagal,
      zanjaron sus disputas y se aliaron contra
      Boabdil.
    
El conflicto entre Sixto IV y los reyes a propósito del
      nombramiento de los inquisidores para la Corona de Aragón
      se
      resolvió espontáneamente cuando uno de los
      inquisidores
      nombrados por el Papa se ganó la total confianza de los
      monarcas
      y acabó siendo nombrado Inquisidor General de
      Aragón. Se
      llamaba fray Tomás de
        Torquemada. Era de ascencencia judía, y los
      judíos
      realmente convertidos al cristianismo odiaban los judaizantes,
      porque
      las desconfianzas que éstos generaban recaían
      también sobre aquéllos. Poco después los
      reyes lo
      pusieron al frente del Consejo
        de la
        suprema
        y general inquisición, vulgarmente llamado "la suprema", con el encargo
      de
      crear tribunales en distintas ciudades de Castilla y
      Aragón. La
      suprema era el
      único organismo que tenía potestad sobre ambos
      reinos,
      que por lo demás conservaban sus propias instituciones
      políticas y administraivas, en ningún modo afectadas
      por
      el matrimonio de los monarcas.
    
En Navarra murió el rey Francisco I.
      Tenía catorce años y permanecía soltero y sin
      hijos, por lo que la corona de Navarra pasó a su hermana Catalina, que tenía un
      año más, bajo la tutela de su madre, Magdalena de
      Francia, hermana de Luis XI. Sin embargo, su tío Juan
      reclamó la corona tratando de que se aplicara en su
      provecho la
      ley sálica. Fernando II de Aragón trató de
      casar a
      Catalina con su hijo Juan,
      de
      cinco años, que heredaría así las coronas de
      Castilla, Aragón y Navarra, pero se encontró con la
      oposición de Luis XI de Francia, que a través de
      Magdalena trató de mantener a Navarra bajo la influencia
      francesa. Los beaumonteses y agramonteses volvieron a enfrentarse,
      los
      primeros partidarios del apoyo castellano, los segundos del
      francés.
    
En Mantua murió el marqués Luis III Gonzaga, que
      fue
      sucedido por su nieto Francisco
        II.
      
    
Poco después murió el rey Luis XI de Francia. El
      año
      anterior, sintiéndose enfermo, había hecho llamar a
      Francisco de Paula, porque tenía reputación de
      taumaturgo
      y
      le pidió que le prolongara la vida, pero los milagros
      tienen un
      sospechoso parecido con las casualidades, y nunca se producen
      cuando
      uno pretende que lo hagan, así que el monarca tuvo que
      conformarse con
      que el dominico lo
      ayudara a morir cristianamente. Fue sucedido por su hijo Carlos VIII, que tenía
      doce
      años, por lo que Luis XI había estipulado que la
      regencia
      fuera ejercida por su hija Ana y su yerno Pedro, el  hijo del
      duque Juan II de Borbón.
    
El rey Juan I de Dinamarca logró hacerse reconocer como
      rey
      de Noruega después de ceder grandes privilegios a la
      nobleza. En
      Suecia, el clero, partidario de la unión escandinava,
      obligó al regente Sten Gustafsson a reconocer a Juan I como
      rey,
      aunque aquél siguió ejerciendo el poder sin
      prácticamente ningún cambio.
    
El rey Juan II de Portugal, con su interés por las exploraciones se había ganado el apoyo de la burguesía, pero se había enemistado con una parte de la nobleza, más interesada en buscar la anexión de Castilla, fuera por la guerra o por la vía matrimonial. Pero el rey supo poner a raya a sus cortesanos. El más poderoso era, con diferencia, el duque Fernando II de Braganza, y fue acusado de mantener negociaciones secretas con Castilla, fue juzgado precipitada e irregularmente y condenado a muerte. Tras decapitarlo en Évora, sus bienes fueron confiscados. Su familia huyó a Castilla con su heredero, el nuevo duque Jaime, que tenía entonces cuatro años.
El escultor Verrocchio terminó uno de sus trabajos
      más
      originales, el grupo de Cristo
        y
        santo Tomás, de Orsammichele, rico en contrastes
      de masas
      y en claroscuro de ropajes.
    
Después de terminar su trabajo en la capilla sixtina,
      Domenico Ghirlandaio había vuelto a Florencia, donde se
      dedicó a pintar composiciones en las que figuras
      contemporáneas aparecen retratadas en escenas sagradas. Ese
      año inició  una serie de frescos con la Historia de san Francisco, en
      la Santa Trinità.
      Otro tanto
      hizo Botticelli, que continuó trabajando para los
      Médicis. En 1484
      pintó
      El nacimiento de Venus,
      considerada como su obra cumbre.
    
Un médico parisiense llamado Nicolas
        Chuquet publicó La
ciencia
        de los números, donde manejaba los números
      negativos como los mejores algebristas chinos o indios. En su
      tratado
      introdujo los exponentes para indicar las potencias de las
      incógnitas.
    
La reina Catalina de Navarra se casó con un noble
      gascón llamado Juan de
        Albret,
      lo que frustró los intentos de Fernando II de Aragón
      de
      controlar Navarra a través del matrimonio de Catalina con
      su
      hijo Juan. Cuando el esposo fue coronado como el rey Juan III de Navarra, los
      beaumonteses y los agramonteses reanudaron su guerra civil
      intermitente.
    
Fray Tomás de Torquemada publicó sus Instrucciones inquisitoriales,
      en
      veintiocho artículos. En los años siguientes
      convirtió a la Santa Inquisición en una
      máquina
      rayana en la
      perfección, en cuanto a su eficacia, solidez y uniformidad
      de su
      régimen jurídico, orgánico y procedimental. 
    
El 28 de junio los castellanos
      tomaron a los musulmanes la ciudad de Alora
      mediante un asedio en el que usaron por primera vez a gran escala
      el
      apoyo de la artillería.
    
En agosto murió el Papa
      Sixto IV. Había practicado un nepotismo descarado,
      especialmente
      en beneficio de su sobrino, el cardenal Pietro Riario. Éste
      había llegado a acumular tal cantidad de rentas
      eclesiásticas que el lujo en que vivía escandalizaba
      a
      toda Roma. A la muerte de su protector fue desposeído de
      sus
      bienes. En los inicios del pontificado de Sixto IV, los cardenales
      habían tratado de oponerse a algunas decisiones papales,
      como la
      de legitimar a sus hijos bastardos, pero esos tiempos
      habían
      pasado, pues ya sólo sobrevivían cinco cardenales
      nombrados por pontífices anteriores. Los demás
      habían sido designados por el propio Sixto IV, y estaban
      completamente sometidos a los designios del Papa, que era
      más
      conocido en Roma como vicario
        del
        demonio, ministro de adulterio, piloto que lleva la barca de la
        Iglesia
        a la isla de Circe, y otras lindezas por el estilo. Fue
      sucedido
      por el cardenal Giovanni
        Battista
        Cybo, que
      adoptó el nombre de Inocencio
        VIII. Famoso por su vida disoluta, confió todos
      los
      cargos de la corte vaticana a sus parientes y multiplicó la
      venta de cargos eclesiásticos. Ese mismo año
      publicó la bula Summis
        desiderantes affectibus, dirigida contra la
      hechicería.
      Inocencio VIII recordaba cómo el rey Fernando I de
      Nápoles había traicionado a su predecesor
      aliándose con Lorenzo de Médicis, así que
      ahora se
      dedicó a alentar y apoyar sublevaciones de la nobleza
      napolitana.
    
Por esta época empezó a predicar en Florencia un
      dominico llamado Girolamo
        Savonarola.
      Tenía ahora treinta y dos años, y ya había
      estado
      predicando sin éxito en Siena. Su discurso era fogoso y
      pesimista. Censuraba el gusto por el arte y las vanidades.
    
El rey Juan II de Portugal seguía poniendo a raya a sus
      nobles. Tras la decapitación del duque de Braganza,
      sucedida el
      año anterior, ahora le tocaba el turno a su cuñado,
      el duque Fernando de
      Viseu,
      que conspiraba contra él.
    
Diogo Cão regresó de su largo viaje por la costa
      africana. No había llegado hasta el extremo sur del
      continente,
      pero Juan II no se amilanó, y le encargó una nueva
      expedición para el año próximo que llegara
      más lejos. Mientras tanto, recibió una propuesta
      sorprendente. Cristóbal Colón afirmaba
    
que por la vía de Poniente hacia el Oeste o el Mediodía descubriría grandes tierras; islas y tierra firme, felicísimas de oro, plata, perlas, piedras preciosas y gentes infinitas, y que por aquel camino entendía topar con tierras de Indias y con las grandes islas de Cipango y con los reinos del Gran Kan.
A cambio de los medios para llevar a cabo su plan pedía
que lo honrasen armándolo caballero de Espuelas Doradas [los únicos que podían estar cubiertos ante el rey], que se pudiese llamar "don" él y sus sucesores, que le diesen el título de Almirante Mayor del Océano, con todas las prerrogativas, preeminencias, privilegios, derechos, rentas e inmunidades que tenía el almirante de Castilla, que se le nombrase virrey y gobernador perpetuo de todas las islas y tierras firmes que descubriera por su persona o que fueran descubiertas por su industria. Se le daría la décima parte de las rentas que el rey hubiese de todas las cosas, que fueran oro, plata, piedras preciosas, perlas, metales, especierías y de otras cualesquiera cosas provechosas y mercaderías de cualquiera especie, nombre y moneda que fuesen nombradas y que se comprasen, trocasen, hallasen o ganasen dentro de su almirantazgo. Reclamaba el derecho a contribuir con un octavo a los gastos de toda la expedición, y, del provecho que de ello saliese, se llevaría también la octava parte.Nunca antes (ni después) hizo nadie peticiones tan desmesuradas y extravagantes a un rey. De todos modos, al margen de una eventual "negociación" posterior, Juan II remitió el proyecto de Colón a la Junta dos matemáticos, una academia de cosmografía recientemente constituida, que no tardó en desestimarlo. No sabemos con qué información concreta contaban los portugueses sobre el tamaño de la Tierra, pues todos los datos que obtenían los exploradores se guardaban con el máximo secreto, pero si no disponían de información sobre el tamaño del ecuador, sí tenían los datos necesarios para hacerse una idea aproximada de la longitud de los meridianos. Sólo tenían que comparar la distancia que recorrían al navegar hacia el sur con la variación de latitud que ello conllevaba y que se reflejaba en la posición del Sol y las estrellas en la esfera celeste. Así, a menos que la Tierra, en lugar de ser esférica, tuviera forma de balón de rugby, las estimaciones de Colón tenían que ser descaradamente falsas. (De hecho, los cálculos que finalmente presentó, reducían la distancia entre Europa y Asia a la cuarta parte de la distancia real.)
En Cataluña volvió a estallar el problema de los
      campesinos de remensa. Tres años atrás, el rey
      Fernando
      II, a petición de las cortes de Barcelona, había
      negado a
      los remensas el derecho a comprar su libertad según la
      sentencia
      dictada por el rey Alfonso V, pero el año anterior
      había
      autorizado que los campesinos se reunieran para elegir
      síndicos
      que estudiaran la forma más adecuada de resolver su
      situación. Este derecho de reunión les
      permitió
      organizar una rebelión extremadamente violenta. El
      alzamiento
      fue dirigido por Pere Joan Sala,
      quien el 22 de septiembre
      derrotó a un ejército real en Mieres. El infante Enrique,
      lugarteniente de Cataluña, no pudo sofocar la revuelta, y
      en noviembre acudió el
      propio rey
      Fernando II a mediar en el conflicto. Sin embargo, tan pronto
      dejó Cataluña para seguir encargándose de la
      guerra de Granada, la rebelión rebrotó. Sala
      marchó al frente de sus hombres hacia Barcelona, y el 4 de enero de 1485 derrotó en
      Montornés al
      ejército
      que se dispuso contra él. Luego atacó Granollers y Mataró, pero fue
      derrotado y
      hecho prisionero en Llerona
      el
      24 de marzo. Poco después
      fue
      ejecutado en Barcelona.
    
En Zaragoza fue asesinado el inquisidor Pedro de Arbués. Poco
      antes,
      se había descubierto en Sevilla una conspiración
      contra
      la Santa Inquisición urdida por el rico Diego Susan, denunciada por su
      propia hija. Pero el Santo Tribunal era intocable: estos actos
      sólo contribuyeron a incrementar la indignación y el
      odio
      popular contra los herejes, y la represión se hizo
      aún
      más dura.
    
El 22 de mayo los castellanos
      tomaron la ciudad de Ronda.
      El
      rey Fernando I de Aragón había hecho venir a
      alemanes
      expertos en la fabricación de pólvora, de
      Lombardía trajo piezas de artillería pesada y, para
      moverlas por la montañosa geografía granadina, creo
      el
      primer cuerpo militar de ingenieros de la historia. El cuerpo de
      intendencia llegó a disponer de catorce mil mulas. Para
      adquirirlas, la reina Isabel I tuvo que recurrir a banqueros
      judíos y empeñar incluso las joyas de la corona.
    
Fernando I consiguió unos ingresos adicionales vendiendo
      el
      ducado de Gandía. El nuevo duque pasó a ser Pedro
      Luis
      Borja, el hijo mayor del cardenal Rodrigo Borja. Éste
      seguía siendo uno de los hombres más ricos de Roma.
      Era
      asesor del Papa Inocencio VIII como lo había sido
      también
      de sus tres predecesores en el pontificado. Pedro Luis
      había
      cumplido veintiséis años, y se casó con una
      prima
      del monarca aragonés, llamada María
        Enríquez. 
    
El Papa Sixto IV había tratado de abolir los Compactata de
      Jihlava, las concesiones que la Iglesia había hecho a los
      husitas bohemios años atrás, pero finalmente, unos
      meses
      después de su muerte, el rey Ladislao II de Bohemia los
      convirtió en leyes del reino en la dieta de Kutná Hora. 
    
Las intervenciones de Inocencio VIII en Nápoles estaban
      dando
      resultado. La nobleza estaba insubordinada en todo el reino y
      contaba,
      además de con la ayuda del Papa, con la de Génova y
      Venecia. El rey Fernando I tuvo que pedir auxilio a su primo
      Fernando
      II de Aragón para tratar de sofocar las revueltas.
      También recibió el apoyo de Milán, Florencia
      y
      Siena.
    
Cristóbal Colón, ante la negativa de Juan II a
      financiar su proyecto, se trasladó a Castilla con su hijo
      Diego.
      Se instaló en un pequeño pueblo llamado Palos, cerca de Huelva, donde
      vivían unos parientes de su difunta esposa. A los pocos
      días de llegar, se presenta en el vecino monasterio
      franciscano
      de la Rábida,
      donde
      conoce a un
      fraile cordial y acogedor, fray Juan
        Pérez, que escucha con atención las ideas
      revolucionarias del frustrado Almirante Mayor del Océano.
      Al
      cabo de unos días todos los frailes eran fervorosos
      partidarios
      del genovés. Eso sí, no tenían dinero. El
      monasterio se convirtió en hogar y escuela para el
      pequeño Diego.
    
 Mientras tanto, Diogo
      Cão había
      regresado al Congo. Los congoleños se quedaron
      atónitos
      cuando vieron a los nobles que el portugués había
      secuestrado unos años antes vestidos a la usanza portuguesa
      y
      contando todo cuanto habían visto en Lisboa. Cão
      llegó más al sur en la exploración de la
      costa,
      casi hasta el trópico de Capricornio (hasta donde muestra
      el
      mapa),
      pero la costa no dejaba de avanzar hacia el sur. Luego
      regresó a
      Portugal.
Mientras tanto, Diogo
      Cão había
      regresado al Congo. Los congoleños se quedaron
      atónitos
      cuando vieron a los nobles que el portugués había
      secuestrado unos años antes vestidos a la usanza portuguesa
      y
      contando todo cuanto habían visto en Lisboa. Cão
      llegó más al sur en la exploración de la
      costa,
      casi hasta el trópico de Capricornio (hasta donde muestra
      el
      mapa),
      pero la costa no dejaba de avanzar hacia el sur. Luego
      regresó a
      Portugal.
    
La crueldad con que Ricardo III de Inglaterra había
      ocupado
      el trono había desatado la indignación tanto del
      pueblo
      como de la nobleza, y el rey había emprendido una
      represión no menos cruenta. Los lancasterianos
      habían
      recobrado fuerzas y partidarios. Sólo les faltaba un
      candidato a
      rey, ya que la casa de Lancaster se había extinguido, pero
      si se
      busca bien siempre se encuentra, y encontraron a Enrique Tudor, el
      conde de Richmond, que tenía ahora veintiocho años,
      su
      padre, Edmundo, era hermanastro del rey Enrique VI por parte de
      madre y
      su madre, Margarita Beaufort, era bisnieta de Juan de Gante, el
      fundador de la casa de Lancaster. No podía decirse que
      tuviera
      mucho derecho al trono inglés, pero, para los
      lancasterianos,
      Ricardo III tampoco lo tenía.
    
Enrique Tudor estaba exiliado en Francia, pero, cuando en agosto desembarcó en
      Inglaterra,
      todo el país abandonó a Ricardo III. Sus pocos
      partidarios fueron derrotados en Bosworth.
      Se cuenta que el rey, habiendo perdido su caballo en la batalla,
      se vio
      obligado a combatir a pie y, poco antes de morir, gritó la
      famosa frase: ¡Mi reino
        por un
        caballo! Su hijo Eduardo había muerto el
      año
      anterior, con lo que los únicos representantes de la casa
      de
      York eran ahora dos hijas del rey Eduardo IV: Isabel y Ana. Enrique Tudor fue
      coronado poco
      después como Enrique VII
      de Inglaterra.
    
Los duques Ernesto y Alberto de Sajonia decidieron repartirse sus
      dominios. El mayor, Ernesto, se quedó con el título
      de
      príncipe elector y su parte del ducado pasó a ser
      llamado
      el electorado de Sajonia,
      mientras que los territorios asignados a Alberto conservaron el
      nombre
      de ducado de Sajonia. 
    
El rey Matías I de Hungría era el más
      poderoso
      de toda la Europa oriental. En la última década
      había extendido sus fronteras a costa de Polonia, Bohemia y
      de
      Austria. Ahora tomaba la ciudad de Viena, donde fijó su
      residencia, a la vez que mantenía en Buda una brillante
      corte.
    
En septiembre los castellanos
      sufrieron una grave derrota frente a los granadinos. Poco
      después murió Muley-Hacén, ciego y enfermo,
      tras
      haber abdicado en su hermano Muhammad XII el Zagal. Los
      castellanos no
      pusieron ninguna traba a Boabdil cuando pretendió regresar
      a
      Granada. (Era mejor luchar contra dos reyes rivales que
      sólo
      contra uno.) El rey chico no tardó en hacerse con el
      control de
      la capital, mientras su tío tenía su base en
      Málaga.
    
Alentado por los monjes de la Rábida, Cristóbal Colón marcha a la corte castellana, que a la sazón se encontraba en Sevilla. Allí es recibido por Enrique de Guzmán, el duque de Medinasidonia, que con sus riquezas podría haber financiado él solo el proyecto colombino, ... pero no aceptó. Más tarde habló con Luis de la Cerda, el duque de Medinaceli, que era más rico que el anterior y vio el proyecto con buenos ojos. Dio alojamiento a Colón y empezó a construir tres carabelas para el viaje, pero su lealtad a los reyes le impidió atribuirse "el honor de la empresa". En su lugar, le abrió las puertas de la Cancillería Real de Castilla, y el 20 de enero de 1486 Colón fue recibido por la reina Isabel I. Desde ese momento el navegante ingresó en la servidumbre de la reina, que prometió llevar su proyecto ante una comisión de "sabios, letrados y marinos". Colón se instaló en Córdoba a la espera de noticias. Para amenizar la espera se buscó una amante: Beatriz Enríquez de Arana.
El rey Enrique VII de Inglaterra se casó con Isabel, la
      heredera de la casa de York. De este modo, sus hijos serían
      los
      legítimos reyes de Inglaterra tanto para los partidarios de
      la
      casa de York como para los de la casa de Lancaster. Hábil
      político, el monarca supo hacer que este matrimonio
      sirviera de
      símbolo de la reconciliación de las dos ramas de la
      dinastía Plantagenet que, en sentido estricto, se
      había
      extinguido, ya que con Enrique VII se iniciaba la dinastía
      Tudor. Así terminó la guerra de las dos rosas. (En
      realidad, la casa de York tenía un segundo vástago:
      la
      princesa Ana, que se casó diez años mas tarde, pero
      no
      tuvo hijos.)
    

    
La guerra civil entre los reyes de Granada Muhammad XI Boabdil y
      Muhammad XII el Zagal facilitó enormemente las cosas a los
      cristianos, que en mayo tomaron
      la
      ciudad de Loja, en cuyo largo asedio destacó un soldado
      llamado Gonzalo Fernández
        de Córdoba.
      Tenía entonces treinta y tres años, y ya
      había
      combatido en favor del rey Alfonso XII de Castilla frente a su
      hermano
      Enrique IV y luego en favor de Isabel I frente a Juana la
      Beltraneja.
    
El rey Fernando I de Nápoles logró finalmente
      someter
      a la nobleza, pero para ello el 11 de
        agosto
      tuvo que declararse vasallo del Papa Inocencio VIII y
      comprometerse a
      pagarle un tributo anual.
    
En Nuremberg trabajaba por aquel entonces Michael Wogelmut, famoso
      artesano
      fabricante de objetos para iglesias, el cual tomó como
      aprendiz
      a un joven de quince años llamado Albrecht Dürer, aunque es
      más conocido como Alberto
        Durero. Alberto destacaba ya como dibujante, como lo
      demuestra
      un autorretrato que se había hecho a los trece años.
    
El Emperador Federico III nombró rey de romanos (es decir,
      sucesor) a su hijo Maximiliano.
    
Ese año murió el príncipe elector Ernesto de
      Sajonia, que fue sucedido por su hijo Federico
        III. 
    
También murió el príncipe elector de
      Brandeburgo Alberto I Aquiles. Fue sucedido por su hijo Juan I Cicerón. Su
      segundo
      hijo, Federico, heredó el margraviato de Ansbach, y el tercero, Segismundo, el margraviato de
      Bayreuth-Culmbach. 
    
 En Francia murió el
      conde Luis I de
      Montpensier, que fue sucedido por su hijo Gilberto. Éste llevaba
      cinco
      años casado con Clara
        Gonzaga,
      hija del marqués de Mantua, Francisco II Gonzaga.
En Francia murió el
      conde Luis I de
      Montpensier, que fue sucedido por su hijo Gilberto. Éste llevaba
      cinco
      años casado con Clara
        Gonzaga,
      hija del marqués de Mantua, Francisco II Gonzaga.
    
Tizoc había sometido a los tarascos e
      incorporado un vasto territorio al imperio azteca, pero tantos
      éxitos suscitaron recelos, y el soberano fue depuesto y
      asesinado. Fue sucedido por su hermano Ahuitzotl,
      famoso por su carácter belicoso y sanguinario. En su
      primera
      campaña capturó unos veinte mil prisioneros, que
      fueron
      sacrificados en la inauguración del templo de
      Huitzilopochtli.
    
En Roma murió a los noventa años el bizantino Jorge
      de
      Trebisonda, que había desempeñado un papel destacado
      en
      la difusión por Italia de la filología griega. El
      pintor
      Domenico Ghirlandaio había terminado su serie de frescos
      sobre
      san Francisco y empezó otra serie con Historias de la Virgen y de san Juan
        Bautista en Santa Maria Novella. Leonardo da Vinci
      terminó su Virgen de las
        rocas, quizá el primer óleo pintado por un
      italiano que iguala al realismo de los pintores flamencos, como
      van der
      Goes. En ella emplea por primera vez la técnica del sfumato, que diluye los
      contornos.
      También destaca su tratamiento de la luz, que se filtra por
      las
      grietas de la cueva.
    
En diciembre, el rey Fernando
      II
      de Aragón puso fin al conflicto de los campesinos catalanes
      de
      remensa mediante la sentencia arbitral de Guadalupe, por la que casi la
      totalidad del campesinado quedó libre a cambio de una
      compensación económica a sus señores. 
    
Cristóbal Colón seguía esperando una
      contestación de la corte castellana sobre su proyecto de
      navegación hacia Occidente. Abatido por este silencio,
      decidió volverse al monasterio de la Rábida.
      Allí
      le llegó finalmente la respuesta, ya en 1487, y fue negativa. La
      comisión
      de sabios consultada por los monarcas no consideraba razonable la
      propuesta del genovés, pero parece ser que la reina Isabel
      I
      seguía estando interesada. Es probable que los argumentos
      de los
      "sabios" castellanos no fueran tan contundentes como los de sus
      vecinos
      portugueses, que tenían mejor conocimiento de causa.
      (Incluso es
      posible que el argumento de fondo de los castellanos, más o
      menos encubierto, fuera un mero: "si los portugueses, que saben de
      esto, le han dicho que no, por algo será".) El caso fue que
      la
      negativa que recibió Colón no fue tan rotunda como
      para
      hacerle perder la esperanza de seguir insistiendo.
    
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