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                  EDAD CONTEMPORÁNEA | SIGUIENTE | 
|---|
Los historiadores han elegido el año de 1789 como fecha
      simbólica del paso de la Edad
        Moderna a la llamada Edad
        Contemporánea. Ciertamente, es una buena
      elección, pues 1789 fue el año en que George
      Washington fue investido como primer presidente de los Estados
      Unidos, la primera nación extensa que se dotó a
      sí misma de un gobierno democrático en sentido
      moderno, y cuyos políticos supieron estar a la altura de
      las circunstancias. Redactaron una constitución que, con
      pequeñas enmiendas, sigue estando vigente hoy en
      día, y todas las dificultades que conllevó la puesta
      en práctica de un proyecto tan novedoso y complejo fueron
      resueltas dialogadamente y respetando el marco legal.
    
Sin embargo, la realidad es que los historiadores que convinieron
      en fijar ese año como símbolo de la evolución
      que estaba experimentando la sociedad occidental, eran
      historiadores europeos, y ese año sucedió algo en
      Europa que ellos consideraban más importante: 1789 fue
      también el año en que estalló la
      Revolución Francesa. Es cierto que, si el acontecimiento
      que ha de marcar el cambio de era debe escogerse por su
      carácter representativo, entonces la Revolución
      Francesa es una elección mucho mejor, ya que la
      modélica organización política de los Estados
      Unidos iba a ser durante mucho tiempo una rara auis in terris, mientras
      que la Revolución Francesa presentó al mundo una
      serie de hechos deplorables que se iban a repetir una y otra vez
      en la historia europea de los siglos siguientes: palabras
      grandilocuentes tomadas como excusa para exterminar a quienes
      piensan de otro modo, seres mezquinos y sin apenas
      instrucción convertidos en responsables políticos,
      políticos que anteponen sus ambiciones o sus ideales
      fanáticos a la ética más elemental,
      constituciones que se violan y se sustituyen por otras
      según quién tiene el poder, parlamentos que se
      invalidan por la fuerza, golpes de estado, democracias que se
      corrompen hasta convertirse en dictaduras (y lo que es más
      sangrante aún: que la dictadura resulte preferible a lo que
      había antes). En Francia surgieron incluso idiotas de los
      que piensan que unos ideales patéticos justifican poner
      bombas que maten a inocentes, como si así fueran a cambiar
      el mundo. Todo eso, corregido y aumentado, lo ha vivido la Europa
      de la Edad Contemporánea, y aún quedan restos en
      nuestros días (todavía hay idiotas con ideales
      patéticos que ponen bombas). Por supuesto, el resto de
      continentes (excepto Norteamérica) han recibido con retraso
      la herencia europea, y hoy son muchos los países del mundo
      que mantienen vivo el legado de Robespierre, Napoleón o del
      periodo del Directorio.
    
Si en lugar de buscar hechos simbólicos nos contentamos
      con buscar fechas redondas, entonces el año de 1800 es una buena elección,
      pues, sin duda, la sociedad occidental del siglo XIX iba a ser muy
      distinta de la del siglo XVIII que acababa en dicho año.
    
A lo largo del siglo XVIII, la población mundial
      había pasado de 680 millones de habitantes a 954 millones.
      En términos relativos, Europa fue la zona que
      experimentó una mayor explosión demográfica.
      Pasó de 110 millones de habitantes a 180 millones (un 63%
      frente al crecimiento medio del 40%). Además, la longevidad
      media aumentó sensiblemente.
    
Los Estados Unidos prosperaban lentamente. Entre los
      dieciséis Estados se repartía una población
      de más de 5.300.000 habitantes. Con un mínimo
      retraso, los Estados Unidos se iban haciendo eco de los adelantos
      científicos y tecnológicos que se producían
      en Europa. Bajo la presidencia de Adams, los federalistas
      habían abusado del poder legislativo de forma partidista,
      hasta el punto de que los republicanos demócratas hablaban
      de tiranía, pero el sistema democrático
      funcionó correctamente y Adams fue uno de los pocos
      presidentes estadounidenses que no fue reelegido. La llegada al
      poder de los republicanos demócratas corregiría la
      situación.
    
Sudamérica estaba bajo el firme control de España y
      Portugal (con algunas intrusiones menores de otras potencias),
      pero la Revolución Americana y la Revolución
      Francesa habían impactado a la elites criollas, es decir,
      en la minoría blanca nativa que se veía relegada a
      un segundo plano por las autoridades enviadas desde la
      metrópoli. Las traducciones de escritos norteamericanos se
      multiplicaban y los periódicos, panfletos y clubes
      políticos se extendían por las principales ciudades
      sudamericanas a pesar de la censura y la represión por
      parte de las autoridades.
    
Muy diferente era el caso de Canadá. Gran Bretaña
      había aprendido de sus errores y había sabido
      mantener satisfechos a los habitantes de lo que le quedaba de sus
      colonias norteamericanas.
    
Francia, con 28 millones de habitantes, era uno de los
      países más poblados de Europa, aunque en él
      la natalidad había disminuido. Las parejas francesas
      habían aprendido diversas formas de reducir el
      número de hijos. La situación económica del
      país todavía era precaria, como consecuencia del
      calamitoso estado de cuentas del "antiguo régimen" agravado
      por el caos revolucionario. Uno de los problemas más graves
      era la devaluación del papel moneda. Los primeros gobiernos
      revolucionarios habían emitido unos valores mobiliarios
      llamados "asignados"
      respaldados por los bienes confiscados a la Iglesia, pero en el
      "año I" se pasó de 400 millones de asignados a 4.000
      millones, en el año V circulaban 14.000 millones y al
      año siguiente se hizo una emisión de 30 millones de
      asignados, cuyo valor ya era prácticamente nulo.
      Después fueron sustituidos por unos "mandatos territoriales" que
      se devaluaron aún más rápidamente. Bonaparte
      estaba dedicando grandes esfuerzos a realizar todas las reformas
      necesarias, tanto en economía, como en la
      administración, en la justicia, en la educación,
      etc., pero, de momento, la guerra consumía la mayor parte
      de los recursos del Estado. Parece ser que Bonaparte
      pretendía reconstruir el imperio colonial francés.
      Su expedición a Egipto pretendía ser un primer paso
      para arrebatarle la India a Gran Bretaña y, tras el fracaso
      de la aventura, se interesó por el proyecto de recuperar
      Luisiana.
    
Sin embargo, Gran Bretaña no estaba dispuesta a dejar que
      Francia le aventajara en materia colonial e iba a destinar todos
      los recursos necesarios para contener la expansión
      francesa. Tras la derrota del sultán Tipu Sahib, todo el
      sur de la India quedó bajo control británico, y los
      proyectos de expansión hacia el norte no se hicieron
      esperar. Por su parte, Francia se había ganado un gran
      prestigio e influencia en la Cochinchina. Los apetecibles mercados
      de China y Japón permanecían cerrados, por la
      vocación autárquica de ambos países. La
      principal arma británica era su poderío naval,
      basado en gran parte en una rígida disciplina que cada vez
      estaba dando lugar a más amotinamientos en los barcos de la
      Royal Navy. 
    
Inglaterra contaba a la sazón con 8.3 millones de
      habitantes, Escocia con 1.63, Gales con 0.6 e Irlanda con 5.22, lo
      que hace un total de 15.7 millones de británicos. Al
      contrario que en Francia, en Gran Bretaña estaba
      garantizada la libertad de comercio y de circulación de
      bienes, el sistema bancario era sólido y todo ello dio
      lugar a un gran desarrollo económico. La empresa Lloyd's
        of London es la compañía de seguros
      más antigua del mundo y ya contaba entonces con más
      de un siglo de vida. Su principal actividad a la sazón era
      asegurar los barcos dedicados al tráfico de esclavos.
    
Si Francia estaba a la cabeza del progreso científico,
      Gran Bretaña era la pionera del progreso
      tecnológico. Poseía 300 kilómetros de
      vías férreas por las que se transportaban más
      fácilmente carros tirados por caballos. Existían
      compañías privadas encargadas de velar por la
      conservación de las carreteras y que cobraban peajes.
      También contaba con una densa red de canales que
      unían los puertos con los principales centros urbanos. La
      máquina de vapor de Watt se usaba en la industria
      cervecera, en la minería, en la metalurgia, en las
      fábricas de harinas y en las hilaturas, donde se usaba para
      mover telares mecánicos. Todas estas técnicas se
      estaban implantando también en los Estados Unidos. (Sin
      embargo, ese mismo año, un empresario de Lyon llamado Joseph Marie Jacquard
      inventó un nuevo modelo de telar que, gracias a un sistema
      de cartones perforados, permitía que un solo operario
      reprodujera motivos de gran complejidad.) El algodón
      sustituyó a la lana, y la producción no dejaba de
      aumentar. Gran Bretaña vestía a los soldados
      franceses.
    
El alma de la política británica era el primer
      ministro William Pitt. El rey Jorge III no hacía sino
      incordiar moderadamente. Por ejemplo, Pitt se había
      esforzado por resolver el problema irlandés y en su
      programa figuraba eliminar ciertas discriminaciones legales hacia
      los católicos, pero el monarca se opuso de lleno porque
      consideraba que ello atentaba contra el juramento que prestaban
      los reyes británicos en su coronación, por el que se
      comprometían a mantener el protestantismo. En sus propias
      palabras:
    
¿Dónde está el poder en la Tierra que pueda absolverme de la observancia de cada oración de aquel juramento, particularmente en el que me está requiriendo mantener la reformada religión protestante? ... No, no, prefiriría pedir mi pan de puerta en puerta a través de Europa antes que consentir cualquier medida a favor de los católicos. Puedo renunciar a mi corona y retirarme del poder, puedo abandonar mi palacio y vivir en una cabaña, puedo poner mi cabeza en el patíbulo y perder la vida, pero no puedo romper mi juramento.
Por esta época, el rey sufrió un nuevo ataque de
      locura, pero se recuperó rápidamente. El sistema
      parlamentario británico, aunque con muchas más
      imperfecciones e injusticias que el estadounidense, funcionaba
      razonablemente bien, y constituía un estadio intermedio
      entre el gobierno democrático estadounidense y los
      gobiernos absolutistas del "antiguo régimen".
    
El médico Jenner se estableció en Londres y
      empezó a vacunar sistemáticamente a la
      población contra la viruela, a razón de 300 personas
      por día.
    
The Times tenía
      una tirada de 4.800 ejemplares, y había reducido a la nada
      a su principal competidor, el Morning
        Post, cuya tirada era de 200 ejemplares. El gobierno
      empezó a ver una amenaza en la prensa, pero no logró
      contener su difusión. Se decía que Thomas Blanes, uno de los
      redactores-jefe de The Times,
      era el hombre más poderoso de Gran Bretaña.
    
No obstante, en Francia también se hacían algunos
      progresos técnicos: el año anterior, un
      francés llamado Philippe
        Lebon había patentado una lámpara de gas,
      aunque no era muy eficiente, pues el gas que empleaba
      contenía metano y monóxido de carbono, y
      producía mal olor en la combustión. Pese a ello, se
      hizo popular construyendo pequeños sistemas de
      iluminación doméstica.
    
Un ingeniero estadounidense llamado Robert Fulton se encontraba a la sazón en
      París, donde a instancias de Bonaparte experimentó
      con un barco submarino al que llamó Nautilus, propulsado por una
      hélice. También probó un barco de vapor que
      intentó navegar por el Sena, pero se hundió.
    
El Sacro Imperio Romano Germánico se había
      polarizado: al poder de Austria, cuyo archiduque conservaba el
      título imperial casi como hereditario (aunque en
      teoría fuera electivo) y que contaba con un vasto
      patrimonio hereditario que incluía los reinos de Bohemia y
      Hungría, se le había opuesto el reino de Prusia,
      convertido en una gran potencia militar. El rey actual, Federico
      Guillermo III, no era un político especialmente brillante,
      pero no le faltaba tenacidad. De momento, optaba por mantener a
      Prusia neutral en el duelo que Gran Bretaña y Austria
      mantenían contra Francia. En cuanto al emperador Francisco
      II, Bonaparte dijo de él:
    
Éste es un hombre bueno y religioso, que con un buen sentido, no hará jamás nada por sí mismo, y a quien Metternich, o cualquier otro, dirige a su modo. No ha manifestado energía sino para perderse moralmente a los ojos de los pueblos. Su gobierno será malo mientras tenga ministros malos, porque se entrega enteramente a ellos, y no se ocupa sino de la botánica y de la jardinería. Su hijo ha de parecérsele.
Austria y Prusia dominaban la política de Europa Oriental
      juntamente con Rusia, que gracias a las figuras de Pedro I y
      Catalina II había logrado salir parcialmente del atraso en
      que estaba sumergido su país hasta ocupar un lugar decisivo
      en la política europea. Por el este, Rusia se había
      extendido hasta dominar Siberia y, más allá, incluso
      Alaska y buena parte de la costa occidental norteamericana. En
      esta expansión los cosacos desempeñaron un papel
      destacado. Las autoridades cosacas habían sido asimiladas a
      la nobleza rusa, y las clases inferiores formaban un campesinado
      libre privilegiado, bien dotado de tierras y que servía en
      el ejército en regimientos separados, con sus propias
      técnicas militares y un orgullo de casta que Rusia
      sabía halagar. Pero lo más delicado había
      sido tomar posiciones en Europa. La "occidentalización" de
      Rusia era en gran parte superficial, pues sólo afectaba a
      las altas esferas de la sociedad. Las capas inferiores estaban
      sometidas a un vasallaje feudal ya prácticamente extinguido
      en Occidente. El zar actual, Pablo I, trataba de invertir esta
      tendencia de asimilación de la cultura occidental, y
      llegó a mandar al exilio a algunas personas simplemente por
      vestir según el estilo francés o leer libros
      franceses. También es verdad que la Revolución
      Francesa había provocado una reacción anti-francesa
      en Rusia como en las restantes potencias europeas. Sin embargo,
      tras haber sido vapuleado varias veces por los ejércitos
      franceses, Pablo I decidió cambiar de rumbo, mantenerse
      neutral en la guerra contra Francia y enfrentarse a Gran
      Bretaña por el dominio del Báltico, una guerra en la
      que veía más posibilidades de éxito.
    
La mayor muestra del poderío
      Austríaco-Prusiano-Ruso en Europa Oriental fueron las
      sucesivas particiones de Polonia que terminaron con la
      disolución completa del reino. Muchos patriotas polacos se
      unieron al ejército francés para luchar contra
      quienes habían destruido su país. En general, las
      teorías jacobinas radicales que en Francia daban ya
      escalofríos se hicieron populares en las pequeñas
      potencias europeas: los Países Bajos, Suiza, los estados
      italianos, etc., y ello permitió a Francia sembrar Europa
      de "Repúblicas
        Hermanas", tanto más contentas del apoyo
      francés cuanto más lejos estaban de Francia.
      Independientemente de su mayor o menor longevidad, las "Repúblicas Hermanas"
      contribuyeron a eliminar los restos de las antiguas estructuras
      feudales que aún pervivían en los países
      pequeños.
    
España fue uno de los países más
      convulsionados internamente (es decir, sin necesidad de la ayuda
      de los ejércitos franceses) a causa de la Revolución
      Francesa. Antes de que estallara, la ilustración se iba
      abriendo camino poco a poco (demasiado poco a poco) en la sociedad
      española; cuando estalló, el primer ministro
      Floridablanca se esforzó por evitar por cualquier medio que
      las ideas revolucionarias penetraran en España,
      después los ilustrados españoles volvieron a ganar
      terreno convenciendo al rey Carlos IV de la viabilidad del "despotismo ilustrado", es
      decir, de llevar adelante a través de la autoridad absoluta
      del monarca las reformas que los revolucionarios franceses
      trataban de lograr violentamente (la desamortización de los
      bienes eclesiásticos, una reforma agraria que permitiera
      aprovechar terrenos de cultivo descuidados por sus dueños,
      una reforma educativa, etc.), y esto condujo a un acercamiento
      cauteloso a Francia propiciado por Godoy y, más
      recientemente, por Urquijo.
    
Los países nórdicos, Suecia y Dinamarca,
      tenían tendencias opuestas respecto a la Revolución
      Francesa. El rey Gustavo IV Adolfo de Suecia, a sus
      veintidós años, creía en el derecho divino de
      los reyes y tenía a Bonaparte por un monstruo; En Dinamarca
      reinaba nominalmente el rey Cristián VII, pero el gobierno
      lo ejercía su hijo y heredero el príncipe Federico,
      quien había promovido diversas reformas liberales (libertad
      de prensa, concesión de derechos civiles a los
      judíos, abolición de la esclavitud,
      derogación de la ley feudal que ligaba los campesinos a las
      tierras, etc.) Federico simpatizaba con la Revolución
      Francesa, pero tanto Dinamarca como Suecia habían optado
      hasta el momento por una neutralidad pasiva en el conflicto
      europeo, mientras que recientemente habían aceptado la
      oferta rusa de constituir una liga de neutralidad armada para
      evitar los abusos británicos en el Báltico.
    
El Imperio Otomano continuaba su lenta decadencia. El
      sultán Selim III habría tratado de impulsar ciertas
      reformas administrativas y militares que chocaron con la
      oposición ultraconservadora de los jenízaros. Las
      derrotas ante Rusia le habían prevenido de intentar nuevas
      aventuras militares, pero el sultán se encontró con
      la invasión de Egipto por los ejércitos franceses,
      en la que se puso de manifiesto que los ejércitos otomanos
      eran juguetes inofensivos ante los ejércitos occidentales.
      Si los franceses estaban teniendo problemas en Egipto, ello era
      debido únicamente a la intervención británica
      y en ningún caso a la resistencia nativa.
    
 Desde la muerte del gran mogol
      Aurangzeb, el sultanato de Delhi había perdido su
      influencia en la India y surgieron varios estados independientes.
      La principal potencia era el Imperio Maratta, aunque ahora era
      más bien la confederación
        Maratta, ya que el poder central había ido
      debilitándose desde que el recién nacido Madhavrao
      II fue reconocido como peshwa. El peshwa actual, Baji Rao II, era
      más bien incompetente, y ese año murió Nana Fadnavis, que
      había sido el principal dirigente durante la minoría
      de edad de Madhavrao II y desde entonces había mantenido su
      influencia sobre todos los señores marattas. Tras su
      muerte, la cohesión entre las distintas regiones del
      imperio se resintió y la autoridad del peshwa fue cada vez
      más cuestionada. La presencia británica era cada vez
      más desestabilizadora. Los británicos dominaban un
      extenso territorio en el golfo de Bengala, la isla de
      Ceilán y también tenían asentamientos en
      Bombay, en la costa occidental de la península.
      Afganistán, bajo el reinado de Zaman Sah, atravesaba
      también un periodo de inestabilidad política, con
      luchas intestinas por el poder.
Desde la muerte del gran mogol
      Aurangzeb, el sultanato de Delhi había perdido su
      influencia en la India y surgieron varios estados independientes.
      La principal potencia era el Imperio Maratta, aunque ahora era
      más bien la confederación
        Maratta, ya que el poder central había ido
      debilitándose desde que el recién nacido Madhavrao
      II fue reconocido como peshwa. El peshwa actual, Baji Rao II, era
      más bien incompetente, y ese año murió Nana Fadnavis, que
      había sido el principal dirigente durante la minoría
      de edad de Madhavrao II y desde entonces había mantenido su
      influencia sobre todos los señores marattas. Tras su
      muerte, la cohesión entre las distintas regiones del
      imperio se resintió y la autoridad del peshwa fue cada vez
      más cuestionada. La presencia británica era cada vez
      más desestabilizadora. Los británicos dominaban un
      extenso territorio en el golfo de Bengala, la isla de
      Ceilán y también tenían asentamientos en
      Bombay, en la costa occidental de la península.
      Afganistán, bajo el reinado de Zaman Sah, atravesaba
      también un periodo de inestabilidad política, con
      luchas intestinas por el poder.
    
Al este de Bengala se encontraba el reino de Birmania. Durante
      los siglos anteriores había estado dividido en varios
      reinos, pero desde mediados de siglo, una nueva dinastía
      iniciada por el rey Alaungpaya
      había iniciado un proceso de unificación por la
      fuerza. El monarca actual era Bodawpaya,
      el cuarto hijo de Alaungpaya, un enviado de Buda para conquistar
      el mundo que había accedido al trono derrocando a su
      sobrino-nieto. Quince años atrás había
      invadido el reino de Arakan.
      Para pacificar la zona deportó a unos 20.000 de sus
      habitantes como esclavos. Poco después había
      invadido Siam con nueve ejércitos, aunque su campaña
      no tuvo éxito. Tras una insurrección en Arakan
      persiguió insurrectos por la frontera de Bengala, creando
      tensiones con los británicos. Siam estaba gobernado por el
      rey Rama I, que había consolidado a su país como
      potencia militar al rechazar a los birmanos e imponer su tutela
      sobre Camboya. Mientras tanto Vietnam se hallaba inmerso en una
      guerra civil.
    
En Arabia prosperaba el fundamentalismo islámico de los
      Wahhabíes. Aunque Abd al-Wahhab había muerto ocho
      años atrás, Abd
        al-Aziz, el hijo de Muhammad ibn Saúd,
      conducía con mano maestra la guerra santa que aquél
      había declarado. Dominaba ya la mayor parte de Arabia y
      amenazaba tanto La Meca como la frontera persa.
    
De entro los sultanatos árabes establecidos alrededor del
      mar Rojo, estaba prosperando especialmente el sultanato Geledí, situado en Somalia, en el cuerno de
      África. Dos años atrás había subido al
      trono el sultán Yúsuf
        Mahamud Ibrahim, bajo cuyo mandato se revitalizó
      el tráfico de marfil.
    
En Persia se estaba consolidando la nueva dinastía Kayar
      en la figura del sha Fath Alí Sha Kayar. Había
      establecido una rígida etiqueta que incluía
      numerosos tesoros distintivos de la autoridad real: tronos,
      coronas, joyas, etc. También es famoso por el harén
      que estaba montándose, que llegó a contar con
      más de 150 mujeres.
    
El shogun Tokugawa Ienari lo seguía de lejos: llegó
      a tener unas 40 concubinas. Durante su reinado Japón
      pasó por un periodo de estabilidad política y buenas
      cosechas.
    
Durante el último siglo, China había experimentado
      una explosión demográfica más espectacular
      que la europea, pues su población se había
      duplicado: había pasado de contar con 150 millones de
      habitantes a 300 millones. Las teorías malthusianas
      parecían corroborarse en China, donde las tierras,
      explotadas en exceso, estaban perdiendo su fertilidad. La
      administración estaba aquejada por una importante
      corrupción y, a las revueltas que tradicionalmente
      tenía que hacer frente el gobierno chino se unió una
      especialmente grave, por la organización que llevaba tras
      de sí: la de la secta budista del Loto Blanco, que ya en su día
      había contribuido a derrocar a los mongoles y que ahora
      enviaba grupos paramilitares a enfrentarse a las tropas
      imperiales. Actuaban con técnicas de guerrilla, y
      organizaron la falsificación de las cuentas de los
      recaudadores de impuestos. El gobierno tuvo que levantar
      fortalezas y realizar campañas de descrédito que
      privaran al Loto Blanco del apoyo del campesinado.
    
 El norte de
      África hasta Túnez era vasalla del Imperio Otomano,
      aunque su autonomía era notable. Sólo el reino de
      Marruecos era oficialmente independiente. El rey Sulaymán
      había suspendido todo el comercio con Europa a causa de sus
      querellas con España y Portugal y firmó un tratado
      comercial con los Estados Unidos. Fue el primer país
      africano en acoger una embajada estadounidense.
El norte de
      África hasta Túnez era vasalla del Imperio Otomano,
      aunque su autonomía era notable. Sólo el reino de
      Marruecos era oficialmente independiente. El rey Sulaymán
      había suspendido todo el comercio con Europa a causa de sus
      querellas con España y Portugal y firmó un tratado
      comercial con los Estados Unidos. Fue el primer país
      africano en acoger una embajada estadounidense.
    
El África subsahariana permanecía
      prácticamente inexplorada. A lo largo del siglo XVIII se
      habían formado algunos reinos nuevos, algunos de los cuales
      surgieron cuando algunos pueblos africanos se organizaron para
      formar redes de trata de esclavos que vendían a los
      europeos. Es el caso de la confederación de Aro o el Imperio Bamana. El Imperio Kong, que llegó a
      alcanzar una gran extensión lo formó el pueblo Senufo que huía de una
      persecución religiosa por parte de los Mandinga, del norte. El Congo,
      Angola y Mozambique eran colonias portuguesas, si bien el primero
      mantenía su propio rey, Enrique
        I. Senegal había quedado bajo dominio
      francés tras el tratado
        de Versalles. Madagascar había sido a principios
      de siglo un refugio de piratas. Después se organizó
      en varios reinos. El sultanato de Omán, en Arabia,
      gobernado por Sultan bin Ahmad, había creado un
      imperio que se extendía desde la orilla opuesta del golfo
      Pérsico y descendía por la costa oriental de
      África, hasta Mozambique.
    
En materia científica, Europa se había situado a
      años luz de cualquier otra cultura. Los físicos
      dominaban ya las leyes de la dinámica clásica junto
      con la ley de gravitación universal y todo el aparato
      matemático que éstas requieren. Las aplicaciones a
      la astronomía eran sorprendentes. William Herschel
      demostró que el Sol no está fijo en el espacio, sino
      que se mueve respecto de las demás estrellas hacia un punto
      de la esfera celeste al que denominó apex, y que se encuentra en
      la constelación de Hércules.
      Más aún, logró establecer un modelo
      clásico lenticular sobre la forma de la Vía
      Láctea, en el que estableció la posición del
      Sol. Ese mismo año descubrió los rayos infrarrojos utilizando
      un prisma para descomponer la luz solar y situando un
      termómetro por debajo de la zona correspondiente a la luz
      roja. Demostró así la existencia de "luz invisible". 
    
Los estudios sobre electricidad se encontraban todavía en
      estado embrionario, pero ya eran prometedores. Coulomb
      seguía estudiando y publicando trabajos sobre la
      electricidad y el magnetismo. Alesandro Volta comunicó a la
      Royal Society de Londres
      su último invento: una pila electrica capaz de generar electricidad de forma
      mucho más uniforme que los generadores
      electrostáticos, el único medio conocido hasta el
      momento. Esto facilitó enormemente el estudio de las
      corrientes eléctricas.
    
Un naturalista francés llamado Jean-Baptiste Pierre Antoine de Monet, caballero
      de Lamark,
      presentó un trabajo al Museo
Nacional
        de Historia Natural en el que esbozaba sus ideas
      según las cuales las especies animales habían
      evolucionado unas a partir de otras, las más complejas a
      partir de las más simples. 
    
Lagrange publicó sus Leçons
sur
        le calcul des fonctions, pero la figura más
      prometedora en el campo de las matemáticas era a la
      sazón un joven alemán de veintitrés
      años llamado Carl
        Friedrich Gauss. Durante su época de estudiante
      había descubierto por sí mismo el teorema del
      binomio de Newton, la ley de Bode-Titius y la llamada ley de reciprocidad
        cuadrática, un sutil resultado de la teoría
      de números del que no se conocía todavía
      ninguna demostración. Dos años atrás
      había obtenido un método para construir con regla y
      compás el polígono regular de 17 lados, el mayor
      avance en esta línea desde la época de los antiguos
      griegos. El año anterior había obtenido el doctorado
      en matemáticas con una demostración del teorema fundamental del
        álgebra, es decir, con la demostración de
      que toda ecuación polinómica tiene al menos una
      solución si admitimos como tales a los números
      complejos o imaginarios. Gauss había nacido en el ducado de
      Brunswick, y el duque le había concedido una renta que le
      permitía dedicarse a la investigación sin necesidad
      de buscar empleo alguno.
    
Alemania tuvo el dudoso honor de estar a la vanguardia del
      pensamiento filosófico. Tras una discusión con un
      discípulo sobre el ateísmo, Fichte tuvo que dimitir
      de su cátedra en Jena y se trasladó a Berlín,
      donde tuvo que vivir de dar clases particulares. Su cátedra
      fue ocupada por Friedrich
        Schelling, un teólogo de veintitrés
      años que, tras una serie de "investigaciones" sobre el
      Génesis y el origen del mal, había publicado cinco
      años atrás un ensayo titulado Del Yo como principio de la
        filosofía o lo incondicionado del saber humano,
      bajo la influencia de Kant y de Fichte, y que ahora publicaba su Sistema del idealismo trascendental,
      en el que discrepaba de Fichte. Esencialmente, Kant había
      cometido tres errores en su planteamiento de su Crítica de
      la razón pura:
    
El resultado fue que los presuntos continuadores de la obra de
      Kant tomaron todos sus defectos y no fueron capaces de sostener
      ninguna de sus virtudes. Así, Schelling empezó
      considerando a Fichte como el campeón en la lucha contra la
      corrupción del espíritu crítico kantiano
      frente al dogmatismo, luego consideró que el camino seguido
      por Fichte no era el correcto y asumió él mismo el
      papel de llevar la filosofía de Kant a la
      perfección. Sin embargo, lo que hizo realmente fue coger el
      bagaje escolástico que había absorbido en sus
      estudios de teología y aplicarlo a los esquemas kantianos,
      obteniendo así un monstruo al que él llamaba
      "filosofía crítica", pero que no era sino un
      retroceso a los tiempos en que filosofar era hablar de no se sabe
      qué en términos aparentemente lógicos y
      razonados, pero que sólo presentan esta apariencia en una
      delgada capa superficial, bajo la cual todo es imprecisión
      y arbitrariedad. Sirva como muestra un fragmento del
      Capítulo II del Sistema
        del idealismo trascendental: 
    
La prueba general del idealismo trascendental es realizada sólo a partir del principio deducido anteriormente: mediante el acto de la autoconciencia el Yo llega a ser objeto para sí mismo. En esta proposición se puede descubrir a su vez otras dos:
1) El Yo sólo es objeto para sí mismo y, por tanto, para nada exterior. Si se pone una influencia sobre el Yo desde fuera, el Yo debería ser objeto para algo exterior. Pero el Yo no es nada para todo lo exterior. En el Yo en cuanto Yo, por ende, no puede influir nada exterior.
2) El Yo se hace objeto, luego no lo es originalmente. Detengámonos en esta proposición para continuar deduciendo a partir de ella.
a) Si el Yo no es originariamente objeto, entonces es lo contrapuesto al objeto. Ahora bien, todo lo objetivo es algo en reposo, fijo, que no es capaz él mismo de ninguna acción, sino sólo de ser objeto del actuar. Así pues, el Yo es originariamente sólo actividad. Más aún, en el concepto de objeto se piensa el concepto de algo limitado o acotado. Todo lo objetivo se hace finito precisamente porque se hace objeto. Por tanto, el Yo es originariamente (más allá de la objetividad, que es introducida por la autoconciencia) infinito —luego actividad infinita.
b) Si el Yo es originariamente actividad infinita, entonces también es fundamento —y compendio de toda la realidad.— En efecto, si hubiera un fundamento de la realidad fuera de él, su actividad infinita estaría originariamente restringida.
c) Que esta actividad originariamente infinita (este compendio de toda la realidad) llegue a ser objeto para sí misma y, por tanto, finita y determinada, es condición de la autoconciencia. La cuestión es cómo puede ser pensada esta condición. El Yo es originariamente puro producir que se dirige hacia el infinito, sólo en virtud del cual nunca llegaría al producto. El Yo, pues, a fin de surgir para sí mismo (y no ser sólo productor sino a la vez producido, como en la autoconciencia) ha de poner límites a su producir.
d) Pero el Yo no puede limitar su producir sin contraponerse algo. [...]
El lector que no entienda nada no debe caer en la falacia de
      asumir que ello se debe a que no sabe suficiente filosofía,
      y que hay que estudiar mucho para entender algo tan profundo. Una
      frase como "El Yo es
        originariamente puro producir que se dirige al infinito, solo en
        virtud del cual nunca llegaría al producto" no
      encierra ninguna verdad profunda, sino que no es más que
      una triste adaptación de una frase análoga que bien
      podría hablar sobre Dios en lugar de sobre el Yo (en el
      contexto de un absurdo razonamiento teológico) a un
      contexto muy diferente. Si la totalidad del fragmento anterior
      tiene algún sentido es por lo que queda de la
      filosofía kantiana cuando se eliminan frases absurdas como
      ésa y, en general, todos los "razonamientos". La
      consecuencia obligada fue que, a partir de este momento, la
      filosofía dejó de merecer la atención de los
      hombres de ciencia, que consideraron, con razón, que la
      filosofía es a la ciencia lo que la astrología es a
      la astronomía.
    
De hecho, a raíz de una reseña anónima que
      invitaba a Kant a pronunciarse sobre la filosofía de
      Fichte, el propio Kant había publicado el año
      anterior una breve nota con el título de "Declaración en
        relación a la Doctrina de la Ciencia de Fichte",
      en la que desautoriza por completo que pueda considerarse acorde
      con su propia filosofía:
    
...declaro aquí que considero a la Doctrina de la Ciencia de Fichte un sistema completamente insostenible. [...] No obstante, estoy tan poco dispuesto a tomar parte de aquello que según los principios de Fichte corresponde a la metafísica, que en una respuesta escrita le aconsejé cultivar su buen don de exposición tal como provechosamente se aplica a la Crítica de la Razón Pura, en vez de a sutilezas infructuosas. Sin embargo, fui eludido cortésmente con la declaración de que él no va a perder lo escolástico de vista. [...] Debido a que el reseñante sostiene finalmente que, según su consideración, aquello que la Crítica enseña sobre la sensibilidad no está para ser tomado al pie de la letra, y que, dado que la letra kantiana mata al espíritu tanto como la aristotélica, quien quiera entender la Crítica debe adoptar antes que nada el debido punto de vista (de Beck o de Fichte), declaro una vez más que, ciertamente, la Crítica ha de ser entendida al pie de la letra, y sólo ha de ser considerada desde el punto de vista del entendimiento común que esté lo suficientemente cultivado para semejantes investigaciones abstractas. [...]
Si la filosofía estaba abandonando la racionalidad por
      pura incompetencia, el arte empezaba a abandonarla por
      hastío. Al racionalismo del siglo XVIII que, en su
      vertiente artística, había cristalizado en el
      neoclasicismo, le estaba surgiendo la respuesta del romanticismo, que daba
      prioridad al sentimiento frente a la razón, a la
      originalidad frente a la imitación clásica, a la
      ausencia de normas prefijadas, a la independencia del artista,
      etc. (Una prueba más de la decadencia de la
      filosofía es que, aunque a nadie se le ocurriría
      hablar de "romanticismo científico", sí que se habla
      de "romanticismo filosófico", cuyas figuras destacadas son
      precisamente Fichte y Schelling.)
    
El romanticismo se manifestó primeramente en la
      literatura. Empezaron a ponerse de moda las novelas
      "románticas" en el setido moderno de la palabra, es decir,
      íntimas, sentimentales, pero que en sentido amplio incluyen
      también las que presentan historias fantásticas, o
      de terror, que aceptaban como reales supersticiones y mitos, de
      los que tanto se habían burlado los ilustrados, o que
      ensalzaban la Edad Media y sus caballeros, etc. Los primeros
      antecedentes del romanticismo se encuentran de forma
      simultánea en Gran Bretaña y Alemania. Aunque Gran
      Bretaña cuenta con una amplia tradición
      prerromantica, se considera que la primera obra propiamente
      romántica de la literatura británica son las Baladas líricas que
      habían publicado conjuntamente dos años atrás
      William Wordsworth y Samuel Coleridge. Son poemas
      sencillos que reflejan el misterio y la emoción de la
      naturaleza. En Alemania, Goethe es considerado uno de los mayores
      exponentes del romanticismo, mientras que Schiller es más
      bien neoclásico. Ese año, Schiller publicó su
      poema La canción de la
        campana, en el que había trabajado durante once
      años. La fundición de una campana le sirve de
      metáfora para las distintas etapas de la vida humana y de
      la sociedad. También cabe destacar a Georg Friedrich Philipp Freiherr von
        Hardenberg, más conocido como Novalis, que a sus veintiocho
      años había publicado unos Himnos a la noche y unos Fragmentos, que eran
      comentarios breves sobre filosofía, estética y
      literatura, pero que tenía inéditas una Novela de aprendizaje, el
      ensayo La Crisitiandad o
        Europa, en el que se lamenta de la pérdida de la
      unidad de la Europa cristiana medieval, y unos Cánticos espirituales.
      
    
En las artes plásticas, el neoclasicismo estaba mucho
      más arraigado, sobre todo por el academicismo, es decir, por el poder que
      ejercían las academias para juzgar las obras de arte en
      función de unos esquemas fijos predeterminados.
      Jacques-Louis David era academicista, pero sus discípulos
      evolucionaron pronto hacia el romanticismo. Ese año, David
      pintó cinco versiones muy similares de un mismo tema: El primer cónsul cruzando los
        Alpes, en el que se representa a Bonaparte montando a un
      hermoso caballo con los cascos delanteros levantados. La primera
      versión fue un encargo del rey Carlos IV de España,
      las tres siguientes las encargó el propio Bonaparte con
      fines propagandísticos y la última la pintó
      David para sí mismo. Eso sí, Bonaparte se
      negó a posar. Se conserva este diálogo:
    
— ¿Posar? ¿Para qué? ¿Creéis que los grandes hombres de la Antigüedad cuyas imágenes poseemos habían posado?
— Pero, ciudadano primer cónsul, yo os pinto para vuestro siglo, para los hombres que os han visto, que os conocen. Ellos querrán encontraros parecido.
— ¿Parecido? No es la exactitud de los trazos o un pequeño lunar en la nariz lo que determina el parecido. Es el carácter de la fisonomía el que determina lo que hay que pintar. [...] Nadie se preocupa de si los retratos de los grandes hombres se les parecen. Basta con que su genio viva en ellos.
En España también estaba muy arraigado el
      academicismo, pero Francisco de Goya fue desde joven contestatario
      y romántico. Ese año pintó uno de sus cuadros
      más famosos: La familia
        de Carlos IV. Poco antes había pintado La maja desnuda, un retrato
      de una mujer desconocida de la que se ha especulado si
      sería la duquesa de Alba. El retrato formaba parte de la
      colección privada de Godoy, por lo que también
      existe la conjetura de que se tratara de su amante, Pepita Tudó. 
    
La música evolucionaba más lentamente y el clasicismo aún era dominante. En París murió el compositor Niccolò Piccini y Cherubini estrenó su ópera Les deux journées, pero lo más selecto de la música europea estaba en Viena. Allí coincidían el anciano Joseph Haydn, con sesenta y ocho años, el padre del clasicismo, y la joven promesa, Ludwig van Beethoven, con treinta años, quizá el único compositor que de vez en cuando mostraba una vena romántica, aunque ponía todo su empeño en respetar las formas clásicas. Las obras que estrenó ese año eran completamente clásicas: el septeto Op. 20 y su Primera sinfonía, ambas compuestas el año anterior, y que se interpretaron junto con obras de Haydn y Mozart. Mientras tanto componía su Tercer concierto para piano, también de corte clásico, aunque, como en muchas de sus composiciones para piano, se aprecia ya en él una sensibilidad romántica que hace parecer fríos a Haydn y a Mozart. Sin embargo, la obra más "moderna" en la que trabajaba a la sazón era un ballet: Las criaturas de Prometeo, en el que encontramos melodías un tanto alejadas de los patrones clásicos y presentadas con un colorido orquestal innovador.
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