Mientras la sociedad se base en el dinero, nunca tendremos suficiente.
Panfleto, Huelga en París, Diciembre 1995
Esta es la abolición del modo de producción capitalista dentro del propio modo de producción capitalista, y por lo tanto una contradicción auto-abolitoria, que se presenta prima-facie como un mero punto de transición hacia una nueva forma de producción.
Karl MarxCapital y soberanía bien pueden parecer una combinación contradictoria. La soberanía moderna descansa fundamentalmente sobre la trascendencia del soberano-sea el Príncipe, el Estado, la nación o incluso el Pueblo-por sobre el plano social. Hobbes estableció en su Leviatán unitario la metáfora espacial de la soberanía para todo pensamiento político moderno que se eleva por encima de la sociedad y la multitud. El soberano es el excedente de poder que sirve para resolver o diferir la crisis de la modernidad. Además, la soberanía moderna opera, como hemos visto en detalle, mediante la creación y mantenimiento de fronteras fijas entre los territorios, poblaciones, etc. Así, la soberanía es también un excedente de código, una sobrecodificación de los flujos y funciones sociales. En otras palabras, la soberanía opera mediante la estriación del campo social.
El capital, contrariamente, opera en el plano de la inmanencia, mediante postas y redes de relaciones de dominación, sin depender de un centro trascendente de poder. Tiende históricamente a destruir los límites sociales tradicionales, expandiéndose por todos los territorios e incorporando siempre a nuevas poblaciones dentro de sus procesos. El capital funciona, según la terminología de Deleuze y Guattari, a través de una decodificación generalizada de los flujos, una deterritorialización masiva, y luego mediante conjunciones de estos flujos deterritorializados y decodificados.3.143 Podemos entender al funcionamiento del capital como inmanente y deterritorializador en tres aspectos primarios ya analizados por el propio Marx. Primero, en los procesos de acumulación primitiva el capital separa poblaciones de territorios específicamente codificados, poniéndolas en acción. Borra los Estados y crea un proletariado ``libre''. Las culturas y organizaciones sociales tradicionales son destruidas en la incansable marcha del capital por el mundo para crear las redes y vías de un único sistema económico y cultural de producción y circulación. Segundo, el capital agrupa a todas las formas de valor en un único plano común, uniéndolas mediante el dinero, su equivalente general. El capital tiende a reducir a todas las formas de status, título y privilegio previamente establecidas al nivel del nexus del contado efectivo, es decir, a términos económicos cuantitativos y conmensurables. Tercero, las leyes por las cuales funciona el capital no son leyes fijas y separadas, dirigiendo desde las alturas las operaciones del capital, sino leyes históricamente variables que son inmanentes al mismo funcionamiento del capital: las leyes de la tasa de ganancia, la tasa de explotación, la realización de la plusvalía, etc.
Por ello, el capital no demanda un poder trascendente sino un mecanismo de control que resida en el plano de la inmanencia. A causa del desarrollo social del capital, los mecanismos de la soberanía moderna-los procesos de codificación, sobrecodificación y recodificación que impusieron un orden trascendental sobre un terreno social limitado y segmentado-son reemplazados progresivamente por una axiomática: es decir, un conjunto de ecuaciones y relaciones que determina y combina variables y coeficientes inmediata e igualmente a lo largo de distintos terrenos sin referencia a definiciones o términos previos y fijos.3.144 La característica principal de dicha axiomática es que las relaciones son previas a sus términos. En otras palabras, dentro de un sistema axiomático, los postulados ``no son proposiciones que pueden ser verdaderas o falsas, dado que contienen variables relativamente indeterminadas. Sólo cuando le asignamos a esas variables valores particulares, o en otros términos, cuando sustituimos constantes para ellos, los postulados se vuelves proposiciones, verdaderas o falsas, según la constante elegida''.3.145 El capital opera mediante esa misma clase de funciones proposicionales o axiomáticas. La equivalencia general del dinero junta a todos los elementos en relaciones conmensurables, cuantificables, y luego las leyes inmanentes o ecuaciones del capital determinan su despliegue y relación de acuerdo con las constantes particulares que son sustituidas por las variables de las ecuaciones. De igual modo que una axiomática desestabiliza todos los términos y definiciones previos a las relaciones de deducción lógica, así también el capital barre con las barreras fijas de la sociedad precapitalista-e incluso las fronteras del Estado-nación tienden a borrarse a medida que el capital se realiza a sí mismo en el mercado mundial. El capital tiende a un espacio uniforme, definido por flujos no codificados, flexibilidad, modulación continua y ecualización tendencial.3.146
De este modo la trascendencia de la soberanía moderna entra en conflicto con la inmanencia del capital. Históricamente, el capital ha confiado en la soberanía y el apoyo de sus estructuras de derecho y fuerza, pero esas mismas estructuras continuamente contradicen en principio y obstruyen en la práctica a la operación del capital, obstruyendo finalmente su desarrollo. Por ello toda la historia de la modernidad que hemos trazado puede ser vista como los intentos de negociar y mediar esta contradicción. El proceso histórico de mediación no ha sido un dar y tomar igualitario, sino un movimiento unilateral desde la posición trascendente de la soberanía hacia el plano de inmanencia del capital. Foucault trazó este movimiento en su análisis del pasaje del mando europeo entre los siglos diecisiete y dieciocho, desde la ``soberanía'' (una forma absoluta de soberanía centralizada en la voluntad y la persona del Príncipe) y ``gobernabilidad'' (una forma de soberanía expresada mediante una economía descentralizada del gobierno y la administración de bienes y poblaciones).3.147 Este pasaje entre formas de soberanía coincide dramáticamente con el desarrollo temprano y la expansión del capital. Cada uno de los paradigmas modernos de la soberanía ha sostenido las operaciones del capital durante un período histórico específico, pero, al mismo tiempo, instalado obstáculos al desarrollo del capital, que debieron ser superados a su tiempo. El despliegue de esta relación es tal vez la problemática central que ha confrontado cada teoría del Estado capitalista.
La sociedad civil ha servido durante un período histórico como mediador entre las fuerzas inmanentes del capital y el poder trascendente de la soberanía moderna. Hegel adoptó el término ``sociedad civil'' de sus lecturas de los economistas ingleses, y lo entendió como una mediación entre los esfuerzos auto-interesados de una pluralidad de individuos económicos y el interés unificado del Estado. La sociedad civil media entre los (inmanentes) Muchos y el (trascendente) Uno. Las instituciones que constituyen la sociedad civil funcionan como compuertas que canalizan los flujos de las fuerzas económicas y sociales, elevándolas hacia una unidad coherente y refluyendo, como una red de irrigación, para distribuir el comando de la unidad a través del campo social inmanente. Estas instituciones no-estatales, en otras palabras, organizaron la sociedad capitalista bajo el orden del Estado, y oportunamente diseminaron el mando del Estado por toda la sociedad. En los términos de nuestro marco conceptual podemos decir que la sociedad civil fue el terreno donde la soberanía del Estado moderno fue volviéndose inmanente (descendiendo hacia la sociedad capitalista) y donde, al mismo tiempo, la sociedad capitalista fue volviéndose trascendente (ascendiendo hacia el Estado).
En nuestro tiempo, sin embargo, la sociedad civil ya no sirve como el adecuado punto de mediación entre el capital y la soberanía. Las estructuras e instituciones que la constituyen se marchitan progresivamente. Ya hemos afirmado que este apagamiento puede ser entendido claramente en términos de la declinación de la dialéctica entre el Estado capitalista y el trabajo, es decir, en la declinación de la efectividad y el rol de los sindicatos, la declinación de las negociaciones colectivas con el trabajo y la declinación de la representación del trabajo en la constitución.3.148 El languidecimiento de la sociedad civil puede ser reconocido también como concomitante con el pasaje de la sociedad disciplinaria a la sociedad de control (ver Sección 2.6). Hoy, las instituciones sociales que constituyeron la sociedad disciplinaria (la escuela, la familia, el hospital, la fábrica), que en gran medida son las mismas o están íntimamente relacionadas con aquellas entendidas como sociedad civil, están en crisis en todas partes. Con el derrumbe de los muros de estas instituciones, las lógicas de subjetivización que operaron previamente dentro de sus espacios limitados son ahora diseminadas hacia fuera, generalizándose por todo el campo social. El quiebre de las instituciones, el apagamiento de la sociedad civil y la declinación de la sociedad disciplinaria, todo ello implica un alisamiento de las estriaciones del espacio social moderno. Aquí emergen las redes de la sociedad de control.3.149
Respecto de la sociedad disciplinaria y la sociedad civil, la sociedad de control representa un paso adelante hacia el plano de la inmanencia. Las instituciones disciplinarias, los límites de la efectividad de sus lógicas, y su estriación del espacio social, todas ellas constituyen instancias de verticalidad o trascendencia por sobre el plano social. Debemos ser cuidadosos, sin embargo, al localizar el lugar exacto en el que reside esta trascendencia de la sociedad disciplinaria. Foucault insistió sobre el hecho que-y este fue el núcleo brillante de su obra-el ejercicio de la disciplina es absolutamente inmanente a las subjetividades bajo su comando. En otras palabras, la disciplina no es una voz externa que dicta nuestras prácticas desde las alturas, sobrevolándonos, como diría Hobbes, sino que es algo así como una compulsión interna, indistinguible de nuestra voluntad, inmanente e inseparable de nuestra propia subjetividad. Las instituciones que son condición de posibilidad y definen espacialmente las zonas de efectividad del ejercicio de la disciplina, sin embargo, mantienen una cierta separación de las fuerzas sociales producidas y organizadas. Son, efectivamente, una instancia de soberanía, o un punto de mediación con la soberanía. Las paredes de la prisión tanto habilitan como limitan el ejercicio de las lógicas carcelarias. Diferencian el espacio social.
Foucault analiza con gran sutileza esta distancia entre las paredes trascendentes de las instituciones y el ejercicio inmanente de la disciplina, mediante sus teorías del dispositif y el diagrama, que articulan una serie de estadios de abstracción.3.150 En términos más simples, podemos decir que el dispositif (que se traduce como mecanismos, aparatos o despliegue) es la estrategia general que se alza por detrás del ejercicio real e inmanente de la disciplina. La lógica carcelaria, por ejemplo, es el dispositivo unificado que vigila o sustenta-y es por ello distinto y abstraído de-la multiplicidad de las prácticas de la prisión. En un segundo nivel de abstracción, el diagrama posibilita los desarrollos del dispositivo disciplinario. Por ejemplo, la arquitectura carcelaria del panóptico, que vuelve a los internos constantemente visibles para un punto central de poder, es el diagrama o diseño virtual, que se actualiza en los diversos dispositivos disciplinarios. Finalmente, las mismas instituciones instalan el diagrama en formas sociales particulares y concretas. La prisión (sus muros, administradores, guardias, leyes, etc.) no gobierna a sus internos del modo que un soberano comanda a sus sujetos. Crea un espacio en el cual los internos, mediante las estrategias de los dispositivos carcelarios y las prácticas reales, se disciplinan a sí mismos. Sería más preciso decir, entonces, que la institución disciplinaria no es soberana en sí misma, pero que su trascendencia y abstracción por encima del campo social de la producción de subjetividad constituye el elemento clave en el ejercicio de la soberanía en la sociedad disciplinaria. La soberanía ha devenido virtual (pero no por ello menos real), y es realizada siempre y en todas partes mediante el ejercicio de la disciplina.
Hoy, el colapso de los muros que delimitaban las instituciones y el alisamiento de la estriación social son síntomas del aplanamiento de estas instancias verticales, marchando hacia la horizontalidad de los circuitos de control. El pasaje hacia la sociedad de control no significa en modo alguno el fin de la disciplina. De hecho, el ejercicio inmanente de la disciplina-es decir, del auto-disciplinamiento de los sujetos, los incesantes susurros de las lógicas disciplinarias dentro de las subjetividades-está extendido de modo aún más general en la sociedad de control. Lo que ha cambiado es que, junto con el colapso de las instituciones, los dispositivos disciplinarios se han vuelto menos limitados y delimitados espacialmente en el espacio social. Las disciplina carcelaria, la disciplina escolar, la disciplina fabril, etc., se entrelazan en una producción híbrida de subjetividad. En efecto, en el pasaje a la sociedad de control, los elementos trascendentes de la sociedad disciplinaria declinan mientras los aspectos inmanentes son acentuados y generalizados.
La producción inmanente de subjetividad en la sociedad de control corresponde a la lógica axiomática del capital, y su semejanza indica una nueva y más completa compatibilidad entre soberanía y capital. La producción de subjetividad en la sociedad civil y la sociedad disciplinaria promovió en cierto período el mando y facilitó la expansión del capital. Las instituciones sociales modernas produjeron identidades sociales mucho más móviles y flexibles que las figuras subjetivas previas. Las subjetividades producidas en las instituciones modernas eran como los repuestos estandarizados producidos en la fábrica masiva: el interno, la madre, el trabajador, el estudiante, etc. Cada repuesto desempeñaba un papel específico en la máquina total, pero era estandarizado, producido en masa, y por lo tanto reemplazable por cualquier otro repuesto de su tipo. En un cierto momento, sin embargo, la fijeza de estas partes estandarizadas, de las identidades producidas por las instituciones, representó un obstáculo para la ulterior progresión hacia la movilidad y la flexibilidad. El pasaje hacia la sociedad de control implica una producción de subjetividad que no está fijada en identidad, sino que es híbrida y modulante. A medida que los muros que definieron y aislaron los efectos de las instituciones modernas se derrumbaron progresivamente, las subjetividades tendieron a ser producidas simultáneamente por numerosas instituciones en diferentes combinaciones y dosis. Ciertamente, en la sociedad disciplinaria cada individuo tenía muchas identidades, pero en cierta medida las diferentes identidades estaban definidas por diferentes lugares y diferentes momentos de la vida: uno era madre o padre en el hogar, trabajador en la fábrica, estudiante en la escuela, interno en la prisión y paciente mental en el asilo. En la sociedad de control son precisamente estos lugares, estos sitios discretos de aplicabilidad, los que tienden a perder su definición y delimitaciones. Una subjetividad híbrida producida en la sociedad de control puede no adoptar la identidad de un interno de la prisión o un paciente mental o un obrero fabril, pero estar igualmente constituida en forma simultánea por todas sus lógicas. Es un obrero fabril fuera de la fábrica, estudiante fuera de la escuela, interno fuera de la prisión, insano fuera del asilo-todo al mismo tiempo. No pertenece a ninguna identidad y a todas ellas-fuera de las instituciones, pero está regido de modo aún más intenso por sus lógicas disciplinarias.3.151 Del mismo modo que la soberanía imperial, las subjetividades de la sociedad de control poseen constituciones mixtas.
En el pasaje de la soberanía hacia el plano de la inmanencia, el colapso de las fronteras ha tenido lugar tanto dentro de cada contexto nacional como en una escala mundial. El apagamiento de la sociedad civil y la crisis general de las instituciones disciplinarias coinciden con la declinación de los Estados-nación como límites que marcan y organizan las divisiones del mando global. El establecimiento de una sociedad global de control que alisa las estrías de las fronteras nacionales va de la mano con la realización del mercado mundial y la subsunción real de la sociedad global bajo el capital.
En el siglo diecinueve y el inicio del veinte el imperialismo contribuyó a la supervivencia y expansión del capital (ver Sección 3.1). La división del planeta entre los Estados-nación dominantes, el establecimiento de administraciones coloniales, la imposición de comercios y tarifas exclusivas, la creación de monopolios y carteles, de zonas diferenciadas de extracción de materias primas y producción industrial, todo ayudó al capital en su período de expansión global. El imperialismo fue el sistema diseñado para servir a las necesidades y promover los intereses del capital en su fase de conquista global. Y sin embargo, como observaron la mayor parte de los críticos del imperialismo (comunistas, socialistas, y capitalistas), el imperialismo, desde sus inicios, entró en conflicto con el capital. Fue un remedio que también amenazó la vida del paciente. Aunque el imperialismo proveyó de vías y mecanismos para que el capital penetrara en nuevos territorios y diseminara el modo capitalista de producción, también creó y reforzó rígidas fronteras entre los diversos espacios globales, estrictas nociones de interior y exterior que bloquearon efectivamente el libre flujo del capital, el trabajo y los bienes-dificultando de este modo la plena realización del mercado mundial.
El imperialismo es una máquina de estriación global, canalizando, codificando y territorializando los flujos de capital, bloqueando ciertos flujos y facilitando otros. En contraste, el mercado mundial requiere de un espacio llano de flujos no codificados y deterritorializados. Este conflicto entre la estriación del imperialismo y el espacio llano del mercado mundial capitalista nos da una nueva perspectiva que nos permite reconsiderar la predicción de Rosa Luxemburgo sobre el colapso capitalista: ``Aún cuando el imperialismo sea el método histórico para prolongar la carrera del capitalismo, es también el modo seguro para conducirlo a un dulce final''.3.152
El orden internacional y el espacio estriado del imperialismo sirvieron para expandir al capitalismo, pero se volvieron, eventualmente, un freno para los flujos deterritorializantes y el espacio llano del desarrollo capitalista, por lo que debía ser dejado de lado. Rosa Luxemburgo tenía razón: de no superarse, el imperialismo hubiese sido la muerte del capital. La realización plena del mercado mundial es necesariamente la muerte del imperialismo.
La declinación del poder de los Estados-nación y la disolución del orden internacional trajeron consigo el final definitivo de la efectividad del término ``Tercer Mundo''. Podríamos contar esta historia como una simple narración. El término fue acuñando como complemento a la división bipolar de la Guerra Fría entre las naciones capitalistas dominantes y las principales naciones socialistas, de modo tal que el Tercer Mundo fue concebido como exterior a este conflicto primario: el espacio libre o la frontera sobre la cual combatirían los dos primeros mundos. Como ha finalizado la Guerra Fría, la lógica de esta división ya no es efectiva. Esto es cierto, pero el sencillo final de este relato fracasa en el intento de dar cuenta de la historia real del término y sus importantes usos y efectos.
Muchos afirman, ya desde los '70, que el Tercer Mundo nunca existió realmente, en el sentido de la concepción de una unidad homogénea y un sistema esencialmente diverso de naciones, pues falla en aprehender, e incluso niega, las diferencias sociales, económicas y culturales entre Paraguay y Pakistán, Marruecos y Mozambique. Sin embargo, reconocer esta multiplicidad, no debe ocultarnos el hecho que, desde el punto de vista del capital en su marcha hacia la conquista mundial, dicha concepción unitaria y homogeneizante ha tenido cierta validez. Por ejemplo, Rosa Luxemburgo tomó esta perspectiva del capital cuando dividió al mundo en el dominio capitalista y el entorno no-capitalista. Las diversas zonas de ese entorno son sin duda radicalmente diferentes unas de otras, pero desde la perspectiva del capital son todas su exterior: terreno potencial para su acumulación expandida y futura conquista. Durante la Guerra Fría, cuando las regiones del Segundo Mundo fueron efectivamente cerradas, el Tercer Mundo representó para las naciones capitalistas dominantes el espacio abierto restante, el terreno de la posibilidad. Las diversas formas económicas, sociales y culturales podían ser todas potencialmente subsumidas bajo la dinámica de la producción y los mercados capitalistas. Desde la perspectiva de esta subsunción potencial, pese a las diferencias reales y sustanciales entre las naciones, el Tercer Mundo era realmente uno sólo.
Igualmente lógico fue que pensadores como Samir Amin, Immanuel Wallerstein y otros diferenciaran el dominio capitalista en países centrales, periféricos y semi-periféricos.3.153 Centro, periferia y semi-periferia se distinguen por formas sociales, políticas y burocráticas distintas, diferentes procesos productivos y diferentes formas de acumulación. (La forma más reciente de división entre Norte y Sur no difiere significativamente de esta concepción) Como la concepción de Primer, Segundo y Tercer Mundo, la división de la esfera capitalista en centro, periferia y semi-periferia homogeniza y eclipsa las diferencias reales entre naciones y culturas, pero lo hace para subrayar una unidad tendencial entre las formas económicas, políticas y sociales que emergen en los prolongados procesos imperialistas de la subsunción formal. En otras palabras, Tercer Mundo, Sur y periferia, todos ellos homogenizan las diferencias reales para resaltar los procesos unificadores del desarrollo capitalista, pero además, lo que es más importante, indican la unidad potencial de una oposición internacional, la confluencia potencial de fuerzas y países anticapitalistas.
Las divisiones geográficas entre Estados-nación, e incluso entre centro y periferia, conjuntos de Estados-nación del norte y el sur, ya no son suficientes para aprehender las divisiones globales y distribución de producción, acumulación y formas sociales. Debido a la descentralización de la producción y la consolidación del mercado mundial, las divisiones internacionales y los flujos de trabajo y capital se han fracturado y multiplicado, de modo que ya no es posible demarcar grandes zonas geográficas como centro y periferia, Norte y Sur. En regiones geográficas tales como el Cono Sur de América Latina o el Sudeste Asiático, todos los niveles de producción pueden existir simultáneamente y juntos, desde los más altos niveles de tecnología, productividad y acumulación, hasta los más bajos, con complejos mecanismos sociales que mantienen sus diferenciaciones e interacciones. También en las metrópolis el trabajo recorre el continuo desde las alturas hasta las profundidades de la producción capitalista: los talleres explotadores de Nueva York y París pueden rivalizar con los de Hong Kong y Manila. Si alguna vez Primer y Tercer Mundo, centro y periferia, Norte y Sur, estuvieron realmente separados a lo largo de límites nacionales, hoy se infiltran mutuamente, distribuyendo inequidades y barreras a lo largo de líneas múltiples y ramificadas. Esto no quiere decir que ahora los Estados Unidos y Brasil, la India y Gran Bretaña, son territorios idénticos en términos de producción y circulación capitalista, sino que entre ellos no hay diferencia de naturaleza, sólo diferencias de grado. Las diversas naciones y regiones contienen proporciones diferentes de lo que se consideraba Primer y Tercer Mundo, centro y periferia, Norte y Sur. La geografía del desarrollo desigual y las líneas de división y jerarquía ya no se encontrarán a lo largo de fronteras nacionales o internacionales estables, sino en fluidos límites infra y supranacionales.
Algunos protestarán, con cierta justificación, que las voces dominantes del orden mundial están proclamando la muerte del Estado-nación justo cuando ``la nación'' ha emergido como un arma revolucionaria para los subordinados, los desdichados de la tierra. Tras la victoria de las luchas de liberación nacional y la emergencia de alianzas internacionales potencialmente desestabilizantes, maduradas durante décadas tras la Conferencia de Bandung, ¡qué mejor modo de socavar el poder del nacionalismo del Tercer Mundo y del internacionalismo que deprivarlo de su apoyo principal y rector, el Estado-nación! En otras palabras, según este punto de vista que al menos aporta una narrativa plausible para esta compleja historia, el Estado-nación, que ha sido el garante del orden internacional y la clave de la soberanía y la conquista imperialista, se ha vuelto, por el auge y la organización de las fuerzas anti-imperialistas, el elemento que más hace peligrar al orden internacional. Por ello, el imperialismo en retirada se ha visto forzado a abandonar y destruir la pieza principal de su arsenal antes que el arma se usara en su contra.
Creemos, sin embargo, que es un grave error albergar nostalgia por los poderes del Estado-nación o resucitar cualquier política que festeje la nación. Primeramente, estos esfuerzos son vanos pues la declinación del Estado-nación no es simplemente resultado de una posición ideológica que pueda revertirse mediante un acto de voluntad política: es un proceso estructural e ireversible. La nación no fue sólo una formación cultural, un sentimiento de pertenencia y una herencia compartida, sino también, y tal vez principalmente, una estructura jurídico-económica. La declinante efectividad de esta estructura puede ser seguida claramente por la evolución de toda una serie de cuerpos jurídico-económicos globales, tales como el GATT, la Organización Mundial de Comercio, el Banco Mundial y el FMI. La globalización de la producción y la circulación, sostenida por este andamiaje jurídico supranacional, reemplaza la efectividad de las estructuras jurídicas nacionales. Segundo, y más importante, aún si la nación pudiera ser todavía un arma efectiva, lleva consigo toda una serie de estructuras e ideologías represivas (como sostuvimos en la Sección 2.2), por lo que cualquier estrategia que confíe en ella debe ser rechazada desde esta base.
Sin embargo, la ecualización general o el alisamiento del espacio social tanto en la declinación de la sociedad civil como en la de los límites nacionales, no indica que las desigualdades sociales y las segmentaciones hayan desaparecido. Por el contrario, en muchos aspectos se han tornado más severas, pero bajo otra forma. Sería más exacto decir que centro y periferia, Norte y Sur, ya no definen un orden internacional sino que se han acercado uno a otro. El Imperio se caracteriza por la proximidad de poblaciones extremadamente desiguales, lo que crea una situación de peligro social permanente y requiere de los poderosos aparatos de la sociedad de control para asegurar su separación y garantizar la nueva administración del espacio social.
Las tendencias de la arquitectura urbana en las megalópolis mundiales demuestran un aspecto de estas nuevas segmentaciones. A medida que los niveles de riqueza y pobreza han aumentado y la distancia física entre ricos y pobres ha disminuido en ciudades globales como Los Ángeles, San Pablo y Singapur, de han tenido que elaborar medidas para mantener su separación. Los Ángeles tal vez sea el líder en lo que Mike Davis llama ``arquitectura de fortaleza'', con la cual no sólo los hogares privados sino también los centros comerciales y los edificios gubernamentales crean ambientes internos libres y abiertos mediante la creación de un exterior cerrado e impenetrable.3.154 Esta tendencia en planeamiento y arquitectura urbana ha establecido en términos físicos, concretos, lo que antes denominábamos el fin del exterior, o la declinación del espacio público que posibilitó la interacción social abierta y no programada.
Sin embargo, el análisis arquitectural sólo puede brindar una primera introducción a la problemática de las nuevas separaciones y segmentaciones. Las nuevas líneas de división están más claramente definidas por las políticas del trabajo. La revolución informacional y de la computadora, que ha posibilitado enlazar diferentes grupos de fuerza de trabajo en tiempo real y en todo el planeta, ha llevado a una competencia feroz y desenfrenada entre los trabajadores. Las tecnologías de la información han sido utilizadas para debilitar las resistencias estructurales de la fuerza de trabajo, tanto en términos de la rigidez de las estructuras salariales como de las diferencias culturales y geográficas. Así el capital ha podido imponer flexibilidad temporal y movilidad espacial. Debe quedar claro que este proceso de debilitamiento de las resistencias y rigideces de la fuerza de trabajo se ha vuelto un proceso completamente político orientado hacia una forma de administración que maximiza el beneficio económico. Es aquí donde se vuelve central la teoría de la acción administrativa imperial.
La política imperial de trabajo está diseñada principalmente para bajar el precio del trabajo. Esto es algo parecido a un proceso de acumulación primitiva, un proceso de reproletarización. La regulación de la jornada laboral, que fue la clave de las políticas socialistas durante las últimas dos décadas, ha sido completamente superada. A menudo la jornada laboral es de doce, catorce o dieciséis horas, sin fin de semana ni vacaciones; hay trabajos para hombres, mujeres y niños, y para los viejos y los discapacitados. ¡El Imperio tiene trabajo para todos! Cuanto más desregulado sea el régimen de explotación, más trabajo habrá. Sobre estas bases se crean las nuevas segmentaciones del trabajo. Están determinadas (en el lenguaje de los economistas) por los diferentes niveles de productividad, pero podríamos resumir el cambio diciendo simplemente que hay más trabajo y menores salarios. Como la escoba de Dios barriendo la sociedad (así es como Hegel describió la imposición de la ley de los bárbaros, principalmente en manos de Atila el Huno), las nuevas normas de productividad diferencian y segmentan a los trabajadores. Aún quedan lugares en el mundo en los que la pobreza permite la reproducción de la fuerza de trabajo a menor costo, y aún hay lugares en las metrópolis donde las diferencias de consumo fuerzan a una clase baja a venderse a sí misma por menos, o a someterse a un régimen más brutal de explotación capitalista.
Los flujos financieros y monetarios siguen más o menos los mismos patrones globales de la organización flexibilizada de la fuerza de trabajo. Por un lado, el capital financiero y especulativo va adonde el valor de la fuerza de trabajo es menor y donde la fuerza administrativa que garantice la explotación sea mayor. Por otro lado, los países que aún mantengan las rigideces del trabajo y se opongan a su plena flexibilización y movilidad son castigados, atormentados y finalmente destruidos por los mecanismos monetarios globales. El mercado accionario cae cuando la tasa de desempleo cae, o, dicho de otro modo, cuando se eleva el número de trabajadores que no están inmediatamente flexibilizados y móviles. Lo mismo sucede cuando las políticas sociales de un país no se acomodan por completo al mandato imperial de flexibilidad y movilidad-es decir, cuando algunos elementos del Estado de Bienestar son preservados como signo de persistencia del Estado-nación. Las políticas monetarias refuerzan las segmentaciones dictadas por las políticas laborales.
El miedo a la violencia, la pobreza y el desempleo son, finalmente, las fuerzas primarias e inmediatas que crean y mantienen estas nuevas segmentaciones. Lo que se alza por detrás de las diversas políticas de las nuevas segmentaciones es una política de comunicación. Como argumentamos antes, el miedo es el contenido fundamental de la información que presentan las enormes corporaciones de la comunicación. El miedo constante a la pobreza y la ansiedad por el futuro son las claves para crear una lucha por el trabajo entre los pobres y mantener el conflicto entre el proletariado imperial. El miedo es la garantía final de las nuevas segmentaciones.
Tras haber visto cómo en la formación del Imperio caen las barreras sociales tradicionales y cómo, al mismo tiempo, son creadas nuevas segmentaciones, debemos también investigar las modalidades administrativas mediante las que estos desarrollos se despliegan. Resulta fácil observar que estos procesos están llenos de contradicciones. Cuando el poder se vuelve inmanente y la soberanía se transforma en gobernabilidad, las funciones de mando y los regímenes de control deben desarrollarse en un continuo que allanen las diferencias a un campo común. Sin embargo hemos visto que las diferencias son, por el contrario, acentuadas en este proceso, de modo tal que la integración imperial determina nuevos mecanismos de separación y segmentación de los diferentes estratos de la población. El problema de la administración imperial es cómo manejar este proceso de integración, y así pacificar, movilizar y controlar a las fuerzas sociales segmentadas y aisladas.
En estos términos, sin embargo, el problema no está aún claramente expuesto. La segmentación de la multitud ha sido, de hecho, la condición de la administración política a través de la historia. Hoy la diferencia está en que, mientras en los regímenes modernos de la soberanía nacional la administración operó hacia una integración lineal de los conflictos y hacia un aparato coherente que pudiera reprimirlos, es decir, hacia la normalización racional de la vida social tanto respecto del objetivo administrativo del equilibrio y al desarrollo de reformas administrativas, en la trama imperial la administración se torna fractal, e intenta integrar los conflictos no mediante la imposición de un aparato social coherente sino por el control de las diferencias. Ya no es posible entender la administración imperial en términos de una definición Hegeliana de administración, la que se sustenta en las mediaciones de la sociedad burguesa que constituyen el centro espacial de la vida social; pero es igualmente imposible entenderla según una definición Weberiana, es decir, una definición racional basada en una mediación temporal contínua y un emergente principio de legitimidad.
Un primer principio que define a la administración imperial es que en ella el manejo de los fines políticos tiende a estar separado del manejo de los medios burocráticos. Así, el nuevo paradigma no sólo es diferente sino que se opone al viejo modelo de la administración pública del Estado moderno, que operó continuamente para coordinar su sistema de medios burocráticos con sus objetivos políticos. En el régimen imperial las burocracias (y los medios administrativos en general) son consideradas no según con las lógicas lineales de la funcionalidad para sus objetivos, sino según lógicas instrumentales múltiples y diferenciales. El problema de la administración no es un problema de unidad sino de multifuncionalidad instrumental. Mientras que para la legitimación y administración del Estado moderno la universalidad y equidad de las acciones administrativas eran fundamentales, en el régimen imperial lo fundamental es la singularidad y adecuación de las acciones a los fines específicos.
Desde este primer principio, sin embargo, emerge lo que pareciera una paradoja. Precisamente en la medida que la administración se singulariza y ya no opera tan sólo como el actor de los órganos políticos y deliberativos centralizados, se torna crecientemente autónomo, comprometiéndose más estrechamente con diversos grupos sociales: grupos del trabajo y los negocios, grupos étnicos y religiosos, grupos legales y criminales, etc. En lugar de contribuir a la integración social, la administración imperial actúa como un mecanismo diseminador y diferenciador. Este es el segundo principio de la administración imperial. De este modo, la administración tiende a presentar procedimientos específicos que le permiten al régimen involucrarse con las diversas singularidades sociales, y la administración será más efectiva cuanto más directo sea su contacto con los diferentes elementos de la realidad social. Así la acción administrativa se torna crecientemente autocéntrica, y por ello funcional sólo para los problemas específicos que debe resolver. Cada vez es más difícil reconocer una línea continua de acción administrativa atravesando el conjunto de redes y relevos del régimen imperial. En suma, el antiguo principio administrativo de universalidad, tratando a todo de igual modo, es reemplazado por la diferenciación y singularización de los procedimientos, tratando cada cosa diferencialmente.
Aunque ahora sea difícil trazar una línea de procedimiento coherente y universal, tal como la que caracterizó a los modernos sistemas soberanos, esto no significa que el aparato imperial no esté unificado. La autonomía y unidad de la acción administrativa son construidas de otros modos, por medios que no son los de la deducción normativa de los sistemas jurídicos europeos continentales ni los del formalismo de procedimiento de los sistemas anglo-sajones. En verdad, es construida de acuerdo con las lógicas estructurales que están activas en la construcción del Imperio, tales como las lógicas policiales y militares (es decir, la represión de las fuerzas potencialmente subversivas en el contexto de la paz imperial), la lógicas económicas (la imposición del mercado, que a su vez es gobernado por el régimen monetario), y las lógicas comunicativas e ideológicas. El único modo en que la acción administrativa puede ganar su autonomía y legitimar su autoridad en el régimen imperial es siguiendo las líneas diferenciadoras de estas lógicas. Esta autorización, sin embargo, no es directa. La administración no está orientada estratégicamente hacia la realización de las lógicas imperiales. Se somete a ellas en tanto animan a los grandes medios militares, monetarios y comunicativos que autorizan a la propia administración. La acción administrativa se ha vuelto fundamentalmente no-estratégica, y por ello se legitima mediante medios heterogénos e indirectos. Este es el tercer principio de la acción administrativa en el régimen imperial.
Una vez que hemos reconocido a estos tres principios ``negativos'' de la acción administrativa imperial --su carácter instrumental, su autonomía de procedimiento y su heterogeneidad-- debemos preguntarnos qué le permite funcionar sin provocar continuos antagonismos sociales violentos. ¿Qué virtud le permite a este desarticulado sistema de control, desigualdad y segmentación, suficiente cantidad de consenso y legitimación? Esto nos conduce al cuarto principio, la característica ``positiva'' de la administración imperial. La matriz unificante y el valor dominante de la administración imperial yacen en su efectividad local.
Para comprender cómo este cuarto principio puede sostener al sistema administrativo como totalidad, consideremos la clase de relaciones que se formaron entre las organizaciones territoriales feudales y las estructuras del poder monárquico en Europa durante la Edad Media, o entre las organizaciones de la mafia y las estructuras del Estado en el período moderno. En ambos casos la autonomía de procedimiento, la aplicación diferencial y los nexos territorializados con los diversos segmentos de la población junto con el ejercicio limitado y específico de la violencia legitimada no estaban por lo general en contradicción con el principio de un ordenamiento coherente y unificado. Estos sistemas de distribución del poder administrativo fueron sostenidos conjuntamente por la efectividad local de una serie de despliegues de fuerzas militares, financieras e ideológicas. En el sistema medieval europeo, al vasallo se le requería la contribución de dinero y hombres armados cuando el monarca los necesitaba (mientras la ideología y la comunicación eran controladas en gran parte por la Iglesia). En el sistema de la mafia, la autonomía administrativa de la familia extendida y el despliegue de violencia de tipo policial por todo el territorio social garantizaban la adherencia a los principios primarios del sistema capitalista y sostenían a la clase política dirigente. Como en estos ejemplos medievales y mafioso, la autonomía de cuerpos administrativos localizados no contradice la administración imperial-por el contrario, ayuda y expande su efectividad global.
La autonomía global es una condición fundamental, el sine qua non del desarrollo del régimen imperial. De hecho, dada la movilidad de las poblaciones en el Imperio, no sería posible proclamar un principio de administración legitimada si su autonomía no marchara también por un camino nómade junto a las poblaciones. De igual modo sería imposible ordenar los segmentos de la multitud por procesos que la forzaran a ser más móviles y flexibles, en formas culturales híbridas y en ghettos multicolores si esta administración no fuese igualmente flexible y capaz de diferenciaciones y revisiones de procedimientos continuas y específicas. El consentimiento al régimen imperial no es algo que proviene de la trascendencia de la buena administración, como se definía en los Estados del derecho moderno. El consentimiento, en realidad, se forma mediante la efectividad local del régimen.
Hasta aquí hemos esbozado sólo los lineamientos generales de la administración imperial. Una definición de la administración imperial que enfoque sólo la efectividad local autónoma de la acción administrativa no puede por sí sola garantizar al sistema contra eventuales amenazas, revueltas, subversiones e insurrecciones, ni siquiera contra los conflictos normales entre los segmentos locales de la administración. Este argumento, sin embargo, opera para transformar la discusión en una acerca de las ``prerrogativas reales'' del gobierno imperial-una vez que hemos establecido el principio de que la regulación del conflicto y el recurso al ejercicio de la violencia legitimada debe ser resuelto en términos de auto-regulación (de la producción, el dinero y la comunicación) y por las fuerzas de policía interna del Imperio. Es aquí donde la cuestión de la administración se transforma en una cuestión de comando.
Mientras que los regímenes modernos tendían a colocar a la administración cada vez más alineada con el comando, hasta el punto de volver indistinguibles a ambos, el comando imperial permanece separado de la administración. Tanto en el régimen moderno como en el imperial las contradicciones internas junto con los riesgos y posibles desviaciones de una administración no-centralizada demandan la garantía de un comando supremo. Los teóricos tempranos de la fundación jurídica del Estado moderno concibieron esto como una apelación originaria a un poder supremo, pero la teoría del comando imperial no necesita de esas fábulas sobre su genealogía. No son las apelaciones a una multitud en guerra perpetua que demanda un supremo poder pacificador (como en Hobbes), ni los recursos de una clase comercial que demanda la seguridad de los contratos (como en Locke y Hume). El comando imperial es en realidad resultado de una erupción social que ha derrumbado todas las antiguas interrelaciones que constituían la soberanía.
El comando imperial es ejercido ya no mediante las modalidades disciplinarias del Estado moderno, sino a través de las modalidades del control biopolítico. Estas modalidades tienen como base y objetivo una multitud productiva que no puede ser regimentada y normalizada, pero debe sin embargo ser gobernada, incluso en su autonomía. El concepto de Pueblo ya no funciona como el sujeto organizado del sistema de comando, y consecuentemente la identidad del Pueblo es reemplazada por la movilidad, flexibilidad y perpetua diferenciación de la multitud. Este cambio desmitifica y destruye la idea circular moderna de la legitimidad del poder por medio de la cual el poder construye a partir de la multitud un sujeto único que, a su vez, puede legitimar al mismo poder. Esa tautología ya no funciona.
La multitud es gobernada mediante los instrumentos del sistema capitalista posmoderno y dentro de las relaciones sociales de la subsunción real. La multitud sólo puede ser gobernada siguiendo líneas internas, en la producción, los intercambios, la cultura-en otras palabras, en el contexto biopolítico de su existencia. Sin embargo, en su autonomía deterritorializada, esta existencia biopolítica de la multitud posee el potencial de poder transformarse en una masa autónoma de productividad inteligente, en un poder democrático absoluto, como diría Spinoza. Si eso ocurriera la dominación capitalista de la producción, el intercambio y la comunicación se derrumbaría. Prevenir esto es el primer objetivo del gobierno imperial. Pero no debemos olvidar que la constitución del Imperio depende para su propia existencia de las fuerzas que representan esta amenaza, las fuerzas autónomas de la cooperación productiva. Sus poderes deben ser controlados pero no destruidos.
La garantía que el Imperio le ofrece al capital globalizado no incluye un manejo micropolítico y/o microadministrativo de las poblaciones. El aparato de comando no tiene acceso a los espacios locales y las secuencias temporales determinadas de la vida donde funciona la administración; no puede poner sus manos sobre las singularidades y sus actividades. Lo que el comando imperial intenta principalmente investir y proteger, y lo que garantiza para el desarrollo capitalista, es el equilibrio general del sistema global.
El control imperial opera mediante tres medios globales y absolutos: la bomba, el dinero y el éter. La panoplia de las armas termonucleares, efectivamente acumuladas en el pináculo del Imperio, representa la continua posibilidad de destrucción de la vida. Esta es una operación de violencia absoluta, un nuevo horizonte metafísico que cambia por completo la concepción por la cual el Estado soberano tiene el monopolio de la fuerza física legitimada. En una época, en la modernidad, este monopolio se legitimaba ya como la expropiación de las armas de la turba violenta y anárquica, la masa desordenada de individuos que tendían a matarse mutuamente, ya como el instrumento de defensa contra el enemigo, es decir, contra otros pueblos organizados en Estados. Ambos medios de legitimación estaban orientados hacia la supervivencia de la población. Hoy ya no son efectivos. La expropiación de los medios de violencia de una población supuestamente auto-destructiva tiende a tornarse en meras operaciones policiales y administrativas dirigidas a mantener las segmentaciones de los territorios productivos. La segunda justificación se vuelve aún menos efectiva en tanto la guerra nuclear entre potencias estatales es cada vez más impensable. El desarrollo de las tecnologías nucleares y su concentración imperial ha limitado la soberanía de la mayoría de los países del mundo en la medida que les ha quitado el poder de decidir sobre la guerra y la paz, que es un elemento primario de la definición tradicional de soberanía. Además, la amenaza final de la bomba imperial ha reducido toda guerra a conflictos limitados, guerra civil, guerra sucia. Ha vuelto a cada guerra dominio exclusivo del poder policial y administrativo. Desde ninguna otra perspectiva es más evidente el pasaje de la modernidad a la posmodernidad y desde la soberanía moderna al Imperio, que desde la perspectiva de la bomba. El Imperio se define en última instancia como el ``no-lugar'' de la vida, o la capacidad absoluta de destrucción. El Imperio es la forma final del biopoder en tanto es la inversión absoluta del poder de la vida.
El dinero es el segundo medio global de control absoluto. La construcción del mercado mundial ha consistido primeramente en la deconstrucción monetaria de los mercados nacionales, la disolución de los regímenes nacionales y/o regionales de regulación monetaria, y la subordinación de dichos mercados a las necesidades de los poderes financieros. A medida que las estructuras monetarias nacionales tienden a perder toda característica de soberanía, podemos ver emerger a través de ellas las sombras de una nueva reterritorialización monetaria unilateral que está concentrada en los centros políticos y financieros del Imperio, las ciudades globales. Esto no es la construcción de un régimen monetario universal sobre la base de nuevas localidades productivas, nuevos circuitos de circulación y, por ello, nuevos valores; en lugar de ello es una construcción monetaria basada puramente en las necesidades políticas del Imperio. El dinero es el árbitro imperial, pero al igual que en el caso de la amenaza imperial nuclear, este árbitro no posee una locación determinada ni un status trascendente. Así como la amenaza nuclear autoriza el poder generalizado de policía, el árbitro monetario está articulado continuamente en relación con las funciones productivas, las medidas del valor y las colocaciones de riqueza que constituyen el mercado mundial. Los mecanismos monetarios son los principales medios para controlar el mercado.3.155
El éter es el tercer y fundamental medio de control imperial. El manejo de la comunicación, la estructuración del sistema educativo y la regulación de la cultura aparecen hoy día más que nunca como prerrogativas soberanas. Todo esto, sin embargo, se disuelve en el éter. Los sistemas contemporáneos de comunicación no están subordinados a la soberanía; por el contrario, la soberanía parece estar subordinada a la comunicación --o, ciertamente, la soberanía se articula mediante sistemas de comunicación. En el campo de las comunicaciones las paradojas introducidas por la disolución de las soberanías nacionales y/o territoriales son más evidentes que nunca. Las capacidades deterritorializantes de la comunicación son únicas: la comunicación no se satisface con limitar o debilitar la moderna soberanía territorial; en verdad ataca la posibilidad real de enlazar un orden con un espacio. Impone una circulación continua y completa de signos. La deterritorialización es la fuerza principal y la circulación la forma por la cual se manifiesta la comunicación social. De este modo y en este éter los lenguajes se vuelven funcionales para la circulación y disuelven toda relación de soberanía. Tampoco la educación y la cultura pueden evitar someterse a la sociedad circulante del espectáculo. Aquí alcanzamos un límite extremo del proceso de disolución de la relación entre orden y espacio. En este punto no podemos concebir esta relación sino en otro espacio, otra parte que, en principio, no puede ser contenida en la articulación de los actos soberanos.
El espacio de la comunicación está completamente deterritorializado. Es totalmente otro respecto de los espacios residuales que hemos venido analizando en términos del monopolio de la fuerza física y la definición de la medida monetaria. Aquí no es cuestión de residuo sino de metamorfosis, una metamorfosis de todos los elementos de la economía política y la teoría del Estado. La comunicación es la forma de la producción capitalista con la que el capital ha logrado someter total y globalmente a la sociedad bajo su régimen, suprimiendo todo camino alternativo. Si alguna vez habrá de proponerse una alternativa, deberá emerger desde el interior de la sociedad de la subsunción real y demostrar todas las contradicciones que hay dentro de ella.
Estos tres medios de control nos conducen otra vez a los tres niveles de la pirámide imperial del poder. La bomba es un poder monárquico, el dinero aristocrático, y el éter, democrático. Pareciera en cada uno de estos casos como si los reinos de estos mecanismos fueran poseídos por los Estados Unidos. Pareciera que los Estados Unidos fuesen la nueva Roma, o un conjunto de nuevas Romas: Washington (la bomba), New York (el dinero), y Los Ángeles (el éter). Sin embargo, cualquiera de esas concepciones territoriales del espacio imperial está desestabilizada continuamente por la flexibilidad, movilidad y deterritorialización fundamental en el centro del aparato imperial. Tal vez el monopolio de la fuerza y de la regulación del dinero pueda tener determinaciones territoriales parciales, pero la comunicación no. La comunicación se ha vuelto el elemento central que establece las relaciones de producción, guiando el desarrollo capitalista y transformando también a las fuerzas productivas. Esta dinámica produce una situación extremadamente abierta: aquí el locus centralizado del poder debe confrontar al poder de las subjetividades productivas, al poder de todos aquellos que contribuyen a la producción interactiva de la comunicación. En este dominio circulante de la dominación imperial sobre las nuevas formas de producción, la comunicación está ampliamente diseminada en forma capilar.
``El Gran Gobierno ha terminado'' es el grito de batalla de los conservadores y neoliberales en todo el Imperio. El Congreso Republicano de los Estados Unidos, dirigido por Newt Gingrich, lucha por demistificar el fetiche del gran gobierno, llamándolo ``totalitario'' y ``fascista'' (en una sesión del Congreso que pretendió ser imperial pero terminó siendo carnavalesca). ¡Pareciera que hemos vuelto a los tiempos de las grandes diatribas de Henry Ford contra Franklin D. Roosevelt! O a los mucho menos grandes tiempos de la primera administración de Margaret Thatcher, cuando frenéticamente, y con un sentido del humor que sólo un británico puede tener, buscó vender los bienes públicos de la nación, desde los sistemas de comunicación a la provisión de agua, desde el sistema ferroviario y el petróleo hasta las universidades y los hospitales. Sin embargo, en los Estados Unidos los representantes del ala más conservadora llegaron muy lejos, y todos se dieron cuenta. Lo cierto, la ironía más brutal, fue que entablaron su ataque contra el gran gobierno justamente cuando el desarrollo de la revolución informacional posmoderna más necesitaba del gran gobierno para apoyar sus esfuerzos-para la construcción de las autopistas informáticas, el control del equilibrio de los mercados bursátiles pese a las fluctuaciones salvajes de la especulación, el mantenimiento firme de los valores monetarios, las inversiones públicas en el sistema industrial-militar para ayudar a la transformación del modo de producción, la reforma del sistema educativo para adaptarse a estas nuevas redes productivas, etc. Precisamente en esta época, tras el colapso de la Unión Soviética, las tareas imperiales que enfrenta el gobierno de Estados Unidos eran más urgentes y el gran gobierno más necesario.
Cuando los proponentes de la globalización del capital gritan en contra del gran gobierno están siendo hipócritas e ingratos. ¿Dónde estaría el capital de no haber puesto sus manos sobre los grandes gobiernos y haberlos puesto a trabajar en sus exclusivos intereses durante siglos? Y en la actualidad ¿qué sería del capital imperial si los grandes gobiernos no fuesen lo suficientemente grandes como para alzar el poder de la vida y la muerte ante la multitud global? ¿Qué sería del capital sin un gran gobierno capaz de imprimir dinero para producir y reproducir un orden global que garantice el poder y la riqueza capitalista? ¿O sin las redes de comunicación que expropien la cooperación de la multitud productiva? Al levantarse todas las mañanas, los capitalistas y sus representantes en todo el mundo, en lugar de leer los cursos contra el gran gobierno en el Wall Street Journal, ¡deberían arrodillarse y agradecerle!
Ahora que los oponentes más radicalmente conservadores del gran gobierno han colapsado bajo el peso de la paradoja de su postura, queremos levantar sus estandartes del lodo en que los abandonaron. Ahora es nuestro turno de gritar ``¡El Gran Gobierno ha Terminado!'' ¿Porqué debería ese slogan ser propiedad exclusiva de los conservadores? Ciertamente, habiendo sido educados en la lucha de clases, sabemos bien que el gran gobierno ha sido también un instrumento para la redistribución de la riqueza social y que, bajo la presión de la lucha de la clase trabajadora, ha servido en la batalla por la igualdad y la democracia. Pero hoy, sin embargo, esos tiempos han terminado. En la posmodernidad imperial el gran gobierno se ha vuelto meramente el medio despótico de dominación y de la producción totalitaria de la subjetividad. El gran gobierno conduce la gran orquesta de subjetividades reducidas a mercancía. Y es consecuentemente la determinación de los límites del deseo: estas son, de hecho, las líneas que, en el Imperio biopolítico, establecen la nueva división del trabajo a lo largo del horizonte imperial, a fin de reproducir el poder de explotar y subyugar. Nosotros, por el contrario, luchamos porque el deseo no tiene límites y (como el deseo de existir y el deseo de producir son uno y lo mismo) porque la vida puede ser continua, libre e igualitariamente disfrutada y reproducida.
Algunos pueden objetar que el universo biopolítico productivo aún requiere de alguna forma de comando, y que en verdad deberíamos procurar no destruir al gran gobierno sino colocar nuestras manos sobre sus controles. ¡Debemos terminar con esas ilusiones que han plagado a las tradiciones comunistas y socialistas durantes tanto tiempo! Contrariamente, desde la perspectiva de la multitud y su búsqueda del auto-gobierno autónomo, debemos terminar con la repetición continua de lo mismo que Marx lamentó hace 150 años cuando dijo que todas las revoluciones han perfeccionado el Estado en lugar de destruirlo. Dicha repetición ha quedado clara recién en este siglo, cuando el gran compromiso (en sus formas liberal, socialista o fascista) entre el gran gobierno, el gran negocio y el gran trabajo ha forzado al Estado a producir horribles frutos nuevos: campos de concentración, gulags, ghettos, etc.
Ustedes son sólo un grupo de anarquistas, nos enrostrará e nuevo Platón. Esto no es verdad. Seríamos anarquistas si no habláramos (como Trasímaco y Callicles, los inmortales interlocutores de Platón) desde la perspectiva de la materialidad constituida en las redes de la cooperación productiva, en otras palabras, desde la perspectiva de una humanidad que es construida productivamente, es decir, constituida mediante el ``nombre común'' de la libertad. No, no somos anarquistas sino comunistas que han visto cuánta represión y destrucción de la humanidad fue forjada por los grandes gobiernos liberales y socialistas. Hemos visto cómo todo esto está siendo re-creado en el gobierno imperial, justamente cuando los circuitos de la cooperación productiva han vuelto a la fuerza de trabajo como un todo capaz de constituirse a sí misma en gobierno.