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Otra de las lluvias de estrellas más famosas son las Leónidas. Se llaman así porque los caminos luminosos que marcan parecen originarse en la constelación de Leo (y de análoga manera, las perséidas en la constelación de Perseo, etc…). Sencillamente, es la zona del cielo hacia la que la Tierra, durante su recorrido alrededor del Sol, se dirige en esa época del año, y un efecto de perspectiva nos muestra las estrellas fugaces como radiando de ese punto. Por ese mismo motivo, las estrellas fugaces de cualquier lluvia a media noche parecen venir del este. En el caso de las Leónidas los meteoros están asociados con las partículas de polvo eyectadas por el cometa 55P/Tempel-Tuttle, que hace visitas periódicas al Sistema Solar cada 33 años. La lluvia de estrellas se produce cada año entre el 15 y el 20 de noviembre, cuando la Tierra pasa cerca de la órbita del cometa. Pueden llegar a verse de 5 a 10 meteoros por hora, aunque el número varía enormemente de año a año. Las estrellas fugaces de una lluvia de Leónidas son especialmente espectaculares por la velocidad que alcanzan las partículas al alcanzar la atmósfera: unos 71 kilómetros por segundo de media, es decir unas 200 veces más rápido que una bala de rifle.

Aproximadamente cada 33 años, coincidiendo con la periodicidad del cometa, las Leónidas producen un espectáculo magnífico con cientos de estrellas fugaces iluminando el cielo. La tormenta de estrellas Leónidas documentada más memorable fue sin duda la de 1833 cuando miles de estrellas fugaces iluminaron el cielo como si de fuegos artificiales se tratara: ¡durante varias horas cayeron alrededor de diez estrellas fugaces por segundo! Desafortunadamente esa periodicidad de 33 años no siempre nos trae semejante regalo. Mientras que la cola del cometa alcanza millones de kilómetros de longitud, su anchura, en el caso del Tempel-Tuttle, es de unos 35.000 kilómetros, separada además en varias bandas. La localización de la cola, y por tanto de las bandas, y la densidad del polvo rocoso, varía considerablemente en cada órbita, debido al efecto de la gravedad de los planetas, en especial de Júpiter generando incertidumbre en la espectacularidad.

Si las estrellas fugaces estuvieran producidas por partículas de mayor tamaño, por meteoritos, las lluvias de estrellas serían algo así como tormentas de granizo de estrellas. Probablemente el espectáculo sería impresionante, pero desde luego no apto para la contemplación. Afortunadamente, las lluvias de estrellas son un fenómeno inocuo y bello, una excusa para maravillarse solo o en grupo con la visión del cielo.

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