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Autores:
Dr. Fernando J. Ballesteros
Observatorio Astronómico de la Universidad de Valencia.

Dr. Bartolo Luque
E.T.S.I. Aeronáuticos, Universidad Politécnica de Madrid

INTRODUCCIÓN

En el inicio era la Nebulosa. Una gigantesca nube de gas que comenzó a contraerse, y en cuyo centro el gas se fue concentrando y calentando más y más. Hasta que un día, cuando esa temperatura alcanzó los diez millones de grados, emergió una estrella. Su luz iluminó el inmenso disco de gas y polvo que la rodeaba. A esa estrella los humanos la llamarían Sol.

Así es cómo nos cuenta la moderna astrofísica el origen de nuestro Sistema Solar, a partir de una nebulosa de forma más o menos esférica en colapso gravitatorio. En su parte central, más densa, el colapso de la nube de gas generó un giro desbocado alrededor del centro donde surgiría el futuro Sol. Merced a lo que los físicos llaman ley de conservación del momento angular, y debido a la fuerza centrífuga, esta zona central de la nebulosa primordial se convirtió en un disco aplanado en el cual los planetas se formarían posteriormente.

Hasta hace unos años, todo esto era una teoría, aunque muy bien fundada y con muchas pruebas que la avalaban: todos los planetas del Sistema Solar se encuentran prácticamente en un mismo plano (las variaciones son de muy pocos grados) y giran alrededor del Sol en el mismo sentido (llamado directo). Pero en la actualidad ha pasado de la teoría al campo de la observación, pues el telescopio espacial Hubble ha podido fotografiar diversos sistemas estelares que se encuentran justo en esa fase, con un oscuro disco de polvo y gas girando alrededor de una estrella recién nacida. Buena parte de ellos han sido observados en la cercana e inmensa nebulosa de Orión, un auténtico criadero de estrellas.

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