La autora recomienda las tragedias hitóricas de Shakespeare
De la crónica al escenario: las tragedias históricas de Shakespeare

Crítica por Pilar Ezpeleta Piorno

En una entrevista dada en 1956 Thorton Wilder definía a los dramaturgos como aquellos que creen que las acciones que viven y realizan los seres humanos son mucho más interesantes que cualquier comentario que se pueda hacer sobre las mismas.” El teatro es el lugar ideal para afirmar: “Mirad! estos son los hechos”, sobre el escenario siempre es ahora, es ese estrecho filo de la navaja que queda entre el pasado y el futuro el lugar en el que contemplamos a los personajes moverse y cambiar. Como afirmara Thomas Nashe, el escritor contemporáneo de Shakespeare, el teatro y en especial las tragedias históricas poseen una especial capacidad para emocionarnos con obras en las que los actos valerosos de nuestros antepasados, sepultados largo tiempo en libros apolillados, vuelven a ser vividos: “wherein our forefathers’ valiant acts, that have lien long buried in rusty brass and wormeaten books, are revived.” 

El abismo que percibía Nashe y que subraya Wilder entre la lectura de libros de historia y su puesta en escena, entre las crónicas pasto de gusanos y la inmediatez que lo que vivimos en el teatro, es algo que Shakespeare debió valorar. Compuso Enrique V en el verano de 1599, la última de las tragedias históricas de Shakespeare —con la excepción de Enrique VIII escrita en colaboración con John Fletcher al final de su carrera—, y la obra que le permite volver la vista atrás por espacio de una década, y cerrar el ciclo que comenzara alrededor de 1588 con la Primera Parte de Enrique VI. Durante ese tiempo, el uso que el dramaturgo hizo de la historia había dado lugar a nueve obras que ahora conocemos agrupadas en dos tetralogías. 

La primera tetralogía comprende la Primera Parte de Enrique VI, la Segunda Parte de Enrique VI, la Tercera Parte de Enrique VI, y Ricardo III. Se sumerge en la desintegración de la estabilidad política que siguió a la muerte de Enrique V durante el reinado de Enrique VI, el movimiento inexorable hacia la guerra civil y la emergencia de Ricardo III y su poder destructivo. 

La segunda tetralogía: Ricardo II, la Primera Parte de Enrique IV, la Segunda Parte de Enrique IV y Enrique V, examina el periodo de la historia que culmina con el reinado de Enrique V, establece las condiciones y señala algunas de las causas que dieron lugar a los cincuenta años de cataclismos políticos posteriores al mismo que ya había presentado en la primera tetralogía. 
Debido a que Shakespeare escribió primero la última parte del período, la finalización de Henry V supone la finalización de un proyecto que reordena y sitúa en su lugar histórico todos los acontecimientos, que traza un arco que enlaza, establece puentes, entre las divisiones clásicas de la historia a las que estamos acostumbrados, el periodo medieval y el Renacimiento. Parte de la muerte del Príncipe Negro —padre de Ricardo II— y llega hasta el reinado del abuelo de la reina Isabel I durante cuyo mandato las obras fueron escritas. 

Cuando a finales de la década que cierra 1580 Shakespeare comenzó a considerar sus obras acerca de las guerras de las Rosas, los volúmenes a los que acudió para buscar la información “registrada” no habían tenido tiempo de apolillarse o convertirse en pasto de los gusanos. Los dos enormes tomos en los que aparecían los tres volúmenes de las Chronicles of England, Scotland and Ireland de Raphael Holinshed habían sido publicados en su segunda versión ampliada en 1587, diez años después de la primera, y eran en aquel tiempo la fuente más fidedigna y puesta al día sobre la historia de Inglaterra a la que Shakespeare podía acudir. En tres millones y medio de palabras recogían la historia de las islas desde los hijos de Noé, hasta el año, incluso el mes de su publicación. Veintitantos años después Shakespeare seguía usándolos, entre tanto, le habían proporcionado material para todas las historias y algunas tragedias como Macbeth, El rey Lear y Cimbelino. En casi todas las obras completó su lectura con una de las propias fuentes de Holinshed, el tratado de las guerras civiles inglesas de Edward Hall publicado en 1548 con el título The Union of the Two Noble and Illustre Families of Lancaster and York. Shakespeare además recurrió siempre que pudo a otras crónicas, a poesía épica, incluso a materiales manuscritos u obras dramáticas históricas anteriores. 
Sin embargo, a pesar del alcance, de la variedad, de la profundidad de la atención a las fuentes y su selección, parece claro que el objetivo de Shakespeare cuando se embarcó al escribirlas no era tanto el rigor histórico como convertir parte de la vastísima información que las crónicas de Holinshed ofrecían, el entonces-narrativo, en la vitalidad e inmediatez del ahora-teatral. Y parece que pudo hacerlo por razones coyunturales y comerciales, si tenemos en cuenta el persistente interés de los individuos la época Tudor por las cuestiones relacionadas con la historia y su potencial educativo. A lo largo del periodo los libros de historia llenaban las imprentas, eran libros originales en inglés sobre la historia de Inglaterra y extranjera, y traducciones de autores europeos sobre historia clásica y contemporánea. El renacimiento de una conciencia nacional en los últimos años del siglo tuvo también su efecto inevitable en el deseo-ansia-ilusión con el que el público esperaba ser informado sobre el pasado de su nación y la predisposición de los autores a satisfacerlo. Del mismo modo que los magnates cinematográficos utilizaron sus pantallas como elementos de propaganda patriótica durante la Segunda Guerra Mundial, los autores de Londres, que dependían de la protección de la Corte frente a las iras puritanas de la Puritan City Corporation, competían por producir obras que funcionasen como relatos épicos del agrado de la monarquía.

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