CONT (2). La autora recomienda las tragedias hitóricas de Shakespeare

También, debido al enorme aumento de la actividad teatral a comienzos de la última década del siglo, que se puede observar claramente en la aparición de nuevos teatros o “playing places” permanentes en Londres. La rapidez con la que las obras eran escritas, puestas en escena y consumidas se refleja claramente en el “theatrical account book” de Philip Henslowe, que era algo parecido a lo que hoy entendemos por un productor. Sus referencias, además, dejan clara la presteza con la que los dramaturgos acudían a la historia de Inglaterra como fuente de argumentos para sus obras, de modo que a finales de siglo no existía un reinado —desde la Conquista normanda a la llegada de los Tudor— que no hubiese sido utilizado por los dramaturgos para componer sus obras, que no hubiese sido dramatizado. 

Ahora bien, si uno desea buscar respuestas a la cuestión de porqué Shakespeare escribió tragedias históricas, debiera además ocuparse de la fascinación de nuestro hombre por la política. Si la comedia es la forma del drama que se ocupa del hombre social, y la tragedia del hombre ético o moral, la tragedia histórica es, sobre todo, una exploración del comportamiento político humano, del deseo por el poder, y de la respuesta del hombre a su pérdida o su ganancia. El poder, en la historia de Inglaterra, se traducía en la monarquía y la relación entre el alcance teórico de la institución y las limitaciones humanas del hombre que la ostenta. El uso de Shakespeare de las crónicas consiste en seleccionar, dar forma, amplificar y frecuentemente añadir elementos al material que proporcionan las crónicas con el fin de intensificar, realzar o subrayar la atención en las cuestiones políticas y en sus consecuencias humanas. 

Como apunta Germaine Greer en su magnífico ensayo Shakespeare, publicado en 1986, no hay nada innovador en el tratamiento que Shakespeare hace de la historia, ni ideología o filosofía que impusiera sobre el material que organizaba. Al contrario, tomaba la masa de nociones contradictorias que encontraba expuesta en las crónicas, los poemas épicos, las baladas, las obras populares y las tradiciones y en el compendio de saber y conocimiento que emanaba en todo tipo de fuentes, para hacer de todo ello algo espectacularmente estimulante y vivo. Reorganiza el material que encuentra y, ese será su mérito, nos devuelve todo tipo de contrastes sugiriendo todo tipo de alternativas. Keats llamó a esa facultad de Shakespeare para dar cabida a nociones contradictorias entre sí en una misma obra, para realizarlas en todas sus potencialidades “negative capability”. 
Así, en Ricardo II podemos observar la composición de una figura central más cercana a la del poeta metafísico que a la del monarca, y por tanto un carácter que pudiera parecer impropio de una tragedia histórica. Ricardo representa dos figuras antitéticas y, en cierto modo, contradictorias o incompatibles. A lo largo de la obra, a medida que pierde su poder como monarca, mejora la calidad y aumenta nuestro interés por sus versos que nos hablan de la caída del hombre. Shakespeare nos presenta un rey, un mal rey, que lejos de la figura del héroe o el villano, es una víctima, en primer lugar, de la propia autocompasión de su poesía. 

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