También, utilizará
elementos no históricos, tanto por lo que hace referencia a los
hechos, como al uso de personajes ficticios. En ocasiones, esos personajes,
aunque existieron realmente, son presentados de modo diferente a como los
retratan Holished o los otros cronistas. La posición del personaje
ficticio al margen de la acción que matiza, comenta o sirve de contrapunto
a los episodios políticos e históricos, es un elemento que
Shakespeare desarrollará en todo su potencial en las dos partes
de Enrique IV. No hay nada particularmente prometedor en su reinado para
un dramaturgo, se presenta al contrario como un periodo enredado donde
el usurpador del trono de Ricardo II, defiende su posición contra
motines de nobles rebeldes, y lucha contra Francia y Escocia. Shakespeare
confina la acción a Inglaterra, y concentra la atención en
el príncipe Hal, el futuro Enrique V. Divide por dos la edad de
Hotspur, cae en la imprecisión histórica pero acierta al
presentarlo como personaje complementario del príncipe, como su
oponente. Y, sobre todo, se inventa al inolvidable personaje de Sir John
Falstaff creando a su alrededor un mundo cómico que proporciona
una alternativa constante a los hechos de la historia. La tensión
va creciendo a lo largo de ambas partes, entre un mundo, el de Falstaff,
ligero, sensual, a temporal; y otro mundo, el de la monarquía, marcado
por el tiempo, la política y la prisa: Now, Hal what time of day
is it, lad? (1HIV, I.ii.1) pregunta Falstaff al príncipe en su primera
aparición. El conflicto que subyace en la obra se presenta por tanto,
nada más comenzar, esto es: una batalla entre Falstaff y la comedia
por un lado; y el príncipe Hal y el tiempo por otro. Lo que presenciamos,
con regocijo constante, es el valiente empeño de Falstaff por defenderse
a sí mismo de las intrusiones del tiempo, la historia y la realidad,
y lo hace con ingenio verbal constante, siempre arreglándoselas
para encontrar algún truco, algún recurso. En una obra que
examina la carrera de un príncipe destinado a la memorable victoria
de Agincourt sobre los franceses, Falstaff representa la alternativa irresponsable
y amoral. Ahora bien, los crímenes que hubiesen sido permisibles,
olvidados en una comedia se convierten en imperdonables política
e históricamente. La expulsión y la negación de Falstaff
es inevitable, prevista y necesaria a media que la Primera y la Segunda
Parte de Enrique IV se van aproximando y concentrando en su futuro político,
que es Enrique V.
En Enrique V, Shakespeare hereda de cualquiera de las fuentes que pudiera haber consultado un entusiasmo sin reservas a la hora de hablar del rey héroe. Adopta el tono, algo del lenguaje y algunos de los elogios cuando se enfrenta al problema de colocar tal parangón sobre el escenario, pero para hacerlo coloca un Coro antes de cada acto, un recurso que es único en el canon. En las contribuciones del Coro escuchamos de nuevo la voz del historiador omnisciente que interpreta los hechos, que guía nuestras reacciones, que demanda nuestra aprobación. Pero junto al entusiasmo sin complicaciones del Coro por el rey Enrique, hallamos también la compleja exploración de la obra del gobierno llevado a cabo por un joven rey-héroe cuya reputación se basa en la habilidad para la guerra y la muerte, cuyo horror destructivo es mostrado constantemente. No es que Shakespeare renuncie a la imagen heroica, al contrario, nos invita a examinarla de un modo más distante del modo con el que los cronista a los que acude como fuente de material lo hicieron y que el autor refleja en el Coro. Esto lo consigue en parte, como ya sucediera en las dos partes de Enrique IV, gracias al uso de una trama cómica paralela que presenta una perspectiva diferente de la acción principal. Llegamos a Agincourt y acompañamos a Enrique en su victoria, pero para entonces ya nos hemos percatado de que la guerra es un arma de los políticos interesados, una oportunidad para los desaprensivos de hacer dinero e inspiración, tanto para el valor y el honor, como para la cobardía. |