A lo largo de la historia, el ámbito del arte no ha permanecido indiferente ante el colapso ecológico. Desde los años 60, existen manifestaciones visuales que se hacen eco de los primeros signos inequívocos de la devastación natural de la Tierra y que proponen soluciones viables y exponen los problemas ecológicos desde el campo de la creación. Los artistas se han ido acercando paulatinamente a la ciencia, a las prácticas colaborativas y a la ruptura de los criterios tradicionales del arte, no solo relacionados con la praxis, sino también con la difusión.

En la actualidad, un sector del arte ya ha introyectado las creencias y actitudes necesarias para continuar con la actividad creativa, sin perder de vista los límites energéticos y materiales de la biosfera. Sin embargo, se mantiene en la esfera de la cultura, así como en la sociedad en general, una brecha entre la multitud de problemas medioambientales y el nivel de conciencia que la mayoría de las personas tienen sobre estos. En este momento, cierto sector del activismo medioambiental arremete contra el arte, subestimando severamente la fragilidad de las piezas que conforman nuestro patrimonio cultural mundial. Es tiempo de poner en marcha la maquinaria del arte para cumplir con un rol de peso: exponer de forma fluida el debate de los problemas medioambientales y señalar los caminos para avanzar en la búsqueda de soluciones.