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El 1 de abril de 1572 los gueux se apoderaron del puerto de Briel, al sur de Holanda, e
inmediatamente, el príncipe de Orange, Guillermo el Taciturno,
ayudado por su hermano Luis de Nassau, lograba sublevar a las
provincias del norte: Holanda, Zelanda, Frisia, Utrecht y
Güeldres, que lo reconocieron como estatúder. El duque de
Alba empezó a combatir a los sublevados.
La reina Isabel I de Inglaterra, que negaba oficialmente cualquier
clase de apoyo a los gueux,
tuvo que expulsar de Dover a su capitán Guillermo de Mark,
gesto que
bastó para que no se rompieran las tensas relaciones
diplomáticas con España. Sin embargo, al mismo tiempo, el
pirata John Hawkins era admitido en el parlamento inglés como
representante de Plymouth, mientras su amigo Francis Drake, tras
destruir algunos barcos españoles y saquear algunas ciudades,
ocupaba
la
ciudad de Nombre de Dios, en Panamá.
Miguel de
Cervantes tomó parte en varias acciones de guerra en el
Mediterráneo de la flota de la Santa Liga, en Navarino, en Pilos y en Túnez. Luego pasó unos
años en varias guarniciones de Italia, donde tuvo ocasión
de adquirir un profundo conocimiento de la literatura italiana.
Ese año murió sin descendencia el rey Segismundo II de
Polonia, con lo que se extinguía la dinastía de los
Jagellon. El monarca había establecido que la nobleza eligiera a
su muerte el nuevo soberano, y Catalina de Médicis
sobornó a los electores para que la elección recayera
sobre su hijo Enrique, el duque de Orleans, que en julio partió hacia Polonia para
seguir de cerca el proceso de elección.
El 6 de agosto, en una
reunión del consejo de regencia, el almirante Gaspard de Coligny
llegó a amenazar a Catalina de Médicis con una guerra
civil si Francia no prestaba ayuda a los gueux contra el rey Felipe II. La
influencia de Coligny sobre el joven rey Carlos IX era cada vez mayor.
Para reforzar la influencia protestante, había organizado la
boda entre el rey Enrique III de Navarra y Margarita de Valois, la hermana del
monarca francés. La ceremonia se celebró el 18 de agosto, y París se
llenó de ilustres personalidades protestantes, invitadas a unos
festejos que se prolongaron varios días. Esta situación
permitió a Coligny aumentar su presión sobre Catalina de
Médicis, hasta que el 22 de agosto
Coligny fue alcanzado en un brazo por un tiro de arcabuz. El tirador
fue un hombre de los Guisa, pero los protestantes acusaron a Catalina
de Médicis, que vio peligrar su posición hasta tal punto
que decidió reunir una camarilla de seis magnates de la corte
junto a su hijo menor, el duque Francisco
de Alençon, que tenía entonces dieciocho
años, y entre todos decidieron organizar una matanza de
protestantes. Luego le explicó a su hijo Carlos IX que, tras el
intento de asesinato de Coligny, su vida corría peligro y
logró que éste aprobara la acción, que tuvo lugar
la noche del 24 de agosto,
día de san Bartolomé, por lo que es conocida como la matanza de san Bartolomé.
Un grupo de mercenarios suizos se encargó de matar mientras
dormían a muchos de los invitados protestantes alojados en el
Louvre. El duque Enrique I de Guisa se dirigió con un grupo de
hombres armados hasta la casa de Coligny, lo mató con una pica y
arrojó el cuerpo por la ventana. Simultáneamente, se
incitó a los parisinos a matar protestantes a discreción.
Entre las víctimas de la matanza se encontraba la reina Juana
III de Navarra. Su hijo, el rey Enrique III, logró salvar la
vida (porque estaba mal visto matar reyes), pero quedó
prisionero en París y fue conminado a
abjurar del protestantismo, al igual que lo hicieron otros muchos
nobles, presos del pánico. A lo largo del mes de septiembre las matanzas se sucedieron en
las principales ciudades de Francia. Se calcula que en París
hubo unas tres mil víctimas, mientras que (según fuentes
protestantes) el número total de asesinados en Francia
llegó a los setenta mil. Uno de ellos fue el humanista,
matemático y filósofo Petrus Ramus.
El Papa, al enterarse de la noticia, organizó unos festejos
populares en Roma, y envió un legado para felicitar a Carlos IX
y a Catalina de Médicis. Se acuñaron medallas
conmemorativas, una en Roma y dos en Francia. También el rey
Felipe II de España felicitó por escrito a Catalina de
Médicis por tener tal hijo y a Carlos IX por tener tal madre. No
hace falta decir que la matanza de la noche de San Bartolomé
marcó el inicio de la cuarta
guerra de religión.
Ese año se produjo un suceso en el único lugar donde
oficialmente era imposible que se produjera suceso alguno: en la esfera
de las estrellas fijas: Una nueva estrella apareció en el
firmamento, en la constelación de Casiopea, y en el mes de noviembre era tan brillante como Venus.
No era la primera vez que sucedía algo así. Los anales
chinos señalan que en el año 532 a.C.
apareció una estrella
huésped en la constelación del Águila, que
permaneció en el cielo durante unos días y luego
desapareció. También hablan de otra estrella
huésped, corroborada esta vez por fuentes japonesas, que
apareció
en la constelación de Tauro en 1054 d.C., tan brillante que
resultaba visible incluso de día, y que permaneció en el
cielo durante dos años.
No se conoce ninguna fuente occidental que haga referencia a estos sucesos. No es tan extraño como podría parecer a primera vista: Para detectar la aparición temporal de una estrella era necesario tener un buen conocimiento del firmamento, una observación atenta (o mucha suerte) y algunos conocimientos de astronomía (para no confundirla con un planeta), y podemos aceptar que en las dos fechas señaladas esas circunstancias no se daban con frecuencia. Si alguien dejó constancia del fenómeno, su testimonio se ha perdido. También hay que tener presente que la doctrina antigua, tanto popular como erudita, establecía que los cielos obedecían a leyes inmutables, por lo que la aparición de una estrella era algo simplemente imposible (los cometas se consideraban fenómenos "sublunares"), así que es plausible que un astrónomo que detectara la aparición de una estrella optara por silenciar algo que contradecía sus conocimientos más básicos, o que, si le llegara un testimonio ajeno al respecto, lo descartara por absurdo.
Pero la madurez intelectual de la Europa renacentista no
tenía precedentes, y ahora un astrónomo se puso a
observar meticulosamente la nueva estrella. Era Tycho Brahe, que estaba
de nuevo en Dinamarca tras haber visitado Rostock, Basilea, Friburgo y
Augsburgo. Tras una larga sesión de experimentos de alquimia,
salió a tomar el aire y, a primera vista, detectó la
"intrusa". Así fue como la astronomía volvió a
atraer su atención frente a la alquimia.
Es fácil adivinar que la imagen que España daba en
Europa por esta época no era muy buena. La intolerante
política religiosa del emperador Carlos V le había
granjeado la hostilidad de media Alemania, y su hijo Felipe II no se
había conformado con llevar esa intolerancia hasta el más
alto grado de fanatismo, sino que había sabido conjugarla con
una ineptitud inimitable capaz de hacerse odiar a muerte por los que
habían sido leales súbditos de su padre primero y suyos
después. Paulatinamente, los enemigos europeos de España
(o sea, casi toda Europa) habían ido tejiendo lo que se ha
venido a llamar la leyenda negra:
una imagen negativa de la España de los Austrias en general y de
Felipe II en particular.
Aunque cuesta imaginar que alguien pueda hablar mal de Felipe II y
estar exagerando, lo cierto es que hay elementos de la leyenda negra
que son meras ficciones propagandísticas. Así, por
ejemplo, el príncipe Guillermo de Orange difundió la
"noticia" de que Felipe II había hecho asesinar a su hijo Carlos
junto con su mujer, Isabel de Valois, porque eran amantes, y porque
Carlos pretendía defender los intereses de los Países
Bajos. Nada de esto tiene fundamento histórico ya que, como
hemos visto, el príncipe Carlos no era más que un
deficiente mental, pero lo cierto es que el cuento tuvo éxito y el príncipe don Carlos fue
recordado como un héroe por muchos durante mucho tiempo.
Sin embargo, a pesar de que la difusión de la leyenda negra obedecía a
unos claros intereses políticos para los que la verdad o
falsedad de los hechos era secundaria, eso no quita para que tenga
más de negra que de leyenda. Sus ingredientes principales,
aparte de la historia de don Carlos,
son las atrocidades cometidas en los Países Bajos por el duque
de Alba, por sus ejércitos y por su Tribunal de la Sangre, de las que
Europa tenía información de primera mano; las atrocidades
cometidas por la Santa
Inquisición, que, ciertamente, también actuaba en
otros países, pero no con tanto virtuosismo; y las atrocidades
cometidas por los españoles en América, cuya principal
referencia eran los escritos de fray Bartolomé de Las Casas,
devorados ávidamente en toda Europa desde el mismo momento en
que vieron la imprenta.
Este último punto era especialmente molesto para el rey
Felipe II, ya que las críticas a la actuación de los
españoles en América no provenían
únicamente del exterior, sino que también existía
una sólida tradición de crítica interna,
especialmente por parte de cierto sector del clero. Por ello, una de
las misiones que le encomendó al virrey del Perú,
Francisco de Toledo, fue la de recabar información sobre la
América precolombina que legitimara la autoridad de la Corona
española sobre sus dominios de ultramar.
Con tal fin, en los últimos tres años, Francisco de
Toledo había dispuesto que se interrogara a unos doscientos
indios ancianos sobre la situación del Perú antes de la
llegada de los españoles. A partir de sus declaraciones, Pedro Sarmiento de Gamboa (que
había participado en la expedición de Álvaro de
Mendaña) redactó una Historia
de los Incas, según la cual los soberanos Incas eran unos
tiranos sanguinarios, en comparación de los cuales los
españoles eran como ángeles caídos del cielo, de
tal modo que la conquista del Perú era lo mejor que a los indios
les había podido pasar. A lo largo de estos años se
redactaron numerosos libros e informes sobre la historia del Imperio
Inca, supuestamente aprobados por los indios que dieron testimonio, que
coinciden en deslegitimar la autoridad de los Incas, bien
tachándola de tiránica y cruel, bien de anárquica.
Frente a esta historia oficial, quienes atendían
desinteresadamente a las declaraciones de los indios llegaban a otra
historia paralela, no menos deformada, en la que el Imperio Inca era un
paraíso terrenal donde todos eran felices como si vivieran en un
musical de Hollywood. No tiene nada de
extraño: en comparación con el infierno en que
vivían los indios desde que llegaron los españoles, su
vida anterior les tenía que parecer necesariamente
idílica y, en esas circunstancias, todos los recuerdos se
edulcoran. Sucedió algo similar durante la Alta Edad Media,
cuando se
pintaba al Imperio Romano con no menos añoranza. Todavía
hoy hay un sector importante de la población de lo que fue en su
día el virreinato del Perú que piensa en el Imperio Inca
como en un paraíso perdido.
Especialmente ilustrativos son los testimonios de Juan Polo de Ondegardo, que
hacía una década había publicado una Relación del linaje de los Incas, y
de cómo extendieron ellos sus conquistas, donde el
Imperio era maravilloso, pero que, dos años después de la
llegada del virrey, publicó otra versión en la que los
Incas pasaban a ser tiranos y en la que afirma que las colonias de
América le fueron otorgadas al rey de España por
Jesucristo en premio por los ocho siglos en que los españoles
lucharon contra los musulmanes. Sin embargo, unos meses más
tarde redactó su Relación
de los fundamentos acerca del notable daño que resulta de no
guardar a los indios sus fueros, en la que vuelve a su
perspectiva original y aboga por la restauración del sistema
comunista de reparto de tierras propio de los incas, lo que delata las
presiones que sobre él había ejercido el virrey.
La propaganda anti-leyenda negra generada por el virrey no tuvo
ninguna efectividad, pero, con estas investigaciones, Francisco de
Toledo hizo un descubrimiento valiosísimo: se enteró de
la existencia de la mita, el
impuesto en trabajo que los indios pagaban al Inca, y en este punto no
dudó en conceder a los indios la restauración de una de
sus tradiciones. Cuando se descubrió la mina de plata de
Potosí, más de veinticinco años atrás, no
era difícil encontrar mano de obra barata para extraer el
mineral, pero a medida que iba siendo necesario profundizar más
en la tierra, el trabajo se volvía mucho más duro y los
encargados de las minas llevaban varios años quejándose
de que no podían continuar con la explotación sin alguna
clase de ayuda de la Corona.
En 1573, la mita fue restablecida
(es un decir, porque la mita nueva
tenía poco que ver con la antigua) en Potosí con un grupo
de 3.733 mitayos, aunque pronto se
aumentó el contingente estableciendo tres turnos anuales de
4.500 mitayos cada uno, lo que suponía reclutar 13.500 mitayos
al año. Cada turno tendría una semana de trabajo seguida
de dos de descanso, lo que suponía un total de cuatro meses de
trabajo al año. El reclutamiento se distribuyó entre las
provincias, de modo que a cada habitante le correspondía servir
en la mita una vez cada siete años. El horario de trabajo era,
al menos en teoría, desde hora y media después de la
salida del sol hasta el ocaso, si bien en la práctica eso
podía variar. Los indios descendían por escalas de cuero
hasta cien metros bajo tierra a través de pasadizos mal
iluminados y mal ventilados y permanecía en el fondo cinco
días consecutivos o más. Cuando volvía a la
superficie, pasaba del calor húmedo de la mina al choque con el
viento helado del altiplano (a unos 4.000 metros sobre el nivel del
mar). Pocos sobrevivían a este régimen. Las huidas y los
suicidios estaban a la orden del día.
Por otra parte, Francisco de Toledo intensificó la actividad
colonizadora. El año anterior había fundado Villarrica de Oropesa, y ahora
fundaba Córdoba.
Desde Nombre de Dios, Francis Drake cruzó el istmo de
Panamá y el 3 de febrero
avistó el océano Pacífico. Llegó a la
conclusión de que, si llegaba con una flota a la costa
occidental de América, el botín estaría asegurado,
ya que, hasta entonces, ningún pirata había navegado esas
aguas, por lo que los españoles no tenían apenas
defensas. Entonces decidió regresar a Inglaterra para
desarrollar su plan.
El duque Enrique de Orleans fue aclamado rey de Polonia, si bien
tuvo que
aceptar una serie de restricciones, conocidas como los pacta conuenta, por las que la
nobleza ejercía un fuerte control del poder real.
Acompañando al nuevo rey había viajado a Polonia un joven
poeta de veintiséis años llamado Philippe Desportes, que ahora
publicaba un volumen de poesías (sonetos amorosos,
elegías y canciones).
Un joven poeta de veintiún años llamado Théodore Agrippa D'Aubigné
se convirtió en uno de los más leales seguidores del rey
Enrique III de Navarra. Provenía de una familia calvinista y se
cuenta que a los seis años leía ya en francés,
latín, griego y hebreo. Cuatro años atrás
había escrito un volumen de versos titulado La primavera. Había
participado en diversas batallas de las guerras de religión y
había escapado milagrosamente de la matanza de san
Bartolomé.
En marzo desapareció la estrella nueva que Tycho Brahe había estado observando desde su aparición a finales del año anterior. El astrónomo danés publicó un artículo titulado De noua stella anni 1572 (Sobre la nueva estrella del año 1572), en donde explicaba que había calculado la posición de la estrella nueva respecto a las demás estrellas fijas y que ésta no había cambiado lo más mínimo durante todos los meses en que fue visible, lo que le permitía descartar la posibilidad de que se tratara de un fenómeno atmosférico. Más aún, no podía ser una anomalía en ninguna de las esferas planetarias (Brahe partía del modelo ptolemaico, no del copernicano) ya que en tal caso habría participado del movimiento de alguno de los planetas. Por consiguiente, el fenómeno era realmente una nueva estrella. Brahe conjeturó que la nova había surgido por condensación de la materia difusa de la Vía Láctea.
Actualmente, estas
estrellas que aparecen y desaparecen al cabo de un tiempo se conocen
como novas, nombre derivado
de la expresión latina stella
noua, con la que Brahe se refería en su artículo a
la nova de 1572. En realidad, la estrella que observó Brahe,
junto con la de 1054, son los dos primeros casos documentados de lo que
hoy los astrónomos llaman supernovas,
y no se deben a la formación, sino a la destrucción de
una estrella en una violenta explosión.
Como consecuencia de una negociación entre los hugonotes
asediados en La Rochela y los
comisarios del rey Carlos IX de Francia, se llegó a un acuerdo
por el que se autorizaba el libre ejercicio del culto protestante en La
Rochela, Nimes y Montauban. Los hugonotes aceptaron estos
términos y el edicto de
Boulogne puso fin a la cuarta guerra de religión. No
obstante, superado el pánico inicial que, tras la matanza de san
Bartolomé, había llevado a muchos a la abjuración
o al exilio, el partido protestante francés se fue recuperando,
y las condiciones de La Rochela eran vistas cada vez con menos
satisfacción.
La reina Isabel I de Inglaterra nombró al pirata John Hawkins
tesorero de la marina real inglesa. Mientras tanto, Francis Drake, de
vuelta en Inglaterra, se puso
al servicio del conde de Essex para atacar Irlanda.
Juan de Austria reconquistó Túnez a los turcos, si bien fracasó en un intento de tomar Argel. Esta campaña llevó a los venecianos a abandonar la Santa Liga, pues sus intereses estaban en el Mediterráneo oriental, y no en el occidental. Venecia firmó un tratado de paz con los turcos por el que reconocía la pérdida de Chipre a cambio de ciertas garantías sobre las numerosas islas que poseía en el Egeo. Estaba claro que la victoria de Lepanto no había tenido ninguna repercusión significativa sobre la situación del Mediterráneo oriental.
El duque de Alba estaba reduciendo con éxito a los rebeldes
flamencos. En uno de sus informes al rey Felipe II, explica cómo
hizo asesinar a todos los habitantes de una ciudad tomada al asalto
porque "Dios los había cegado
induciéndolos a resistir, para que así encontraran la
muerte". Sin embargo, dado los métodos del duque de Alba
dejaban entrever una pacificación a corto plazo, Felipe II le
envió al duque de Medinaceli. Las disensiones entre ambos les
llevaron a pedir al rey que los relevara de sus puestos, y en octubre Felipe II envió como nuevo
gobernador a Luis de Requesens. El duque de Alba dejó un
recuerdo imborrable en los Países Bajos. Hasta hace
relativamente poco tiempo, un recurso
de los padres flamencos para lograr que sus hijos se portaran bien era
advertirles que, si eran malos, vendría el duque de Alba y se
los llevaría.
Luis de Requesens era partidario de una política de
tolerancia, pero en cuanto tomó posesión de su cargo
comprendió que la rebelión no era ya una cuestión
religiosa, sino política: los flamencos se rebelaban contra una
ocupación extranjera. De momento, lo único que
podía hacer era continuar la guerra. Uno de los episodios
más famosos fue el asedio de Leiden,
donde Guillermo el
Taciturno convenció a los ciudadanos para que rompieran los
diques que contenían el mar y dejaran que el agua dispersara a
los españoles.
Por esas mismas fechas moría Ruy Gómez de Silva, el
príncipe de Éboli, justo cuando los hechos empezaban a
darle la razón en sus tesis sobre la conveniencia de una
política de tolerancia en Flandes. Su viuda, la princesa de
Éboli, dueña de una de las mayores fortunas de
España, se retiró a un convento de las carmelitas fundado
a instancias suyas por Teresa de Jesús.
El 15 de noviembre, Juan de
Garay, que había partido de Asunción seis meses antes al
frente de una expedición compuesta de 9 españoles y 75
nativos, fundó la ciudad de Santa
Fe. Recibió entonces noticias de que Juan Ortiz de
Zárate había desembarcado en el Río de la Plata y,
atacado por los indios, había tenido que refugiarse en una isla,
desde donde reclamaba ayuda.
En Venecia llevaba ya unos veinte años ejerciendo un pintor
llamado Paolo Caliari, aunque,
por su localidad natal, era más conocido como Paolo Veronés. Ahora
terminaba una soberbia Última
cena, de trece metros de ancho por cinco y medio de alto, que
fue denunciada a la Santa Inquisición, la cual le conminó
a modificar algunas partes del cuadro, por considerarlas irreverentes.
No obstante, Veronés optó por cambiar el título
por el de Cena en casa de
Leví, lo cual también satisfizo al santo tribunal.
El problema era que a Cristo le acompañaban orientales, moros,
mujeres opulentas, niños traviesos, enanos, viejos, perros,
monos y pájaros exóticos, y Veronés explicó
que en ello no debía buscarse ninguna irreverencia, sino
únicamente que se había inspirado en lo que veía
cotidianamente en Venecia. Y decía la verdad, pues en su Moisés salvado de las aguas del
Nilo, pintado unos años atrás, la hija del
faraón y sus criadas son modélicas damas venecianas, de
modo que, viendo el cuadro, ni los personajes ni el paisaje permiten
imaginar que representa el antiguo Egipto. Igualmente, en sus Bodas de Caná podemos ver,
entre otras cosas curiosas, un violoncelo. Anacronismos aparte, las
composiciones del Veronés destacan por sus magníficas
escenificaciones y su riqueza de detalles, así como por un
hermoso tratamiento de la luz y del color.
Ese año murió a los treinta y nueve años
Etienne Jodelle, el poeta de la Pléyade. Escribió la
tragedia El sacrificio de Dido,
que probablemente no llegó a representarse, y Cleopatra, que es un antecedente de
la tragedia clásica francesa.
El poeta italiano Torquato Tasso publicó el poema pastoril Aminta, que se considera
modélico dentro del género. Se representaba con
acompañamiento coral y alcanzó un gran éxito en la
época.
En 1574, Juan Ortiz de
Zárate, el recién nombrado gobernador del Río de
la Plata, fue
socorrido por Juan de Garay, con cuyos refuerzos pudo imponerse a los
indios y fundar la ciudad de Zaratina
de San Salvador, en el estuario del Plata.
Álvaro de Mendaña, el descubridor de las islas
Salomón, fue nombrado adelantado y gobernador del
archipiélago, si bien
no mostró ningún interes, de momento, en tomar
posesión de su cargo.
El virrey del Perú, Francisco de Toledo, fundó las
ciudades de Tarija y Cochabamba.
En abril un ejército
español capitaneado por Sancho
Dávila derrotó en Mook
a un ejército de mercenarios alemanes capitaneados por Luis de
Nassau, que murió en la batalla. Esto frustró los planes
de su hermano, Guillermo el Taciturno, que pretendía entrar en
Amberes. Tras esta victoria, el gobernador, Luis de Requesens,
convenció al rey Felipe II para que aboliera los impuestos
extraordinarios implantados por el duque de Alba y promulgara un
perdón general. No obstante, el monarca se negó a
disolver el Tribunal de los Tumultos mientras la región no
estuviera
completamente pacificada. El perdón general no implicaba la
libertad de culto, y Guillermo el Taciturno siguió
combatiendo en Holanda.
El 30 de mayo murió de
tuberculosis el rey Carlos IX de Francia (agravada, según se
cuenta, por el sentimiento de culpa por haber consentido la matanza de
san Bartolomé), y su hermano renunció
a la corona polaca y se apresuró en regresar a su país
(salió huyendo de noche)
para ser reconocido como Enrique III
de Francia. Los hugonotes aprovecharon las circunstancias para
exigir que se mejoraran las condiciones del edicto de Boulogne, y al no obtener
respuesta se inició la quinta
guerra de religión. El rey Enrique III de Navarra se
escapó de su confinamiento en la corte y se puso al frente del
partido protestante. Enrique III de Francia trató de poner orden
desde una postura pro católica, pero su indecisión hizo
que los católicos dudaran de que realmente defendiera sus
intereses, y su hermano menor, el duque Francisco de Alençon,
conspiró contra él uniéndose a quienes
defendían que el rey no debía inclinarse ni en favor de
los católicos ni de los protestantes. Enrique III
destituyó a Pierre de Ronsard como poeta de la corte, y puso en
su lugar a Philippe Desportes.
Polonia había quedado en una situación
complicada: sin rey y sin criterio alguno para elegirlo. Lo
que la nobleza tenía bien claro es que no quería a
ningún Austria, lo cual complicaba más las cosas, ya que
los Austrias eran los parientes más cercanos del difunto
Segismundo II.
Otros fallecidos ese año fueron:
Uno de los principales eruditos españoles de la época
era Francisco Sánchez de las Brozas, el Brocense. Prueba de su
talla intelectual era que había sido procesado por la Santa
Inquisición, a raíz de unos comentarios a la forma
narrativa de los Evangelios. Ahora publicaba una edición anotada
de las obras completas de Garcilaso de la Vega, al que trataba como a
un clásico.
El poeta francés Jean de La Taille publicó su tragedia
El hambre o Las gabeonitas.
Robert Garnier, que el año anterior había terminado la
tragedia Hipólito, hijo de
Teseo, publicaba ahora Cornelia,
esposa de Pompeyo.
El rey Sebastián de Portugal, apasionado de las cruzadas,
dirigió una expedición contra Marruecos, donde
pretendía conquistar el país para tomarlo como base de la
lucha contra el islam. La empresa resultó un fracaso. Por otro
lado, los portugueses fundaron en Angola la ciudad de São Paolo de Luanda, que
sustituyó al convulsionado Congo en el aprovisionamiento de
esclavos.
Por otro
lado, los portugueses estaban despoblando el Congo con la trata de
esclavos y, entre que los congoleños no los miraban con muy
buenos ojos y que la región ya no era tan rentable como en su
día, decidieron trasladar sus "actividades" algo más al
sur, donde fundaron la ciudad de São
Paolo de Luanda. La región estaba dominada por un jefe
llamado N'gola, por lo que
acabó siendo conocida como Angola.
Tres años atrás había muerto el rey
Setthathirat de Lan Xang, lo que permitió a los birmanos
proceder a la conquista definitiva del país. Ahora tomaban la
capital, Vientiane.
El pirata chino Li-Mahong
asaltó e incendió la ciudad de Manila, en las Filipinas.
En Japón, el shogun Nobunaga persiguió a Yoshiaki, el último de los
Ashikaga, que se vio obligado a huir. El poder de Nobunaga se
sustentaba en gran parte en las sectas religiosas (armadas), cada vez
más influyentes. Una de ellas, la secta Ikko, se sublevó e
incitó a los campesinos a la rebelión.
El teólogo protestante Flacius Illyricus seguía
viajando por Alemania, defendiendo la doctrina de la no
intervención de la voluntad humana en la salvación. En
los años anteriores había publicado varias obras al
respecto, como Contra papatum
romanum, y ahora terminaba las Centurias
de Magdeburgo, escrita bajo su dirección por varios
teólogos. Se trata de una historia de la Iglesia hasta el siglo
XIII dividida en periodos de cien años, como indica el
título. Se trata de la primera historia de la Iglesia escrita
por protestantes, y en ella se demuestra que la Iglesia Luterana
podía reivindicar con más derecho que la Romana el
título de Iglesia apostólica. Flacius murió en 1575.
También murió Renata de Francia, la duquesa de Ferrara, hija del rey Luis XII y protectora de hugonotes.
El emperador Maximiliano II cedió a su hijo Rodolfo los
títulos de rey de Bohemia y de Alemania.
El poeta Torquato Tasso terminó, al cabo de dieciséis
años, su Jerusalén
libertada, considerada su obra maestra, pero renegó de
ella y se opuso a publicarla.
Miguel de Cervantes regresaba a España, convencido de que las
cartas de recomendación que llevaba consigo resolverían
sus antiguos problemas con la justicia. Pero el 26 de septiembre, la galera en que viajaba
fue atacada, cerca de la desembocadura del Ródano, por una
flotilla turca comandada por un albanés renegado, Arnauti Mamí. Tras un
combate, varios soldados españoles fueron hechos prisioneros,
entre ellos Miguel y su hermano Rodrigo.
Fueron llevados a Argel, donde Cervantes fue adjudicado como esclavo a Dalí Mamí, un pirata
de origen griego. Las cartas de recomendación hicieron creer a
los turcos que Cervantes era un personaje importante por el que
podrían obtener un cuantioso rescate. Su familia se
endeudó para reunir el dinero necesario para liberar a Miguel y
a Rodrigo, pero sólo pudieron conseguir lo necesario para uno de
ellos. Miguel prefirió que fuera su hermano el que quedara
libre, y así fue.
En octubre, el duque Enrique I de
Guisa obtuvo una importante victoria contra los hugonotes en Dormans.
El año anterior Tycho Brahe había dado clases de
astronomía en la universidad de Copenhague, y luego había
dejado nuevamente el país en un viaje que le había
llevado a Kassel, Frankfurt, Basilea y Venecia. De regreso en
Dinamarca, manifestó su intención de establecerse en
Basilea, pero su decisión llegó a oídos del rey
Federico II de Dinamarca, que no estaba dispuesto a que un
científico de su talla dejara el país, así que le
concedió una pensión y le regaló la isla de Hveen,
donde le construyó el castillo de Uraniborg (el palacio del cielo) en
el que se encontraba el observatorio de Stelborg (el palacio de las
estrellas), junto con una imprenta, una fabrica de papel y otras
comodidades que un astrónomo no podría rechazar.
Ese año se doctoró en teología un dominico
napolitano de veintisiete años llamado Giordano Bruno, y se dedicó a
la enseñanza, pero en 1576
fue acusado en Roma de herejía y tuvo que abandonar
Nápoles. Huyó a Ginebra, y allí se dio cuenta de
que católicos y calvinistas eran los mismos perros con
diferentes collares, así que huyó a Toulousse.
La quinta guerra de
religión terminó el 7
de mayo cuando el rey Enrique III de Francia firmó la paz
de Beaulieu, por la que
condenaba la matanza de san Bartolomé y concedía a los
hugonotes la libertad de culto en toda Francia a excepción de
París, así como el gobierno de ocho ciudades.
Además, los hugonotes tendrían una representación
paritaria a la de los católicos en todos los parlamentos. El
acuerdo se alcanzó gracias a la mediación del duque
Francisco de Alençon, el hermano de Enrique III, que
recibió el título de duque
de Anjou. Los
católicos pusieron el grito en el cielo, y, bajo la
dirección del duque Enrique I de Guisa, formaron la Santa Liga, con la adhesión
del pueblo y la nobleza de París, dedicada a combatir al partido
protestante.
Finalmente, la nobleza polaca logró salir del estancamiento
en que el desplante del rey Enrique III de Francia había dejado
al país. El príncipe Esteban Báthory de
Transilvania tenía un primo llamado Jan Zamoyski, que había sido
secretario del rey Segismundo II de Polonia y uno de los principales
responsables de que el entonces duque Enrique de Orleans obtuviera la
corona polaca. Ahora Zamoyski logró que su primo se convirtiera
en el rey Esteban I de
Polonia. El nuevo rey intensificó la lucha contra Rusia.
Transilvania quedó bajo el gobierno de Critóbal Báthory,
hermano de Esteban.
En junio,
el navegante inglés Martin
Frobisher zarpó rumbo a Norteamérica, en busca de
un paso que le llevara hasta China. Sabía que, de existir tal
paso, tenía que estar al norte del Labrador, y hacia allí
se dirigió. Se encontró con Groenlandia, y desde
allí navegó hacia el oeste hasta que encontró la
costa americana. Penetró en un brazo de mar al que llamó estrecho de Frobisher, pero al
final descubrió que era un callejón sin salida, conocido
hoy en día como la bahía
de Frobisher. Desalentado, decidió regresar a Inglaterra,
pero no volvió con las manos vacías, sino que
encontró algo que llamó "mineral
de oro". Creyó que era oro mezclado con algún otro
mineral, y que debería ser posible depurarlo, pero en realidad
se trataba únicamente de piritas de hierro, sin valor alguno.
Ese año murieron:
Mientras tanto, Guillermo el Taciturno trataba de tomar Amberes, pero Sancho Dávila se le anticipó y se encerró en la ciudad con sus tropas. Felipe de Egmont, el hijo del conde ejecutado por el duque de Alba, emprendió el asedio, pero fue derrotado y capturado. Los soldados españoles, una vez dueños de Amberes, descontentos porque llevaban varios meses sin cobrar su paga, decidieron cobrársela ellos mismos saqueando la ciudad. El saco de Amberes tuvo lugar el 4 de noviembre, día en el que murieron unos siete mil ciudadanos y cerca de un millar de casas fueron incendiadas, entre ellas el ayuntamiento, lleno de obras de arte.
El rey Felipe II había nombrado como nuevo gobernador de los
Países Bajos a su hermanastro Juan de Austria, que viajó
hasta la frontera flamenca disfrazado de criado morisco y llegó
a Amberes justo al día siguiente del saqueo. El 8 de noviembre se reunieron los estados
generales en Gante, donde católicos y protestantes firmaron la
llamada pacificación de Gante,
un pacto por el que protestaban por el saco de Amberes y exigían
la tolerancia religiosa, la supresión del Tribunal de la Sangre
y la retirada de los ejércitos españoles de territorio
flamenco. Delegados flamencos se reunieron en Luxemburgo con Juan de
Austria y le comunicaron que no lo reconocerían como gobernador
hasta que esta última exigencia no fuera satisfecha.
Hacía unos ocho años, Felipe II había tomado
como secretario a Antonio
Pérez. Era hijo de un clérigo y de una mujer
casada, lo cual no le había facilitado nada su ascenso en la
corte, al igual que su convivencia extramatrimonial con la que tuvo que
convertir en su esposa para ocupar su cargo actual. Ahora tenía
treinta y seis años.
Pérez convenció al rey de que espiara los movimientos
de Juan de Austria en Flandes, y Felipe II, que no supo resistirse a la
ocasión de perder la lealtad de su hermanastro como ya
había perdido tantas otras, le envió en calidad de
secretario-espía a Juan de
Escobedo, que había sido secretario del príncipe
de Éboli y era amigo de Pérez. Sin embargo, Escobedo se
convirtió inmediatamente en fervoroso partidario de Juan de
Austria y le previno sobre Pérez.
El 9 de octubre, Martin Frobisher
estaba de regreso en Inglaterra, y su mineral
de oro le permitió recabar el apoyo necesario para
organizar nuevas expediciones.
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