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LA MATANZA DE SAN BARTOLOMÉ
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El 1 de abril de 1572 los gueux se apoderaron del puerto de Briel, al sur de Holanda, e inmediatamente, el príncipe de Orange, Guillermo el Taciturno, ayudado por su hermano Luis de Nassau, lograba sublevar a las provincias del norte: Holanda, Zelanda, Frisia, Utrecht y Güeldres, que lo reconocieron como estatúder. El duque de Alba empezó a combatir a los sublevados.

La reina Isabel I de Inglaterra, que negaba oficialmente cualquier clase de apoyo a los gueux, tuvo que expulsar de Dover a su capitán Guillermo de Mark, gesto que bastó para que no se rompieran las tensas relaciones diplomáticas con España. Sin embargo, al mismo tiempo, el pirata John Hawkins era admitido en el parlamento inglés como representante de Plymouth, mientras su amigo Francis Drake, tras destruir algunos barcos españoles y saquear algunas ciudades, ocupaba la ciudad de Nombre de Dios, en Panamá.

Miguel de Cervantes tomó parte en varias acciones de guerra en el Mediterráneo de la flota de la Santa Liga, en Navarino, en Pilos y en Túnez. Luego pasó unos años en varias guarniciones de Italia, donde tuvo ocasión de adquirir un profundo conocimiento de la literatura italiana.

Ese año murió sin descendencia el rey Segismundo II de Polonia, con lo que se extinguía la dinastía de los Jagellon. El monarca había establecido que la nobleza eligiera a su muerte el nuevo soberano, y Catalina de Médicis sobornó a los electores para que la elección recayera sobre su hijo Enrique, el duque de Orleans, que en julio partió hacia Polonia para seguir de cerca el proceso de elección.

El 6 de agosto, en una reunión del consejo de regencia, el almirante Gaspard de Coligny llegó a amenazar a Catalina de Médicis con una guerra civil si Francia no prestaba ayuda a los gueux contra el rey Felipe II. La influencia de Coligny sobre el joven rey Carlos IX era cada vez mayor. Para reforzar la influencia protestante, había organizado la boda entre el rey Enrique III de Navarra y Margarita de Valois, la hermana del monarca francés. La ceremonia se celebró el 18 de agosto, y París se llenó de ilustres personalidades protestantes, invitadas a unos festejos que se prolongaron varios días. Esta situación permitió a Coligny aumentar su presión sobre Catalina de Médicis, hasta que el 22 de agosto Coligny fue alcanzado en un brazo por un tiro de arcabuz. El tirador fue un hombre de los Guisa, pero los protestantes acusaron a Catalina de Médicis, que vio peligrar su posición hasta tal punto que decidió reunir una camarilla de seis magnates de la corte junto a su hijo menor, el duque Francisco de Alençon, que tenía entonces dieciocho años, y entre todos decidieron organizar una matanza de protestantes. Luego le explicó a su hijo Carlos IX que, tras el intento de asesinato de Coligny, su vida corría peligro y logró que éste aprobara la acción, que tuvo lugar la noche del 24 de agosto, día de san Bartolomé, por lo que es conocida como la matanza de san Bartolomé.

Un grupo de mercenarios suizos se encargó de matar mientras dormían a muchos de los invitados protestantes alojados en el Louvre. El duque Enrique I de Guisa se dirigió con un grupo de hombres armados hasta la casa de Coligny, lo mató con una pica y arrojó el cuerpo por la ventana. Simultáneamente, se incitó a los parisinos a matar protestantes a discreción.

Entre las víctimas de la matanza se encontraba la reina Juana III de Navarra. Su hijo, el rey Enrique III, logró salvar la vida (porque estaba mal visto matar reyes), pero quedó prisionero en París y fue conminado a abjurar del protestantismo, al igual que lo hicieron otros muchos nobles, presos del pánico. A lo largo del mes de septiembre las matanzas se sucedieron en las principales ciudades de Francia. Se calcula que en París hubo unas tres mil víctimas, mientras que (según fuentes protestantes) el número total de asesinados en Francia llegó a los setenta mil. Uno de ellos fue el humanista, matemático y filósofo Petrus Ramus.

El Papa, al enterarse de la noticia, organizó unos festejos populares en Roma, y envió un legado para felicitar a Carlos IX y a Catalina de Médicis. Se acuñaron medallas conmemorativas, una en Roma y dos en Francia. También el rey Felipe II de España felicitó por escrito a Catalina de Médicis por tener tal hijo y a Carlos IX por tener tal madre. No hace falta decir que la matanza de la noche de San Bartolomé marcó el inicio de la cuarta guerra de religión.

Ese año se produjo un suceso en el único lugar donde oficialmente era imposible que se produjera suceso alguno: en la esfera de las estrellas fijas: Una nueva estrella apareció en el firmamento, en la constelación de Casiopea, y en el mes de noviembre era tan brillante como Venus.

No era la primera vez que sucedía algo así. Los anales chinos señalan que en el año 532 a.C. apareció una estrella huésped en la constelación del Águila, que permaneció en el cielo durante unos días y luego desapareció. También hablan de otra estrella huésped, corroborada esta vez por fuentes japonesas, que apareció en la constelación de Tauro en 1054 d.C., tan brillante que resultaba visible incluso de día, y que permaneció en el cielo durante dos años.

No se conoce ninguna fuente occidental que haga referencia a estos sucesos. No es tan extraño como podría parecer a primera vista: Para detectar la aparición temporal de una estrella era necesario tener un buen conocimiento del firmamento, una observación atenta (o mucha suerte) y algunos conocimientos de astronomía (para no confundirla con un planeta), y podemos aceptar que en las dos fechas señaladas esas circunstancias no se daban con frecuencia. Si alguien dejó constancia del fenómeno, su testimonio se ha perdido. También hay que tener presente que la doctrina antigua, tanto popular como erudita, establecía que los cielos obedecían a leyes inmutables, por lo que la aparición de una estrella era algo simplemente imposible (los cometas se consideraban fenómenos "sublunares"), así que es plausible que un astrónomo que detectara la aparición de una estrella optara por silenciar algo que contradecía sus conocimientos más básicos, o que, si le llegara un testimonio ajeno al respecto, lo descartara por absurdo.

Pero la madurez intelectual de la Europa renacentista no tenía precedentes, y ahora un astrónomo se puso a observar meticulosamente la nueva estrella. Era Tycho Brahe, que estaba de nuevo en Dinamarca tras haber visitado Rostock, Basilea, Friburgo y Augsburgo. Tras una larga sesión de experimentos de alquimia, salió a tomar el aire y, a primera vista, detectó la "intrusa". Así fue como la astronomía volvió a atraer su atención frente a la alquimia.

Es fácil adivinar que la imagen que España daba en Europa por esta época no era muy buena. La intolerante política religiosa del emperador Carlos V le había granjeado la hostilidad de media Alemania, y su hijo Felipe II no se había conformado con llevar esa intolerancia hasta el más alto grado de fanatismo, sino que había sabido conjugarla con una ineptitud inimitable capaz de hacerse odiar a muerte por los que habían sido leales súbditos de su padre primero y suyos después. Paulatinamente, los enemigos europeos de España (o sea, casi toda Europa) habían ido tejiendo lo que se ha venido a llamar la leyenda negra: una imagen negativa de la España de los Austrias en general y de Felipe II en particular.

Aunque cuesta imaginar que alguien pueda hablar mal de Felipe II y estar exagerando, lo cierto es que hay elementos de la leyenda negra que son meras ficciones propagandísticas. Así, por ejemplo, el príncipe Guillermo de Orange difundió la "noticia" de que Felipe II había hecho asesinar a su hijo Carlos junto con su mujer, Isabel de Valois, porque eran amantes, y porque Carlos pretendía defender los intereses de los Países Bajos. Nada de esto tiene fundamento histórico ya que, como hemos visto, el príncipe Carlos no era más que un deficiente mental, pero lo cierto es que el cuento tuvo éxito y el príncipe don Carlos fue recordado como un héroe por muchos durante mucho tiempo.

Sin embargo, a pesar de que la difusión de la leyenda negra obedecía a unos claros intereses políticos para los que la verdad o falsedad de los hechos era secundaria, eso no quita para que tenga más de negra que de leyenda. Sus ingredientes principales, aparte de la historia de don Carlos, son las atrocidades cometidas en los Países Bajos por el duque de Alba, por sus ejércitos y por su Tribunal de la Sangre, de las que Europa tenía información de primera mano; las atrocidades cometidas por la Santa Inquisición, que, ciertamente, también actuaba en otros países, pero no con tanto virtuosismo; y las atrocidades cometidas por los españoles en América, cuya principal referencia eran los escritos de fray Bartolomé de Las Casas, devorados ávidamente en toda Europa desde el mismo momento en que vieron la imprenta.

Este último punto era especialmente molesto para el rey Felipe II, ya que las críticas a la actuación de los españoles en América no provenían únicamente del exterior, sino que también existía una sólida tradición de crítica interna, especialmente por parte de cierto sector del clero. Por ello, una de las misiones que le encomendó al virrey del Perú, Francisco de Toledo, fue la de recabar información sobre la América precolombina que legitimara la autoridad de la Corona española sobre sus dominios de ultramar.

Con tal fin, en los últimos tres años, Francisco de Toledo había dispuesto que se interrogara a unos doscientos indios ancianos sobre la situación del Perú antes de la llegada de los españoles. A partir de sus declaraciones, Pedro Sarmiento de Gamboa (que había participado en la expedición de Álvaro de Mendaña) redactó una Historia de los Incas, según la cual los soberanos Incas eran unos tiranos sanguinarios, en comparación de los cuales los españoles eran como ángeles caídos del cielo, de tal modo que la conquista del Perú era lo mejor que a los indios les había podido pasar. A lo largo de estos años se redactaron numerosos libros e informes sobre la historia del Imperio Inca, supuestamente aprobados por los indios que dieron testimonio, que coinciden en deslegitimar la autoridad de los Incas, bien tachándola de tiránica y cruel, bien de anárquica.

Frente a esta historia oficial, quienes atendían desinteresadamente a las declaraciones de los indios llegaban a otra historia paralela, no menos deformada, en la que el Imperio Inca era un paraíso terrenal donde todos eran felices como si vivieran en un musical de Hollywood. No tiene nada de extraño: en comparación con el infierno en que vivían los indios desde que llegaron los españoles, su vida anterior les tenía que parecer necesariamente idílica y, en esas circunstancias, todos los recuerdos se edulcoran. Sucedió algo similar durante la Alta Edad Media, cuando se pintaba al Imperio Romano con no menos añoranza. Todavía hoy hay un sector importante de la población de lo que fue en su día el virreinato del Perú que piensa en el Imperio Inca como en un paraíso perdido.

Especialmente ilustrativos son los testimonios de Juan Polo de Ondegardo, que hacía una década había publicado una Relación del linaje de los Incas, y de cómo extendieron ellos sus conquistas, donde el Imperio era maravilloso, pero que, dos años después de la llegada del virrey, publicó otra versión en la que los Incas pasaban a ser tiranos y en la que afirma que las colonias de América le fueron otorgadas al rey de España por Jesucristo en premio por los ocho siglos en que los españoles lucharon contra los musulmanes. Sin embargo, unos meses más tarde redactó su Relación de los fundamentos acerca del notable daño que resulta de no guardar a los indios sus fueros, en la que vuelve a su perspectiva original y aboga por la restauración del sistema comunista de reparto de tierras propio de los incas, lo que delata las presiones que sobre él había ejercido el virrey.

La propaganda anti-leyenda negra generada por el virrey no tuvo ninguna efectividad, pero, con estas investigaciones, Francisco de Toledo hizo un descubrimiento valiosísimo: se enteró de la existencia de la mita, el impuesto en trabajo que los indios pagaban al Inca, y en este punto no dudó en conceder a los indios la restauración de una de sus tradiciones. Cuando se descubrió la mina de plata de Potosí, más de veinticinco años atrás, no era difícil encontrar mano de obra barata para extraer el mineral, pero a medida que iba siendo necesario profundizar más en la tierra, el trabajo se volvía mucho más duro y los encargados de las minas llevaban varios años quejándose de que no podían continuar con la explotación sin alguna clase de ayuda de la Corona.

En 1573, la mita fue restablecida (es un decir, porque la mita nueva tenía poco que ver con la antigua) en Potosí con un grupo de 3.733 mitayos, aunque pronto se aumentó el contingente estableciendo tres turnos anuales de 4.500 mitayos cada uno, lo que suponía reclutar 13.500 mitayos al año. Cada turno tendría una semana de trabajo seguida de dos de descanso, lo que suponía un total de cuatro meses de trabajo al año. El reclutamiento se distribuyó entre las provincias, de modo que a cada habitante le correspondía servir en la mita una vez cada siete años. El horario de trabajo era, al menos en teoría, desde hora y media después de la salida del sol hasta el ocaso, si bien en la práctica eso podía variar. Los indios descendían por escalas de cuero hasta cien metros bajo tierra a través de pasadizos mal iluminados y mal ventilados y permanecía en el fondo cinco días consecutivos o más. Cuando volvía a la superficie, pasaba del calor húmedo de la mina al choque con el viento helado del altiplano (a unos 4.000 metros sobre el nivel del mar). Pocos sobrevivían a este régimen. Las huidas y los suicidios estaban a la orden del día.

Por otra parte, Francisco de Toledo intensificó la actividad colonizadora. El año anterior había fundado Villarrica de Oropesa, y ahora fundaba Córdoba.

Desde Nombre de Dios, Francis Drake cruzó el istmo de Panamá y el 3 de febrero avistó el océano Pacífico. Llegó a la conclusión de que, si llegaba con una flota a la costa occidental de América, el botín estaría asegurado, ya que, hasta entonces, ningún pirata había navegado esas aguas, por lo que los españoles no tenían apenas defensas. Entonces decidió regresar a Inglaterra para desarrollar su plan.

El duque Enrique de Orleans fue aclamado rey de Polonia, si bien tuvo que aceptar una serie de restricciones, conocidas como los pacta conuenta, por las que la nobleza ejercía un fuerte control del poder real. Acompañando al nuevo rey había viajado a Polonia un joven poeta de veintiséis años llamado Philippe Desportes, que ahora publicaba un volumen de poesías (sonetos amorosos, elegías y canciones).

Un joven poeta de veintiún años llamado Théodore Agrippa D'Aubigné se convirtió en uno de los más leales seguidores del rey Enrique III de Navarra. Provenía de una familia calvinista y se cuenta que a los seis años leía ya en francés, latín, griego y hebreo. Cuatro años atrás había escrito un volumen de versos titulado La primavera. Había participado en diversas batallas de las guerras de religión y había escapado milagrosamente de la matanza de san Bartolomé.

En marzo desapareció la estrella nueva que Tycho Brahe había estado observando desde su aparición a finales del año anterior. El astrónomo danés publicó un artículo titulado De noua stella anni 1572 (Sobre la nueva estrella del año 1572), en donde explicaba que había calculado la posición de la estrella nueva respecto a las demás estrellas fijas y que ésta no había cambiado lo más mínimo durante todos los meses en que fue visible, lo que le permitía descartar la posibilidad de que se tratara de un fenómeno atmosférico. Más aún, no podía ser una anomalía en ninguna de las esferas planetarias (Brahe partía del modelo ptolemaico, no del copernicano) ya que en tal caso habría participado del movimiento de alguno de los planetas. Por consiguiente, el fenómeno era realmente una nueva estrella. Brahe conjeturó que la nova había surgido por condensación de la materia difusa de la Vía Láctea.

Actualmente, estas estrellas que aparecen y desaparecen al cabo de un tiempo se conocen como novas, nombre derivado de la expresión latina stella noua, con la que Brahe se refería en su artículo a la nova de 1572. En realidad, la estrella que observó Brahe, junto con la de 1054, son los dos primeros casos documentados de lo que hoy los astrónomos llaman supernovas, y no se deben a la formación, sino a la destrucción de una estrella en una violenta explosión.

Como consecuencia de una negociación entre los hugonotes asediados en La Rochela y los comisarios del rey Carlos IX de Francia, se llegó a un acuerdo por el que se autorizaba el libre ejercicio del culto protestante en La Rochela, Nimes y Montauban. Los hugonotes aceptaron estos términos y el edicto de Boulogne puso fin a la cuarta guerra de religión. No obstante, superado el pánico inicial que, tras la matanza de san Bartolomé, había llevado a muchos a la abjuración o al exilio, el partido protestante francés se fue recuperando, y las condiciones de La Rochela eran vistas cada vez con menos satisfacción.

La reina Isabel I de Inglaterra nombró al pirata John Hawkins tesorero de la marina real inglesa. Mientras tanto, Francis Drake, de vuelta en Inglaterra, se puso al servicio del conde de Essex para atacar Irlanda.

Juan de Austria reconquistó Túnez a los turcos, si bien fracasó en un intento de tomar Argel. Esta campaña llevó a los venecianos a abandonar la Santa Liga, pues sus intereses estaban en el Mediterráneo oriental, y no en el occidental. Venecia firmó un tratado de paz con los turcos por el que reconocía la pérdida de Chipre a cambio de ciertas garantías sobre las numerosas islas que poseía en el Egeo. Estaba claro que la victoria de Lepanto no había tenido ninguna repercusión significativa sobre la situación del Mediterráneo oriental.

El duque de Alba estaba reduciendo con éxito a los rebeldes flamencos. En uno de sus informes al rey Felipe II, explica cómo hizo asesinar a todos los habitantes de una ciudad tomada al asalto porque "Dios los había cegado induciéndolos a resistir, para que así encontraran la muerte". Sin embargo, dado los métodos del duque de Alba dejaban entrever una pacificación a corto plazo, Felipe II le envió al duque de Medinaceli. Las disensiones entre ambos les llevaron a pedir al rey que los relevara de sus puestos, y en octubre Felipe II envió como nuevo gobernador a Luis de Requesens. El duque de Alba dejó un recuerdo imborrable en los Países Bajos. Hasta hace relativamente poco tiempo, un recurso de los padres flamencos para lograr que sus hijos se portaran bien era advertirles que, si eran malos, vendría el duque de Alba y se los llevaría.

Luis de Requesens era partidario de una política de tolerancia, pero en cuanto tomó posesión de su cargo comprendió que la rebelión no era ya una cuestión religiosa, sino política: los flamencos se rebelaban contra una ocupación extranjera. De momento, lo único que podía hacer era continuar la guerra. Uno de los episodios más famosos fue el asedio de Leiden, donde Guillermo el Taciturno convenció a los ciudadanos para que rompieran los diques que contenían el mar y dejaran que el agua dispersara a los españoles.

Por esas mismas fechas moría Ruy Gómez de Silva, el príncipe de Éboli, justo cuando los hechos empezaban a darle la razón en sus tesis sobre la conveniencia de una política de tolerancia en Flandes. Su viuda, la princesa de Éboli, dueña de una de las mayores fortunas de España, se retiró a un convento de las carmelitas fundado a instancias suyas por Teresa de Jesús.

El 15 de noviembre, Juan de Garay, que había partido de Asunción seis meses antes al frente de una expedición compuesta de 9 españoles y 75 nativos, fundó la ciudad de Santa Fe. Recibió entonces noticias de que Juan Ortiz de Zárate había desembarcado en el Río de la Plata y, atacado por los indios, había tenido que refugiarse en una isla, desde donde reclamaba ayuda.

En Venecia llevaba ya unos veinte años ejerciendo un pintor llamado Paolo Caliari, aunque, por su localidad natal, era más conocido como Paolo Veronés. Ahora terminaba una soberbia Última cena, de trece metros de ancho por cinco y medio de alto, que fue denunciada a la Santa Inquisición, la cual le conminó a modificar algunas partes del cuadro, por considerarlas irreverentes. No obstante, Veronés optó por cambiar el título por el de Cena en casa de Leví, lo cual también satisfizo al santo tribunal. El problema era que a Cristo le acompañaban orientales, moros, mujeres opulentas, niños traviesos, enanos, viejos, perros, monos y pájaros exóticos, y Veronés explicó que en ello no debía buscarse ninguna irreverencia, sino únicamente que se había inspirado en lo que veía cotidianamente en Venecia. Y decía la verdad, pues en su Moisés salvado de las aguas del Nilo, pintado unos años atrás, la hija del faraón y sus criadas son modélicas damas venecianas, de modo que, viendo el cuadro, ni los personajes ni el paisaje permiten imaginar que representa el antiguo Egipto. Igualmente, en sus Bodas de Caná podemos ver, entre otras cosas curiosas, un violoncelo. Anacronismos aparte, las composiciones del Veronés destacan por sus magníficas escenificaciones y su riqueza de detalles, así como por un hermoso tratamiento de la luz y del color.

Ese año murió a los treinta y nueve años Etienne Jodelle, el poeta de la Pléyade. Escribió la tragedia El sacrificio de Dido, que probablemente no llegó a representarse, y Cleopatra, que es un antecedente de la tragedia clásica francesa.

El poeta italiano Torquato Tasso publicó el poema pastoril Aminta, que se considera modélico dentro del género. Se representaba con acompañamiento coral y alcanzó un gran éxito en la época.

En 1574, Juan Ortiz de Zárate, el recién nombrado gobernador del Río de la Plata, fue socorrido por Juan de Garay, con cuyos refuerzos pudo imponerse a los indios y fundar la ciudad de Zaratina de San Salvador, en el estuario del Plata.

Álvaro de Mendaña, el descubridor de las islas Salomón, fue nombrado adelantado y gobernador del archipiélago, si bien no mostró ningún interes, de momento, en tomar posesión de su cargo.

El virrey del Perú, Francisco de Toledo, fundó las ciudades de Tarija y Cochabamba.

En abril un ejército español capitaneado por Sancho Dávila derrotó en Mook a un ejército de mercenarios alemanes capitaneados por Luis de Nassau, que murió en la batalla. Esto frustró los planes de su hermano, Guillermo el Taciturno, que pretendía entrar en Amberes. Tras esta victoria, el gobernador, Luis de Requesens, convenció al rey Felipe II para que aboliera los impuestos extraordinarios implantados por el duque de Alba y promulgara un perdón general. No obstante, el monarca se negó a disolver el Tribunal de los Tumultos mientras la región no estuviera completamente pacificada. El perdón general no implicaba la libertad de culto, y Guillermo el Taciturno siguió combatiendo en Holanda.

El 30 de mayo murió de tuberculosis el rey Carlos IX de Francia (agravada, según se cuenta, por el sentimiento de culpa por haber consentido la matanza de san Bartolomé), y su hermano renunció a la corona polaca y se apresuró en regresar a su país (salió huyendo de noche) para ser reconocido como Enrique III de Francia. Los hugonotes aprovecharon las circunstancias para exigir que se mejoraran las condiciones del edicto de Boulogne, y al no obtener respuesta se inició la quinta guerra de religión. El rey Enrique III de Navarra se escapó de su confinamiento en la corte y se puso al frente del partido protestante. Enrique III de Francia trató de poner orden desde una postura pro católica, pero su indecisión hizo que los católicos dudaran de que realmente defendiera sus intereses, y su hermano menor, el duque Francisco de Alençon, conspiró contra él uniéndose a quienes defendían que el rey no debía inclinarse ni en favor de los católicos ni de los protestantes. Enrique III destituyó a Pierre de Ronsard como poeta de la corte, y puso en su lugar a Philippe Desportes.

Polonia había quedado en una situación complicada: sin rey y sin criterio alguno para elegirlo. Lo que la nobleza tenía bien claro es que no quería a ningún Austria, lo cual complicaba más las cosas, ya que los Austrias eran los parientes más cercanos del difunto Segismundo II.

Otros fallecidos ese año fueron:

Uno de los principales eruditos españoles de la época era Francisco Sánchez de las Brozas, el Brocense. Prueba de su talla intelectual era que había sido procesado por la Santa Inquisición, a raíz de unos comentarios a la forma narrativa de los Evangelios. Ahora publicaba una edición anotada de las obras completas de Garcilaso de la Vega, al que trataba como a un clásico.

El poeta francés Jean de La Taille publicó su tragedia El hambre o Las gabeonitas.

Robert Garnier, que el año anterior había terminado la tragedia Hipólito, hijo de Teseo, publicaba ahora Cornelia, esposa de Pompeyo.

El rey Sebastián de Portugal, apasionado de las cruzadas, dirigió una expedición contra Marruecos, donde pretendía conquistar el país para tomarlo como base de la lucha contra el islam. La empresa resultó un fracaso. Por otro lado, los portugueses fundaron en Angola la ciudad de São Paolo de Luanda, que sustituyó al convulsionado Congo en el aprovisionamiento de esclavos.

Por otro lado, los portugueses estaban despoblando el Congo con la trata de esclavos y, entre que los congoleños no los miraban con muy buenos ojos y que la región ya no era tan rentable como en su día, decidieron trasladar sus "actividades" algo más al sur, donde fundaron la ciudad de São Paolo de Luanda. La región estaba dominada por un jefe llamado N'gola, por lo que acabó siendo conocida como Angola.

Tres años atrás había muerto el rey Setthathirat de Lan Xang, lo que permitió a los birmanos proceder a la conquista definitiva del país. Ahora tomaban la capital, Vientiane.

El pirata chino Li-Mahong asaltó e incendió la ciudad de Manila, en las Filipinas.

En Japón, el shogun Nobunaga persiguió a Yoshiaki, el último de los Ashikaga, que se vio obligado a huir. El poder de Nobunaga se sustentaba en gran parte en las sectas religiosas (armadas), cada vez más influyentes. Una de ellas, la secta Ikko, se sublevó e incitó a los campesinos a la rebelión.

El teólogo protestante Flacius Illyricus seguía viajando por Alemania, defendiendo la doctrina de la no intervención de la voluntad humana en la salvación. En los años anteriores había publicado varias obras al respecto, como Contra papatum romanum, y ahora terminaba las Centurias de Magdeburgo, escrita bajo su dirección por varios teólogos. Se trata de una historia de la Iglesia hasta el siglo XIII dividida en periodos de cien años, como indica el título. Se trata de la primera historia de la Iglesia escrita por protestantes, y en ella se demuestra que la Iglesia Luterana podía reivindicar con más derecho que la Romana el título de Iglesia apostólica. Flacius murió en 1575.

También murió Renata de Francia, la duquesa de Ferrara, hija del rey Luis XII y protectora de hugonotes.

El emperador Maximiliano II cedió a su hijo Rodolfo los títulos de rey de Bohemia y de Alemania.

El poeta Torquato Tasso terminó, al cabo de dieciséis años, su Jerusalén libertada, considerada su obra maestra, pero renegó de ella y se opuso a publicarla.

Miguel de Cervantes regresaba a España, convencido de que las cartas de recomendación que llevaba consigo resolverían sus antiguos problemas con la justicia. Pero el 26 de septiembre, la galera en que viajaba fue atacada, cerca de la desembocadura del Ródano, por una flotilla turca comandada por un albanés renegado, Arnauti Mamí. Tras un combate, varios soldados españoles fueron hechos prisioneros, entre ellos Miguel y su hermano Rodrigo. Fueron llevados a Argel, donde Cervantes fue adjudicado como esclavo a Dalí Mamí, un pirata de origen griego. Las cartas de recomendación hicieron creer a los turcos que Cervantes era un personaje importante por el que podrían obtener un cuantioso rescate. Su familia se endeudó para reunir el dinero necesario para liberar a Miguel y a Rodrigo, pero sólo pudieron conseguir lo necesario para uno de ellos. Miguel prefirió que fuera su hermano el que quedara libre, y así fue.

En octubre, el duque Enrique I de Guisa obtuvo una importante victoria contra los hugonotes en Dormans.

El año anterior Tycho Brahe había dado clases de astronomía en la universidad de Copenhague, y luego había dejado nuevamente el país en un viaje que le había llevado a Kassel, Frankfurt, Basilea y Venecia. De regreso en Dinamarca, manifestó su intención de establecerse en Basilea, pero su decisión llegó a oídos del rey Federico II de Dinamarca, que no estaba dispuesto a que un científico de su talla dejara el país, así que le concedió una pensión y le regaló la isla de Hveen, donde le construyó el castillo de Uraniborg (el palacio del cielo) en el que se encontraba el observatorio de Stelborg (el palacio de las estrellas), junto con una imprenta, una fabrica de papel y otras comodidades que un astrónomo no podría rechazar.

Ese año se doctoró en teología un dominico napolitano de veintisiete años llamado Giordano Bruno, y se dedicó a la enseñanza, pero en 1576 fue acusado en Roma de herejía y tuvo que abandonar Nápoles. Huyó a Ginebra, y allí se dio cuenta de que católicos y calvinistas eran los mismos perros con diferentes collares, así que huyó a Toulousse.

La quinta guerra de religión terminó el 7 de mayo cuando el rey Enrique III de Francia firmó la paz de Beaulieu, por la que condenaba la matanza de san Bartolomé y concedía a los hugonotes la libertad de culto en toda Francia a excepción de París, así como el gobierno de ocho ciudades. Además, los hugonotes tendrían una representación paritaria a la de los católicos en todos los parlamentos. El acuerdo se alcanzó gracias a la mediación del duque Francisco de Alençon, el hermano de Enrique III, que recibió el título de duque de Anjou. Los católicos pusieron el grito en el cielo, y, bajo la dirección del duque Enrique I de Guisa, formaron la Santa Liga, con la adhesión del pueblo y la nobleza de París, dedicada a combatir al partido protestante.

Finalmente, la nobleza polaca logró salir del estancamiento en que el desplante del rey Enrique III de Francia había dejado al país. El príncipe Esteban Báthory de Transilvania tenía un primo llamado Jan Zamoyski, que había sido secretario del rey Segismundo II de Polonia y uno de los principales responsables de que el entonces duque Enrique de Orleans obtuviera la corona polaca. Ahora Zamoyski logró que su primo se convirtiera en el rey Esteban I de Polonia. El nuevo rey intensificó la lucha contra Rusia. Transilvania quedó bajo el gobierno de Critóbal Báthory, hermano de Esteban.

En junio, el navegante inglés Martin Frobisher zarpó rumbo a Norteamérica, en busca de un paso que le llevara hasta China. Sabía que, de existir tal paso, tenía que estar al norte del Labrador, y hacia allí se dirigió. Se encontró con Groenlandia, y desde allí navegó hacia el oeste hasta que encontró la costa americana. Penetró en un brazo de mar al que llamó estrecho de Frobisher, pero al final descubrió que era un callejón sin salida, conocido hoy en día como la bahía de Frobisher. Desalentado, decidió regresar a Inglaterra, pero no volvió con las manos vacías, sino que encontró algo que llamó "mineral de oro". Creyó que era oro mezclado con algún otro mineral, y que debería ser posible depurarlo, pero en realidad se trataba únicamente de piritas de hierro, sin valor alguno.

Ese año murieron:

Mientras tanto, Guillermo el Taciturno trataba de tomar Amberes, pero Sancho Dávila se le anticipó y se encerró en la ciudad con sus tropas. Felipe de Egmont, el hijo del conde ejecutado por el duque de Alba, emprendió el asedio, pero fue derrotado y capturado. Los soldados españoles, una vez dueños de Amberes, descontentos porque llevaban varios meses sin cobrar su paga, decidieron cobrársela ellos mismos saqueando la ciudad. El saco de Amberes tuvo lugar el 4 de noviembre, día en el que murieron unos siete mil ciudadanos y cerca de un millar de casas fueron incendiadas, entre ellas el ayuntamiento, lleno de obras de arte.

El rey Felipe II había nombrado como nuevo gobernador de los Países Bajos a su hermanastro Juan de Austria, que viajó hasta la frontera flamenca disfrazado de criado morisco y llegó a Amberes justo al día siguiente del saqueo. El 8 de noviembre se reunieron los estados generales en Gante, donde católicos y protestantes firmaron la llamada pacificación de Gante, un pacto por el que protestaban por el saco de Amberes y exigían la tolerancia religiosa, la supresión del Tribunal de la Sangre y la retirada de los ejércitos españoles de territorio flamenco. Delegados flamencos se reunieron en Luxemburgo con Juan de Austria y le comunicaron que no lo reconocerían como gobernador hasta que esta última exigencia no fuera satisfecha.

Hacía unos ocho años, Felipe II había tomado como secretario a Antonio Pérez. Era hijo de un clérigo y de una mujer casada, lo cual no le había facilitado nada su ascenso en la corte, al igual que su convivencia extramatrimonial con la que tuvo que convertir en su esposa para ocupar su cargo actual. Ahora tenía treinta y seis años.

Pérez convenció al rey de que espiara los movimientos de Juan de Austria en Flandes, y Felipe II, que no supo resistirse a la ocasión de perder la lealtad de su hermanastro como ya había perdido tantas otras, le envió en calidad de secretario-espía a Juan de Escobedo, que había sido secretario del príncipe de Éboli y era amigo de Pérez. Sin embargo, Escobedo se convirtió inmediatamente en fervoroso partidario de Juan de Austria y le previno sobre Pérez.

El 9 de octubre, Martin Frobisher estaba de regreso en Inglaterra, y su mineral de oro le permitió recabar el apoyo necesario para organizar nuevas expediciones.

La batalla de Lepanto
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