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LA ILUSTRACIÓN
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El hecho más destacable de la Europa del siglo XVIII es, sin duda, el impresionante avance cultural que tuvo sus inicios en Gran Bretaña y Francia, aunque pronto se extendió a Alemania y al resto de Europa Occidental (menos España) y que ya estaba cuajando incluso en la lejana Rusia. A mediados de siglo, Francia estaba retomando el liderazgo cultural, pues fueron principalmente los pensadores franceses (o de influencia francesa) los que llevaron a sus últimas consecuencias los postulados de la "revolución intelectual" de principios de siglo, realizando a todos los niveles el planteamiento cartesiano de "duda metódica", consistente en cuestionar todo lo establecido, no para rechazarlo todo, sino para revisarlo y filtrarlo a la luz de la razón, y despojarlo así de dogmas, supersticiones e injusticias. Este fenómeno cultural es conocido como la ilustración. En palabras de D'Alembert, la ilustración

lo discutió, analizó y agitó todo, desde las ciencias profanas hasta los fundamentos de la revelación, desde la metafísica hasta las materias del gusto, desde la música hasta la moral, desde las disputas escolásticas de los teólogos hasta los objetos del comercio, desde los derechos de los príncipes a los de los pueblos, desde la ley natural hasta las leyes arbitrarias de las naciones, en una palabra, desde las cuestiones que más nos atañen hasta las que nos interesan más débilmente.

Una de las consecuencias de este nuevo espíritu fue el enciclopedismo, es decir, la convicción de la necesidad de sistematizar racionalmente y difundir el conocimiento, que toma su nombre del primer proyecto a gran escala en esta dirección, la Enciclopedia que estaba redactando Diderot con la ayuda de numerosos colaboradores, entre ellos D'Alembert (que se ocupó sobre todo de los contenidos matemáticos), Montesquieu, Buffon, Rousseau (que tuvo a su cargo los artículos sobre música), La Condamine (ciencias naturales y geografía), etc. La parte de historia le fue confiada a Charles Pinot Duclos, que en 1750 fue nombrado historiógrafo de Francia. De la crítica literaria se encargó Jean François Marmontel, un protegido de Voltaire que en los dos últimos años había estrenado dos tragedias, Denys le tiran y Aristómeno.

Un colaborador de Buffon, llamado Henri Louis Duhamel du Monceau, miembro de la Royal Society de Londres y de la Academia de Ciencias de París, publicó el primer volumen de su Tratado del cultivo de las tierras, fruto de su estudio de las técnicas inglesas. Sus teorías agronómicas y de política agraria influyeron notablemente en los enciclopedistas.

Víctor Riqueti, el marqués de Mirabeau, publicó Los estados provinciales, ensayo en el que propugnaba la duplicación de la representación parlamentaria del Estado llano.

El físico francés Jean Antoine Nollet inventó el electroscopio de láminas de oro, que mejoraba su diseño anterior. También observó que el agua de la botella de Leiden podía sustituirse por láminas de cobre o estaño.

Otra faceta de la ilustración fue la proliferación de academias y sociedades científicas y culturales. Las más eminentes eran, sin duda la Academia de Ciencias de París y la Royal Society de Londres, pero había muchas más, como la Academia de Ciencias de San Petersburgo, o la recientemente fundada Academia de Ciencias de Berlín. Más aún, eran muchas las localidades que tenían su propia academia. Por ejemplo, ese año, la Academia de Dijon había planteado la cuestión de "Si el restablecimiento de las ciencias y de las artes ha contribuido a depurar las costumbres". El primer premio se lo llevó el Discurso sobre las ciencias y las artes, de Jean-Jacques Rousseau, en el que responde negativamente a la pregunta. Según Rousseau, los hechos muestran que la depravación acompaña a la civilización, como atestiguan Egipto, Grecia y la Roma antigua, así como la propia Francia contemporánea, mientras que civilizaciones como la de los persas, los escitas, los germanos o la de Esparta fueron fuertes por su oposición a la cultura. Más aún, Rousseau añade que cada ciencia y cada arte procede de un vicio: la astronomia de la superstición, la elocuencia de la ambición, la geometría de la avaricia, la física de la curiosidad, y todas del orgullo. Pese a ello, Rousseau conviene en que se debe apoyar la cultura, pero siempre supervisada por la voz de la conciencia.

Obviamente, las nuevas ideas tuvieron sus detractores y sus perseguidores. El Espíritu de las Leyes había dado lugar a más de veinte ediciones en dos años, pero fue condenado tanto por los jesuitas como por los jansenistas, por lo que Montesquieu tuvo que publicar su Defensa del espíritu de las leyes y dar explicaciones a la Sorbona.

Montesquieu no fue el único en cuestionar el absolutismo y el presunto origen divino de la monarquía. El sistema parlamentario británico y la república de las Provincias Unidas eran las principales evidencias de que las naciones podían gobernarse de forma más justa. Hay que advertir, no obstante, que el parlamentarismo británico sería considerado muy deficiente si se le juzgara con patrones modernos. El sistema electoral era muy restringido y bastante injusto. En principio, los campesinos de cada condado elegían dos representantes en la cámara de los comunes, mientras que cada burgo (ciudad dotada de una carta) elegía uno o dos representantes (salvo Londres, que elegía cuatro). La lista de los burgos era muy irregular: había grandes ciudades relativamente modernas que no tenían dicha categoría, por lo que carecían de representantes, mientras que otras casi despobladas seguían teniéndolos. Además, las elecciones estaban llenas de irregularidades: intimidaciones, tráfico de influencias, corrupción, etc. Eso si, nadie podía negar que el Parlamento había ejecutado a un rey y derrocado a otro.

Voltarie fue uno de los principales difusores en Francia de la admiración hacia Gran Bretaña. Sin embargo, esto no impidió que los monarcas absolutistas simpatizaran con la ilustración y adaptaran sus teorías políticas a su propia conveniencia. Así surgió el llamado despotismo ilustrado, según el cual los soberanos reconocían que su deber era procurar el bienestar de su pueblo, lo cual no significaba necesariamente que la mejor forma de conseguirlo fuera consultarlo y seguir sus directrices. Por el contrario, era fácil sostener que el vulgo era ignorante e incapaz de juzgar qué era lo más conveniente para él en cada momento.

No obstante, la ignorancia no era patrimonio exclusivo del vulgo. Ese mismo año, el rey Luis XV de Francia y Mme. Pompadour recibieron y dieron su confianza a un enigmático personaje de origen alemán que se hacía llamar conde de Saint-Germain. Tenía unos cuarenta años, pero afirmaba que había nacido hacía varios siglos, y que se conservaba gracias a un elixir mágico. Entre las diversas teorías sobre sus orígenes, una lo considera hijo de Mariana de Neoburgo, la viuda del rey Carlos II de España.

Entre los primeros monarcas ilustrados destacó el zar Pedro I el Grande, cuyo esfuerzo por la modernización de Rusia estaba viéndose comprometido por las rivalidades e intrigas políticas que no dejaban de sucederse desde su fallecimiento, y también el rey Federico II de Prusia, cuya corte acogía a numerosas personalidades de las ciencias y las artes. En su día, Voltaire había rechazado su invitación por la compañía de la marquesa de Châtelet, pero su muerte, acaecida el año anterior, llevó al monarca a reiterar su ofrecimiento con más insistencia. La fama de Voltaire en Versalles estaba decayendo. Ese año estrenó su tragedia Orestes, copiando otro argumento de su rival, Crébillon y fue recibida con más frialdad de la que le hubiera satisfecho, así que, finalmente, se decidió a aceptar la invitación de Federico II y el 21 de julio era calurosamente acogido en su palacio de Postdam.

Entre los monarcas ilustrados no se contaba precisamente el rey Luis XV de Francia. Su sobrenombre de "el Bienamado" era cada vez más irónico. Por una parte, la opinión pública había recibido con frustración las condiciones del tratado de Aquisgran, en las que Francia ganaba bien poco. Se llegó a popularizar la expresión "estúpido como la paz"; por otra parte, los dispendios con los que el rey satisfacía los caprichos de su amante, la marquesa de Pompadour, hicieron correr canciones y sátiras sobre ella por las calles de París. Se le atribuye la frase après nous le déluge (después de nosotros, el diluvio), que le dijo al rey en una ocasión en que lo vio preocupado por asuntos de Estado. (La frase también ha sido atribuida al propio rey, al parecer, injustamente). Para colmo, desde el año anterior  la guardia detenía en París de vez en cuando a algunos niños vagabundos, lo cual se relacionó con la misteriosa desaparición de algunos hijos e hijas de artesanos, y ello dio pie a unas habladurías sobre un príncipe leproso que se daba baños de sangre para curarse. Se dijo que el rey lo consentía, e incluso se insinuó que bien podría ser él el leproso.

Ese año, Mme. Pompadour dejó de ser la amante del rey, pero no dejó de ejercer su influencia sobre él y sobre la política francesa. Se oponían a ella la reina, el Delfín y el duque de Richelieu, Louis François Armand de Vignerot du Plessis, hijo de un sobrino del cardenal, amigo de Voltaire, que años atrás había estado en prisión por libertino y después por su participación en el complot de Cellamare, pero que se había ganado reputación como militar por su participación en Dettingen y Fontenoy. Desde hacía dos años era mariscal de Francia.

España resistía bravamente la amenaza de la ilustración. El principal ataque ilustrado hasta entonces había consistido en la publicación del Teatro crítico universal, del padre Feijoo, traducido ya al francés y al italiano, que fue debidamente combatida, pese a que el autor se había preocupado de no contradecir ningún dogma católico. El propio Feijoo había escrito dos autodefensas frente a las críticas, su Ilustración apologética, veintiún años atrás (cuando aún no había publicado más que el primer volumen) y su Justa repulsa de inicuas acusaciones. Ahora estaba escribiendo y publicando sus Cartas eruditas y curiosas, en las que tocaba también temas diversos (historia, matemáticas, ciencias, filosofía, religión, supersticiones, etc.). Entre las causas que, según su diagnóstico, eran responsables del atraso cultural de España, destacaba el corto alcance de algunos de nuestros profesores, reacios a la hora de aceptar la nueva filosofía [el cartesianismo, que no era tan nueva, pues en Francia ya estaba pasando de moda] la preocupación contra toda novedad, las curiosidades inútiles [se refería a la metafísica, carente de toda base experimental] y la confusión entre ciencia y religión. No obstante, en sus intentos de defenderse, el padre Feijoo no hacía sino ponerse en evidencia, confirmando las graves acusaciones que pesaban sobre él, que afirmaban que tenía ideas propias. Sin embargo, el rey Fernando VI (por iniciativa del marqués de la Ensenada) promulgó una pragmática por la que prohibía que sus obras fueran impugnadas.

Una vez Isabel de Farnesio había logrado "colocar" a sus hijos, Carlos y Felipe, España pudo desentenderse por un tiempo de las guerras europeas y dedicarse a las reformas internas. El marqués de la Ensenada estaba preparando una reforma fiscal que sustituyera el complejo sistema tributario castellano por una contribución única basada en la renta y el patrimonio, algo similar al catastro que se había impuesto fácilmente en Cataluña gracias a su derrota en la guerra de sucesión. De momento, había puesto en marcha una investigación estadística sobre las riquezas de Castilla y León y había creado una junta para que centralizara toda la información. Por esa época triunfaba en la corte de Madrid un cantante castrado italiano llamado Carlo Broschi, más conocido como Farinelli, que había llegado a la capital en los últimos años del reinado de Felipe V y ahora se encargaba de organizar magnificentes representaciones de ópera para los reyes.

Ni el rey Fernando VI ni su esposa, Bárbara de Braganza (cuya obsesión era acaparar dinero y esconderlo por todas partes) tenían el cerebro muy despierto; no así su hermanastro Felipe, el duque de Parma, del que sí puede decirse que fue un ilustrado. Sus reformas políticas, económicas, religiosas y culturales convirtieron a Parma en uno de los principales centros intelectuales de Italia. Estaba casado con Luisa Isabel, hija del rey Luis XV de Francia, a través de la cual se hizo notar la influencia francesa en el ducado. Su hermano Carlos, el rey de las Dos Sicilias, se encontró con un panorama singular: en todo el reino de Nápoles no había más ciudad que mereciera tal nombre que la propia capital, a la que había confluido toda la nobleza, que vivía ociosa de las rentas de sus feudos. El resto del reino permanecía en un estado de atraso secular. El rey trató de combatir el feudalismo, pero no era tarea fácil.

Ese año murieron dos de los grandes compositores de la época: el veneciano Tommaso Albinoni y el alemán Johann Sebastian Bach. A Bach se le debe el fundamento teórico de toda la música que se compondría desde entonces durante más de siglo y medio, sin embargo su estilo había quedado anticuado antes incluso de su muerte. Se mantuvo aferrado a la tradición polifónica, de modo que su especialidad era combinar voces distintas en una misma pieza, que evolucionaban siguiendo unas reglas armónicas precisas que quiso ejemplificar en su última obra: El arte de la fuga. Le gustaban los retos teóricos, como tratar con un tema y su inversión, es decir, con las notas leídas de atrás hacia adelante, etc. Todo esto hizo que muchos calificaran su obra de pomposa y confusa, pues su mérito difícilmente podía ser apreciado por el simple oído, sin estudiar la partitura con una buena formación musical. Por el contrario, el estilo italiano iniciado con Corelli y del que Vivaldi había sido el mayor virtuoso, del que eran herederos Albinoni, Händel, y muchos otros, era mucho más intuitivo y atractivo. No obstante, las nuevas tendencias musicales iban a eclipsar por igual a la mayoría de los compositores barrocos, incluyendo a Vivaldi.

Podríamos decir que las composiciones barrocas —al margen de la mayor o menor inspiración de cada obra o autor en particular— eran ejercicios de técnica armónica, al igual que en los inicios del renacimiento muchos cuadros eran ejercicios de perspectiva, que causaban admiración principalmente por la impresionante sensación de profundidad que transmitían. Según esta comparación, en la segunda mitad del siglo XVII, sin renunciar en lo más mínimo al marco teórico de las leyes de la perspectiva, se iba a valorar más la belleza del dibujo y la originalidad de la composición frente al virtuosismo técnico; es decir, se iba a valorar la calidad de las melodías, su claridad y simetría, frente a la sofisticación barroca, así como la forma en que éstas evolucionan, se repiten o se suceden en una pieza y, más aún, la estructura global de las piezas, lo que daría lugar al establecimiento de nuevas y numerosas formas musicales.

La primera muestra de esta tendencia es el llamado "estilo galante", ligero y adecuado para los salones de la nobleza, entre cuyos representantes destacan los hijos de Bach, Wilhelm Friedermann y Karl Philipp Emanuel. Se les considera los "padres" de la forma moderna de "sonata", consistente en exponer uno o dos temas y hacerlos evolucionar para después reexponerlos en su forma original y terminar con una variante final o "coda". Wilhelm Friedermann fijó también la forma moderna del concierto para piano. Al morir su padre, Wilhelm Friedermann marchó a Berlín con su hermano menor Johann Christian Bach, donde ambos completaron su formación musical bajo la dirección de Karl Philipp Emanuel.

El año anterior, a un joven austríaco de diecisiete años llamado Joseph Haydn le cambió la voz y tuvo que dejar su puesto de soprano en la catedral de Viena. Empezó entonces a llevar una vida difícil, dando lecciones de canto para subsistir y estudiando por su cuenta las obras de Karl Philipp Emanuel Bach.

En las demás artes, Francia era considerada como la guía indiscutible. Todas las cortes europeas trataban de imitar el gusto frances, tanto en arquitectura, como en pintura y escultura, en jardinería y en todas las artes decorativas y ornamentales. En arquitectura, el barroco francés, extendido al resto de Europa constituye un estilo sobre el que los especialistas discuten, en cuanto a si ha de ser considerado como una fase tardía del barroco o más bien un estilo independiente. Entre sus características más llamativas está el uso (o abuso) de la rocalla, que es como se denomina a los relieves tallados que imitan elementos naturales, como vegetación, caracolas, etc. Por ello se le conoce como estilo rocalla o, más frecuentemente, como estilo rococó, que es una deformación que sugiere la típica cursilería francesa. No es raro que un estilo artístico sea conocido con un nombre peyorativo, pues a menudo lo recibe, o bien cuando ya ha pasado de moda (como en el caso del rococó o del gótico), o bien en sus inicios, cuando tiene detractores (como en el caso del barroco).

El principal representante de la pintura rococó es Jean Antoine Watteau, que trabajó en las dos primeras décadas del siglo y murió a la edad de treinta y siete años. A mediados de siglo destacaban François Boucher (el profesor de dibujo de Mme. Pompadour), Jean-Baptiste Simeon Chardin, cuya predilección eran las naturalezas muertas y los objetos cotidianos, y Maurice Quentin de La Tour, que se especializó en la pintura al pastel, y tenía tanto éxito que la Academia Francesa había decidido que ningún otro pastelista ingresara en ella, para evitar que la pintura al óleo tradicional se viera perjudicada.

En Italia nunca había declinado la tradicción pictórica. Destacaban las escuelas napolitana, romana y, sobre todo, la veneciana, cuyo principal exponente era a la sazón Giambattista Tiépolo, especializado en la pintura al fresco. También cabe destacar a Antonio Canal, más conocido como Canaletto, famoso por sus espectaculares paisajes urbanos venecianos.

En Gran Bretaña, la principal figura del momento era William Hogarth, que marcó las directrices de un estilo propiamente británico, diferenciado del rococó imperante en el continente. Ese año, tras un viaje de formación por Italia, abrió un estudio en Londres un joven pintor de veintisiete años llamado Joshua Reynolds, y su éxito fue tal, que pronto hubo de recurrir a la ayuda de varios auxiliares. Otra joven promesa era Thomas Gainsborough, de veintitrés años. De ese año data su retrato con paisaje Mr. and Mrs. Andrews.

En octubre apareció el Prospecto de la Enciclopedia, con el cual, el editor Le Bréton empezó a recabar suscripciones.

En el plano político, la primera mitad del siglo XVIII contempló la total disgregación del Sacro Imperio Romano Germánico, que ya era definitivamente una pura ficción. Los príncipes electores eran soberanos independientes, cada vez más poderosos. Muchos de ellos habían conseguido por diversos medios un título real: el elector de Brandeburgo se había convertido en rey de Prusia, el elector de Sajonia en rey de Polonia y el elector de Hannover en rey de Gran Bretaña. La casa de Austria había logrado retener el título imperial, pero éste no le concecía ninguna autoridad real fuera de su propio patrimonio, que, por otra parte, no era nada despreciable.

Por otra parte, el llamado "siglo de las luces" había empezado con una guerra de sucesión (la de España) que no resultó ser sino la primera de una cadena de guerras de sucesión, la última de las cuales había sido la guerra de sucesión de Austria y cuyo fin, para la archiduquesa María Teresa, no era sino el inicio de una tregua necesaria, pues Prusia se había quedado con Silesia y Silesia debía volver a ser austríaca lo antes posible. Tan pronto como se firmó la paz de Aquisgrán, María Teresa empezó a tomar medidas para fortalecer sus estados y, con la mayor muestra de inteligencia que puede dar un político, se dedicó a imitar a su enemigo, en lugar de despreciar todo lo que podía aprender de él. Empezó a tomar medidas para centralizar la administración y traspasar la recaudación de impuestos de las manos de la nobleza a un cuerpo de funcionarios. Fue un emigrado de Silesia, el conde Haugwitz, el que puso en marcha la reforma basándose en las medidas que él mismo había visto tomar al rey Federico II de Prusia en Silesia poco después de haberla conquistado.

Entre los beneficiados por las distintas guerras europeas del siglo estaban también los duques de Saboya, que se habían convertido en reyes de Cerceña y no habían dejado de expandir un poco sus dominios con cada tratado de paz. Ese año, el rey Carlos Manuel I casó a su hijo Víctor Amadeo con María Antonieta, hermanastra del rey Fernando VI de España.

Los enfrentamientos entre Gran Bretaña y Francia siempre se habían cerrado en falso en lo tocante a sus colonias americanas. La guerra empezaba cuando en Europa se decidía que debía empezar y terminaba cuando en Europa se decidía que debía terminar, sin que la situación de las colonias influyera en lo más mínimo. Peor aún, para los colonos británicos resultaba frustrante que los acuerdos de paz les obligaban a devolver a los franceses las plazas que les habían conquistado, de modo que Gran Bretaña usaba sus esfuerzos como moneda de cambio para obtener otras ventajas que a ellos no les afectaban. Otro motivo de descontento hacia la metrópoli eran las medidas económicas que continuamente dictaba en perjuicio de los intereses coloniales. Ese mismo año, el Parlamento prohibió que en las colonias se construyeran más talleres para la fundición del hierro y el acero, para que los colonos se vieran obligados a exportar el mineral a la metrópoli y luego comprarle los productos elaborados a partir de él.

La población de las colonias británicas había crecido espectacularmente, alcanzando la cifra de 1.250.000 blancos y 250.000 esclavos negros. La colonia más populosa era Virginia, con unos 231.000 habitantes, de los cuales, unos 100.000 eran esclavos negros. El crecimiento de la población se debía más al crecimiento natural que a la inmigración. Por otra parte, se miraba con recelo a los que se comportaban como extranjeros, así que los inmigrantes se preocupaban de adoptar las costumbres locales y no tardaban en integrarse. Muy diferente era la situación de Nueva Francia. Los esfuerzos de la administración francesa no habían logrado convencer a la población para emigrar a América, de modo que, aunque, sobre el mapa, el territorio francés —desde Canadá hasta Luisiana— era mucho más extenso que el británico —restringido casi exclusivamente al este de los Apalaches— lo cierto es que Nueva Francia estaba casi despoblada (de franceses), y el dominio francés consistía esencialmente en una red de fortificaciones y el mantenimiento buenas relaciones con los indios.

Ese año se inició una competencia entre los colonos franceses y británicos por el valle del río Ohio, al sur de los Grandes Lagos. Virginia había fundado la Compañía de Ohio y envió a Christopher Gist para que remontara el río. Los franceses tenían fuertes en la zona occidental del territorio, en los que se repartían unos mil colonos, y no vieron con buenos ojos las incursiones británicas por el este.

Benjamin Franklin fue elegido para la Asamblea legislativa de Pennsylvania. Mientras tanto, seguía investigando los fenómenos eléctricos. Conjeturó que en los procesos de electrificación del ámbar y del cristal no intervenían dos "fluidos" eléctricos distintos, sino que, cuando se frotaba el ámbar, la electricidad escapaba de él, con lo que quedaba cargado "negativamente", mientras que al frotar el vidrio resultaba cargado "positivamente". Al poner en contacto una barra de ámbar electrificada con una de vidrio, la electricidad fluía del vidrio al ámbar hasta que ambas barras quedaban en estado neutro. (La explicación es esencialmente correcta, salvo en el sentido, pues los electrones fluyen del ámbar al vidrio, y no al revés.)

La rivalidad entre Gran Bretaña y Francia también encontró un escenario en el otro extremo del mundo: en la India. Las factorías francesas en la India estaban a cargo de Joseph François Dupleix, que había sabido afianzar bien el dominio francés mediante una buena política de alianzas con príncipies indios, a los que prestaba ayuda militar a cambio de concesiones comerciales. Un empleado de la Compañía británica de las Indias Orientales, llamado Robert Clive, consideró que, si no se hacía algo, Francia terminaría expulsando a Gran Bretaña de la India, así que convenció a las autoridades de Madrás para que reaccionaran enérgica y militarmente.

El poder de los mongoles en la India era ya muy limitado, tanto en intensidad como en extensión. Sólo abarcaba una pequeña extensión al noreste, mientras que el sur de la península estaba nuevamente dividida en numerosos principados independientes. El más poderoso era el imperio maratta, que encabezaba la reacción hindú al islam. No obstante fracasó en un intento de unificar la India. Con el reciente ascenso al trono de Rajaram II, el poder de los emperadores decayó, y el imperio fue dominado por una dinastía de primeros ministros llamados peshwas. A la sazón el cargo lo ocupaba Nanasaheb Peshwa.

La relación de España con sus colonias americanas tampoco estaba exenta de tensiones. En Perú, la rebelión indígena encabezada por Atahualpa llevaba ocho años manteniendo en jaque al ejército español, y parecía incontrolable, en Venezuela la población estaba a la espectativa de las medidas del gobierno sobre la compañía guipuzcoana. En el Paraguay el conflicto entre jesuitas y comuneros seguía latente. De hecho, tres años atrás se había producido una fugaz insurrección comunera. Los jesuitas españoles empezaron a instalarse en la región de Sacramento con la intención de crear nuevas reducciónes, lo que ocasionó un conflicto con Portugal, pues España había reconocido el dominio portugués sobre la región en el tratado de Utrecht. Ese mismo año ambas potencias llegaron a un acuerdo que los jesuitas no aceptaron. Mientras tanto moría el rey Juan V de Portugal, que fue sucedido por su hijo José I.

El imperio persa se estaba desmembrando. Adil Sha había perdido Afganistán, y no pudo oponer resistencia a las pretensiones de otros descendientes de Nadir Sha, así como a numerosos caudillos locales, turcos o iranios. Uno de éstos últimos, Karim Kan, logró dominar la mayor parte del imperio, puso en el trono a un safawí llamado Ismaíl III, y gobernó con el título de regente.

La China de los Ming atravesaba una época de prosperidad. De entre las fuentes de su riqueza destacaba la industria textil (sólo en Nankin había más de treinta mil telares), la minería (había explotaciones que contaban con unos diez mil mineros) y la porcelana (en Jingdezhen había unos cien mil artesanos). En general, el campesino chino llevaba una vida más agradable y estaba mejor alimentado que el campesino francés de la época. Se estima que había entonces unos 143 millones de chinos, apenas un millón menos que europeos. China había ocupado Mongolia y dominaba prácticamente el Tíbet.

Vietnam seguía gobernado por la dinastía Le, si bien el sur del país mantenía su independencia bajo la soberanía de los Nguyen. Por otra parte, los Le estaban tutelados por el linaje de los Trinh, artífices de la restauración dinástica tras la usurpación de los Mac, que reinaron durante el siglo XV. Los Nguyen resistieron los intentos de los Le de recuperar su territorio, pero, al no poder expandirse hacia el norte, lo hicieron hacia el sur, hasta el delta del Mekong, a expensas de Camboya. En el norte, los Trinh habían instaurado unos pesados impuestos sobre el campesinado, así como unas restricciones al comercio con extranjeros que finalmente habían dado pie a una revuelta que ahora era finalmente sofocada, trece años después de que estallara.

La mayor parte del norte de África estaba teóricamente bajo el dominio otomano. Egipto estaba gobernado por un bajá renovado anualmente, asistido por veinticuatro prefectos, los beyes, y que disponía de siete regimientos comandados por los agaes, encargados de proteger las fronteras de los ataques de los beduinos. Egipto suministraba anualmente a Estambul un considerable tesoro en calidad de impuestos, así como contingentes militares. Desde que los europeos negociaban directamente con Oriente, Egipto había perdido todos los beneficios que le reportaba el comercio de las especias y su economía se había venido abajo.

Más al este, Libia se limitaba a pagar un tributo al sultán, si bien por lo demás era prácticamente independiente y su principal fuente de ingresos era la piratería. Lo mismo sucedía con Argelia, si bien la piratería le resultaba cada vez menos rentable, pues su proximidad a España y Francia la hacía el blanco de los principales contraataques europeos. Entre Libia y Argelia estaba una pequeña región que se mantenía independiente del dominio otomano gracias al apoyo de Francia. Teóricamente estaba gobernada desde Túnez, si bien la autoridad del soberano sólo alcanzaba a las ciudades más importantes, pues el resto del territorio circundante estaba repartido entre clanes insumisos. Los franceses controlaban su comercio a través de la Compañía de África. Desde la muerte de Mulay Ismaíl, Marruecos llevaba un cuarto de siglo sumido en luchas tribales, con lo que la autoridad del monarca alawí Mulay Abd Allah era muy limitada. Los franceses también habían acabado con la competencia británica y neerlandesa en el comercio con Mauritania, centrado principalmente en la exportación de caucho. En cambio, británicos y franceses se disputaban las costas de Senegal. Al sur de Senegal habían surgido diversos estados: la mayoría de los cuales fueron absorbidos por el reino de Ashanti, que ahora empezaba a sentir la amenaza del Imperio de Oyo, que acababa de someter a vasallaje al reino de Dahomey. En el interior, sobre todo al sur de Marruecos, el islam competía con las religiones animistas, a la vez que los musulmanes competían con los jefes tribales por el control de las rutas comerciales.

El Congo era la principal fuente de esclavos para las colonias americanas. La trata había escapado del control de los portugueses, los cuales se servían principalmente en Angola, más al sur. Los neerlandeses se habían hecho fuertes en la costa del extremo sur del continente, donde los colonos bóers importaban esclavos de Madagascar y Mozambique. Éste estaba bajo control portugués, mientras que la isla estaba dividida en varios reinos que, aunque mantenían relaciones comerciales con las potencias europeas, ninguna había llegado a instalarse de forma permanente. La costa situada al norte de Mozambique era conocida como Costa de Zanguebar. Los portugueses habían perdido su control frente al imán de Omán. (La costa sur de la península arábiga estaba dividida en imanatos que se habían independizado del Imperio Otomano.) Los comerciantes árabes compraban allí esclavos negros para servirlos en el mercado musulmán. Cerca de Madagascar, los franceses habían colonizado dos pequeñas islas, llamadas Mauricio y Bourbon, dedicadas principlamente a la producción de café.

Rodeado de musulmanes y aislado de Europa, el reino cristiano de Abisinia seguía existiendo y se extendía por las fuentes del Nilo. Tras el contacto con los portugueses, el catolicismo había sido prohibido. Su rey actual era Yassu II.

La paz de Aquisgrán
Índice Benjamin Franklin