CONT. (2): El poder político en los dramas de Shakespeare

Es lícito que un lector de la sociedad post-industrial, la sociedad del conocimiento a la que tanto quiere desarrollar, maximizar y proteger la Unión Europea, se pregunte si las teorías de Maquiavelo (El príncipe, señala Trillo, no es la expresión de un poder preocupado por su legitimidad ética sino por su eficacia)  o de Shakespeare son válidas en un sistema político donde la conquista del poder (reflexiónese sobre que inadecuada expresión es la conquista del poder en un sistema democrático) está canalizada por la vía de los votos y donde la regla (al menos teóricamente) es la participación del pueblo; si son compatibles con un marco de convivencia inconcebible en los tiempos de Maquiavelo y Shakespeare, como es el diseñado por el reconocimiento de los Derechos del Hombre y libertades individuales y políticas. ¿Dónde está el pueblo en Maquiavelo, dónde está el pueblo en Shakespeare? En Shakespeare el pueblo, ciertamente, es el coro de la tragedia. Pero, en una sociedad mediática como la nuestra ¿el pueblo ha dejado realmente de ser coro? Shakespeare hace decir "Todo el mundo es un escenario / y todos los hombres y mujeres meros / actores". Algo que siglos más tarde ha matizado con clarividencia un paisano suyo, Owen, cuando testifica que "todos los hombres son iguales pero unos más iguales que otros" que en eso precisamente se fundamenta el poder "en la capacidad del hombre -escribe Federico Trillo- de ordenar la vida ajena, de condicionarla, de disponer de ella (incluso hasta su aniquilación)". La angustiosa necesidad de ser diferente que alimenta el poder en el hombre es el impulso que mueve a los personajes de Shakespeare que se sirve del género dramático porque "el drama -señala Trillo- es forma especialmente adecuada para captar la filosofía del poder" y explica por qué el poder y el género dramático son "sustancia y forma", "forma y sustancia" , tan recíprocamente adecuados.

La conexión entre la política y las obras de Shakespeare, como se explica en el libro, ha sido analizada por prestigiosos autores de la teoría política. La originalidad de la tésis de Federico Trillo es demostrar que en Shakespeare el fenómeno del poder aparece de una manera integral y es más que un elemento activo o pasivo del contexto y más que un mero recurso dramático. Para Trillo "el poder es como un eje, una nervatura que atravesará toda la obra dramática, todas las tragedias de William Shakespeare desde el principio al fin de toda su producción dramática". Esa visión integral explica que pueda señalarse como uno de los grandes méritos del trabajo de Federico Trillo el que su libro ofrezca una mirada enriquecedora sobre el tiempo de Shakespeare, una época en la que desarrollan temas, entre otros (excelente la exposición sobre el Renacimiento y humanismo en Inglaterra) como "La legitimidad del ejercicio" imprescindible capítulo "Deber de obediencia y derecho de resistencia".

Otro tema sugestivo: ¿Maquiavelo o eramismo en Shakespeare? Federico Trillo demuestra, frente a otros autores, que el dramaturgo es más seguidor del gran humanista Erasmo que del gran político Maquiavelo. En principio porque describe con crudeza y condena a los tiranos. Pero, además, porque las virtudes que según Shakespeare han de atribuírse al buen gobernante son las de los reyes virtuosos. En otras palabras, prefiere la humanista "virtud" a la maquiavélica "virtú". Como por ejemplo valga esta cita, aconsejable especialmente para un político de nuestros días, del capítulo "La prudencia como virtud cardinal del gobernante" : "Cuando logremos ser más fuertes, reclamaremos nuestros derechos. Hasta entonces es prudente ocultar nuestros designios (Rey Eduardo)”. Diríase que en Shakespeare la “virtú” se transforma en “prudencia” pues como muestra Trillo, “el denominador común de todas las virtudes que han de adornar al gobernante, según la visión Shakespeariana, no es otro que la virtud cardinal por excelencia de la ética cristiana y del pensamiento aristotélico tomista : la prudencia”. Releer a Shakespeare llevados de la mano de un intérprete jurista y además político vocacional y en ejercicio, es un placer que no se tiene todos los días.

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