CONT (3): España. La evolución de la identidad nacional • Autor:  Juan Pablo Fusi Aizpúrua 

• El VI y último capítulo del libro lo titula "1931: Estado regional. 1978: Estado autonómico". Parte del Estado integral republicano; recuerda el paso de la dictadura a la democracia, después analiza la Constitución de 1978 y el Estado de las Autonomías y termina situándonos ante la realidad autonómica. Defiende el autor que los "nacionalismos catalán y vasco, también el gallego, no fueron "invenciones" de la política, sino realidades históricas resultado de largos procesos de consolidación y vertebración de la propia personalidad o identidad cultural diferenciada". Hace, sin embargo, una distinción entre los nacionalismos.
Reproducimos las últimas líneas donde se recoge sintéticamente la opinión de nuestro autor: "España era desde principios del siglo XVI una nación... una nación problemática y mal vertebrada, en la que coexistirían, junto con la realidad nacional, con la cultura común, culturas y radiales regionales particulares y privativas. La identidad española nació así, de una herencia histórica compartida –Estado, región, derecho, literatura- de la comunidad desde aquel momento, principios del XVI, de su comunidad política. Pero se trató también de una herencia plural y mixta: particularidades lingüísticas, culturales e institucionales crearon en algunos territorios identidades separadas traducidas en algunos casos en nacionalismos políticos. El Estado de las autonomías quiso integrar armónicamente esa múltiple herencia histórica. El resto es política. Y la política, escribió Ortega y Gasset, "no aspira a entender las cosas".

Es evidente que con independencia del magnífico trabajo del Profesor Fusi, tal vez como puede achacarse a otros historiadores, mantiene una postura escéptica. No tan acentuada como la de Julián Casanova, profesor de Historia de la Universidad de Zaragoza, que en su artículo de El País, titulado "San Millán y el castellano" se muestra disidente con la historia común: "la llegada de la normalidad a España nos ha metido de lleno en esa búsqueda de la historia común que ya tuvimos por la fuerza de las armas y que ahora hallaríamos por consenso".

Trata, nuestro autor, de marcar una equidistancia, opuesta a la defendida por Julián Marías: "Se habla ahora del "nacionalismo español", algo inexistente. El nacionalismo es exclusivista, negativo, hostil, reductor; la visión que los españoles han tenido de su país ha sido usualmente lo contrario...

Hay algo evidente, los nacionalismos dependen de una deformación de la realidad, de un empobrecimiento de ella. La atención se centra sobre una porción de la realidad, más allá de la cual nada interesa, salvo para la comparación, exclusión y hostilidad.

El tema es interesante, sugestivo principalmente en este momento en que por una parte se discute la importancia del estudio de las Humanidades y entre ellas la Historia, cuya enseñanza, según Pérez Royo, "es el invento de las sociedades democráticas para convertir a los niños-adolescentes en ciudadanos", pero que, por desgracia, como dice Antonio Marina, en los últimos tiempos y en muchos países se está instrumentalizando la enseñanza de la Historia, para formar el "espíritu nacional". Me parece oportuno añadir un comentario de Ignacio Sánchez Cámara (ABC 15-7-2000): "En el actual debate sobre la enseñanza de las humanidades urge evitar dos tentaciones: la politización y la confusión... es necesario distinguir dos aspectos que aparecen mezclados o confundidos: las deficiencias alarmantes en la formación humanística, por un lado y, por otro, la tergiversación de la Historia perpetrada con fines políticos interesados por algunos Gobiernos autonómicos, dirigidos por partidos nacionalistas".

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