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y con obstinación se envuelven en mutismo buscando rodearse con un halo de sabiduría, de gravedad, de juicio, de preocupación, como quien deseara pregonar: “Soy yo, Maese Oráculo, cuando yo abra la boca que ni los perros ladren”. Antonio, amigo mío, yo conozco de esos con la reputación de ser más sabios porque no dicen nada, cuando estoy seguro que ofenderían, si hablasen, los oídos de quien, al escucharlos, necios a sus hermanos llamaría. Te hablaré más de esto en mejor ocasión. Pero no pesques nunca, con la melancolía como anzuelo, reputación, que es siempre el cebo de los necios. Lorenzo, amigo, vamos. Quedad, mientras, con Dios, que después de la cena proseguiré mis recomendaciones. Bien, os dejamos, pues, hasta la hora de la cena. Debo ser uno de esos sabios mudos, ya que Gratiano no me deja hablar. Permanece a mi lado dos años más siquiera y no conocerás el timbre de tu propia voz. Id con Dios, que acabaré de charlatán con tanta perorata. A fe mía, mejor; pues el mutismo es sólo bueno en lengua de una vaca seca o una doncella sin casar.
Salen [Gratiano
y
Lorenzol.
¿Tiene todo esto algún sentido?
Gratiano habla infinidad de naderías, más que ningún otro hombre en Venecia. Sus razonamientos son como dos granos de trigo perdidos en dos fanegas de paja: te pasas todo el día hasta encontrarlos, y cuando ya los tienes descubres que la búsqueda no valía la pena.
Y bien, decidme ahora qué dama es ésa
y de la que me prometisteis hablar hoy.
No se os oculta, Antonio,
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90
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LORENZO.
GRATIANO.
ANTONIO.
GRATIANO.
ANTONIO.
BASSANIO.
ANTONIO.
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BASSANIO.
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