ToDos.
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Que vuelen... ding, dong... que vuelen.
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BASSANIO.
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Las cosas nunca son lo que aparentan.
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Siempre engaña al mundo su ornamento.
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¿Qué hay en una corte, por muy impura y corrompida,
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que, disfrazada con los encantos de la voz,
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no pueda ocultar lo vil de su apariencia?
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¿Qué horrenda herejía, en religión, que una frente austera
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no pueda bendecir y aprobar con los sagrados textos
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ocultando su gravedad con hermosos adornos?
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¿ Hay un vicio tan simple que no muestre
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signos de la virtud en su exterior?
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¿ Cuántos cobardes hay, de corazón tan falso
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como peldaños en la arena —llevando en su mejilla
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la cólera de Marte y las barbas de Hércules,
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de hígados tan blancos como la leche si por dentro miras—
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que el excremento sólo asumen del valor
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para mostrarse como horribles? Fijaos en la belleza
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y habéis de comprobar que puede comprarse a peso,
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y de ahí el prodigio de la naturaleza, pues
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son más livianas quienes mayor cantidad llevan.
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Y sucede lo mismo con los rizos de oro, que, enroscados tal
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sierpes,
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juguetean lascivos con el viento,
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acariciando dudosas bellezas, que no son
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sino la propiedad de otra cabeza en que crecieron
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y cuya calavera yace en la tumba ya.
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Así, no es sino engañosa orilla el ornamento
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de un peligroso mar, velo hermosísimo
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que oculta a una belleza india; resumiendo,
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es la apariencia de verdad con lo que el tiempo astuto se
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para engañar al más sagaz. Así pues, oro fastuoso, áspero alimento de Midas, te rechazo; también a ti, mercenario pálido y vulgar