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EL MERCADER DE VENECIA
entre hombre y hombre... Mas tú, plomo mezquino,
que amenazas en vez de prometer,
me mueve más tu sencillez que tu elocuencia,
y te elijo por eso; que el gozo sea el resultado.
PORTIA.
Del mismo modo que el indeciso pensamiento, así, en el aire,
todas mis otras pasiones se disuelven: la desesperación que,
[súbita, abrazamos,
el miedo que nos estremece, los celos de ojos verdes.
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Ten calma, amor; templa tu éxtasis,
derrama el gozo con mesura, y detén el exceso;
es tanta la felicidad que me concedes
que temo no poderla soportar.
BASSANIO.
[Abriendo el cofre de plomo.] ¿Qué veo aquí?
¡ La imagen de la bella Portia! ¿Qué otro ser celestial
pudo aproximarse tanto a lo creado? ¿Estos ojos se mueven?
¿O quizás al desplazarse junto a mis pupilas
parece que se muevan? Aquí los labios se entreabren
por la miel de su aliento. ¡ Ah, dulce barrera
que a los dulces amigos los separa! Aquí, en los cabellos,
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hace el pintor de araña, y. como ella, teje
una trama de oro donde se enreda más el corazón del hombre
que los insectos en sus redes. Y sus ojos, ¿cómo?
¿Cómo pudo tener ojos para hacer los de ella? Después de
[pintar uno
habría sido suficiente, creo, para cegar los suyos
y obligarle a dejar sólo un esbozo. Pero, mirad: así
como la realidad de mis elogios no hace justicia a este retrato
al no estimarlo en lo que vale, el retrato también
sigue a la realidad difícilmente. Aquí está la escritura
que es compendio y resumen de mi suerte.
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A vos que no elegís por medio de la vista,
elegid la sustancia, y que azar os asista,
y si os concede la Fortuna un premio,
no busquéis más; aceptadlo contento.
Y si os complacen plenamente,
si pensáis que vuestra dicha es vuestra suerte,

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