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EL MERCADER DE VENECIA
SECRETARIO.
Ha de saber vuestra señoría que cuando recibí carta de vos
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me hallaba muy enfermo; y que en el momento en que
llegó vuestro mensajero, estaba conmigo un joven letrado de
Roma, que amablemente vino a visitarme. Baltasar es su
nombre. Le informé sobre el pleito entre el judío y Antonio
el mercader, y, juntos, hemos consultado muchos libros, ha
ciéndole conocer mi opinión, que, mejorada con luz propia
—nunca podré elogiarla bastante— él os expondrá a instan
cia mía, córrespondiendo así a la petición que vuestra seño
ría me hizo. Os ruego no toméis en cuenta sus pocos años,
que no han de ser causa de que le privéis del honor de ser
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considerado, pues nunca un cuerpo tan joven pudo albergar
una mente tan vieja, confio a vuestra gentil acogida a quien
con su conducta se hará acreedor de vuestra estima.

Entra Portia como Baltasar [vestida de
letrado].

Dux.
Ya habéis oído lo que el docto Belario nos escribe.
Ahí llega el letrado si no me equivoco.
Vuestra mano. ¿Venís de parte de Belario?
PORTIA.
Así es, señoría.
Dux.
Bienvenido seáis. Ocupad vuestro sitio.
¿Estáis al corriente de las diferencias
que se dirimen en este tribunal?
PORTIA.
Conozco a fondo el caso.
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¿Quién es el mercader? ¿Quién el judío?
Dux.
Que Antonio y el viejo Shylock se adelanten.
PORTIA.
¿Es vuestro nombre Shylock?
SHYLOCK.
Shylock es mi nombre.
PORTIA.
De extraña naturaleza es lo que intentáis,
aunque de tal suerte que la ley de Venecia
no puede impedir que procedáis así.
[A Antonio.1 Y vos, estáis bajo sus garras, ¿me equivoco?
ANTONIO.
Según él dice, sí.
PORTIA.
¿Confesáis haber hecho este trato?
ANTONIO.
Sí, lo confieso.

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