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ACTO IV, ESCENA l.~
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PORTIA. Es necesario, pues, que el judío tenga piedad.
Simocx.
Decidme, ¿por qué tendría que hacerlo?
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P0RU4.
No es la obligación cualidad de la clemencia:
sino que —suave lluvia— cae del cielo
en la tierra a sus pies. Bendita por dos veces,
pues bendice a quien da y a quien recibe;
poderosa entre quien tiene más poder, adorna
mejor que la corona al monarca en su trono,
pues el cetro representa la fuerza del poder temporal
y es tributo de majestad y de respeto,
y de donde emanan el temor y el miedo que nos inspira
lun rey.
Mas la piedad supera al cetro que domina,
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en el corazón del rey tiene su trono,
es atributo de Dios mismo,
y más al suyo se parece el poder terrenal
si la piedad modera a la justicia. Así, pues, hebreo,
aunque justicia sea lo que reclamas, considera
que a ninguno de nosotros bastará la justicia
para salvarse. Todos te suplicamos la piedad
y es la súplica misma la que nos enseña
a practicar clemencia. Si hablo tanto
es para mitigar el veredicto de lo que reclamas,
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mas si persistes, la severa corte de Venecia
necesariamente deberá actuar contra este mercader.
SIWL0cK.
¡ Caigan mis actos sobre mi cabeza! Sólo exijo la ley
y el castigo, y el cumplimiento del contrato.
PORTIA.
¿Es que no puede responder a su deuda?
BASSANIO.
Sí, yo la entrego en su nombre a este tribunal
y la duplico. Y si no fuera suficiente
me comprometo a pagar diez veces más,
y como aval, ofrezco mis dos manos, y mi corazón, y mi
cabeza.
Si no bastara esto, evidente será
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que la maldad se impone a la verdad. Os ruego, por lo tanto,
que por una vez sometáis la ley a vuestra autoridad
para hacer un gran bien con un pequeño mal,

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