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EL MERCADER DE VENECIA
que si el judío al cortar llega hasta el fondo,
con todo el corazón, y en un instante, podré satifacerlas.
BASSANIO.
A una esposa, Antonio, estoy unido,
para mí tan preciada como mi propia vida;
mas vida, esposa y mundo
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no superan en mí la estimación por vuestra vida.
Todo lo perdería, sí, todo lo sacrificaría
a este demonio para poder salvaros.
PORTIA.
Poco sería el agradecimiento de vuestra esposa
si se encontrara aquí y oyera lo que estáis ofreciendo.
GRATIANO.
Tengo una esposa a quien yo amo:
¡ Ojalá que estuviera en el cielo y así pudiese interceder
ante la potestad para cambiar a este perro judío!
NERISSA.
Bien está lo que ofrecéis a sus espaldas,
pues deseos de tal clase acabarían con la paz de vuestro
[hogar.
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SHYI.OCK.
¿Éstos son los maridos cristianos? Tengo yo una hija...
Antes hubiera preferido, para esposo suyo,
a uno de la estirpe de Barrabás que a un cristiano.
Mas no perdamos tiempo. Os lo suplico, seguid con la
sentencia.
PORTIA.
Una libra de carne de este mercader es tuya,
el tribunal te la concede y la ley te la otorga.
SHYLOCK.
¡ Oh, el más noble de los jueces!
PORTIA.
Y la carne debe ser cortada de su pecho,
eso es lo que la ley permite y la corte os concede.
SHYLOCK.
¡ Muy docto juez! ¡ Ésa sí es una sentencia! ¡ Ea, preparaos!
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PORTIA.
¡ Un momento! No es todo.
Este contrato no os concede ni una gota de sangre.
Las palabras exactas son “una libra de carne”.
Tomad, pues, lo estipulado: vuestra libra de carne,
pero si al cortarla llegáis a derramar
una sola gota de sangre cristiana, vuestros bienes y tierras
serán —según la ley de Venecia— confiscados
y se entregarán al Estado de Venecia.
GRATIANO.
¡ Oh, juez noble y justo! ¿Has oído, judío? ¡ Oh, el más
[sabio de los jueces!

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