2

138
OTHELLO
OTHELLO.
¡ Carroila miserable!
¿Cómo te apoderaste tú, Cassio, de aquel pañuelo
que pertenecía a mi esposa?
CAssIo.
Lo encontré en mis aposentos.
Él mismo confesó, hace un momento,
que allí lo dejó con una intención precisa
que acomodaba a su deseo.
OTHELLO.
¡Oh, necio! ¡ Estúpido! ¡Necio!
320
CAssIo.
Y además, Roderigo, en su carta,
acusa a Yago de haberle impulsado
a provocarme en el cuerpo de guardia, razón
por la que se me destituyó. Y es ahora cuando confiesa,
cuando todos le creíamos muerto, que fue Yago quien le
instigaba,
y quien le causó heridas.
LoDovlco.
Debéis abandonar este aposento y venir con nosotros.
Habéis sido privado del poder y del mando.
Desde ahora Cassio gobierna en Chipre. En cuanto a este
(viliano,
si existe tormento tan cruel
330
que conserve su vida, aún torturándolo,
le será aplicado. Vos quedaréis preso
hasta que vuestro crimen sea juzgado
por el Estado de Venecia. ¡ Vamos! ¡ Llevadie!
OTHELLO.
¡ Esperad, unas palabras todavía!
He prestado servicios al Estado, y ellos lo saben.
Sea eso suficiente. Os ruego... en vuestras cartas,
al narrar estos hechos dolorosos,
hablad de mí tal como soy. No excusáis
ni agraváis mi culpa por rencor. Hablad
340
de alguien que amó torpemente, pero amó demasiado;
alguien que puso barrera a los celos, pero, al instigarle,
quedó preso en la locura; de alguien cuya mano
—como un bárbaro indio— arrojó lejos de sí una perla
más valiosa que toda su tribu; de alguien, sus ojos afligidos,

2