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IEDMUNDI
¡Naturaleza,
eres mi diosa! A tu ley mis servicios se consagran. ¿Por qué habría yo de soportar el
yugo
de la costumbre y permitir que el mundo con su arbitrariedad me desherede, y sólo por tener
doce o
catorce lunas menos que mi
hermano?
¿Por qué innoble o bastardo, cuando mis proporciones son armoniosas, noble mi intención,
legítima
mi forma como si fuese el hijo de una mujer honrada?
¿Por
qué se nos señala como
innobles, o
viles? ¿Por qué como bastardos? ¿Por qué como ilegítimos a quienes
obtuvimos
de la furtiva lascivia de la naturaleza más gallardía e ímpetu que el que en un lecho insípido, tedioso y duro sirve para procrear
una tribu de necios, engendrados entre sueño y
vigilia?
Bien, legítimo
Edgar,
poseeré tu
patrimonio.
El amor de nuestro padre es del bastardo Edmund tanto como lo es de su hijo legítimo. ¡ Qué graciosa palabra,
[su “legítimo”!
Pues muy bien, mi “legítimo”, si esta carta
llega
y prospera mi
ardid
el bastardo Edmund suplantará al
legítimo.
Crezco, prospero. Oh, dioses, en pie con los
bastardos!
Entra Gloucester.
¿Y el rey se fue esta noche, renunciando al poder, relegado a una renta, y todo en un momento? Bien, Edmund, ¿qué hay de nuevo?
[EDMuND.] Nada, si eso os complace, señoría. GLOUCESTER. ¿Y por qué con tanto empeño ocultas esa carta? [EDMLJND.] No sé de nueva alguna, mi señor.
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