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Había la noche antes
soñado sus infortunios
y, viendo el resquicio entonces,
«Ésta es, dijo, no dudo,
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ésta, Píramo, es la herida
que en aquel sueño importuno
abrió dos veces el mío
cuando una el pecho tuyo.
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La fe que se debe a sueños
y a celestiales influjos
bien lo dice de mi aya
el incrédulo repulgo.
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¿Lo que he visto a ojos cerrados
más auténtico presumo
que del amor que conozco
los favores que descubro?
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