DON JUAN FUE DE AQUÍ
           (parodia del popular drama del inmortal Zorrilla)
POR
         José y Ernesto Vicente Aguilar
VERSO ORIGINAL
             Estrenado en Casas Bajas el día 17 de Diciembre de 1933
 
 
 

REPARTO EN CASAS BAJAS

PERSONAJES

D. Juan Tenorio................................................José Vicente Aguilar
D. Luis Mejía...................................................Rafael Lozano
D. Gonzalo.......................................................D. Florencio Aguilar
D. Diego...........................................................Emilio Blasco
El tío Rufino.....................................................Antonio Vicente
Ciutti.................................................................Eloy
El Escultor........................................................Eladio Arnalte Vicente
El Capitán Centellas.........................................Constancio Aguilar Tortajada
Rafael Avellaneda.............................................Pedro Aguilar
Pascual..............................................................Antonio Hernández
Doña Inés..........................................................María
Doña Ana de Pantoja.........................................Ascensión
Brígida...............................................................Salvadora
Lucía.................................................................María Sánchez
La Abadesa........................................................Eloísa
La Tornera.........................................................Florentina
Dos desconocidos

PRIMERA PARTE

ACTO PRIMERO

La escena es la posada del tío Rufino, a gusto del decorador. Al levantarse el telón aparece D. Juan tapado con antifaz, escribiendo en una mesa en la que hay dos botellas y dos copas; frente a D. Juan, una silla desocupada; aparte el tío Rufino y Ciutti; fuera de escena se oye ruido.
Indicaciones del Actor.

TENORIO:      (deja de escribir)
 ¿Me gritáis? ¡No sois amigos!
 Pero mal rayo me hiera
 si con ahuja esparteñera
 no pincho en vuestros ombligos.
      (vase hacia donde se oye el ruido)
RUFINO:       (a Ciutti)
 Tu señor es poco fino;
 insulta con desparpajo...
CIUTTI:  Le interrumpen el trabajo.
 ¿Qué ha de hacer, pues, tío Rufino?
RUFINO: ¿Y es muy rico tu señor?
CIUTTI: ¡Aún más que un recaudador!
RUFINO: ¿También será franco y noble?
CIUTTI: Y bravo y fuerte cual roble.
RUFINO: Que creí estás, pues, mejor.
CIUTTI:  Mas... me atiza algún mandoble.
RUFINO: Nunca el que bien cobra alega,
 porque estarás a buen precio
 y el no pensar fuera necio
 que todo el que paga, pega.
 ¿Y a quién escribió tan largo?
CIUTTI: Será una cita amorosa
 de alguna damita hermosa,
 que por él perdió su garbo.
 Es tan grande mi señor
 que la joven y la anciana
 viajarían en tartana
 por ser dueñas de su amor.
GONZALO:      (aparece en la puerta de la calle)
 ¿Quién es el posadero?
RUFINO:       (se adelanta)
 ¡Menda el escarolero!
GONZALO: Hace un año hubo una apuesta
 que se cumple en este día.
 ¿Qué mesa ocuparán?
RUFINO:  (señala la mesa que habla) ¡Esta!
GONZALO: Pues decid: ¿cuál es la mía?
RUFINO:      (le presenta otra mesa)
 Sentaros ahí, caballero.
 ¿Qué es lo que queréis tomar?
GONZALO:     (se sienta y saca un cigarro)
 Mi único vicio es fumar.
RUFINO: Pues, os traeré el cenicero. (vase con Ciutti)
GONZALO: No, no cabe en mí razón
 que tal hombre pueda haber
 que igual canta el “hay que ver”
 que te agarra un gran tablón,
 o que te quita a traición
 la máquina de coser,
 o la hija de tu corazón.
 Me taparé con el trapo.
      (se pone el antifaz)
 Pero si la cosa es cierta,
 a mi hija con una espuerta
 la hago morir como un sapo,
 antes que verla un guiñapo
 prefiero llorarla muerta.
      (salen a escena Ciutti y Rufino)
DIEGO:      (aparece con antifaz)
 ¿La fonda del tío Rufino?
RUFINO: En ella estáis, caballero.
DIEGO: ¿Está en ella el Posadero?
RUFINO: Servidor y a vos me inclino. (reverencia)
DIEGO: ¿Es verdad que tiene aquí
 D. Juan Tenorio una cita?
RUFINO: Una cita tiene, sí.
DIEGO: ¡Ya el corazón me palpita!
RUFINO: Serviros tomar asiento. (y se dirige a D. Gonzalo)
 Caballero, ¿lo permitís?
      (D. Gonzalo aprueba con la cabeza y D. Diego se sienta a su lado)
DIEGO: ¿A qué hora es la cita, decís?
RUFINO: No lo sé a punto cierto.
DIEGO: ¡Qué tristeza es para un padre
 tener en vez de un hijo, un can,
 que tras comérsele el pan,
 si no le muerde, le ladre!
RUFINO: ¿Qué deseáis, Cariñena, o preferís vino tinto?
DIEGO: Rufino, pon lo que quieras,
 pero antes de todo, dinos,
 ¿qué hay de cierto en una apuesta
 por D. Juan Tenorio ha un año
 y D. Luis Mejía hecha?
RUFINO: Decir, señor, sólo puedo
 que la apuesta sigue tiesa
 y que es en punto a las ocho
 según el reto reza.
          (en este momento entran Tenorio y Mejía con antifaz y se sientan uno frente a otro en  la mesa      que antes ocupaba Tenorio)
DIEGO:      (sacando el reloj)
 Pues, la hora es la señalada.
TENORIO:      (dirigiéndose a Mejía)
 ¡Esta silla está comprada!
MEJÍA: ¡Y yo a vos lo mismo os digo!
 ¡La vuestra para un amigo
 ya tenía yo pagada!
TENORIO: ¡Que ésta es mía haré notorio!
MEJÍA: ¡Y yo también que ésta es mía!
TENORIO: ¿Luego sois D. Luis Mejía?
MEJÍA: ¿Seréis, pues, D. Juan Tenorio?
TENORIO:      (se quita el antifaz)
 Desde los quesos a la nuca.
MEJÍA:      (se quita el antifaz)
 Desde el bajo al palomar.
TENORIO: Dejémonos de jugar,
 cual niños al escondicuca.
RUFINO: ¡D. Juan, D. Luis, caballeros!
MEJÍA: ¡Oh amigos!, ¿qué dicha es ésta?
GONZALO: Sabíamos vuestra apuesta.
DIEGO: Y hemos acudido a veros.
TENORIO: Acercaos, par de tordos.
MEJÍA: (gritando) Venid aquí ya, pareja.
GONZALO: No estamos mal de la oreja.
DIEGO: Señores, no estamos sordos.
      (se quedan en su sitio)
TENORIO: Esto ha de estar acabado,
 pero que ahorita mismo.
MEJÍA: Contad vuestro cataclismo
 tras probar el adobado.
      (beben y se limpian)
TENORIO: Pues, Señor, yo desde aquí
 huyendo de los chiquillos
 me marché a los Cerradillos
 y en un carasol me dormí.
 Pero en cuanto desperté
 a un descubierto me fui
 y ¿sabe lo que hice allí?
 nueve gallinas maté
 y las nueve las freí,
 comprando arroz y laurel,
 especias y perejil
 en el comercio del tío Abel.
 Mas siguiendo mi apuesta fiel
 a Moya me dirigí
 y en el Rabal puse un cartel
 y el cartel decía así:
 “Aquí está D. Juan Tenorio
 el que os ha de hacer correr,
 el que quita la mujer
 a Diego, Juan y Liborio;
 el que os robará el jamón
 que metido en envoltorio
 se lo dará al tío Gregorio
 a cambio de un pantalón”.
 Allí pendencias encontré;
 todos huían de mí
 pero cierto día di
 con el zapato de mi pie;
 fui a conquistar la Bernarda
 que era un almendro florido
 pero salió su marido
 y si no me voy, me “carda”.
 Y antes de ver mi badana
 a estacazos hecha un pingo
 me salí bien de mañana
 derecho a Santo Domingo;
 y en casa de un tal Manuel
 llamado el Ilusorio,
 puse el segundo cartel:
 “Aquí está D. Juan Tenorio
 y no hay hombre para él”.
 Por donde quiera que fui
 la razón atropellé,
 los descubiertos salté,
 a las ventanas subí
 y sin higos la dejé;
 a los corrales entré
 y con un cuchillo así (señala el brazo)
 los animales maté
 haciéndoles “chirulí”.
 A esto D. Juan se arrojó
 y escrito en este papel (saca un papel)
 está lo que consiguió
 y lo que él aquí escribió
 mantenido está por él.
MEJÍA: Voto a tal que sois valiente,
 mas yo voy a relatar
 lo que vos vais a escuchar
 y va a escuchar esta gente.
 Iba ya sudando pez
 y sin encontrar amores,
 pero me encontré a Calores
 que en burro iba por aljez.
 Al momento le conté
 que iba en pos de la aventura
 luego le hice la pintura
 es decir, le retraté
 mi triste situación
 y al ver mi cara mohína,
 Calores, gran corazón,
 me envió hacia Barrachina.
 Ni tres minutos hacía
 que estaba tan campechano
 cuando salió el tío Mariano
 y también la tía María,
 y al decir soy Luis Mejía
 los dos me dieron la mano.
 A los dos les saludé
 y me dieron tal comida
 que no he comido en mi vida
 viandas como allí caté,
 pero como no pagué
 me tuve que ir enseguida.
 A Santa Cruz me marchaba
 cuando vi, ¡oh que portento!,
 un hombre de gran talento
 que con su chifla tocaba.
 Mi camino proseguí
 pero el hombre me llamó
 y en honor mío tocó
 las “palomas de Madrí”.
 Luego Hipólito me dijo:
 que no era aquel el camino
 por donde al pueblo vecino
 yo suponía ir de fijo.
 Di las gracias al pastor
 y otro camino tomé
 y a la media hora arribé
 donde creí había amor;
 más diré a fuer de sincero
 que en el pueblo de las simas
 aunque quieras no te timas,
 pues no hay más que pino y romero.
 Sí que puse allí un cartel
 como en Moya hicisteis vos
 diciendo: “Aquí hay un doncel
 que vale por veintidós”.
 pero fue gastar papel.
 Ya cansado de jornadas
 y sin saber lo que hacer,
 me dijeron: Vaya a ver
 que pasa en las Rinconadas.
 Allí fue D. Luis Mejía
 y allí, D. Juan, la caraba
 estacazo que atizaba
 “brujón” seguro que hacía;
 a las cocinas entraba,
 a las cambras me subía
 y al momento deshacía
 todo lo que allí encontraba.
 Les quité todo el dinero,
 espanté al joven y al viejo,
 no les dejé ni un conejo,
 ni una oveja, ni un carnero.
 Las mujeres conquistaba,
 de todas me hacía amor
 y para qué más contar,
 en fin, D. Juan, la caraba,
 la caraba en “sidecar”.
 Como vos, por donde fui
 la razón atropellé,
 comí bien y no pagué,
 miles garrotazos di,
 a guayabos castigué
 que se morían por mí
 y si ahora estoy aquí
 es porque ha un año aposté.
 A esto D. Luis se arrojó
 y escrito en este papel (saca un papel)
 está la que consiguió,
 y lo que él aquí escribió,
 mantenido está por él.
TENORIO: La historia es tan parecida
 que ni vos ni yo ganamos;
 nuestras listas, pues, veamos.
MEJÍA: Tiene razón, enseguida. (cambian las listas)
 Contad, D. Juan...
TENORIO: (mira el papel)... veintitrés.
MEJÍA: Son los muertos. ¿A ver vos? (mira el papel)
 ¡Por la cruz de San Andrés!
 ¡Aquí sumo treinta y dos!
TENORIO: Son los muertos...
MEJÍA: ...matar es.
TENORIO: Nueve os llevo...
MEJÍA:  ...me vencéis.
 Pasemos a las conquistas.
TENORIO:      (mira el papel)
 Sumo aquí cincuenta y seis.
MEJÍA:      ...(mira el papel)
 Y yo sumo en vuestras listas
 setenta y dos.
TENORIO: ...pues perdéis.
MEJÍA: Mas mi lista no acabó. (las cambian)
TENORIO: Ni la de D. Juan tampoco.
MEJÍA: Voy a leer poco a poco
 lo que Mejía robó.
      (mirando el papel)
 Diez perniles, cien conejos,
  catorce vueltas de güeñas
 y vino de Valdepeñas,
 doce o catorce pellejos;
 las gallinas a montones,
 pollos tiernos la treintena ,
 sin contar una docena,
 que distraí de capones.
 Una yegua y un pollino
 con su albarda y su ramal,
 al mismo dueño un gorrino
 que valía un dineral;
 en una casa un carnero,
 en otra catorce ovejas
 y hasta miel de mil abejas
 le sustraí a un colmenero.
      (deja de leer)
 Esta es mi lista completa
 sin raspadura ni enmienda.
TENORIO: Su lista, Mejía, aprieta,
 pero la mía es tremenda:
                (lee en el papel)
 Gallinas a centenares:
 novecientas en total,
 los conejos a millares,
 no dejé uno en un corral.
 Seis talegas de centeno,
 nueve lo menos de harina,
 un caballo, una pollina,
 cinco romos y un trenteno;
 dos gorrinos de la sierra,
 cinco cabras de la leche,
 treinta latas de escabeche,
 dos perricos y una perra.
 Siete perniles serranos,
 quince quilos de tocino,
 ¿desperdicios de gorrino?
 ¡No sé las patas y manos!
 Y los enrastrados higos
 con el hilo morcillero,
 y los puestos en triguero
 yo les quité a los amigos;
 yo miré debajo “escuillas”;
 yo quité las azarollas,
 y he sacado de las ollas
 hirviendo, ¡hasta las morcillas!
      (deja de leer)
 Esta es mi lista, Mejía.
MEJÍA: También en el robo pierdo.
TENORIO: Luego, ¿estamos ya de acuerdo,
 que ante D. Juan “no hay tu tía”?
MEJÍA: Aún le falta algo en su lista
 para ganarme en justicia;
 y ese algo es una conquista:
 castigar a una novicia.
TENORIO: Bien pronto ha de demostrar
 su compañero quién es,
 conquistaré a Dña. Inés
 y le advierto que después
 la novia le he de quitar.
MEJÍA:  Pues, la palabra le cojo,
 mas le advierto que mi espada
 presto está desenvainada;
 ¡tenga Ud., pues, mucho ojo!
TENORIO: A Ud. la novia le quito
 como me llamo D. Juan,
 ni os temo a vos ni a Satán,
 pues, todo me importa un pito.
GONZALO: (se levanta) Señores, esto es la “oca”;
 mas aún a tiempo he llegado
 para impedir que éste osado,
 consuma su idea loca;
 desistid, D. Juan, ya, pues,
 que es una vana ilusión
 ser dueño del corazón
 de la pobre Dña. Inés.
DIEGO:  (se levanta) ¡La ruindad tu pecho mina!
 ¡Tu vida es un desatino!
 Despáchelo, tío Rufino,
 o llamo a la tía Faustina!
TENORIO: ¿Quién sois, par de carcamales
 que aquí venís a insultar?
 Si no fuera por mirar
 iba a daros palos tales
 que os tendríais que curar
 en Villavieja o Bronchales.
GONZALO:      (se quita el antifaz)
 Don Gonzalo...
DIEGO:      (se quita el antifaz)
 ...y yo Don Diego.
TENORIO: ¡Si son mi suegro y mi padre!
DIEGO: ¡De ser tu padre reniego!
GONZALO: ¡Yo no soy suegro de un lladre!
TENORIO: A ninguno os necesito.
 (a su padre) ¡No quiero ser hijo vuestro!
 (a su suegro) A vos la hija os secuestro.
 (a D. Luis) Y a vos, Mejía, os repito
 que sin novia quedaréis
 y que D. Juan dice y hace
 todo aquello que le place,
 ya los tres bien lo sabéis.
 No soy amigo de infundio,
 que lo que yo digo pasa.
 Ciutti: vámonos a casa.
CIUTTI: Arreando, que es gerundio.
        (vase Ciutti)

TELÓN RÁPIDO

FIN DEL ACTO PRIMERO

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ACTO SEGUNDO

Casa de Ana Pantoja. La escena: una calle, al fondo derecha, una casa con reja; a la izquierda, se ve una calle perpendicular. Al levantar el telón, la escena “sola... y soltera en la vida”; al momento aparece Mejía.

MEJÍA:      (viene embozado)
 Frente a su casa por fin
 a evitar el desacato
 de ese D. Juan que es más gato...
 que te quita el calcetín
 sin tocarte el zapato.
 Hasta el día velaré
 por mi honor y por mi dama,
 no importándome la cama,
 pues, mañana dormiré. (se desemboza)
 Mas ya que estoy en su casa,
 lo prudente es avisarla,
 que poco cuesta llamarla
 y contarle lo que pasa;
 y ella, persona decente,
 enseguida me hará entrar,
 pero... D. Luis a callar
 que en la calle se oye gente.
       (se esconde a la izquierda)
PASCUAL:      (criado de Ana de Pantoja, que sale por la derecha)
 ¿Dónde estará este señor?
 ¿Le habrá ocurrido algún mal?
MEJÍA: (aparece) Nada ha pasado, Pascual,
 estoy velando mi honor.
PASCUAL: ¿Tan peligro se halla
 que veláis con tanto afán?
MEJÍA: ¿No conoces a D. Juan
 que nada a ese hombre le falla?
PASCUAL: No me hagáis reír, D. Luis
 cual si me hicieseis cosquillas,
                       (serio y amenazador)
  ¿qué vendrá D. Luis, decís?
 ¡Yo le rompo las costillas!
MEJÍA: Cállate, por Dios, Pascual,
 no me seas animal;
 conmigo ha un año apostó
 ese maldito rival,
 ayer su lista leyó
 y tanto desembuchó
 que vi me había hecho “cal”;
 mas no sólo es éste el mal,
 es que también prometió
 convertirme en purgatorio
 lo que fue vida ideal,
 y sabes que es bien notorio
 conque... “adiós mi capital”.
PASCUAL: Pensara que tenéis miedo
 sólo de oirle nombrar...
MEJÍA: No es miedo, hombre; es que no puedo
 casa de mi novia entrar;
 que si yo estuviera dentro
 de casa de Ana de Pantoja
 no temería el encuentro,
 llevando aquí esta “panoja”. (la espada)
 Mas ya sabes; las mujeres
 te prometen su recuerdo,
 pero luego... “que si quieres”,
 “si te he visto, no me acuerdo”.
 Tú en esa esquina te emboscas
 y yo por dentro estaré.
PASCUAL: ¿Pero, D. Luis, para qué?
MEJÍA: ¡Oh Pascual!, “pos si las moscas”;
 que yo conozco sus mañas
 y por lo mismo me excita:
 D. Juan Tenorio te quita
 hasta las mismas pestañas.
PASCUAL: Dice el refrán: “Coge fama
 y luego échate la siesta”.
MEJÍA: Tú, Pascual, menos “camama”
 no sea que aún haya fiesta.
PASCUAL: Ya está bien; no os enfadéis,
 si habéis hecho la intención
 de velarla, bien podéis
 hacerlo en mi habitación.
MEJÍA: ¿Entonces me abres ahora?
PASCUAL: No es ésta la hora, Mejía,
 pues, ahora nos vería
 el padre de mi señora;
 lo más prudente sería
 vinieras de aquí a una hora.
MEJÍA: Tengo tal desasosiego...
PASCUAL: Hombre, no tengáis cuidado,
 ¿sabéis en qué hemos quedado?
 conque D. Luis, hasta luego. (vase)
MEJÍA:  ¿Con que no tenga cuidado?
 No, si cuidado no tengo,
 solamente me prevengo
 como bien intencionado.
 Llamaré por la ventana
 y ella abrirá como suele
 y entonces le diré: Ana,
 es preciso que te vele. (llama en la ventana)
ANA:      (novia de D. Luis, abre)
 ¿Quién a mi reja llamó?
 ¿Quién es y qué le pasa?
MEJÍA: ¡Hola, mi Anita, soy yo,
 que quiero entrar en tu casa!
ANA: ¿Y por qué queréis entrar
 siendo una temeridad?
MEJÍA: Por Dios, Dña. Ana, callad,
 que ya os lo voy a contar.
 Un ser de lo más osado
 dice que os conquistará
 y esta noche dormirá
 en tu cama y a tu lado.
ANA: D. Luis, no seáis melón,
 que mientras yo esté viva
 vos tenéis la exclusiva
 de este pobre corazón;
 y antes que de vos se diga
 que se murmure de vos
 soy capaz, sábelo Dios,
 de colgarme de una viga.
MEJÍA: Puede tomarte a traición.
ANA: No temáis por mí, Mejía,
 que está conmigo Lucía
 que es más mala que un ciclón.
 En cuanto de buena tinta
 sabéis que de él no seré
 pues, D. Luis, no creo que
 sea yo tan mala pinta.
 Que vuestra será mi mano
 bien seguro lo sabéis
 puesto que de mí tienes
 el alma y hasta el liviano.
 ¿Por qué preocupaciones tantas
 si circunstancias no obligan?
MEJÍA: Es que las “hay como mantas”
 solamente que no abrigan.
ANA: ¡De Dña. Ana de Pantoja,
 ni de Luis nunca dirán!
 ¡Qué tozudo eres, rediez!
 Tu desconfianza huya,
 si quieres que sea tuya
 vente esta noche a las diez.
        (simulan hablar bajo; mientras el diálogo de D. Juan y Ciutti, que han aparecido en la calle)
TENORIO:      (acción de dar dinero)
 ¿Qué le arrimaste el cuento?
CIUTTI: Enseguida que me vio
 se lo di, y ella me dio
 la llave del convento;
 también dijo que quería
 hablaros sobre un asunto
 por lo que a las ocho en punto
 a esta calle acudiría.
      (mira a la otra calle)
 Mas, D. Juan, ahí veo a un hombre.
TENORIO: Pues, por más que a ti te asombre
 te diré que ése es Mejía.
 Anda, vete con la ronda
 que ya tengo preparada
 dando vuelta a la redonda
 y le tendéis la celada. (vase Ciutti)
 Él guarda su cardelina
 sin pensar en que D. Juan
 tiene más de gavilán
 que de cobarde gallina. (y desaparece)
MEJÍA: ¿Conque me da el sí mi amor?
ANA: ...¡Castigador!
MEJÍA: ¿Entonces luego vendré?
ANA: Te abriré.
MEJÍA: ¿Y estarás con Luis Mejía?
ANA: ¡Hasta el día!
MEJÍA: Páguete el cielo, Ana mía,
 satisfacción tan entera.
ANA: Porque la juzgues sincera
 consiente en todo tu cría.
MEJÍA: Volveré, pues, otra vez.
ANA: Entonces, hasta las diez. (y cierra)
MEJÍA: ¡Oh, Señor, me vuelvo loco
 de ver mi dicha tan cerca!
       (mira a la derecha que viene D. Juan embozado)
 Mas, ¿quién es el que se acerca?
TENORIO:      (aparece en escena)
 ¿Pues, quién ha de ser? El coco.
MEJÍA: ¡Y viene don donosura!
TENORIO: A romperte la figura.
MEJÍA: ¡Si voy, la lengua os arranco!
TENORIO: Cuidado, ciego, que hay tranco.
MEJÍA:      ...(saca la espada)
 Las bromas se han terminado;
 hablando no se hace nada,
 cual en ahuja, en mi espada
 vais a quedar enhebrado.
TENORIO: Es vana vuestra ilusión;
 si a D. Juan nadie le hiere,
 ¿cómo Ud. matarlo quiere,
 pobre pichón pobretón?
 No me seáis trapacero;
 envaina presto el acero
 que mi paciencia se pasa
 e iros corriendo a casa
 y que os pongan el culero.
       (como D. Luis está de espalda a la izquierda, no ve que se acerca Ciutti y dos más)
MEJÍA: ¡Ya no puedo resitir
 en su cara tal afrenta!
      (se pone en guardia)
 ¡Preparaos a morir!
       (se abalanza, pero Ciutti y los otros lo sujetan)
TENORIO: Sí que os salió bien la cuenta.
MEJÍA:  Esto es una cobardía;
 esto  es ganar a traición.
TENORIO: En eso tenéis razón,
 pero no os vale, Mejía.
MEJÍA: En cuanto os tope mañana
 ya os podéis preparar.
TENORIO: ¡Hay que ver, quieres topar,
 y aún no dormí con Dña. Ana!
       (a los suyos que lo sujetan)
 Encerrármelo hasta el día.
 (a D. Luis) La apuesta ya está en mi mano.
 Adiós, D. Luis, si os la gano
 traición es, mas como mía.
      (se llevan a D. Luis)
 Buen lance el que hemos echado,
 éstos son los que dan fama;
 mientras le soplo la dama
 que se arranque el ondulado.
 Ahora la apuesta es mía,
 mas con prudencia hay que obrar:
 será preciso llamar
 a ver qué dice Lucía; (mira a la derecha)
 mas veo un bulto, ¡caray!
 que viene por esa calle (saca la espada)
 ¡le pararé el pasacalle! (sale Brígida)
 Hola, Brígida, ¿qué hay? (y mete la espada)
BRÍGIDA: Todo va a pedir de boca;
 vuestro papel le he entregado.
TENORIO: ¿Y qué efecto le ha causado?
BRÍGIDA: D. Juan, por vos está loca.
 Tras darle vuestro papel
 le hice de vos el retrato,
 pero un retrato tan fiel,
 que D. Juan al poco rato,
 y con la boca hecha miel
 decía con arrebato:
 solamente he de ser de él,
 y si no soy de él me mato.
TENORIO: Tu relato me conmueve.
 ¿Y a qué hora podré acudir?
BRÍGIDA: Pues, D. Juan, podéis venir
 más o menos a las nueve.
 Mas mi comisión espero
 que me cuesta mis apuros.
TENORIO: Brígida, tendrás más duros
 que el tío Gregorio Severo:
 que si él a sarrias los tiene,
 tú los tendrás a serones;
 anda a tus obligaciones
 que por ahí gente viene.
       (vase Brígida por la izquierda)
CIUTTI: (por la derecha) Ya está D. Luis en chirona;
 le metí en una pajera
 escoscándose una mona.
 Ya estáis libre de Mejía.
TENORIO: Pues, ahora hay que llamar
 a la doncella Lucía
 y el asunto a preparar.
       (Ciutti toca a la ventana y se va por la izquierda)
LUCÍA:  (abre la ventana) ¿Quién llamó a la ventana?
TENORIO: Pues, quién ha de ser, D. Juan.
LUCÍA: Me pareció un sacristán
 repicando las campanas.
 ¿Y qué deseáis ahora,
 que venís con traje nuevo?
TENORIO: Qué ha de ser, ver a tu señora.
LUCÍA: Pues, límpiate que vas de huevo.
TENORIO: No me vengáis con tontadas
 ¿no ves que mi apuesta en ridículo queda?
 Si me abres te doy un traje de seda
 y trece pares de medias caladas.
LUCÍA:      (canta con burla y entonación)
 Yo tengo un carro y una galera,
 medias caladas, trajes de seda.
TENORIO: ¿Tienes zapatos, empero,
 de charol, de foca o de ante?
LUCÍA: Sí, y hechos por el flamante
 Don Orencio el zapatero.
TENORIO: Si me abres te doy ahora
 un retal para un refajo.
LUCÍA: Hoy me lo compré bien majo
 en casa “la Mariantonia”.
      (gesto de desesperación de D. Juan)
TENORIO: Escúchame, pues, demonio,
 te arreglaré el casamiento.
LUCÍA: Tengo adorado tormento
 y que se llama Gorgonio,
       (nuevo gesto de D. Juan)
 para terminar yo quiero
 si es que deseáis entrar
 un bolsillo de dinero
 que no lo pueda abarcar.
TENORIO:      (saca un bolsillo)
 Pues, ahí lo tienes, bien grande.
LUCÍA:      (lo coge)
 Ya podéis pedir, D. Juan,
 que sin miedo al qué dirán
 haré lo que Ud. me mande.
TENORIO: Escúchame, pues, Lucía,
 escucha con interés,
 porque si ésta fallara
 me rebanaba la nuez.
 Tú con la llave me esperas
 que yo estaré aquí a las diez,
 y en cuanto escuches mi seña...
LUCÍA: Mas vuestra seña ¿cuál es?
TENORIO: Mi seña, pa que la sepas
 será rebuznar en re.
LUCÍA: ¿Y si yo no la entendiera?
 Yo preferiría que
 cantaseis la “montería”.
TENORIO: Bien, cantaré el “hay que ver”;
 escucha tras la ventana
 que a las diez aquí estaré.
 ¡Adiós, simpática niña!
LUCÍA: ¡Adiós, hermoso doncel! (cierra)
TENORIO: Con oro nada hay que falle;
 por cumplir está mi invento,
 a las nueve en el convento
 y a las diez en esta calle.
       (y vase)

TELÓN

FIN ACTO SEGUNDO

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ACTO TERCERO

Celda de Dña. Inés; puestas al fondo y a la izquierda al levantarse el telón, Dña. Inés y Abadesa a escena.

ABADESA: ¿Conque ya se ha dado cuenta
 mi querida Dña. Inés?
INÉS: Me he dado, madre abadesa,
 por lo que dicho me habéis.
ABADESA: La voluntad decisiva
 de vuestro padre, tal es,
 de que viváis en el claustro
 y en éste canas echéis;
 aparte de vuestros votos
 no los que se hacen de piel
 que aquellos son con B alta,
 y éstos son con uve,
 tampoco es un voto de ésos
 que se hacen a fuerza de
 hacerle a uno la pelota
 o de dinero ofrecer
 para llevarlo a la urna
 al lado de su mujer.
 Vuestros votos son tan santos
 que hacen que por siempre estéis
 en este claustro metida,
 de donde nunca saldréis.
 Dichosa, mil veces, vos,
 dichosa, sí, Dña. Inés,
 que aquí haciendo un entredós
 os pasaréis mes tras mes.
 Aquí no habéis de temer
 a que os den una paliza,
 de todo podréis comer,
 desde lomo a longaniza.
 Mas, ¿por qué estáis cabizbaja,
 por qué no me respondéis
 como otras veces, alegre,
 cuando de lo mismo os hablé?
 ¿Es que estáis, acaso, enferma?
INÉS: Que no me puedo tener
 de sueño, madre abadesa.
ABADESA: Entonces, hasta después.   (vase)
INÉS: Gracias a Dios, ya se fue;
 otras noches complacida
 sus palabras escuché
 mas hoy la oí distraída,
 debido yo no sé a qué.
 No sé qué tengo, ¡ay de mí!,
 pero desde que lo vi
 de nadica me mareo,
 siento un continuo hormigueo
      (se toca la cabeza y el pie)
 desde aquí, hasta aquí.
 Tiene boca de bizcocho
 y los ojicos de rata,
 ¡ese hombre a mí arrebata,
 me enajena, me hace un ocho!
 Pero hay que disimular
 que en cuanto le vi, le amé.  (escucha)
 Ahí viene Brígida, que
 la conozco en el andar.
BRÍGIDA: (aparece) Buenas noches, Dña. Inés;
 os traigo gratas noticias.
 Ya podéis cantar albricias
 que Tenorio vuestro es.
 ¿Supongo que habréis mirado
 el libro que os he traído?
INÉS: ¡Ay! Se me había olvidado;
BRÍGIDA: Pues, me hace gracia el olvido;
 si lo supiera él. ¡Jesús!,
 miedo me da el suponerlo,
 le daba, podéis creerlo,
 tres veces un patatús.
      (le da el libro que está en cualquier sitio)
 ¡Oh, qué libro tan bonito!
INÉS: (lo toma) ¿Y por qué me lo ha comprado?
BRÍGIDA: Porque de ti enamorado
 se encuentra como un chorlito.
INÉS:      (abre el libro y cae un papel)
 ¿Y ese papel que dirá?
BRÍGIDA: Cogerlo y mirarlo a ver;
 pero, señor, qué ha de ser:
 que el libro os ofrecerá.
INÉS: ¡Ay!, me da miedo cogerlo.
BRÍGIDA: Pero, ¿por qué, Dña. Inés?
INÉS: (decidida) Brígida, cógelo, pues.
BRÍGIDA:     (lo coge y se lo da)
 Claro, mujer, a leerlo.
INÉS: Brígida, no me contengo
      (abre el papel y hace como si le quemara)
 pero este papel me escalda.
      (lo abre de todo)
 mas a Tenorio ya tengo
      (se toca el corazón)
 entre mi pecho y mi espalda.
      (va a leerlo y se arrepiente)
 ¡Qué voy a hacer, estoy loca!
      (mirando al cielo)
 ¡Señor, haced que me muera!
BRÍGIDA: Si esto D. Juan lo supiera,
 se echaba por una roca;
 no hay nadie como él que os quiera
 desde Teruel a Daroca.
 Vamos esa carta a ver.
INÉS: Si peco, Dios me perdone,
 pero hay que ver lo que pone...
BRÍGIDA: Claro, mujer; ¡a leer!
INÉS: (leyendo) “Queridísima Inesita,
 tu D. Juan por ti se muere,
 tu D. Juan tanto te quiere
 que por ti se despepita
 por tu cuerpo retrechero,
 por tu cara tan bonita,
 por tu andar tan sandunguero,
 que mi sangre tiene frita”.  (deja de leer)
 Esto es peor que un remolino
 en la peña el “periquillo”.
BRÍGIDA: ¡Cállese! Si es un chiquillo
 como no hay otro de fino.
 Proseguid, pues, la lectura.
INÉS: ¡Ay, Brígida, qué emociones!
BRÍGIDA: Ya os veo casa del cura
 con tres amonestaciones.
INÉS: (leyendo) Tu D. Juan está esperando,
 presa de gran ansiedad;
 dame el sí, que estoy penando,
 dame la felicidad.
 Si me quieres, alma mía,
 conmigo feliz serás
 y de mi amor estarás
 bien orgullosa en su día.
 Mas, si como yo no espero,
 me aconsejas que desista
 a un amor que es tan sincero,
 me meto a sindicalista,
 anarquista o “pistolero”.
BRÍGIDA: Veis, Inés, si su lectura
 le despreciáis, al instante
 estará en la sepultura.
INÉS: Yo desfallezco...
BRÍGIDA: ...adelante.
INÉS: (leyendo) “Inés, hermoso lucero
 perpetuo imán de mi vida,
 codornicica escondida
 en el tronco de un romero;
 liebre que tras un ribazo
 ves de la luz el destello,
 si tu quieres yo te cazo,
 antes que venga Rogelio”.
  (deja de leer) ¡Qué es lo que me pasa, cielo!,
 que me estoy viendo morir.
BRÍGIDA: (aparte) Ya se tragó todo el anzuelo,
 (fuerte) vamos que está al concluir.
INÉS: (leyendo) “Y sin más por hoy te digo
 que si es que quieres salir
 no tienes más que escribir
 y enseguida lo verás...
 pues, estoy dispuesto a todo
 y por salvarte, mi vida,
 ya tengo bien prevenida
 la yegua de Nicolás”
       (deja de leer y habla)
 ¡Ay, Brígida, qué loco es!
BRÍGIDA: Loco, pero por su amor.
INÉS: Si lo cogió con calor.
BRÍGIDA: ¡Pero acabad, Dña. Inés!
INÉS: (Lee) Adiós, oh luz de mis ojos,
 sólo que creas te pido
 que por ti tanto he perdido
 que se me bajas los flojos,
 calzoncillo y pantalón,
 y además de estar tan seco,
 se me ha hinchado el corazón,
 y se me ha roto el chaleco
 debido a la inflamación.
 Que tengas por verdaderas
 las palabras que aquí  van
 es lo que quiere de veras
 éste que lo es tu D. Juan”.
      (acabada la carta, Dña Inés habla)
 ¡Ay, qué filtro envenenado
 que me enloquece y me envirla!,
 yo no sé lo que me ha dado
 si es un filtro o camamirla;
 el caso es que tengo aquí
 al lado de las costillas
 algo como un berbiquí
 que ha penetrado a hurtadillas;
 esto es una comezón,
 esto es un continuo rin-ran,
 esto es mi corazón
 se ha volcado hacia D. Juan.
BRÍGIDA: Os envidio, Dña. Inés.
 pues, os lleváis buen galán,
 que sin pasión, es D. Juan
 mucho mejor que un marqués;
 tiene buena posición,
 es dulce cual mermelada
 (una pera confitada)
 (o un rico melocotón).
 Viste con gran elegancia,
 siempre vence en la porfía,
 ese es el hombre del día,
 ¡de aquí a París de la Francia!
 Ya podéis estar pagada
 de ser dueña de su amor,
 del que, en amor, es terror
 de soltera y de casada.
      (se oyen dar las ánimas)
 Las ánimas dando están
 ya es hora de descansar.
INÉS: Pues, me retiro a pensar,
 si en verdad quiero a D. Juan.
BRÍGIDA: No le nombréis, porque puede
 venir...
INÉS: ... ¿de verdad?
BRÍGIDA: ... ¿quién sabe?,
 el hombre lleva una llave
 y no hay nada que le arredre.
INÉS: (escuchando) Oigo pasos...
BRÍGIDA: ...pues, él es.
INÉS: (va a marcharse) Yo me marcho...
BRÍGIDA: ...no hagáis tal
 aunque huyerais al corral
 os hallaba, Dña. Inés. (mira a la puerta)
 ¡Ya está aquí el hombre del día!
TENORIO: (aparece) ¡Inés de mis entretelas!
INÉS: (asustada) ¡Ay, Jesús, José y María!
      (cae en una silla desmayada)
BRÍGIDA: (admirada) Este hombre es un Luis Candelas.
 (a D. Juan) Vuestra repentina entrada
 y el pavor la han asustado.
TENORIO: ¡Mejor, así nos ha ahorrado
 la mitad de la jornada!
      (toma la silla de un lado)
 Coge de ahí, que está dormida.
BRÍGIDA: Pero, ¿os la vais a llevar?
TENORIO: ¡No, si la voy a dejar
 en este claustro metida!
 Venga, coge de ahí y calla
 y menos conversación
 porque si este hecho me falla,
 de un palo te hago un brujón,
      (la cogen y se la llevan, pero en escena habrá caído un papel que antes leyera Dña. Inés)
ABADESA:      (aparece por la otra puerta)
 Hace poco un ruido oí
 y a ver qué pasa he venido,
 pero, ¿dónde se han metido
 esas que no están aquí?
 Lo que, si no las amarras
 no hacen más que dar qué hacer;
 pero tendré que ir a ver
 dónde están esas caparras. (escuchando)
 Mas oigo pasos, ¿quién viene?
TORNERA: (aparece) Perdonad, madre priora,
 un señor interés tiene
 de hablar con Ud. ahora.
ABADESA: ¿Y quién es ese señor
 que a estas horas quiere entrar?
TORNERA: Antes de irle a preguntar
 dijo ser comendador
 de la orden...
ABADESA: ...malo, malo,
 algo grave es lo que pasa
 cuando sale de esa casa
 a estas horas D. Gonzalo.
 Tráigalo corriendo aquí. (vase la Tornera)
 ¿Por qué querrá hablar conmigo?
      (aparecen el Comendador y la Tornera)
 ¡Hola, mi querido amigo!
 ¿Qué desea, Ud., de mí?
GONZALO: Madre abadesa, perdón
 porque a escucharme os obligo,
 pues, la cosa es de emoción
 y de interés, os lo digo.
ABADESA: Hablad, Ulloa, al instante,
 pues, con vuestra fría calma
 habéis colocado mi alma
 cual colgada de un bramante.
GONZALO: Sabéis que tengo una hija
 que para mí es un tesoro.
ABADESA: Mas por eso no se aflija.
GONZALO: Es que en la costa está el moro.
 A su novio fui a negarla
 y el novio se me rió
 y muy formal prometió
 de mis brazos arrancarla.
 El raptor es un doncel
 que te quita hasta el chaleco;
 me parece que no peco
 si es que no me fío de él.
 ¿Madre abadesa, se entera?
ABADESA: Sí me entero, señor mío.
GONZALO: Pues, al tratarse de un tío
 que se salta a la torera
 a los hombres y a las leyes,
 que las leyes, os repito,
 para el joven son un mito
 y a los hombres hace bueyes,
 hay que tener precaución.
ABADESA: Razón tenéis, Comendador;
 mas ved que ofenden a mi honor
 vuestras quejas sin razón.
 A Dña. Inés y a su ama
 id presto a buscar, Tornera. (vase ésta)
GONZALO: A estas horas yo creyera
 que estaban ya en la cama.
ABADESA: Ha un rato sentí a las dos
 salir de aquí no sé a qué.
GONZALO: ¡Ay, por qué tiemblo, no sé,
      (se fija en el papel del suelo)
 mas, qué veo, Santo Dios!
 ¡Un papel, esto me irrita!
 (lo coge y lo lee) ¡Voto al maldito Satán!
 “Queridísima Inesita”
 y la firma de D. Juan.
ABADESA: ¡Oh!, pero ¿quién aquí entró?,
 ¿quién ha sido ese ladrón?
GONZALO: ¡Ese palomo buchón
 que la paloma os quitó!
TORNERA:      (viene algo excitada)
 ¡Con D. Juan va por allí!
ABADESA: ¡Ay, Dios mío! (cae desmayada)
TORNERA: ...¡Qué se muere!
GONZALO: ¡Mira como no le da
 un cólico miserere! (y vase)

TELÓN RÁPIDO

FIN DEL ACTO TERCERO

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ACTO CUARTO

Habitación de la quinta de D. Juan, al otro lado del río Turia; a gusto del decorador, con tres puertas y balcón o ventana al fondo, al levantar el telón aparecen en escena Brígida y Ciutti.

BRÍGIDA: Válgame, Santa Clemencia,
 San Roque y San Bienvenido,
 yo no sé cómo he tenido
 para el viaje resistencia.
 Si no salgo de mi asombro,
 ¡ay! Ciutti, estoy molida,
 estoy toda dolorida
 desde la nalga hasta el hombro;
 que no estoy acostumbrada
 a los trotes de tu amo,
 que de loco tiene un ramo
 y su audacia bien probada.
CIUTTI: Para mi amo eso es sencillo,
 nada hay que se le resista:
 igual que hace una conquista
 le canta a Ud. el “serranillo”.
 Y Dña. Inés, ¿dónde está?
BRÍGIDA: En la cama todavía.
CIUTTI: D. Juan la despertará.
BRÍGIDA: ¡Oh, despertar de alegría
 el que va a tener la niña!,
 ya oigo susurros de abrazos.
CIUTTI: ¿Y si se asusta y la diña
 al verse de mi amo en brazos?
BRÍGIDA: No pases pena por eso
 que el uno del otro son
 cual del gato es el ratón,
 y del ratón es el queso.
 Algún diablo familiar
 acompaña por doquier
 a tu amo...
CIUTTI: ...pero mujer,
 eso es cosa del azar.
 Además como es una traca
 de corazón temerario
 más grande que una “matraca”
 de elevado campanario,
 no halla riesgo que le espante
 y cuando dice que calle,
 no hay individuo que cante
 aunque sea un pasacalle;
 él rige todo el destino,
 él hace callar a todos
 con buenos o malos modos.
BRÍGIDA: ¡Vamos, que es peor que Rufino!
CIUTTI: D. Juan es peor que Satán,
 pues, le ha dado la manía
 de decir que en la porfía
 él, solamente es sultán
 igual que en la Lotería
 es Fernando el Capitán.
BRÍGIDA: Dña. Inés está al entrar.
CIUTTI: Quedaos con ella vos,
 mientras le voy a llamar. (y vase)
BRÍGIDA: Anda, pues, mucho con Dios.
INÉS:      (sale por cualquier habitación)
 Brígida, ¿en dónde estamos,
 dónde estamos y en qué plan?
BRÍGIDA: Pues, Dña Inés, nos hallamos
 en la quinta de D. Juan.
INÉS: ¡Pues, vámonos enseguida!
BRÍGIDA: No nos podemos marchar
 sin siquiera saludar
 al que nos salvó la vida,
 porque tenéis que saber,
 que estábamos ha un momento
 en la celda del convento
 cuando principió a llover
 de forma tan torrencial,
 que vos misma, Dña. Inés,
 me dijisteis, esto es
 el Diluvio Universal.
 Caían tantas goteras
 que la celda se inundaba
 y el agua ya nos llegaba
 hasta las mismas caderas;
 era grave la amenaza,
 no nos podíamos salvar,
 pues, no sabíamos nadar
 si no era con calabazas,
 y calabazas no había,
 y no podíamos marcharnos
 y aunque el agua resubía
 nadie venía a salvarnos:
 vos misma desconfiasteis
 de que fuéramos salvadas
 y al momento os desmayasteis
 dando sais u ocho garriadas.
 Mas D. Juan con gran premura,
 pues, que rondaba el convento,
 sin miedo a un enfriamiento
 se coló agua a la cintura,
 y con enorme valor
 viendo que ibais a ahogaros
 se metió para salvaros
 por donde pudo mejor.
 Y a él debéis la vida, sí,
 como se la debo yo;
 os cogió, yo le seguí;
 con su arrojo él os salvó
 y henos, Dña. Inés, aquí.
 Ya sabéis, pues, lo que pasa.
INÉS: De que las gracias le demos
 a casa nos marcharemos,
 porque esto, Brígida pasa
 de más de castaño oscuro,
 ¿qué es lo que dirán en casa
 y qué dirá mi futuro?
BRÍGIDA: ¿Pero qué queréis que diga
 si por vos tiene D. Juan
 el corazón hecho miga
 y el alma hecha mazapán?
 Pues, que os quedéis a su lado
 es lo que debe querer...
INÉS: Tú a mí me quieres perder
 Brígida, que te he calado.
 Huyamos pronto, ¡ay de mí!
 Brígida, por compasión,
 que este pobre corazón
 me quiere dejar aquí.
BRÍGIDA: Ya está claro que le amáis.
INÉS: Y aunque le ame, ¿qué te importa?
BRÍGIDA: Es que ese hombre no soporta
 que de su casa os vayáis;
 pues, si os vais sin despediros,
 ese hombre hace una que huela,
 pues, os juro por mi abuela
 que se pega cinco tiros. (escuchando)
 Mas ya por ahí dentro están.
INÉS: Brígida, vámonos, pues.
TENORIO: (aparece) ¿A dónde vais, Dña. Inés?
INÉS: Dejadme salir, D. Juan,
 que si mi padre se entera,
 no lo quiera Dios del Cielo,
 os va a dar una carrera,
 pero una carrera en pelo.
TENORIO: No tengas cuidado, Inés,
 que tu padre no es tan furo
 y que en un caso de apuro
 yo corro como un exprés. (vase Brígida)
 Cálmate, pues, y un momento
 piensa que tienes al lado
 al que sólo a ti te ha amado:
 “a tu adorado tormento”.
       (la coge de la mano y la lleva a la ventana)
 ¡Ah!, ¿no es cierto, ángel de amor,
 que en esta apartada orilla
 al no existir la polilla
 no es necesario alcanfor?
 Y esos sencillos olores
 que suben aquí hechiceros
 a pesar de que no hay flores
 pero si hay estercoleros
 que aquí la gente almacena
 con su trabajo y sudor,
 ¿no es verdad, querida nena,
 que están respirando amor?
 Y esos pájaros que cantan
 encima de esas nogueras,
 y esos perales que aguantan
 tantas arrobas de peras,
 para que el amor en su día
 se las venda al comprador;
 ¿no es verdad, coneja mía,
 que están respirando amor?
 Y ese río, que es el Turia,
 que tan manso viene a veces,
 pero si aumenta con creces
 se pone peor que una furia
 y llega a casa Isidoro
 potente y arrollador;
 ¿verdad, reina, a quien adoro
 que están respirando amor?
 Y esos pajares que ves
 colocados con acierto
 principiando en el de Andrés
 y que acaban cal “tío Tuerto”,
 y esas eras donde hacina
 los haces el segador,
 ¿no es verdad, mi golondrina,
 que están respirando amor?
 Pues, sí, querida rapaza,
 en esas eras que canto
 jugarás a la calabaza
 los días de Jueves Santo;
 y en Pascua te juntarás
 con la Eloísa y Florentina,
 la mona te comerás
 y enterraréis la sardina.
 Desde aquí verás el río
 y provista de una enagua
 te meterás en el agua
 el día que no haga frío,
 y en él te podrás lavar
 tu cuerpo sublime y casto,
 como se limpia un banasto
 acabao de vendimiar.
 Esto que te ofrezco, pues,
 es porque mucho te quiero,
 por lo que ahora yo espero,
 que tú me quieras, Inés.
INÉS: Cállate, por Dios, Juanito,
 que ya estoy loca por ti;
 veo que he caído, ¡ay de mí!,
 por tu amor en el “garlito”.
 No se puede remediar
 mas, cual lo siento lo digo:
 tú me has tenido que dar
 “polvos de vente conmigo”.
 Así es que mi corazón
 creo que va a reventar,
 si se pudiera pesar
 pasaba del “cuarterón”;
 y es que eres un hablador
 por demás irresistible,
 que eres gran castigador.
 Tu presencia a mí me priva,
 tus palabras me alucinan
 y tus ojos me fascinan,
 me tiran “patas arriba”.
 D. Juan, D. Juan, yo te imploro
 con el alma traspasada,
 o me das una estocada,
 o... ámame, porque te adoro...
TENORIO: Tu cariño, Inés amada,
 me ha librado del suplicio
 cual libre está del servicio
 Pedro de la tía Librada;
 tú me has dado la salud,
 pues, tenía la intención
 si no oíais mi pasión
 de comprarme un ataúd.
 Tú has quitado de mi mente
 todas mis ideas locas,
 más negras que las melchocas
 que si corta hace Clemente.
 Iré mi orgullo a rendir
 ante el buen Comendador
 y, o habrá de darme tu amor
 o me tendrá que agredir;
 y, si es como yo espero,
 tu padre tu mano me entrega,
 seré para ti un cordero
 y tú para mí... una borrega.
INÉS: ¡Oh, D. Juan! me vuelves loca;
 me alegras el corazón
 con esa conversación
 que rezuma de tu boca.
 Dime, Juan, algo más lindo.
TENORIO: ¡Es tanto lo que te quiero
 que por ti me pela al cero
 un hijo de Gumersindo.
CIUTTI:      (aparece en compañía de Brígida)
 Señor, un hombre llegó
 a esta casa hace un momento.
TENORIO:      (a Inés y a Brígida)
 Pasad a ese otro aposento. (vanse)
 Que pase que aquí estoy yo. (vase Ciutti)
 De saber ya tengo ganas,
 si es que trae buen o mal fin;
 aunque será el tío Martín
 que me compra las manzanas.
MEJÍA: (embozado, desde la puerta) ¿Se puede?
TENORIO: Sí, adelante. (entra Mejía)
 ¿Qué deseáis, caballero?
MEJÍA: D. Juan, solamente quiero
 que os defendáis al instante (saca la espada)
TENORIO: Pero ahora que me fijo,
 no hay duda que sois D. Luis
 que según veo venís
 a sacarme el entresijo.
MEJÍA: (se desemboza) Veo que habéis acertado,
 mas vamos, menos hablar,
 que yo he venido a vengar
 mi apellido deshonrado.
TENORIO: Conque D. Luis, ¿es por eso
 que porque os gané la apuesta
 queréis que acabe la fiesta
 a estocada y “tente tieso”?
MEJÍA: Eso mismo que habéis dicho,
 conque estad presto al combate
 si es que no queréis que os mate
 indefenso como a un bicho.
TENORIO: Pero acordaos, Mejía,
 que leal la apuesta os gané,
 mas aún me queda hidalguía
 y el remedio aplicaré.
MEJÍA: No hay remedio para nada;
 mi única satisfacción
 es daros una estocada
 que os haga un siete el riñón.
TENORIO: Un arreglo era mi anhelo.
MEJÍA: No hay arreglo en tales lances.
TENORIO: Fuera, pues, ya de romances;
 (saca la espada) le voy a dar para el pelo.
      (se ponen en guardia)
CIUTTI:      (aparece y los otros se ponen en actitud)
 Un caballero, señor,
 le está esperando ahí fuera.
TENORIO: ¿Y no te ha dicho quién era?
CIUTTI: Parece el Comendador.
TENORIO: ¡Arrea, que vas por hilo!, (piensa)
 que pase a ver qué acontece (vase Ciutti)
MEJÍA: No sé por qué me parece
 que ya estáis sudando el kilo.
TENORIO: Ni sudo el kilo por vos
 ni por el Comendador,
 que me dais poco calor
 ni uno, ni otro, ni los dos.
 Os ruego que entréis aquí  (señala un cuarto)
MEJÍA: Bueno, hombre, bueno; me alegro
 que tengáis miedo de mí.
TENORIO: ¡Miedo yo de un botarate
 que no sirve para nada!
 ¡Si os doy una bofetada
 rebailáis como un tomate!
 Entraros en ese cuarto
 que la cuenta saldaremos
 puesto que tiempo tenemos;
 pero entrar que ya estoy harto.
MEJÍA: Pues, en el cuarto os espero,
 mas, D. Juan, antes oír
 que de mí habéis de morir
 cual sapo cebollinero.
      (entra en el cuarto)
TENORIO: Ya sube el Comendador
 corriendo a los cuatro pies.
GONZALO: (entra como una tromba)
 ¿Adónde está ese traidor?
TENORIO: Aquí está donde lo ves.
GONZALO: ¡Canalla, más que canalla,
 sinvergüenza, so bribón,
 tu has llenado de metralla
 alma, vida y corazón!
 Con tus cartas amorosas
 a mi Inés traes engañada,
 como a otras tantas mocosas
 sin experiencia de nada.
 Ese es el valor notorio
 del que blasona este tipo,
 pero lo que es hoy, Tenorio,
 te has caído con toel equipo.
 Tú has colocado mi honor
 a jirones hecho zorros...
TENORIO: ¿Qué decís, Comendador?
GONZALO: ¡Que te he de romper los morros!
TENORIO:      (se arrodilla ante D. Gonzalo)
 D. Gonzalo, aunque os asombre
 voy a trataros a vos
 como, bien lo sabe Dios,
 no he tratado a ningún hombre.
 ¿No os produce compasión
 que el valiente en munchas millas
 se postre a vos de rodillas
 y solicite perdón?
GONZALO: ¡Este es el hombre valiente
 cuando está ante una mujer!
TENORIO: ¡Oh Comendador, detente!
GONZALO: ¡No me puedo detener!
 Eres de lo más cobarde
 que he conocido en mi vida;
 ¡levanta de ahí enseguida
 porque la cosa está que arde!
TENORIO: Yo os prometo, D. Gonzalo,
 como el que se va a morir
 que aunque mi pasado es malo
 hoy me quiero convertir.
 La virtud de Dña. Inés
 ha hecho este gran milagro.
GONZALO: Pues, yo te digo que “magro”,
 que mentira todo es.
 Y nunca consentiré
 que seas tú su marido;
 antes que unir mi apellido
 al tuyo, la mataré.
 Levanta de ahí, feligrés.
TENORIO: No me quiero levantar,
 y en la forma que me ves
 vuelvo otra vez a implorar
 de rodillas a tus pies.
MEJÍA:      (sale a escena)
 Eso sí que es valentía.
 ¡D. Juan pidiendo perdón!
 ¡Eso es una cobardía!
TENORIO: ¡Ea, se acabó el carbón!
 Ya me cansé de rogar
 y de oíros tanta guasa;
 vamos a ver lo que pasa
 si hay que morir o matar.
MEJÍA: Es el único remedio
 que nosotros encontramos.
GONZALO: O nosotros te matamos,
 o tú nos quitas de en medio.
TENORIO: ¡Pues, fuera de en medio, mangantes,
 D. Gonzalo y tú, insensato!
 Ved que cara a cara os mato
 con mis polvos asfixiantes.
      (les tira unos polvos y caen al suelo; D. Juan mira al cielo)
 Ya habéis visto, oh Señor,
 de que la culpa no es mía
 de haber matado a Mejía
 y al pobre Comendador.
 El cielo no me ha escuchado
 y, pues, sus puertas me cierra,
 me voy con los de la Ezquerra
 por si me hacen diputado.

TELÓN

FIN DEL ACTO CUARTO Y DE LA PRIMERA PARTE

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Los personajes de estos cuatro actos irán vestidos como en “D. Juan Tenorio”; la decoración, a gusto del decorador, pero siempre teniendo en cuenta que la obra se titula:
“DON JUAN FUE DE AQUÍ”

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SEGUNDA PARTE

ACTO QUINTO

La escena representa el cementerio; en ella el Escultor.

ESCULTOR:     (disponiéndose a marchar)
 Ya terminé mi trabajo;
 el gusto del buen D. Diego,
 llevé a la práctica, luego
 de sudar en el destajo.
 Estuve bien, considero
 en mi trabajo que es lindo;
 no lo hace así Gumersindo
 ni otro cualquier carpintero.
 Y al estar ya terminada
 dejando aquí estas alhajas,
 partiré de Casas Bajas
 a eso de la madrugada.
 ¡Mármoles que mis punteros
 labraron con afición,
 habéis de ser la afición
 de todos casasbajeros!
 Quien cumplió con su deber
 se marcha a lejanas tierras
 con el puñado de perras
 que ganó, ¡qué se va a hacer!
 Mas... ¿quién llega? (aparece D. Juan)
 Caballero...
TENORIO: Buenas noches...
ESCULTOR: ...¡Hola buenas!,
 mas yo me voy y...
TENORIO: ...allá penas,
 amigo sepulturero.
ESCULTOR: No soy tal, sabed al fin.
TENORIO: Dispensadme si me engaño,
 pues, falto de aquí algún año
 y pensé erais Timotín.
 Como pasaba despacio
 me pareció un poco serio
 encontrar un cementerio
 donde yo dejé un palacio.
ESCULTOR: Os aclararé este punto:
 esto se hizo por empeño
 del señor que fue su dueño
 y que yace aquí difunto.
TENORIO: Bien está; vaya por Dios;
 pero sí que es sacrificio
 derribar un edificio
 que valía más que dos.
ESCULTOR: Fue testigo el tío Gregorio,
 porque ocurrió de esta suerte:
 a las puertas de la muerte,
 un tal D. Diego Tenorio
 viendo aquel gran amasijo
 que de escándalos armó
 a todos los que mató
 el canalla de su hijo,
 pensó hacer un cementerio
 el buen D. Diego Tenorio,
 y aunque tomó lavatorio
 y alguna friega y saumerio,
 como el tío Paulino trata
 del asma y la pulmonía,
 lo viero el otro día
 al pobre estirar la “pata”.
 Abierto su testamento
 se leyó su voluntad
 y así se hizo; en verdad
 el muerto estará contento.
 Y aquí enterrados están
 ciento quince, ¡casi nada!,
 los que gustaron la espada
 de ese chulo de D. Juan.
TENORIO: El caso se pone malo
 y yo que ya me creía...
 Mas ahí ve a Luis Mejía,
 a Inesita y D. Gonzalo.
ESCULTOR: ¿Conocisteis a esas gentes?
TENORIO: Sí, de ello tuve ocasión
 un año por S. Antón;
 fueron nobles y prudentes.
 ¿Pero no sabía yo
 que muriera Dña. Inés?
ESCULTOR: Hace dos años o tres
 que Dña. Inés se murió.
 Fue debido al sentimiento
 y pena que le causó
 que huyera quien tanto amó
 y se retiró al convento.
 Se enfrascó en sus oraciones
 por el ínclito D. Juan
 y murió por San Adrián
 de un dolor de sabañones.
 ¿Nos vamos ya?...
TENORIO: ...cosa vana
 yo no me marcho hasta el día.
ESCULTOR: ¿Por qué tenéis tal manía?
TENORIO: ¡Pues, porque me da la gana!
ESCULTOR: Es que tengo que cerrar.
TENORIO: Pues, entregadme las llaves;
 la salida ya la sabes,
 con que te puedes marchar.
ESCULTOR: No seáis tan ilusorio,
 ¿qué haréis aquí hasta mañana?
TENORIO: Os sobaré la badana,
 porque soy D. Juan Tenorio.
ESCULTOR:     (le da las llaves)
 Tomad, no quiero la piel
 vérmela llena de ahujeros;
 ahora los casasbajeros
 se las compongan con él. (vase)
TENORIO: Mi padre murió de tedio
 y aquí mi hacienda empleó;
 hizo muy bien, porque yo
 al monte o al siete y medio
 ya me la hubiera jugado.
 Más de una vez por mi vicio
 en casa del tío Patricio
 los dineros me he dejado.
 Por mis fines usureros
 temblando como un balandro
 me puse con Alejandro
 y me dejó sin dineros.
      (a los muertos)
 No os podéis quejar de mí
 vosotros a quien maté,
 si buena vida os quité,
 mejor sepultura os di.
 Magnífica en mi creencia
 la idea del cementerio;
 pero esto se pone serio,
 será caso de conciencia.
 Cuántas noches sin rodeos,
 sin reparar en querellas
 fui atropellando doncellas
 para calmar mis deseos.
 Hoy siento a mi alrededor
 pensamientos en mí extraños,
 ¿será que al pasar los años
 empiezo a tener temor?
      (va ante el sepulcro de Dña. Inés)
 Mármol donde Dña. Inés
 se encuentra pudriendo tierra,
 aquí tienes quien dio guerra
 de rodillas a tus pies,
 olvidando su locura,
 lleno de remordimiento,
 porque te quitó el aliento
 y te dio la sepultura.
 Oye mis ruegos sinceros
 que si no puedo llorar
 mira y podrás comprobar
 que estoy “haciendo pucheros”.
 Perdona que tu hermosura
 me llevara hasta perderte;
 ¡hoy padezco por tu muerte
 y hasta me da calentura!
 ¡Oh, Dña. Inés de mi alma!,
 mira contrito y confeso
 a quien siempre fue un hueso,
 pero hoy se encuentra sin calma.
 Perdona mi gran tortura,
 porque me costó muy cara,
 ¡mira que cara más rara
 traigo aquí a su sepultura!
      (abate la cabeza y mientras se aparece el busto de Dña. Inés)
 Yo no sé lo que me ocurre
 en este sitio sagrado...
 parece que estoy pasmado;
 esta soledad me aburre. (mira el pedestal)
 ¡Pero, cielos, ésta es buena...
 esto me da en qué pensar!...
 En fin es que se pudo marchar
 por ahí a alguna verbena.
INÉS: No blasfemes, indecente,
 que yo que nada te adulo,
 sé que eres matón y chulo,
 pero huyes de la gente.
 La que a ti, D. Juan, te estima
 y se ciega de pasión,
 que se espera el tropezón,
 que se la juegas de prima.
 Antes oí tus lamentos
 y no pude deducir
 si te ibas a arrepentir
 o me venías con cuentos;
 pero a tus suspiros tiernos
 les advierto con gran celo,
 juntos iremos al cielo
 o juntos a los infiernos.
 Tienes las horas contadas,
 así que D. Juan, deliras
 si me vienes con mentiras
 o se te ocurren tontadas.
 Convéncete y lograrás
 una eterna salvación;
 aprovecha la ocasión
 que esta noche morirás.
TENORIO: ¡Yo estoy soñando quizás,
 con las sombras de un Edén!...
INÉS: ...No sueñas, piénsalo bien
 y a mi lado te hallarás.
 Elige, mas sin espanto
 que, sin poder evadirnos
 el bien o el mal ha de abrirnos
 un lecho en el camposanto.
      (un pedestal y queda inmóvil)
TENORIO: ¿Qué es lo que escuché yo, cielos?
 ¡Oh rumor, tú que me zumbas!
 Los muertos dejan sus tumbas
 y vuelven por estos suelos.
 Debió de ser fantasía,
 pues, pasó por mis temores
 el alma de mis amores
 que estaba en la losa fría.
 ¿Qué dijo aquella visión?
 Lo oí con gran claridad,
 con palabras de bondad
 que llegan al corazón.
 ¡Ah, estos sueños me aniquilan
 aunque en verdad sueños son...!,
      (las estatuas se mueven)
 y esos mármoles se mueven...
 ¿es que bailan charlestón?
 Sí, se mueven sin cesar;
 pero D. Juan no se arredra
 y en ese lecho de piedra
 yo los volveré a enterrar.
 No me causan extrañeza
 vuestros esquivos semblantes
 porque yo lo mismo que antes
 os romperé la cabeza.
 Ya sabéis el repertorio
 que de leñazos me gasto
 y al que venga haciendo el trasto
 lo espabilará Tenorio.
      (aparecen Centellas y Avellaneda)
CENTELLAS: ¿D. Juan Tenorio?
TENORIO: ¿Quién es?
 ¿Quién llama de esa manera?
AVELLANEDA: Un amigo que le espera,
 y que se postra a sus pies. (lo hace)
TENORIO: Fuera ya, sombra perdida,
 que aunque no seas humano
 otra vez aquí en mi mano
 vas a dejarte la vida.
      (Avellaneda se levanta)
CENTELLAS: ¿Pero, señor, estáis loco?
 El caso me maravilla,
 parecéis un taravilla.
TENORIO: Os mataré poco a poco.
AVELLANEDA: ¿Qué hacéis aquí sin testigos
 y con ademanes yertos?
CENTELLAS: Nosotros no somos muertos,
 que somos sus dos amigos.
AVELLANEDA: Miradnos a las estrellas,
 por si alguna duda os queda,
 que yo soy Avellaneda.
CENTELLAS: Y yo el Capitán Centellas.
TENORIO: ¡Es verdad! Me confundí,
 porque estoy medio atontado
 y me tienen enfadado
 estos vecinos de aquí.
 Venid conmigo a cenar
 y allí de sobremesa
 si mi palabra no pesa
 mucho os tengo que contar.
      (se dirige al Comendador)
 Y a ti que te armé más cisco
 para ver si me desquito
 te convido con cabrito
 que al horno coció Francisco.
 Con el respeto profundo
 un cubierto allí tendrás;
 si vienes nos contarás
 que hay fuera de este mundo.
CENTELLAS: (hace la acción de que está loco)
 Su equilibrio tiene roto.
AVELLANEDA: ¿Para qué le convidáis?
TENORIO: Pero qué bobos estáis,
 ¡pues, para sacarle el voto!

TELÓN

FIN DEL ACTO QUINTO

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ACTO SEXTO

Comedor en casa de D. Juan; Centellas y Avellaneda cenan con él; Ciutti sirve; un cubierto y una silla para D. Gonzalo.

TENORIO: Tal es mi historia, señores;
 como hombre de buena ley
 quiso dispensarme el Rey
 prodigándome favores.
 Le conté hazañas enteras
 y el contestó: bien está,
 D. Juan, puedes irte ya
 a tu pueblo cuando quieras.
 Y con dinero y alhajas
 como a mí me corresponde
 pensé marcharme, ¿mas a dónde?
 y me vine a Casas Bajas.
 Ya tengo mi nido hecho.
CENTELLAS: Buena vida os allega.
TENORIO: Con mi despensa y bodega,
 sin faltarme el muelle lecho.
 Aquí pienso disfrutar,
 pues, ya que la vida pesa
 tengamos buena la mesa
 y por mí ya “pue nevar”.
CENTELLAS: Feliz vais a ser, señor.
TENORIO: (a Ciutti) Ciutti, no te hagas un lío
 que veo un vaso vacío...
 ¡pon vino al Comendador!
AVELLANEDA: ¿Pero qué es eso, D. Juan?
TENORIO: Cuando tengo un convidado,
 yo lo tengo agasajado,
 ¡ponle entremés y pan!
CENTELLAS: ¡Qué tío, me cago en Soria!
AVELLANEDA: Dejadle en la sepultura
 y para mayor ventura
 brindemos por su memoria.
TENORIO: No me preocupa el sino
 ni yo creo en tales cosas,
 pero en fin bebamos vino.
  (alzan los vasos) Va por ti, Comendador
 y por todos que estáis juntos
 que al hallaros ya difuntos
 no me podéis dar temor.
      (beben, mientras dan un aldabonazo en la puerta de la calle)
 Me pareció oír llamar;
 Ciutti, asómate a ver
 porque bien pudiera ser
 que vinieran a embargar.
CIUTTI:      (ha mirado a la ventana)
 Nadie pregunta por vos;
 la calle se halla desierta.
TENORIO: Pues, que no toquen la puerta
 que no es la puerta del Gos...
 Cierra y se sirve más licor.
      (llaman más fuerte)
 Señores, ¿de qué se trata?,
 ¿es que vienen a dar la lata?
CIUTTI:       (mira por la ventana)
 No veo a nadie, señor.
TENORIO: Estas cosas saben mal;
 tú prepara la escopeta
 y si hace la jugarreta
 suéltale un tiro de sal.
      (llaman allí mismo)
 Otra vez...
CIUTTI:  ...¡Cielos!
CENTELLAS: ...¿Qué pasa?
CIUTTI:  El golpe ese que han dado
 aquí mismo ha sonado,
 no en la puerta de casa.
CENTELLAS: ¿Qué dices?
CIUTTI: ...¡Eso, señor!
 Nada más, dentro han llamado.
TENORIO: Pero, hombre, ¿qué os ha dado?
 ¿Pensáis del Comendador?
 Con bala cargué mis armas.
 Ciutti, mira a ver qué quiere
 y le dices que se espere.
 Señores, basta de alarmas.
 (llaman más cerca) Ya comprendo, esto es broma
 pero sepa vuestro afán
 que en estas bromas D. Juan
 igual que las da las toma. (vuelven a llamar)
CENTELLAS: Aquí debe haber misterio.
AVELLANEDA: Esto a mí me vuelve loco.
TENORIO: Caballeros, poco a poco
 que esto no es el cementerio.
 Mas aunque no somos flojos
 ni tenemos los apuros,
 debemos estar seguros:
 voy a cerrar los cerrojos.
 Ahora si quiere entrar
 a malas; y el que lo intente
 que entre los muertos se cuente,
 lo mataré sin dudar.
 Bebamos, pues, a fe mía,
 y para quitar el susto
 paladeemos a gusto
 vino de la Hoya García. (beben)
CENTELLAS: Rico se halla el moscatel,
 es de una fina solera.
AVELLANEDA: Es vino de la Calera
 de la viña del tío Abel.
 Cuando estos vinos yo cato
 veo aumentar mi ilusión.
      (llaman en la misma puerta de la habitación)
TENORIO: Ese será de Aragón,
 pero ya lleva “pa” rato.
 Les invito, mas alerta,
 pues, no pienso abrir la puerta.
AVELLANEDA: Bien dicho.
CENTELLAS: Idea brillante. (llaman muy fuerte)
TENORIO: Señores, ¿a qué llamar?,
 los muertos se han de filtrar
 por la pared; adelante...
      (la estatua de D. Gonzalo se ve)
CENTELLAS: ¡Ay, Jesús!
AVELLANEDA: ...¡Dios mío!
TENORIO: ...¡Malo!
CENTELLAS: ¡A mí me da un patatús!
      (Centellas y Avellaneda se duermen)
TENORIO: ¡Pero válgame Lerroux!,
 ¡si es el mismo D. Gonzalo!
ESTATUA: ¿Pero D. Juan, vos temblar?,
 no me seáis tan gallina;
 ve y prepara la cocina
 puesto que vengo a cenar.
TENORIO: (al público) El asunto veo negro;
 ¿qué pudo pasar aquí?,
 más exacto no lo vi
 en tipo y voz es mi suegro.
      (fuerte a la estatua)
 No tiemblo, oh noble muerto,
 que como puedes mirar
 una silla hice arrimar
 preparándote un cubierto.
 Y por si fueras humano
 y a la vez sin apetito
 antes de darle al cabrito
 voy a ponerte un “cinzano”.
ESTATUA: ¿Dudas sea el verdadero?,
 pon tu mano al pecho frío.
TENORIO: ¿Qué te la ponga tu tío
 que yo no soy curandero!
 Cenemos, pues, mas te advierto
 que por reírte de mí,
 si es que no estuvieras muerto,
 muerto saldrías de aquí.
      (llama a Centellas y Avellaneda)
 Ea, sigamos el plan,
 caballeros, ¿qué les dio?
ESTATUA: No te molestes, D. Juan,
 porque en sí no volverán
 hasta que me marche yo.
 El señor me ha permitido,
 para que a muertos no aludas,
 que te sacará de dudas
 y por lo tal he venido;
 y que sepas en verdad,
 sin que por ello te asombre,
 que tras la vida del hombre
 aún queda una eternidad.
 Desvanece tu creencia
 que mañana morirás,
 y esta noche la tendrás
 para ordenar tu conciencia.
 Dios de forma tan sencilla
 oyendo de Inés su amor,
 mientras que la luna brilla
 te da de plazo: ¡valor!
 Prueba a salvarte, deudor,
 aunque no eres de Castilla.
 Y su justicia infinita,
 porque conozcas mejor
 espero de tu valor,
 que me vuelvas la visita.
TENORIO: No faltaré en esa cita;
 mas me quiero convencer
 de que D. Gonzalo eres.
ESTATUA: Terco, D. Juan, pues ¿qué quieres
 entonces?, ¿quién voy a ser?
 A ti que nada te admira,
 las paredes más espesas
 y hasta las rejas más gruesas
 se abren a mi paso: ¡mira!
      (y desaparece)
TENORIO: Cosa rara; no adivino,
 no termino de pensar
 y hasta voy a sospechar
 que me malvaron el vino.
 Yo criminal y ladrón,
 que he sido hasta el derroche,
 ¿me dan de plazo una noche?
 ¡Pues, quedo a media ración!
 Y siento Dios verdadero
 para quedar yo contrito
 me daría un mes entero,
 pues, creo lo necesito.
 “Piensa bien, pues, a tu lado
 me tendrás”, me dijo Inés;
 no la veo; de contado
 que lo pasado sueño es.
      (aparece la sombra de Dña. Inés)
SOMBRA: Aquí estoy.
TENORIO: ...¡Cielos!
SOMBRA: ...¡Sin miedo!
 Piensa lo que ya te han dicho,
 que estás al borde del nicho
 y no es mentira ni enredo.
 Un punto se necesita
 para morir con ventura;
 elígelo con cordura
 porque mañana, D. Juan,
 nuestros cuerpos dormirán
 en la misma sepultura.
      (desaparece la sombra)
TENORIO: ¿Y por qué me avisarán?
 Señor, yo pierdo la calma,
 ya no sé si soy D. Juan
 o un amigo del alma.
 Aquí hay un par de bandidos
 que se me quieren burlar
 y me dejan “extraliar”
 mientras hacen los dormidos.
      (les empuja)
 ¡Hala ya!, por Barrabás,
 que os suelto cada chufa;
 “paecen hijos de Colás
 cuando están junto a la estufa”.
CENTELLAS: ¿Dónde estoy?
AVELLANEDA: ...¿Qué me pasó?
TENORIO: ¡Despejaros, par de potros;
 ya me contaréis vosotros
 lo que no comprendo yo!
CENTELLAS: No os consentiré otra chanza;
 como veis soy capitán.
AVELLANEDA: ¡Lo que nos hacéis, D. Juan
 está clamando venganza!
TENORIO: ¿Todavía reclamáis?
 Aún quedará algún ladino
 que tras malvarme el vino...
 ¡Señores, lo que queráis!
CENTELLAS: ¡La burla partió de vos!
AVELLANEDA: ¡Vos nos tomasteis el pelo!
TENORIO: Señores, yo clamo al cielo
 y aunque vosotros sois dos
 a mí no me importa nada
 ser una persona sola
 teniendo aquí esta pistola
 y ciñendo aquí esta espada.
CENTELLAS: Nosotros no consentimos
 ventajas de bravucones,
 porque no somos matones;
 conque uno a uno nos batimos.
TENORIO: Venga, pues, vamos al grano,
 y puesto que esto es estrecho
 demos a la calle el pecho
 y luchemos mano a mano.
CENTELLAS: Las cosas así, en caliente;
 elegid, que somos dos.
TENORIO: Pues, venga, primero vos
 ya que sois el más valiente.
      (vanse Tenorio y Centellas)
AVELLANEDA: ¡Qué pueblo! ¡Qué gente loca!,
 yo por lo tanto no charro;
 ellos hacen un cigarro
 o van a echarse una copa.

TELÓN

FIN DEL ACTO SEXTO

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ACTO SÉPTIMO Y ÚLTIMO

La escena como en el acto quinto, representa el cementerio; pero en los pedestales no están ni D. Gonzalo ni Dña. Inés. La luna de una noche de verano, vierte a raudal su vaga claridad.

TENORIO: (entra distraído en escena)
 No pegué con mis locuras
 porque fue delirio insano
 aumentar las sepulturas
 blandiendo el hierro en mi mano.
 Mas culpa mía no fue
 que del maldito tango,
 por no decir del fandango,
 que con los muertos bailé.
 ¿No ha de ser la culpa de ellos?
 No me tuvieron temor;
 dudaron de mi valor
 y les corté los resuellos.
 Pero hoy siento en mi corazón
 los males que hice en mi vida;
 ahora mi alma perdida
 se quemará y hará un tizón.
 Yo nunca en Dios creía,
 ni en su omnipotencia sabía;
 creí que el perro moría
 muriendo también la rabia.
 Pero hoy me siento dudar,
 ya tiemblo, vacilo y siento,
 ya el diablo estará contento
 de llevarme a retizar
 a su casa, a su aposento.
      (se fija y ve que la estatua de D. Gonzalo no está en su pedestal)
 Pero yo debo soñar;
 ahí falta el Comendador;
 ¡pájaro castigador
 que por ahí se ha ido a rondar!
 Corresponder me ofreció
 aquella noche en mi casa;
 para mí que éste es un “guasa”
 y aquello en broma quedó.
 Mas D. Juan tiene valor
 y por él viene a esta cita,
 si vino el Comendador
 justo es volver la visita.
 Siento en la cabeza ardor;
 me palpita el corazón
 pero... en fin, Comendador,
 ¡heme a tu disposición!
      (llama en el pedestal)
 D. Gonzalo, salga “usté”
 que aquí tiene una visita;
 el otro día me invita
 pero ahora no hay de qué.
      (asoma D. Gonzalo al pedestal)
ESTATUA: Aquí me tenéis, D. Juan.
TENORIO: ¿Dónde fuisteis a horas tales?
ESTATUA: A avisarle al sacristán
 que toque a tus funerales;
 pues, te tengo que advertir
 que como el pobre Facundo
 te estás marchando del mundo
 sin poderte despedir.
 Hoy abandonas amores
 por malas artes logrados,
 hoy dejas desesperados
 y sin plata a tus deudores;
 hoy los que antes te adularon,
 asistirán a tu entierro
 y los que siempre te odiaron
 se comerán un becerro;
 y éstos irán de fiesta
 y aquéllos te llorarán
 y unos y otros vivirán
 pero a ti la piel te cuesta.
TENORIO: ¿Pero qué decís, Ulloa?
ESTATUA: Solamente la verdad,
 que con más velocidad
 que el motor de una canoa
 vas hacia la eternidad.
TENORIO: ¿Luego no me engañó Inés?
ESTATUA: ¿Hombre, qué te va a engañar?,
 no te engañó y ya lo ves,
 conque a Dios puedes rogar.
 Pídele perdón, D. Juan
 para que Él se satisfaga.
TENORIO: ¡No, hombre, no!; que es el refrán:
 “quien la confiesa la paga”.
ESTATUA: ¿No te quieres convencer?
 ¡Sólo un momento te espero!
 Después te vendrás a arder
 casa de Pedro Botero.
 Tu vida se está acabando;
 poco te queda de plazo,
 ¡anda y no seas pelmazo
 que mi Inés te está esperando!
 Un punto de contrición
 borra todos los delitos.
TENORIO: Mas, ¿tendré yo salvación
 tras mis hechos tan malditos?
 ¡De vergüenza me hallo rojo!
ESTATUA: ¡Que no haces nada ahí hablando!,
 a tu entierro está tocando
 tu amigo “Jesús el Cojo”.
      (se oye tocar a muerto)
TENORIO: Para, Jesús, de tocar,
 no me entierres tan deprisa,
 que el día que vaya a misa
 te he de ayudar a cantar. (paran)
 Mas, ¿quién fue el que me mató?
ESTATUA: ¡Pues, quién ha de ser, Centellas!,
 que te hizo ver las estrellas
 del leñazo que te dio.
TENORIO: ¡Oh, Centellas, mal amigo,
 si te pudiera plegar
 creo que te iba a dejar
 en mis manos como un higo!
 Dejadme morir en paz
 D. Gonzalo, yo os lo ruego,
 pero dejadme ya luego:
 no seáis tan pertinaz.
ESTATUA:      (le detiene con la mano)
 Dame, D. Juan, esa mano.
TENORIO: ¡Iros, D. Gonzalo, al cuerno!
ESTATUA: Tú te vendrás al infierno
 porque tu ruego ya es vano.
TENORIO:      (levanta la mano)
 ¡¡Es que yo imploraré al cielo!!
ESTATUA:      (le coge la mano)
 Te has caído, buen amigo,
 ¡ea!, vente conmigo
 que ya se te ha caído el pelo.
TENORIO: Suéltame que si es verdad
 que un punto de contrición
 da al alma salvación
 de toda una eternidad
 yo, Santo Dios, creo en Ti;
 si es mi maldad inaudita
 tu piedad es infinita.
       (cae de rodillas y eleva la otra mano)
 ¡¡Señor, ten piedad de mí!!
INÉS:      (aparece en su pedestal y toma la mano que D. Juan tiene libre)
 Dame la mano, Juanico,
 que no sola yo te he amado,
 también Dios te ama, mañico,
 y por mí te ha perdonado.
TENORIO:     (se suelta de D. Gonzalo y éste queda)
 ¿Pero es verdad, Inés mía,
 que por tu virtud yo medro?
INÉS: Antes de hacerse de día
 nos iremos con San Pedro
 que espera en la portería.
TENORIO:      (se suelta de Dña. Inés y ésta queda en el pedestal)
 De Inés se cumplió el anhelo.
 (al cielo) ¡¡Oh Dios, de omnipotencia
 cuan grande es tu clemencia!!
      (eleva los brazos)
 ¡¡¡Viva Dios, que está en el cielo!!!
      (y cae junto al pedestal de Inés)

TELÓN

FIN DE LA OBRA: "DON JUAN FUE DE AQUÍ"

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Según las copias hechas por D.Rafael Arnalte Vicente en el año 1954 y D. Bernabé Pérez el 25 de marzo de 1976.
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Valencia, 13 de febrero de 2002.
Maximiliano Jarque Blasco

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