BREVE HISTORIA DEL CINE NORUEGO

Noruega cuenta con tres Premios Nobel de Literatura, entre los que, curiosamente, no está el dramaturgo Henrik Ibsen. Y a la hora de filmar la epopeya medieval noruega por excelencia, Kristina Lavransdatter, de Sigrid Undset, se encargó de ello la única persona internacional de Noruega en el mundo del cine, Liv Ullmann. La actriz se alió con el magistral fotógrafo sueco de Ingmar Bergman, Sven Nykvist y con un largo reparto de excelentes actores noruegos para llevar a cabo su versión cinematográfica del primer tomo de la triología de la Undset, ganadora del Premio Nobel de Literatura en 1928, una producción de tres horas. La película es la más cara y controvertida que se haya hecho en Noruega hasta la fecha. La misma Ullmann considera el proceso hasta terminar la película como el más laborioso de toda su carrera. Pero la película avasalló toda crítica al ser mostrada en las salas de cine noruegas y creó una atmósfera de edad de oro del cine noruego. Los noruegos han acudido en masa a ver la historia del encuentro de la bella Kristina con un amor no exento de problemas bajo los auspicios de la religión católica. En el extranjero se exhibe la película en versión abreviada.
De los tres autores galardonados, Knut Hamsun ha resultado ser el más atractivo para los cineastas noruegos también por lo que respecta a su biografía. En 1996 se estrenaron casi al mismo tiempo dos películas biográficas.
Knut Hansum, un enigma (Gåten Knut Hamsun), de Bentein Baardson, era a decir verdad una honesta serie televisiva que en cinco horas mostraba un exacto panorama de la vida de Hamsun. No se estrenó, sin embargo, sino en el cine, en versión excesivamente sucinta y acortada. Pero el que cogió la delantera fue el sueco Jan Troell, con su adaptación a la pantalla de la controvertida novela documental del danés Thorkild Hansen sobre el Proceso contra Hamsun, en la que el sueco Max von Sydow interpreta al protagonista y la danesa Ghita Nørby a la esposa de Hamsun, Maria. Hamsun fue partidario de Hitler en la segunda Guerra Mundial, aunque suplicó a las autoridades alemanas ocupantes de Noruega el indulto de condenados a muerte noruegos. Después de la guerra se ajustaron cuentas con el escritor noruego de mayor fama mundial y se declaró que el envejecido escritor decano tenía debilitadas permanentemente sus facultades mentales. Esto lo refutó él brillantemente en su libro Por las sendas donde la hierba crece, en el que da prueba sobrada de estar en su pleno juicio.
El proceso supuso una historia embarazosa para las partes implicadas y tuvo una ingente carga emocional. Por eso tenía que tratar el tema alguien que no fuera noruego, si bien el jóven Baardson tenía la distancia que dan los años a su favor. Es indiscutible que von Sydow interpreta a Hamsun con gran dignidad. Knut Hamsun es un hombre que ha vivido en su propio mundo, pero que es capaz de asumir plenamente que se le juzgue por sus actos. A pesar de la gran parte que ocupan el Derecho y la política en la película, ésta es ante todo una historia trágica de amor que nos emociona. El danés Henning Carlsen hizo en su tiempo la mejor versión cinematográfica de una novela de Hamsun, Hambre, con la inolvidable interpretación del sueco Per Oscarsson. Hace poco tiempo volvió Carlsen a filmar a Hamsun con
Pan, que, sin tener la misma categoría, revela la atracción que ejerce el virtuoso del idioma Hamsun también sobre los profesionales de la cámara. Al parecer, las películas más logradas suelen basarse en obras menores, como El telegrafista, sobre la novela corta de Hamsun Soñadores. La película de Erik Gustavson estuvo entre las que llegaron a la final del Festival de Berlín en 1993. Hacía diecinueve años que no se concedía tal honor a una película noruega en uno de los festivales de cine más importantes del mundo. El telegrafista no es una película muy original. El amante del cine que haya visto la película danesa galardonada con el Óscar El banquete de Babette (cuya acción sitúa Karen Blixen en el Norte de Noruega y el cineasta Gabriel Axel en la danesa Jutlandia) y la encantadora comedia Ojos negros, inspirada en Chejov, del ruso Nikita Michaljov, se sentirá familiarizado ­ en cuanto a atmósfera fílmica se refiere ­ con la costa de Nordland (Noruega septentrional) y la isla de Hamsun, Kjerringøy. Y ello no solamente se debe a una proeza más del inigualable sueco Jarl Kulle (colaborador también en El banquete de Babette), que recuerda un poco a la creación de Marcello Mastroiani en Ojos negros. Pero al esmerado estilista que es Erik Gustavson le agrada evidentemente el personaje principal de la película, el fantasioso y mujeriego Rolandsen, el irresistible telegrafista que concibe un invento que trastornará por completo su vida y su exuberante entorno. La fotografía de Philip Øgaard no peca de excesivo esteticismo, aunque el fantástico paisaje de Noruega septentrional, con escarpadas cumbres que surgen del mar, invite a pintoresquismos exagerados. Hay, no obstante, una especie de pintura idílica al pastel de una veraniega Noruega norteña, lejos de las inclemencias del tiempo que constituyen lo habitual en regiones del mundo con un clima tan riguroso.

Inspiración internacional

El cine noruego se siente, con razón, fascinado por el Norte de Noruega, pero también tiende su mirada al exterior. Casi no existe producción alguna que no sea resultado de la cooperación internórdica. Y cada vez se van estrechando más los vínculos con proyectos europeos de producción cinematográfica. Erik Gustavson es uno de los cineastas noruegos que mira al exterior. En su primera cinta, Blackout, imita los sombríos dramas fatalistas americanos del cine negro. La película más reciente de Gustavson, que lleva el título de ¿Oyes lo que te estoy diciendo? (Hører du ikke hva jeg sier?), es una fría comedia sobre el fracaso de un cómico cínico que actúa sólo y que únicamente tiene ojos para lo que se produce en Hollywood. Años atrás había realizado una película infantil, Herman, con el escenario del Oslo de su infancia, sobre el niño de diez años que pierde el pelo. Una película llena de encanto melancólico con cierto toque de atención universal. Herman refleja también el hecho de que alrededor de la mitad de la producción cinematográfica de Noruega versa sobre temas de la infancia o de la juventud. Al igual que en los demás países nórdicos, la producción nacional otorga gran importancia al mercado juvenil, pero, normalmente, con películas que gustan a toda la familia. Posteriormente, Gustavson ha filmado Weekend, un drama juvenil a la usanza de Hollywood, particularmente contagiado de las febriles fantasías del creador de cine Oliver Stone. Y está actualmente en el candelero con El mundo de Sofía.

Sobre la juventud y para la juventud

La mejor película que se ha producido sobre el tema fue presentada en el festival del cine de Berlín en 1995 y ganó el premio Angel Azul. Era el primero de una legión de premios internacionales concedidos al debutante Marius Holst (de la cantera Gustavson) y a su drama mefistofélico Diez cuchillos en el corazón (Ti kniver i hjertet). Aquí el tema es de nuevo crecer en Oslo y queda claro que el malestar no está ausente de la existencia cotidiana noruega. Especialmente populares han sido las películas de la serie de Pelle y Proffen, los adolescentes metidos a detectives de las novelas de Ingvar Ambjørnsen. La primera, Muerte en la Estación Central (Døden på Oslo S, 1990), de Eva Isaksen, obtuvo un récord de público con su fresco relato de juventud en un ambiente difícil donde los conflictos familiares y la drogadicción son ingredientes cotidianos. La película ha tenido un sucesor de éxito popular también, Mentiras venenosas (Giftige løgner, Martin Apshaug, 1992), que continúa las hazañas detectivescas. La tercera de la serie se llama Los lobos azules (De blå ulvene, Morten Kolstad, 1993). Sin embargo, la más seductora de estas películas sobre la juventud se titula Frida ­ con el corazón en la mano (Frida - med hjertet i håndet) . El personaje, aparecido primeramente en una serie televisiva de la Radiotelevisión Nacional de Noruega (NRK), es una muchacha en el inicio de la pubertad que vive con su hermana y su madre. Todas y cada una de las transformaciones físicas profundas que se operan a esta edad quedan expresadas en el comportamiento, la mímica y el vocabulario de la muchacha. El papel de Frida es interpretado con precisión inimitable por Maria Kvalheim, una adolescente que de la noche a la mañana se convirtió en gran estrella. Su fama transcendió las fronteras nacionales: la película de Berit Nesheim fue galardonada en numerosos festivales internacionales con premios del público, por lo general. En Noruega fue un éxito que congregaba a toda la familia en la sala de proyección. El productor de la serie de Pelle y Proffen es John M. Jacobsen, que ha procurado que el mayor talento de dirección surgido en Noruega en los últimos decenios, Nils Gaup, tenga oportunidad de desarrollarse. La primera obra cinematográfica de Gaup, El guía del desfiladero (Veiviseren), fue filmada en formato de 70 milímetros, nunca utilizado anteriomente en los países nórdicos. El argumento se basa en una leyenda del siglo XIII y los diálogos son en la lengua minoritaria sami (lapona). El audaz proyecto ­ en el que pocos creían ­ resultó en una candidatura al Óscar y poco menos que un éxito mundial en las salas de proyección, con cifras de público desacostumbradas para una película noruega, además de impresionar a los críticos. Todos estos panegíricos hicieron que la subsidiaria de Walt Disney, Buena Vista, mostrara interés por Gaup. La muy profesional compañía participó en su nueva producción, Håkon Håkonsen, con la mitad de un inaudito presupuesto de 55 millones de NOK. Ninguna película noruega ha tenido jamás un presupuesto similar. En este caso no se trataba de una leyenda lapona en la que un muchacho, a base de astucia e ingenio, consiguiera rechazar el ataque de invasores, con duelos de osos, casi como una trasnochada película de indios hollywoodense, las pocas veces que los indios llevaban las de ganar. En cambio, se ha extraído cierto exotismo de un libro juvenil más que centerario sobre un Robinson Crusoe noruego que, dando la vuelta al mundo en una pequeña embarcación, llega a los Mares del Sur. La película se estrenó en el otoño de 1990. Gaup ha filmado también una drástica broma policiaca, La cabeza sobre el agua (Vann over hodet), de la que se ha hecho también una versión en Estados Unidos, y ha fracasado estrepitosamente con Estrella del Norte (Tashunga), película a la Jack London cuya acción se ambienta en Alaska durante la fiebre del oro.

La naturaleza como fuente de inspiración


Irradian efluvios de mar y landas nórdicas de las películas noruegas, algo que refleja Gaup, con bastante autenticidad, en sus películas. La filmografía noruega nace con un drama marino. En 1907, un barco se hacía a la mar en la ensenada de Frogner, en Oslo. Aunque en el fiordo reinaba la calma, el resultado, no obstante, sería el tempestuoso suspense de Los azares del pescador (Fiskerlivets farer), con las duras condiciones de vida que los elementos enfurecidos han deparado al pueblo noruego, como onda portadora, a lo largo de los siglos. Comparada con las pinturas fílmicas de El guía del desfiladero, desplegadas sobre una pantalla gigantesca, esta obra primigenia resulta casi ridícula, pero la elección de tema es bastante acertada. El cine noruego ha recibido el regalo de su Naturaleza, un don otorgado por un pródigo escenógrafo con sentido para el drama de líneas ondulantes y bruscas caídas. En Escandinavia existe una sólida tradición de pintura paisajística en el arte cinematográfico. Los operadores de cine noruegos, de categoría mundial en la actualidad, utilizan el paisaje con una intención más comercial que, por ejemplo, sus colegas suecos. Añádase a esto el sentimiento, casi mágico, de comunión con la Naturaleza, lo supuestamente simple, primigenio, inhóspito. El espectáculo más extravagante que puede experimentarse en este país es la peregrinación a las montañas en Semana Santa. Cuando, por fin, desaparece la nieve del paisaje urbano, los noruegos abandonan la ciudad y suben a las cumbres, en busca de ella. La armonía entre Naturaleza y talante personal es notoria y manifiesta, un elemento esencial en el arte de filmar noruego, incluso cuando el paisaje no es tan ameno y el ánimo se abate, depresivamente encerrado en sí mismo, o heroicamente en lucha contra viento y marea, pesca fallida o bajas coyunturas.

Candidaturas al Óscar, pero ningún premio

En el plano internacional, las películas noruegas resaltan más cuando irradian el esplendor de la aventura, las reverberaciones de los grandes exploradores polares Roald Amundsen y Fridtjof Nansen, y es característico que el único Óscar del país fuera otorgado a la filmación de la travesía de la balsa Kon-Tiki por el Pacífico. En cierto modo, Thor Heyerdahl navegó siguiendo la estela del científico y descubridor Nansen, con el mar azotando la embarcación como si estuviéramos en los bancos de pesca noruegos. Otra cosa es que la estatuilla se encuentre en Suecia, ya que su custodia corresponde al productor, y no al director. Tenía que ser un sueco quien apostara por Heyerdahl, demasiado tarde, empero, para un pueblo nacionalista como el noruego. Diecisiete años más tarde, hubo otra nominación al Óscar, pero Arne Skouen y sus Siete vidas (Ni liv) serían derrotados por Fellini. Siete vidas narra también la lucha por la supervivencia en pugna con los elementos. La acción, que se desarrolla durante la ocupación alemana, cuenta los avatares de un soldado que desembarca en la costa septentrional de Noruega y, desde allí, por lagos y montañas, contra nieve y ventiscas, atraviesa el país hasta llegar a la neutral Suecia. También sería la región más septentrional de Noruega ­ con su población aborigen ­ el escenario de la siguiente película nominada al Óscar, unos treinta años más tarde. El guía del desfiladero rebosa acción y acrobacias, pero, sobre todo, una humanidad rebelde, casi heroica. Y una cámara arrulladora y acariciante ante el poderío de las fuerzas de la Naturaleza.

Más época actual que vikingos


Podría creerse que la época de los vikingos ­ tiempos heroicos de violencia y réplicas lacónicas ­ debiera brindar material cinematográfico de óptima calidad para un público mundial deseoso de ver escenas cruentas, sin tener que cavilar sobre cuestiones psicológicas o filosóficas. Pero, prácticamente, nunca se ha intentado hacer películas de vikingos. Bien es verdad que, en la década de los ochenta, se realizó una coproducción ruso-noruega, El prisionero del dragón (Dragens fange), sobre un joven ruso hecho cautivo en Noruega. Es una película reflexiva a la manera rusa, llena de objetos de la época pulcramente recreados, pero incapaz de captar su espíritu. La población de habla noruega no es numerosa; el país tiene poco más de cuatro millones de habitantes. El mercado exterior rara vez ha estado abierto a las películas nacionales, por lo que la producción se ha visto obligada a apostar por temas de sabor doméstico para defenderse comercialmente: los melodramas rurales ­ con ingredientes tales como amor, cuchilladas, juergas y engaños ­ , y no digamos las pugnas hereditarias en torno al caro predio familiar, han sido temas entrañablemente noruegos. Y las populares farsas en barrios de gentes sencillas o los intentos de realización de comedias de ambiente urbano. Pero Noruega carece de aristocracia y de tradiciones urbanas, por lo que esa modalidad fílmica no ha sido cultivada con tanta naturalidad y desenvoltura.

Dos generaciones


Noruega ha sido siempre una poetocracia. En cada promontorio de la geografía nacional se yergue un gerifalte literario que establece el orden del día de la vida intelectual o, con entusiasmo y fervor, conforma la sociedad a su albedrío. El cine no ha producido muchas de esas figuras, cultivando durante largo tiempo las formas narrativas populares y sufriendo profundo desprecio por ello, injusticia que está a punto de revelar la cinematografía actual. Pero con nombres estelares como Knut Hamsun, ganador del Premio Nobel, el poeta lírico en prosa más lúdico que pueda imaginarse, o el más ceñudo Henrik Ibsen ­ dramaturgo que refleja con mayor exactitud que Noruega no es tierra de juegos, sino de severos artículos enunciadores de principios en su legislación ­, comprendemos mejor que los cineastas se hayan sentido algo desfasados. Sin embargo, vale la pena observar que el nieto de Ibsen, que también lo era del contemporáneo dramaturgo, poeta lírico y polemista Bjørnstjerne Bjørnson, ha contribuido con una aportación fílmica fresca y dinámica. Tancred Ibsen, quien, por razones obvias, fue llamado el nieto doble y sin duda tuvo que sufrir un poco por ello, cultivó muchos géneros durante el espacio de unos cuarenta años, fluctuando entre el estilo popular y el tono más elevado. Para muchos, la rozagante novela picaresca fílmica sobre el jocoso Robin Hood noruego, Gjerd Baardsen, sigue siendo la película noruega más lograda, aunque fuera rodada en época tan lejana como 1939. Y ello es debido no sólo a los primitivos substratos de la idiosincrasia noruega ­ como la oposición del individualista libre a las autoridades y la burocracia ­, sino también a la impresión vivificante que crean, en templados días de verano, frescas ráfagas de viento que barren la montaña. Con el permiso de Ibsen, la Sociedad de Críticos de Cine de Noruega decidió denominar al galardón de honor que se otorga a la mejor película ­noruega o extranjera ­ en el Festival de Haugesund, ciudad de la costa occidental del país, Premio Gjest Baardsen. Lo que no es casualidad. Otro pionero digno de mención es Arne Skouen, agudo columnista del diario liberal Dagbladet, que, en el curso de veinte años, desde 1948, realizó diecisiete películas. Además de Siete vidas y otros dramas de ambiente bélico, destacó especialmente por sus obras polémicas sobre temas actuales en forma documental. En Skouen no cabe nunca dudar de su intención dialéctica ni tampoco de su excepcional aplomo formal. Tampoco se debe olvidar al animador Ivo Caprino, que se ha concentrado en motivos de cuentos populares noruegos, creando un mundo singular de muñecos. Esta polifacética réplica noruega de Walt Disney es autor de la ­ tal vez ­ mejor película noruega de los últimos 25 años, Flåklypa Grand Prix, obra que en que se funden un socarrón humor rural y el más refinado empleo de muñecos animados en una obra maestra del cine, admirada por un público increíblemente numeroso, para ser una película noruega. Flåklypa ha sido doblada a 16 idiomas, algo totalmente inaudito en la filmografía noruega. Pese a la incansable aportación de muchos pioneros del cine noruego, no podemos hablar de amplio reconocimiento artístico hasta bien entrados los años sesenta y la década de los setenta. Bien es verdad que el único creador noruego de la modernidad, Erik Løchen, realiza, en 1959, su película La caza (Jakten), a la vez que triunfa la nueva ola francesa. Con las tijeras de montaje, Løchen fantasea, ojo avizor, en el espacio y el tiempo, entre el sueño y la realidad, abandonando lo cronológico y causal, que siempre ha maniatado al cine noruego. En su lugar, reivindica un realismo ético, con coherencia, lógica e intención en las cosas. Posteriormente, Løchen realizaría películas siguiendo el lema, del francés Jean-Luc Godard, de que una obra ha de tener un principio, un desarrollo y un desenlace, aunque no precisamente en ese orden. El propio Løchen ha dicho que su película Objeción (Motforestilling), que consta de seis rollos de veinte minutos de duración cada uno, puede proyectarse en cualquier orden de sucesión. Para dar cabida a Løchen y otros cineastas menos experimentales, se creó un sistema de ayuda oficial, condición indispensable para la supervivencia de un mercado fílmico tan reducido. Sin este apoyo, hubiera sido imposible cultivar el cine, como forma de expresión artística, en Noruega. Inspirada por la nouvelle vague y otra espuma vivificante que inundó el mundo del cine en los años sesenta, surgió una nueva generación que no iba al cine sólo para estar al corriente de las últimas audacias formales, sino que las incorporaba a su modo de pensar e incluso viajaba al extranjero para adquirir una formación cinematográfica. Tal vez el máximo exponente de ese grupo sea Anja Breien, realizadora que combina, en la forma, la espontaneidad emotiva con la ponderación académica. Anja Breien quería estudiar Física nuclear, pero acabó en una escuela cinematográfica de París. A mediados de la década de los setenta obtuvo su primer triunfo, luego de haber puesto de manifiesto su gran talento con una película como La moza de Jostedal (Josterdalsrypa), única muchacha superviviente de la peste bubónica, hacia 1350, en una pintoresca aldea de montaña de la región occidental de Noruega. Esposas (Hustruer), de 1975, señala la irrupción feminista en la pantalla noruega: una fresca e improvisada comedia sobre tres antiguas compañeras de clase que se reúnen para hablar de tiempos pasados, intercambiando experiencias y risitas. En 1985 aparece Esposas, diez años después (Hustruer ti år etter), donde el tono es más grave y sombrío, más desilusionado, pero donde la espontaneidad pervive discretamente. Anja Breien continuó haciendo informes del estado de ánimo de las tres mosqueteras en Esposas III, de 1996, en la que están a punto de cumplir los 50. Es la menos lograda de las tres películas, pero la serie está convirtiéndose en documento de ficción, único en la historia internacional del cine, sobre los cambios que experimentan las condiciones de vida de las mujeres noruegas cada diez años. La Breien espera hacer la cuarta película de la serie en el año 2005. Breien participó, en 1979, en el festival de Cannes con la comedia La herencia (Arven), película, en cierto modo, alegremente inspirada en Rossini y, también, en la codicia noruega típica de la época. Anja Breien fue galardonada en el festival de Venecia, de 1982, por La persecución (Forfølgelsen), donde, una vez más, vuelve al ambiente de la Noruega montaraz de la Baja Edad Media y elige a la mujer como víctima.

Los años ochenta


El variado decenio de 1980 (nunca se han dado tantas bruscas volteretas en el mundo del cine noruego) se puede dividir fácilmente, a vista de pájaro, en dos fases: En la primera predominan los personajes femeninos e infantiles, y es casi como una apoteosis del feminismo. Además de la Breien, demuestra su talento creador Laila Mikkelsen, particularmente con su Pequeña Ida (Liten Ida), hija de zorra alemana, nombre que la voz popular daba a la mujer que mantenía relaciones con el invasor germano durante la ocupación. También esta cinta obtuvo difusión internacional, aunque no tan amplia como Esposas algunos años antes. En 1990, vuelve Anja Breien con El ladrón de joyas (Smykketyven), un drama amoroso con un Don Juan de Oslo, escenario fílmico poco común, sorprendentemente. Pero el mascarón de proa del grupo sería la modelo, actriz, guionista y directora Vibeke Løkkeberg. La fémina más fotogénica de Noruega luce bellas y retozonas cadencias fílmicas en La mensajera (Løperjenten), de 1971: neorrealismo noruego de exuberante colorido en un barrio pobre del Bergen de la posguerra, donde todo lo singular y extraordinario es contemplado con el perturbado cristal de aumento de la retina infantil. Hasta cierto punto, se advierte la misma perspectiva impúber en el drama incestuoso Piel (Hud), elegida para el festival de Cannes: una especie de tonada popular fílmica que, ante la cámara, adquiere vuelos de engolada ópera wagneriana en el escenario borrascoso de la región occidental de Noruega. Posteriormente y con acertado talento pictórico, Vibeke Løkkeberg realizó El leopardo (Leoparden), novela de buena factura, y soltó en las salas de proyección Las gaviotas (Måkene), sin miradas retrospectivas a Chejov... y sin gran éxito. A mediados de la década de los ochenta llegaría, enfáticamente, la hora de los realizadores masculinos. La antítesis del feminismo es Bajo el signo de Orión (Orions Belte), trepidante acción de connotaciones políticas en un paisaje ártico. Este drama de supervivencia fue seguido de varias películas de acción, a la vez que se introducían las sociedades cinematográficas en comandita. Se pretendía crear un Hollywood en la Noruega del boom petrolero. Y del mundo angloparlante llegaron cineastas con proyectos que no se conseguían financiar en el país de origen, lo que no era una casualidad. Pero en Noruega sí que se consiguió... fracasar al final. Aunque, sin duda, sirvieron de gran entretenimiento a los lectores de periódicos y revistas. El enfoque comercial proporcionó también mejor contacto con el público y creciente afluencia a las películas nacionales y a los locales de proyección en general. Pero en medio de todos estos juegos típicos de la época, de experimentos con planos, géneros, ornamentos, fragmentos, se perdió casi por completo la ambición artística. Muchos se preguntaban por qué el dinero de los contribuyentes tenía que financiar cabriolas lúdicas con la cámara. O por qué había que competir con Hollywood, conociendo la aplastante superioridad de condiciones de la Meca del cine. Eso sólo pudo hacerlo El guía del desfiladero. Aprovechando su peculiaridad lapona, manteniendo sus raíces bien hundidas en la tierra helada. El debate se reanudó en la década de los 90, en que el desinterés del público hacia las películas noruegas condujo a que muchos directores utilizaran un idioma cinematográfico para jóvenes internacional, una lengua que iba a buscar a Hollywood sus reglas gramaticales y su léxico. No lograron, sin embargo atraer al público, que siguió prefiriendo los auténticos productos hollywoodianos. No obstante, una película con el título, extrañamente vago, de X anuncia una síntesis de los principios masculino y femenino. Oddvar Einarson, director de documentales, crea (en blanco y negro) la impresión de hallarse en un planeta equivocado. Oslo se perfila como un paisaje lunar. El poético lenguaje visual está inspirado un poco en la sensación, creada por el ruso Tarkovski, de describir el mundo tras la catástrofe, en un estado desértico de agotamiento espiritual. El prestigioso Festival de Venecia otorgó el premio especial del jurado a la obra, otro de cuyos encantos es una música rock casi silenciosa, esbozo furtivo de amores probables entre jóvenes aún no destruidos por la desolación del entorno. En la línea de Tarkovski sigue Unni Straume con su A un desconocido (Til en ukjent), scherzo onírico de tono ruso y embriaguez pictórica. Unni Straume fue invitada al festival de Cannes con su recreación del poema de Strindberg Sueño, un ambicioso experimento. Y por vez primera desde 1959 apareció Liv Ullmann en el reparto de una película noruega, señal de muchas oportunidades malgastadas del arte cinematográfico escandinavo. Unni Straume realizó en 1998 una adaptación cinematográfica muy madura de la narración llamada El método de Thrane (Thranes metode), del escritor Øystein Lønn, parte de un libro de relatos ganador del Premio de Literatura del Consejo Nórdico. La película, que ha sido un tanto subestimada, pone la revolución del 68 bajo la perspectiva de los años 30. Despues de terminar Kristina Lavransdatter, la directora Liv Ullmann se marchó a Suecia para rodar una película basada en una serie televisiva con guión de Ingmar Bergman. No parece serle fácil encontrar su sitio en el cine noruego. En la película, que lleva el título de Conversaciones privadas (Enskilda samtal/Fortrolige samtaler), vivimos una vez más una conmoción emocional artística con punto de partida en la crónica familiar de Ingmar Bergman, delicadamente observada y maravillosamente interpretada por veteranos actores favoritos del director sueco, con el magistral Sven Nykvist tras de la cámara una vez más. La película fue exhibida en la sesión oficial del Festival de Cannes en 1998. De aquí al año 2000, Liv Ullmann filmará otro guión de Bergman, Los infieles (De troløse). El debutante Knut Erik Jensen, que con Stella Polaris hace uso de técnicas modernas en la descripción de la costa de Finnmark como desolado paisaje dejado por la teutona táctica de tierra quemada y la carencia de interés por parte de la Administración central noruega. Berlín y Oslo han destruido el Norte de Noruega, afirma en un tono socarrón, y ahora, la UE completará la destrucción desde Bruselas. Es polémica que retoza en estética desafiante. El mismo carácter retador, incluso como ejemplo de ciencia histórica, presenta la siguiente película de Jensen, titulada Mordido por el frío (Brent av frost). En ella seguimos desde Finmark, la provincia más septentrional del país, los pasos de un espía noruego. Ante la disyuntiva de cooperar con los invasores nazis o con los vecinos rusos, el protagonista opta por lo último. Y sigue haciéndolo también al acabar la II Guerra Mundial. En 1960 se ve involucrado en el llamado asunto U2: un patrullero AWAC norteamericano en ruta hacia al aeropuerto de Bodø en el norte de Noruega fue alcanzado y destruído al sobrevolar la Unión Soviética. La película es de una estética ingeniosa; el argumento presenta solidez en su oscilar entre los hechos y la ficción. Esta característica es aún más patente en ésta que en la anterior película. En las postrimerías de los años ochenta aparece otra prometedora obra de debutante. Si bien su impacto internacional no ha sido tan fuerte como el de El guía del desfiladero de Nils Gaup, el largometraje Un poco de tiempo (En håndfull tid) de Martin Asphaug ha obtenido el galardón nórdico para debutantes. En él se mezclan el realismo ético con el simbolismo, el surrealismo y el realismo mágico. ¿Cuándo se ha visto una película noruega tan ávida de fantasía que haga aparecer arcángeles? Este vaivén de tiempo y espacio puede liberar las ambiciones cinematográficas de otros directores, permitiendo, en fin, a los críticos noruegos dejar de proclamar la quiebra artística del cine nacional. Las obras posteriores de Asphaug no son exactamente de la misma calidad, pero abarcan películas infantiles y juveniles, como la popular Mentiras venenosas y la muy fantástica y espectacularmente visual Esponja (Svampe, 1996). Una de las películas noruegas que más han destacado internacionalmente en la década de los 90 es una extraña producción de bajo costo y corte marginal. Eggs (Huevos), primera obra del cineasta Bent Hamer, cuenta la historia de dos hermanos jubilados que llevan una existencia aislada en la más noruega de las aldeas noruegas.

 

© Per Haddal (texto)