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Subsecciones

3.3 Resistencia, Crisis, Transformación

La continuidad de la lucha es sencilla: los trabajadores sólo se necesitan a sí mismos y al patrón enfrente. Pero la continuidad de la organización es un asunto raro y complejo: tan pronto como es institucionalizada es usada rápidamente por el capitalismo, o por el movimiento de los trabajadores en favor del capitalismo.

Mario Tronti

La Nueva Izquierda salta...desde la pelvis giratoria de Elvis.

Jerry Rubin
Anteriormente definimos a la Guerra de Vietnam como una desviación del proyecto constitucional de los Estados Unidos y su tendencia hacia el Imperio. Pero esta guerra también fue, sin embargo, la expresión del deseo de libertad de los vietnamitas, una expresión de subjetividad campesina y proletaria-un ejemplo fundamental de resistencia tanto contra las formas finales de imperialismo como contra el régimen disciplinario internacional. La Guerra de Vietnam representa un punto de inflexión en la historia del capitalismo contemporáneo en tanto que la resistencia vietnamita es concebida como el centro simbólico de toda una serie de luchas mundiales que hasta ese momento permanecían separadas y distantes unas de otras. Los campesinos que estaban siendo subsumidos bajo el capital multinacional, el proletariado poscolonial, la clase trabajadora industrial en los países capitalistas dominantes, y el nuevo estrato del proletariado intelectual, en todas partes todos ello tendieron hacia un sitio común de explotación en la sociedad-factoría del régimen disciplinario globalizado. Las diversas luchas convergieron contra un enemigo común: el orden disciplinario internacional. Se estableció una unidad objetiva, a veces con la conciencia de los que luchaban y otras sin ella. El prolongado ciclo de luchas contra los regímenes disciplinarios había alcanzado la madurez, forzando al capital a modificar sus propias estructuras y sufrir un cambio de paradigma.

3.3.1 Dos, Tres, muchos Vietnam

A fines de los '60 el sistema internacional de producción capitalista estaba en crisis.3.59 La crisis capitalista, como nos decía Marx, es una situación que requiere que el capital sufra una devaluación general y un profundo reordenamiento de las relaciones de producción como resultado de la presión descendente que el proletariado ejerce sobre la tasa de ganancia. En otras palabras, las crisis capitalistas no son simplemente una función de la propia dinámica del capital, sino que están provocadas directamente por los conflictos proletarios.3.60 Esta noción marxiana de crisis nos ayuda a comprender los rasgos más importantes de la crisis de fines de los '60. La caída de la tasa de ganancia y la interrupción de las relaciones de comando en este período se comprenden mejor cuando son vistas como resultado de la confluencia y acumulación de los ataques proletarios y anticapitalistas contra el sistema capitalista internacional.

En los países capitalistas dominantes este período fue testigo de un ataque de los trabajadores de la mayor intensidad dirigido principalmente contra los regímenes disciplinarios de trabajo capitalista. Este ataque se expresó, primeramente, como un rechazo general del trabajo, y específicamente como un rechazo del trabajo fabril. Estaba dirigido contra la productividad y contra cualquier modo de desarrollo basado en el incremento de la productividad del trabajo fabril. El rechazo del régimen disciplinario y la afirmación de la esfera del no-trabajo se convirtieron en los rasgos definitorios de un nuevo juego de prácticas colectivas y una nueva forma de vida.3.61 Segundo, el ataque sirvió para subvertir las divisiones capitalistas del mercado laboral. Las tres características principales del mercado laboral-la separación de grupos sociales (por estratos de clase, raza, etnicidad o sexo), la fluidez del mercado laboral (movilidad social, terciarización, nuevas relaciones entre trabajo productivo directo e indirecto, etc.), y las jerarquías del mercado de trabajo abstracto-fueron todas amenazadas por la creciente rigidez y comunalidad de las demandas de los trabajadores. La creciente socialización del capital también llevó a la unificación social del proletariado. Esta voz crecientemente unificada alzó la demanda general por un salario social garantizado y un nivel elevado de bienestar social.3.62 Tercero, y por último, el ataque de los trabajadores se dirigió directamente contra el comando capitalista. El rechazo del trabajo y la unificación social del proletariado se unieron en un ataque frontal contra la organización coercitiva del trabajo social y las estructuras disciplinarias de comando. El ataque trabajador fue completamente político-aún cuando muchas prácticas de masas, en especial de los jóvenes, parecieran decididamente apolíticas-en tanto exponía y paralizaba los centros nerviosos políticos de la organización económica del capital.

Las luchas campesinas y proletarias en los países subordinados también impusieron reformas en los regímenes políticos locales e internacionales. Décadas de lucha revolucionaria --desde la Revolución China a Vietnam y desde la Revolución Cubana a las numerosas luchas de liberación en todo América Latina, África y el mundo Árabe-- empujaron una demanda salarial proletaria que diversos regímenes socialistas y/o reformistas nacionalistas debían satisfacer, y que desestabilizaban directamente el sistema económico internacional. La ideología de la modernización, aún cuando no trajo ``desarrollo'', creó nuevos deseos que excedieron las relaciones establecidas de producción y reproducción. El súbito aumento de los costos de las materias primas, la energía y ciertas mercancías agrícolas en los '60 y '70 fue un síntoma de estos nuevos deseos y la creciente presión del proletariado internacional sobre el salario. Los efectos de estas luchas no sólo fueron cuantitativos sino que determinaron también un elemento cualitativamente nuevo que marcó profundamente la intensidad de la crisis. Durante más de cien años las prácticas del imperialismo trabajaron para subsumir todas las formas de producción del mundo bajo el comando del capital, y esa tendencia sólo se intensificó en este período de transición. La tendencia creó necesariamente una unidad virtual o potencial del proletariado internacional. Esta unidad virtual nunca se efectivizó como unidad política global, pero sin embargo tuvo efectos sustanciales. En otras palabras, las pocas instancias de la organización internacional del trabajo real y conciente no parecen ser aquí lo más importante, sino la coincidencia objetiva de luchas que se superponían precisamente porque, pese a su diversidad radical, estaban todas dirigidas contra el régimen disciplinario internacional del capital. La creciente coincidencia determinó lo que llamamos una acumulación de luchas.

Esta acumulación de luchas socavó la estrategia capitalista que durante mucho tiempo había confiado en las jerarquías de las divisiones internacionales del trabajo para bloquear toda unidad global de los trabajadores. Ya en el siglo diecinueve, antes del florecimiento del imperialismo europeo, Engels lamentaba el hecho que el proletariado inglés se colocara en el lugar de una ``aristocracia del trabajo'', porque sus intereses apostaban así al proyecto del imperialismo británico en lugar de a la fuerza de trabajo colonial. En el período de declinación de los imperialismos, ciertamente persistieron fuertes divisiones internacionales del trabajo, pero las ventajas imperialistas de cualquier clase trabajadora nacional habían comenzado a esfumarse. Las luchas comunes del proletariado de los países subordinados acabaron con las posibilidades de la antigua estrategia imperialista de transferir la crisis desde el terreno metropolitano a sus territorios subordinados. Ya no era posible aplicar la vieja estrategia de Cecil Rhode de aplacar los peligros domésticos de la lucha de clases en Europa mediante el desplazamiento de las presiones económicas hacia el aún pacífico orden de los terrenos imperialistas dominados, mantenidos mediante técnicas brutalmente efectivas. Ahora el proletariado formado en el terreno imperialista se había organizado y armado y era peligroso. Había pues una tendencia hacia la unidad del proletariado internacional o multinacional en un ataque común contra el régimen disciplinario capitalista.3.63 La resistencia e iniciativa del proletariado de los países subordinados resonó como un símbolo y modelo por sobre y dentro del proletariado de los países capitalistas dominantes. En virtud de esta convergencia, las luchas obreras en todo el dominio del capital internacional decretaron el fin de la división entre Primer y Tercer Mundo, y la integración política potencial de todo el proletariado mundial. La convergencia de las luchas instaló a escala internacional el problema de transformar a la cooperación obrera en organización revolucionaria, realizando la unidad política virtual.

Con esta convergencia objetiva y acumulación de luchas, las perspectivas Tercermundistas, que antes pudieron ser de alguna utilidad, eran ahora totalmente inútiles. Entendemos que el Tercermundismo se define por la noción que la contradicción primaria y el antagonismo en el sistema capitalista internacional está entre el capital del Primer Mundo y el trabajo del Tercer Mundo.3.64 Entonces, el potencial revolucionario reside exclusivamente en el Tercer Mundo. Esta visión ha sido evocada implícita o explícitamente en numerosas teorías de la dependencia, del subdesarrollo y perspectivas del sistema mundo.3.65 El limitado mérito de la perspectiva Tercermundista reside en que se opone directamente al ``Primermundismo'', o la visión eurocéntrica que considera que la innovación y los cambios se originan, y sólo pueden originarse, en Euro-América. Sin embargo, su oposición especular a esta falsa visión conduce a una postura igualmente falsa. Hallamos inadecuada a esta perspectiva Tercermundista porque ignora las innovaciones y antagonismos del trabajo en el Primer y Segundo Mundo. Más aún, y más importante para nuestra argumentación, la perspectiva Tercermundista es ciega a la convergencia efectiva de luchas en todo el mundo, tanto en los países dominantes como en los subordinados.

3.3.2 La Respuesta Capitalista a la Crisis

A medida que la confluencia de las luchas socavaba la capacidad de disciplina capitalista e imperialista, el orden económico que había dominado el planeta por casi treinta años, aquella Edad Dorada de la hegemonía de Estados Unidos y el crecimiento capitalista, comenzó a desenmarañarse. La forma y sustancia de la administración capitalista del desarrollo internacional para el período de posguerra fueron dictadas en la conferencia de Bretton Woods, New Hampshire, en 1944.3.66 El sistema de Bretton Woods se basó en tres elementos fundamentales. Su primera caracterización fue la comprensiva hegemonía económica de Estados Unidos por sobre todos los paises no-socialistas. Esta economía se aseguraba mediante la elección estratégica de un desarrollo liberal basado en un libre comercio relativo, y, más aún, por el mantenimiento del oro (del cual los Estados Unidos poseían alrededor de un tercio del total mundial) como garantía del poder del dólar. El dólar era ``tan bueno como el oro''. Segundo, el sistema demandaba un acuerdo de estabilidad monetaria entre Estados Unidos y los otros países capitalistas dominantes (primero Europa, luego Japón) por sobre los territorios tradicionales de los imperialismos europeos, que habían sido dominados previamente por la libra británica y el franco francés. Así la reforma en los países capitalistas dominantes podría ser financiada por un excedente de las exportaciones hacia Estados Unidos y garantizada por el sistema monetario del dólar. Finalmente, Bretton Woods dictó el establecimiento de una relación cuasi-imperialista de los Estados Unidos sobre todos los países no-socialistas subordinados. El desarrollo económico dentro de Estados Unidos y la estabilización y reforma en Europa y Japón fueron garantizadas por los Estados Unidos en tanto ellos acumularan superganancias imperialistas mediante su relación con los países subordinados.

El sistema de la hegemonía monetaria de Estados Unidos fue fundamentalmente un nuevo orden porque, mientras el control de los sistemas monetarios internacionales previos (en especial el inglés) había estado firmemente en manos de banqueros y financistas privados, Bretton Woods le dio el control a una serie de organizaciones gubernamentales y regulatorias, incluyendo al Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y, finalmente, la Reserva Federal norteamericana.3.67 Por ello Bretton Woods puede ser entendido como la cara monetaria y financiera de la hegemonía del Nuevo Acuerdo sobre la economía capitalista mundial.

Los mecanismos Keynesianos y seudo-imperialistas de Bretton Woods entraron eventualmente en crisis cuando la continuidad de las luchas de los trabajadores en los Estados Unidos, Europa y Japón elevaron los costos de la estabilización y el reformismo, y cuando las luchas anticapitalistas y antiimperialistas en los países subordinados comenzaron a socavar la extracción de superganancias.3.68 Cuando el motor imperialista no pudo seguir avanzando y las luchas de los trabajadores se volvieron cada vez más demandantes, la balanza comercial de Estados Unidos comenzó a inclinarse pesadamente en dirección a Europa y Japón. Una primera fase de la crisis-más furtiva que rampante-se extiende desde principios a fines de los '60. Como los controles provistos por Bretton Woods tornaron al dólar inconvertible de facto, la mediación monetaria de la producción y el comercio internacional se desarrolló en una fase caracterizada por la relativamente libre circulación del capital, la construcción de un fuerte mercado europeo del Eurodólar, y la fijación de una paridad política en casi todos los países dominantes.3.69 Sin embargo, la explosión de 1968 en Europa, Estados Unidos y Japón, junto con la victoria militar vietnamita sobre los Estados Unidos, disolvió por completo esta estabilidad provisoria. La estanflación le dio paso a la inflación rampante. La segunda fase de la crisis puede considerarse que comienza el 17 de agosto de 1971, cuando el presidente Nixon desacopla el dólar del patrón oro, volviendo al dólar inconvertible de jure, y aplicando un sobrecargo del 10% a todas las importaciones de Europa a Estados Unidos.3.70 La totalidad de la deuda de Estados Unidos fue efectivamente empujada hacia Europa. Esta operación se realizó sólo en virtud del poderío económico y político de Estados Unidos, quien así le recordó a los europeos los términos iniciales del acuerdo, de su hegemonía como el punto más elevado de explotación y comando capitalista.

En los '70 la crisis se tornó oficial y estructural. El sistema de equilibrio político y económico inventado de Bretton Woods había entrado en una confusión total, y lo que quedaba era sólo el hecho bruto de la hegemonía de Estados Unidos. La declinante efectividad de los mecanismos de Bretton Woods y la descomposición del sistema monetario del Fordismo en los países dominantes revelaron que la reconstrucción de un sistema internacional del capital debía incluir una reestructuración comprensiva de las relaciones económicas y un cambio del paradigma en la definición del comando mundial. Dicha crisis, sin embargo, no es exclusivamente un evento enteramente negativo o inesperado desde la perspectiva del capital. Marx sostiene que el capital, de hecho, tiene un interés fundamental por las crisis económicas, debido a su poder transformador. Respecto del sistema total, los capitalistas individuales son conservadores. Se ocupan principalmente de maximizar sus ganancias individuales en el corto plazo, aún cuando esto conduzca a un camino ruinoso para el capital colectivo en el largo plazo. Las crisis económicas pueden superar estas resistencias, destruir a los sectores no rentables, reestructurar la organización de la producción y renovar sus tecnologías. En otras palabras, las crisis pueden empujar hacia delante una transformación que reestablezca una elevada tasa general de ganancia, respondiendo efectivamente en el mismo terreno definido por el ataque obrero. La devaluación general del capital y sus esfuerzos por destruir la organización obrera sirven para transformar la sustancia de la crisis-el desequilibrio entre la circulación y la sobreproducción-en un aparato reorganizado de comando que rearticule la relación entre desarrollo y explotación.

Dada la intensidad y coherencia de las luchas de los '60 y '70, dos caminos se abrieron para el capital a fin de lograr los objetivos de aplacar las luchas y reestructurar el comando, y ambos fueron ensayados. El primer camino, con sólo una limitada efectividad, fue la opción represiva-una operación fundamentalmente conservadora. La estrategia represiva del capital apuntó a revertir el proceso social, separando y desagregando el mercado laboral, y reestableciendo el control sobre todo el ciclo de producción. Así el capital privilegió a las organizaciones que representaban un salario garantizado para una porción limitada de la fuerza laboral, fijando a ese segmento de la población dentro de sus estructuras y reforzando la separación entre aquellos trabajadores y las poblaciones más marginales. La reconstrucción de un sistema de compartimentalización jerárquica, tanto al interior de cada nación como internacionalmente, fue logrado controlando la movilidad y fluidez social. El uso represivo de la tecnología, incluyendo la automatización y computarización de la producción, fue un arma central esgrimida a este efecto. La transformación tecnológica fundamental previa en la historia de la producción capitalista (es decir, la introducción de la línea de montaje y el régimen de producción en masa) involucró modificaciones cruciales en los procesos productivos inmediatos (Taylorismo) y un enorme paso adelante en la regulación del ciclo social de la producción (Fordismo). Sin embargo, las transformaciones tecnológicas de los '70, con su impulso hacia la racionalización automática, empujaron a estos regímenes al límite extremo de su efectividad, al punto de quiebre. Los mecanismos Tayloristas y Fordistas ya no pudieron controlar la dinámica de las fuerzas sociales y productivas.3.71 La represión ejercida mediante el antiguo marco de control tal vez hubiera podido frenar los poderes destructivos de la crisis y la furia del ataque obrero, pero hubiese sido también una respuesta auto-destructiva que podría haber sofocado a la propia producción capitalista.

Al mismo tiempo, entonces, debió entrar en juego un segundo camino, uno que involucraría una transformación tecnológica dirigida no sólo a la represión sino a modificar la composición misma del proletariado, integrándolo, dominándolo y beneficiándose con sus nuevas prácticas y formas. A fin de entender la emergencia de este segundo camino de respuesta capitalista a la crisis, sin embargo, el camino que constituye un cambio de paradigma, debemos mirar más allá de la lógica inmediata de la estrategia y planificación capitalistas. La historia de las formas capitalistas es siempre necesariamente una historia reactiva: librado a sus propios deseos, el capitalismo nunca abandonará un régimen de ganancia. En otras palabras, el capitalismo ingresa a una transformación sistémica sólo cuando se ver forzado y cuando su actual régimen es insostenible. A fin de aprehender el proceso desde la perspectiva de su elemento activo, debemos adoptar el punto de vista del otro lado-vale decir, la perspectiva del proletariado, junto con la del resto del mundo no-capitalista que está siendo conducido a relaciones capitalistas. El poder del proletariado le impone límites al capital y no sólo determina las crisis sino que también dicta los términos y naturaleza de la transformación. El proletariado realmente inventa las formas sociales y productivas que el capital se verá forzado a adoptar en el futuro.

Podemos obtener una primera indicación de este papel determinante del proletariado preguntándonos cómo pudieron los Estados Unidos mantener su hegemonía durante la crisis. La respuesta subyace en gran parte, tal vez paradójicamente, no en el genio de los políticos o capitalistas norteamericanos, sino en el poder y la creatividad del proletariado de Estados Unidos. Tal como previamente, desde otra perspectiva, colocamos a la resistencia vietnamita como centro simbólico de las luchas, ahora, en los términos del cambio de paradigma del comando capitalista internacional, el proletariado de Estados Unidos aparece como la figura subjetiva que expresa más acabadamente los deseos y necesidades de los trabajadores internacionales o multinacionales.3.72 En contra del lugar común que afirma que el proletariado norteamericano es débil por su baja representación partidaria y sindical respecto de Europa y otros lugares, tal vez deberíamos verlo fuerte por esos mismos motivos. El poder de la clase trabajadora reside no en sus instituciones representativas sino en el antagonismo y autonomía de los propios trabajadores.3.73 Esto es lo que marca el verdadero poder de la clase obrera industrial de Estados Unidos. Más aún: la creatividad y conflictividad del proletariado reside también, lo que es probablemente más importante, en las poblaciones trabajadoras que están fuera de las fábricas. Incluso (y especialmente) aquellos que rechazan activamente el trabajo alzan serios desafíos y alternativas creativas.3.74 Para comprender la continuación de la hegemonía norteamericana, entonces, no es suficiente citar las relaciones de fuerza que el capitalismo de los Estados Unidos mantiene sobre los capitalistas de otros países. La hegemonía de Estados Unidos está realmente sostenida por el poder antagónico del proletariado de Estados Unidos.

La nueva hegemonía que parecía persistir en manos de Estados Unidos era aún limitada, cerrada dentro de los viejos mecanismos de reestructuración disciplinaria. Se requería de un cambio de paradigma para diseñar los procesos reestructurantes a lo largo de las líneas del cambio político y tecnológico. Es decir, el capital debía confrontar y responder a la nueva producción de subjetividad del proletariado. Esta nueva producción de subjetividad alcanzó (más allá de la lucha por el bienestar que hemos mencionado) lo que podría llamarse una lucha ecológica, una lucha sobre el modo de vida, que se expresó eventualmente en los desarrollos del trabajo inmaterial.

3.3.3 La Ecología del Capital

No estamos aún en posición de comprender la naturaleza del segundo camino de la respuesta del capital a la crisis, el cambio de paradigma que lo desplazará más allá de las lógicas y prácticas de la modernización disciplinaria. Debemos retroceder otra vez y examinar las limitaciones impuestas al capital por el proletariado internacional y el entorno no-capitalista, pues ambos hacen necesaria la transformación y dictan sus términos.

En la época de la Primera Guerra Mundial muchos observadores creían, en especial los teóricos marxistas del imperialismo, que el redoble de muerte había sonado y el capital alcanzaba el umbral de un desastre fatal. El capitalismo había proseguido por décadas cruzadas expansionista, utilizado porciones significativas del planeta para su acumulación, y, por primera vez, se veía forzado a enfrentar los límites de sus fronteras. Al aproximarse estos límites, las potencias imperialistas se hallaban inevitablemente en conflicto mortal entre ellas. El capital depende de su exterior, como decía Rosa Luxemburgo, de su entorno no-capitalista, a fin de realizar y capitalizar su plusvalía y poder así continuar con sus ciclos de acumulación. A principios del siglo veinte parecía que las aventuras imperialistas de la acumulación capitalista agotarían pronto la naturaleza no-capitalista en su entorno, y el capital moriría de inanición. Todo lo que estuviera por fuera de la relación capitalista-fuera humano, animal, vegetal o mineral-era visto desde la perspectiva del capital y su expansión como naturaleza.3.75 Así, la crítica al imperialismo capitalista expresaba una conciencia ecológica-ecológica en tanto reconocía los límites reales de la naturaleza y las consecuencias catastróficas de su destrucción.3.76

Bien, mientras escribimos este libro y el siglo veinte llega su fin, el capitalismo está milagrosamente sano, y su acumulación más robusta que nunca. ¿Cómo podemos conciliar este hecho con los cuidadosos análisis de tantos autores marxistas de principio de siglo que señalaban a los conflictos imperialistas como síntomas de un inminente desastre ecológico que corría hacia los límites de la naturaleza? Podemos aproximarnos por tres caminos hacia este misterio de la permanente salud del capital. Primero, algunos afirman que el capital ya no es imperialista, que se ha reformado, volviendo atrás el reloj hacia sus días de libre competencia, desarrollando una relación ecológica con su entorno no-capitalista. Aunque los teóricos desde Marx a Luxemburgo no hubieran demostrado que dicho proceso corre contra la propia esencia de la acumulación capitalista, una simple mirada a la economía política global contemporánea convencerá a cualquiera de olvida esta explicación a contramano. Queda claro que la expansión capitalista a continuado a paso acelerado en la segunda mitad del siglo veinte, abriendo nuevos territorios al mercado capitalista y subsumiendo procesos productivos no-capitalistas bajo el mando del capital.

Una segunda hipótesis puede ser que la imprevisible persistencia del capitalismo representa una simple continuación de los mismo procesos de expansión y acumulación que analizamos antes, salvo que la depleción total del medio ambiente no era aún inminente, y que, por lo tanto, el instante de confrontar los límites y del desastre ecológico aún no ha llegado. Sin embargo, los recursos del medio ambiente no-capitalista han probado ser vastos. Aunque la denominada Revolución Verde ha subsumido dentro del capitalismo una gran parte de la agricultura mundial no-capitalista, y otros proyectos modernizadores han incorporado nuevos territorios y civilizaciones dentro del ciclo de acumulación capitalista, persisten aún enormes (aunque, por supuesto, limitadas) reservas de fuerza de trabajo y recursos materiales para ser subsumidas en la producción capitalista y sitios potenciales para los mercados expansivos. Por ejemplo, el colapso de los regímenes socialistas de la Unión Soviética y el Este europeo, junto con la apertura de la economía china en la era post-Mao, le ha provisto al capital global de acceso a extensos territorios de ambiente no-capitalista-prefabricados para la subsunción capitalista por años de modernización socialista. Incluso hay aún amplias oportunidades de expansión en regiones ya integradas firmemente al sistema capitalista mundial. En otros términos, de acuerdo con esta segunda hipótesis, los ambientes no-capitalistas continúan siendo subsumidos formalmente dentro del dominio del capital, y por ello la acumulación aún puede funcionar al menos parcialmente mediante esta subsunción formal: los profetas del derrumbe inminente del capital no estaban equivocados sino que simplemente se apresuraron a hablar. Sin embargo, las limitaciones del medio ambiente no-capitalista son reales. Tarde o temprano se agotarán los una vez abundantes recursos naturales.

Una tercer hipótesis, tal vez complementaria de la segunda, es que en la actualidad el capital continúa acumulando mediante la subsunción en un ciclo de reproducción expandida, pero que cada vez más subsume no el medio ambiente no-capitalista sino su propio terreno capitalista-es decir, que la subsunción ya no es formal sino real. El capital ya no mira hacia fuera sino hacia adentro de sus dominios, y por ello su expansión es ahora más intensiva que extensiva. Este pasaje se centra en un salto cualitativo de la organización tecnológica del capital. Los estadios previos de la revolución industrial introdujeron bienes de consumo hechos-a-máquina, y luego máquinas-hechas-a-máquina, pero ahora nos hallamos confrontados a materias primas y víveres-hechos-a-máquina, en suma, naturaleza-hecha-a-máquina y cultura-hecha-a-máquina.3.77 Podríamos decir, entonces, siguiendo a Fredric Jameson, que la posmodernización es el proceso económico que emerge cuando las tecnologías mecánicas e industriales se han expandido hasta investir todo el mundo, cuando el proceso de modernización se ha completado, y cuando la subsunción formal del medio ambiente no-capitalista ha alcanzado sus límites. Mediante los procesos de la moderna transformación tecnológica, toda la naturaleza se ha vuelto capital, o al menos ha quedado sujeta al capital.3.78 Mientras la acumulación moderna se basaba en la subsunción formal de los territorios no-capitalistas, la acumulación posmoderna descansa en la subsunción real del propio terreno capitalista. Esta parece ser la verdadera respuesta capitalista al desafío del ``desastre ecológico'', una respuesta mirando al futuro.3.79 La finalización de la industrialización de la sociedad y la naturaleza, sin embargo, la finalización de la modernización, sólo constituye la precondición para el pasaje a la posmodernización, definiendo a la transformación sólo en términos negativos, como post-. En la siguiente sección confrontaremos directamente a los procesos reales de la posmodernización, o la informatización de la producción.

3.3.4 El asalto al régimen disciplinario

Para comprender en profundidad este pasaje debemos analizar de alguna manera sus bases determinantes, que residen en las transformaciones subjetivas de la fuerza de trabajo. En el período de crisis, a lo largo de los '60 y '70, la expansión del Bienestar y la universalización de la disciplina, tanto en los países dominantes como en los subordinados, crearon un nuevo margen de libertad para la multitud trabajadora. En otras palabras, los trabajadores usaron a la era disciplinaria, por encima de todos sus momentos de disenso y sus fases de desestabilización política (tal como el período de la crisis de Vietnam), a fin de expandir las fuerzas sociales del trabajo, incrementar el valor de la fuerza laboral, y rediseñar el conjunto de deseos y necesidades a las cuales debían responder el salario y el bienestar. De acuerdo con la terminología de Marx, uno podría decir que el valor del trabajo necesario había crecido enormemente-y, desde luego más importante desde el punto de vista del capital, en la medida que aumentaba el tiempo de trabajo necesario, el tiempo de trabajo excedente (y por ende la ganancia) decrecía proporcionalmente. Desde la perspectiva capitalista, el valor del trabajo necesario aparece como una cantidad económica objetiva-el precio de la fuerza de trabajo, como el precio del grano, el aceite y otras mercancías-pero en realidad está determinado socialmente, y es el índice de toda una serie de luchas sociales. La definición del conjunto de necesidades sociales, la calidad del tiempo de no-trabajo, la organización de las relaciones familiares, las expectativas aceptadas de vida, están todas en acción y representadas efectivamente por los costos de reproducir al trabajador. El enorme aumento del gasto social (tanto en términos de salarios de trabajadores como de bienestar social) durante el período de crisis de los '60 y '70 derivó directamente de la acumulación de luchas sociales en el terreno de la reproducción, el terreno del no-trabajo, el terreno de la vida.

Las luchas sociales no sólo elevaron los costos de reproducción y el salario social (disminuyendo la tasa de ganancia), sino que también, lo que es más importante, forzaron un cambio en la calidad y naturaleza del propio trabajo. Particularmente en los países capitalistas dominantes, donde el margen de libertad acordado, y conquistado por los trabajadores, fue mayor, el rechazo del régimen disciplinario de la factoría social se acompañó de una reevaluación del valor social del conjunto de las actividades productivas. Claramente, el régimen disciplinario no pudo seguir conteniendo los deseos y necesidades de los jóvenes. La perspectiva de obtener un empleo que garantizara un trabajo estable y regular ocho horas diarias, cincuenta semanas al año, durante toda una vida laboral, la perspectiva de ingresar al régimen normalizado de la factoría social, que había sido el sueño de muchos de sus padres, aparecía ahora como una especie de muerte. El rechazo masivo del régimen disciplinario, que tomó diversas formas, no fue sólo una expresión negativa sino también un momento de creación, aquello que Nietzche denominó una transvalorización de los valores.

Las diversas formas de experimentación y respuesta social se centraron en un rechazo a valorizar la clase de programa fijo de producción material, típico del régimen disciplinario, sus fábricas masivas y su estructura familiar nuclear.3.80 En cambio, los movimientos valorizaron una dinámica más flexible de creatividad y lo que podrían considerarse formas más inmateriales de producción. Desde la perspectiva de los segmentos ``políticos'' tradicionales de los movimientos de los Estados Unidos de los '60, las diversas formas de experimentación cultural que florecieron violentamente durante ese período aparecieron como una especie de distracción de las luchas políticas y económicas ``reales'', por ello no pudieron comprender que la experimentación ``meramente cultural'' tenía efectos políticos y económicos muy profundos.

``Haciendo cagadas'' era realmente una pobre concepción de lo que estaba ocurriendo en Haight-Ashbury y todos los Estados Unidos en los '60. Las dos operaciones esenciales eran el rechazo del régimen disciplinario y la experimentación con formas nuevas de productividad. El rechazo apareció bajo una amplia gama de apariencias y proliferó en miles de prácticas cotidianas. Era el estudiante que experimentaba con LSD en lugar de buscar un trabajo; era la mujer joven que se negaba al matrimonio y formaba una familia; era el trabajador Afro-americano que se movía con los tiempos descuidados de la GC (Gente de Color), rechazando el trabajo de todos los modos posibles.3.81 Los jóvenes que rechazaron la repetición embotante de la sociedad factoría inventaron nuevas formas de movilidad y flexibilidad, nuevos estilos de vida. Los movimientos estudiantiles forzaron el otorgamiento de un alto valor social al conocimiento y el trabajo intelectual. Los movimientos feministas que esclarecieron el contenido político de las relaciones ``personales'' y rechazaron la disciplina patriarcal elevaron el valor social de aquello que tradicionalmente se había considerado trabajo de la mujer, que involucraba un elevado contenido de trabajo afectivo o de cuidado y se centraba en servicios necesarios para la reproducción social.3.82 Toda la panoplia de movimientos y la totalidad de la contracultura emergente resaltaron el valor social de la cooperación y la comunicación. Esta transvalorización masiva de la producción y reproducción de nuevas subjetividades abrió el camino para una poderosa transformación de la fuerza de trabajo. En la próxima sección veremos en detalle cómo los índices de valor de los movimientos-movilidad, flexibilidad, conocimiento, comunicación, cooperación, lo afectivo-definirían la transformación de la producción capitalista en las siguientes décadas.

Los diversos análisis de los ``nuevos movimientos sociales'' han prestado un gran servicio al insistir en la importancia política de los movimientos culturales, contrariamente a las perspectivas económicas que minimizaron su significatividad.3.83 Sin embargo, estos análisis son muy limitados también, porque, tanto como aquellos a los que se oponen, perpetúan un estrecho entendimiento de lo económico y lo cultural. Y más importante: fracasan en el reconocimiento del profundo poder económico de los movimientos culturales, es decir, la creciente indistinguibilidad entre los fenómenos económicos y los culturales. Por un lado, las relaciones capitalistas se estaban expandiendo para subsumir todos los aspectos de la producción y reproducción social, todo el reino de la vida; por otro lado, las relaciones culturales redefinían los procesos de producción y las estructuras económicas del valor. Un régimen de producción, y por sobre todo un régimen de producción de subjetividad, estaba siendo destruido, y otro, inventado por la enorme acumulación de luchas.

Estos nuevos circuitos de producción de subjetividad, centrados en las dramáticas modificaciones del valor y el trabajo, se desarrollaron dentro y contra del período final de la organización disciplinaria de la sociedad. Los movimientos se anticiparon a la percepción capitalista de la necesidad de un cambio de paradigma en la producción, y dictaron su forma y naturaleza. Si la Guerra de Vietnam no hubiese tenido lugar, si no hubiera habido revueltas estudiantiles y obreras en los '60, si no hubiese ocurrido el 1968 y la segunda ola de movimientos feministas, si no hubiese estado toda la serie de luchas anti-imperialistas, el capital se habría conformado con mantener su propio dispositivo de poder, ¡feliz de evitarse el problema de modificar el paradigma de la producción! Y hubiera estado feliz por múltiples razones: porque los límites naturales al crecimiento aún le servían; porque estaba amenazado por el desarrollo del trabajo inmaterial; porque sabía que la movilidad transversal e hibridización de la fuerza de trabajo mundial abrían la posibilidad de nuevas crisis y conflictos de clase, en una magnitud nunca antes experimentada. La reestructuración de la producción, desde el Fordismo hasta el pos-Fordismo, desde la modernización a la posmodernización, fue anticipada por el ascenso de una nueva subjetividad.3.84 El pasaje desde la fase de perfeccionamiento del régimen disciplinario hacia las sucesivas fases de cambio del paradigma productivo fue dirigido desde abajo, por un proletariado cuya composición ya había cambiado. El capital no tuvo que inventar un nuevo paradigma (aún de haber sido capaz) porque el momento realmente creativo ya había ocurrido. En verdad, el problema del capital era dominar a una nueva composición que se había producido autónomamente, y estaba definida mediante una nueva relación con la naturaleza y el trabajo, una relación de producción autónoma.

Llegado a este punto el sistema disciplinario se había vuelto totalmente obsoleto y debía ser abandonado. El capital debía lograr un reflejo negativo y una inversión de la nueva calidad de la fuerza de trabajo; debía ajustarse a sí mismo a fin de poder comandar nuevamente. Sospechamos que es por esta razón que las fuerzas políticas e industriales que confiaron más acabadamente y con la mayor inteligencia en la modernización extrema del modelo productivo disciplinario (como los componentes principales del capital de Japón y el Este Asiático) son las que sufrieron más severamente en este pasaje. Las únicas configuraciones de capital capaces de prosperar en el nuevo mundo serán aquellas que se adapten y gobiernen a la nueva composición inmaterial, comunicativa, cooperativa y afectiva de la fuerza de trabajo.

3.3.5 Las convulsiones de muerte de la Disciplina Soviética

Ahora que hemos ofrecido una primera aproximación a las formas y condiciones del nuevo paradigma, deseamos examinar brevemente un efecto subjetivo gigantesco que el cambio de paradigma determinó en el curso de su movimiento: el colapso del sistema Soviético. Nuestra tesis, compartida por numerosos estudiosos del mundo Soviético,3.85 es que el sistema entró en crisis y se derrumbó por su incapacidad estructural para ir más allá del modelo de gobernabilidad disciplinaria, tanto respecto de su modo de producción, que era Fordista y Taylorista, como de su forma de comando político, que era socialista-Keynesiana, es decir, modernizadora internamente e imperialista externamente. Esta falta de flexibilidad para adaptar su despliegue de comando y su aparato productivo a los cambios de la fuerza de trabajo exacerbó las dificultades de la transformación. La pesada burocracia del Estado Soviético, heredada de un prolongado período de intensa modernización, colocó al poder Soviético en una posición insostenible cuando debió reaccionar a las nuevas demandas y deseos que expresaban las subjetividades globalmente emergentes, primero dentro del proceso de modernización y luego en sus límites exteriores.

El desafío de la posmodernidad fue levantado principalmente no por las potencias enemigas sino por la nueva subjetividad de la fuerza de trabajo y su nueva composición intelectual y comunicativa. El régimen, particularmente en sus aspectos iliberales, fue incapaz de responder adecuadamente a estas demandas subjetivas. El sistema pudo continuar, y de hecho lo hizo por un cierto tiempo, trabajando sobre la base del modelo de modernización disciplinaria, pero no logró combinar la modernización con la nueva movilidad y creatividad de la fuerza de trabajo, condición fundamental para infundir vida dentro del nuevo paradigma y sus complejos mecanismos. En el contexto de la Guerra de las Galaxias, la carrera nuclear y la exploración espacial, la Unión Soviética hubiera sido capaz de enfrentarse a sus adversarios desde el punto de vista militar y tecnológico, pero el sistema no pudo sostener el conflicto competitivo en el frente subjetivo. No pudo competir, en otras palabras, precisamente donde los verdaderos conflictos de poder se desarrollaban, y no pudo afrontar los desafíos de la productividad comparativa de los sistemas económicos, porque las tecnologías avanzadas de la comunicación y la cibernética son eficientes sólo cuando se enraízan en la subjetividad, o, mejor aún, cuando están animadas por subjetividades productivas. Para el régimen Soviético, manejar el poder de las nuevas subjetividades fue cuestión de vida o muerte.

De acuerdo con nuestra tesis, entonces, tras los dramáticos años finales del mando de Stalin y las abortivas innovaciones de Khruschev, el régimen de Brezhnev impuso un congelamiento a una sociedad civil productiva que había alcanzado una alto nivel de madurez y que, tras las enormes movilizaciones para la guerra y la productividad, exigía reconocimiento social y político. En el mundo capitalista, la propaganda masiva de la guerra fría y la extraordinaria máquina ideológica de falsificación y desinformación nos impidió ver los desarrollos reales de la sociedad Soviética y las dialécticas políticas que allí se desplegaban. La ideología de la guerra fría llamó totalitaria a aquella sociedad, pero en realidad era una sociedad atravesada por muy fuertes instancias de creatividad y libertad, tan fuertes como los ritmos de desarrollo económico y modernización cultural. La Unión Soviética se entiende mejor como una dictadura burocrática que como una sociedad totalitaria.3.86 Y sólo dejando atrás estas definiciones distorsionadas podremos ver cómo se produjo y reprodujo la crisis política en la Unión Soviética, hasta el punto de enterrar al régimen.

La resistencia a la dictadura burocrática fue lo que condujo a la crisis. El rechazo al trabajo por parte del proletariado soviético fue, de hecho, el mismo método de lucha que desplegó el proletariado en los países capitalistas, empujando a sus gobiernos a un ciclo de crisis, reformas y reestructuraciones. Este es nuestro argumento: pese al atraso del desarrollo del capitalismo ruso, pese a las pérdidas masivas durante la Segunda Guerra Mundial, pese al relativo aislamiento cultural, pese a su relativa exclusión del mercado mundial, las crueles políticas de encarcelamiento, hambreamiento y asesinato de su población, pese a todo esto, y pese a las enormes diferencias con los países capitalistas dominantes, el proletariado en Rusia y los otros países del bloque Soviético operó en los '60 y '70 para instalar los mismos problemas que el proletariado de los países capitalistas.3.87 Incluso en Rusia y los demás países bajo control Soviético la demanda por mayores salarios y más libertad creció continuamente junto con el ritmo de la modernización. Y de igual modo que en los países capitalistas, allí se definió una nueva figura de la fuerza de trabajo, que expresó enormes capacidades productivas sobre la base de un nuevo desarrollo de las fuerzas intelectuales de la producción. Esta nueva realidad productiva, esta viviente multitud intelectual, es lo que los dirigentes Soviéticos intentaron encerrar en las jaulas de una economía disciplinaria de guerra (una guerra conjurada retóricamente en forma permanente) y acorralar en las estructuras de una ideología socialista del trabajo y el desarrollo económico, es decir, una administración socialista del capital que ya no tenía ningún sentido. La burocracia Soviética no fue capaz de construir el arsenal necesario para la movilización posmoderna de la nueva fuerza de trabajo. Estaba asustada por ella, aterrorizada por el colapso de los regímenes disciplinarios, por las transformaciones de los sujetos Taylorizados y Fordistas que antes había animado la producción. Este fue el momento en el que la crisis se tornó irreversible, y, dada la inmovilidad de la hibernación Brezhneviana, catastrófica.

Lo que hallamos importante no es tanto la falta de o las ofensas contra las libertades formales e individuales de los trabajadores, sino la pérdida de la energía productiva de una multitud que había agotado el potencial de la modernidad y ahora quería ser liberada de la administración socialista de la acumulación capitalista a fin de poder expresar un más elevado nivel de productividad. Esta represión y esta energía fueron las fuerzas que, desde lados opuestos, hicieron colapsar al mundo Soviético como un castillo de naipes. Ciertamente la Glasnost y la Perestroika representaron una auto-crítica del poder Soviético e instalaron la necesidad de una vía democrática como condición para una productividad renovada del sistema, pero fueron empleadas muy tarde y muy tímidamente para poder detener la crisis. La máquina Soviética se volvió sobre sí misma y se detuvo, sin el combustible que sólo las nuevas subjetividades productivas podían producir. Los sectores del trabajo inmaterial e intelectual le retiraron su consenso al régimen, y su éxodo condenó a muerte al sistema: muerte desde la victoria socialista de la modernización, muerte desde la incapacidad de utilizar sus efectos y excedentes, muerte desde una asfixia definitiva que estranguló las condiciones subjetivas que demandaban un pasaje a la posmodernidad.


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