Mi Viaje Allende el Portal                    

UN ESTILO DE VIDA
 

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Uno entre millones


           A día de hoy todavía no entiendo por qué  tuve que ser yo el elegido para ver la maravilla y el horror. ¿Predestinación? ... espero que no. Me hago perfectamente cargo de que la naturaleza de los hechos que voy a narrar  no alienta a que se me otorgue crédito, pero confío en que  al menos alguien permita que la duda se instale en su corazón. Ahora, cuando ya se ha revelado lo que debería haber permanecido misericordiosamente oculto, ya no es posible esconder la cabeza o mirar para otro lado. Una vez que el mal se ha hecho hay que procurar reducir al mínimo sus efectos. Si no se hubiera cometido la irresponsabilidad de enseñar lo que no se debería jamás haber puesto en conocimiento de nadie, al menos nos hubiéramos ahorrado el horror de sentirnos a nosotros mismos. Es el momento de afrontar el pánico y de intentar,  con la ayuda de Dios, cambiar nuestro porvenir.

          Me llamó Ramón Figuerola, y soy profesor de Botánica de la Universidad de Valencia (España). En el mes de octubre del año 1986, me desplacé hasta Barcelona con el objeto de participar en un congreso de Fitosociología que se celebró en las instalaciones de la Facultad de Farmacia. La verdad es que, en los cuatro días que duró el congreso, apenas si asistí a un par de ponencias, en parte debido a que la Fitosociología ya me empezaba a parecer entonces un fraude a la inteligencia,  pero sobre todo debido a mi encuentro con Víctor Kharkov.

          El azar, o lo que fuera, aliado con el aburrimiento que sentía en Barcelona, me condujo hasta la Facultad de Física una mañana en la que  deambulaba por el campus. Allí mi mirada se posó en un cartel que estaba junto a la puerta de entrada en el  que se anunciaba la celebración durante aquellos días de un congreso de Cosmología y Mecánica Cuántica.  Me aproximé y leí con atención el programa de actos. La Cosmología es una ciencia que me resulta en extremo atractiva, lo mismo que la inquietante Mecánica Cuántica, repleta de sugerentes paradojas, y en aquel 1986 ya me había iniciado en la lectura de libros sobre estas materias. Ví el cielo abierto y, sin pensarlo más, entré en la Facultad de Física y me encaminé a la sala donde se estaban celebrando las ponencias. Nadie requirió mi identidad, como ya sabía que iba a ocurrir, y sin problema alguno me senté hacia el final de la sala. Según parecía, acababa de iniciar su exposición uno de los ponentes, por lo que me dispuse a escuchar. Como me temía, el orador se expresaba en inglés, lengua que más o menos entiendo escrita pero que no comprendo ni siquiera medianamente cuando se expresa oralmente. Afortunadamente para mí, reparé en que algunos de los asistentes llevaban puestos unos auriculares, por lo que supuse que la conferencia se estaba traduciendo simultáneamente. Rápidamente rebusqué a mi alrededor y encontré frente a mí unos pequeños auriculares colgados del respaldo del asiento delantero. Me los puse y, ¡Dios!,  me llegó por ellos una voz femenina que se expresaba ¡en catalán!  No tuve paciencia para comprobar si se podía seleccionar el idioma castellano y, meditando todavía acerca de las excelencias de las Autonomías, me enfrasqué en la conferencia. Eché un rápido vistazo al programa que había cogido en la entrada y leí que el ponente se llamaba Víctor Kharkov, investigador del CERN.

          La ponencia acaparó mi atencián desde el primer momento. Aquél hombre, que tendría entonces alrededor de los 40 años y que era de porte elegante y aspecto afable, hablaba en un tono mesurado pero, al tiempo, enérgico y convincente. Durante unos 45 minutos desarrolló una brillante charla que versaba sobre la posibilidad de los Universos Paralelos. Dejando aparte el apartado matemático, que no entendí, me atrajo sobremanera la idea de que, junto a nuestra realidad actual, pudieran, tal vez, existir infinitas realidades paralelas. Pero lo que más me atrapó no fue esta sorprendente tesis, que Víctor Kharkov defendía con argumentos muy convincentes, sino la sugerencia de que podría ser posible el viaje entre estas realidades paralelas.  Pasé el resto de la conferencia escuchando anhelante y, al término, me sumí en reflexiones que no sé cuanto tiempo me mantuvieron desconectado del entorno. Cuando tomé de nuevo conciencia del sitio en el que me encontraba, ví a una mujer regordeta que estaba hablando en la tribuna de oradores. Eché un rápido vistazo al reloj y ví que eran casi las 13,30 h.  Me levanté procurando no entorpecer a quienes me rodeaban y, todavía con los Universos Paralelos bullendo en mi cabeza, salí de la sala.

          Como no me atraía en absoluto la idea de volver a mi simposio, resolví quedarme a comer en la Facultad de Física. Siguiendo unas indicaciones que estaban bien colocadas, cosa que no siempre ocurre en el mundo de los congresos, llegué al autoservicio y me puse en cola. Poco después, con la bandeja entre las manos, me senté al extremo de una larga mesa y me dispuse a comer. Mientras lo hacía, recuerdo que miraba indolentemente a mi alrededor reflexionando acerca de que, a la hora de la comida, todos los congresos son idénticos. Terminé con rapidez, como lo suelo hacer casi siempre, y después de dejar la bandeja y de pedir un café me dispuse a leer, en el Libro de Actas que tuve la oportunidad de recoger a la salida del salón de ponencias,  el resumen de la conferencia que poco antes tanto me había interesado. De nuevo, aquel sugerente tema acaparó toda mi atención y me desconecté del entorno hasta que, en un momento, algo me sacó de aquella suerte de ensimismamiento en la que me había instalado. Noté de repente esa sensación familiar, difícil de describir no obstante, que se advierte cuando alguien está fijando su atención en  uno. Levanté la mirada del libro y medio me sobresalté al ver junto a mí a un hombre que me contemplaba con mirada entre escrutadora y divertida. Al instante reconocí en aquella persona a Víctor Kharkov.

             Cuando se dió cuenta de que yo me había percatado de su presencia, me sonrió amablemente y me dijo:

         - Le veo muy interesado en mi charla de hace un rato.

       Me sorprendió que aquel hombre se hubiera dirigido a mí en un castellano perfecto en el que apenas se notaba un ligero acento. Como si él hubiera adivinado lo que yo pensaba, matizó:

          - No le sorprenda a usted que hable español. Mi madre es española.

       Aquel hombre seguía sonriéndome amablemente y yo, apresuradamente, le tendí la mano al tiempo que me presentaba.

          - ¡Ah, y encima no es usted Físico!  -dijo- pues tiene mérito su interés por estas cosas.

        Le respondí que me atraía mucho la Mecánica Cuántica y que procuraba leer todo lo que podía sobre Cosmología. Como mi interlocutor no parecía tener prisa ni tampoco aparentaba tener ganas de juntarse con sus colegas, me aventuré a verter algunas opiniones sobre el tema de su conferencia. Al poco rato, caí en la cuenta de que lo más probable era que estuviera diciendo obviedades, cuando no haciendo directamente el ridículo, y me callé balbuciendo una disculpa.Víctor Kharkov estaba ahora serio, y me respondió enseguida:

        - No, no, siga usted. No está diciendo usted ninguna tontería.

       Pero ya no me atreví a continuar y me quedé mirando inquisitivamente a mi compañero de mesa. Éste continuó serio durante algunos segundos más, al cabo de los cuales, tras echar una rápida ojeada en derredor, me dijo simplemente.

         - Se puede hacer ... es más, ya se ha hecho.

       Sus palabras me produjeron una auténtica conmoción. ¿Me estaba diciendo aquel hombre que los viajes interdimensionales no eran únicamente una posibilidad matemática, sino que se habían llevado a la práctica? Dejé que mi interlocutor siguiera hablando.

       - Sí, digo eso que a usted le resulta tan difícil de asimilar, y no se lo reprocho. Por cierto, ¿le importaría a usted que nos tuteáramos? me parece lo más natural entre compañeros universitarios, si no le incomoda ...

       Respondí con rapidez que tal cosa no me molestaba en absoluto, y Víctor Kharkov continuó hablando en tono bajo y confidencial.

       - Dado que las matemáticas no oponen ninguna resistencia a la posibilidad del viaje a dimensiones paralelas, sólo era cuestión técnica el  que tal cosa se pudiera realizar en la práctica. Yo solventé hace tres años esas dificultades técnicas e hice un viaje a uno de esos mundos paralelos.

       Lo dijo tranquilamente, como quien no quiere la cosa, y se me quedó mirando durante unos breves instantes.

       - No te reprocho que no me creas -añadió enseguida- este asunto no es para contarlo sino para comprobarlo. ¿Te interesaría ver lo que he llamado El Portal, por el que se puede acceder a otra dimensión?

       Bueno, aquello ya me empezaba a parecer excesivo , y debí de hacer algún gesto suficientemente explícito porque mi acompañante  se levantó de repente y se marchó con rapidez tras musitar unas breves palabras de despedida y de estrecharme la mano. Me quedé mirando cómo se alejaba al tiempo que sentía en mi interior una sensación extraña, como mezcla de irritación y de ansiedad.

       Al poco rato me levanté y volví paseando con lentitud a la Facultad de Farmacia, donde pasé el resto de la tarde deambulando ante los paneles en los que se exponían diversos trabajos de Fitosociología. Tras cenar en compañía de un par de colegas, que estaban tan aburridos como yo, resolví ir de inmediato al hotel en el que me alojaba. De camino evoqué la curiosa experiencia que había tenido en la Facultad de Física, pero no me entretuve apenas en ello.   - ¡Qué absurdo! - pensé.

          Ya en el hotel, y al ir a pedir la llave de mi habitación, me encontré con la sorpresa de que el recepcionista me entregaba un sobre que, según me dijo, lo había traído un hombre no haría más de una hora. En el sobre tan sólo figuraba mi nombre escrito a mano. No había indicación alguna sobre la identidad del remitente. Extrañado me dirigí al salón y abrí el sobre; contenía un par de fotografías y una corta misiva.  Ví al término de la misma el nombre de Víctor Kharkov y, dejando las fotos sobre la mesa que había ante mí, leí con rapidez el contenido de la carta. En unas pocas líneas, Víctor Kharkov me aseguraba que no había pretendido burlarse de mí aquella tarde y que todo lo que me había contado era cierto. Como prueba, decía, me mandaba aquellas fotografías. que habían sido tomadas, según él, durante el viaje que había realizado al misterioso mundo paralelo. Me instaba finalmente a que le tomara en serio, y concluía la carta con una súplica que llegó a conmoverme: - Por favor, necesito compartir esto. Necesito que vengas conmigo más allá del Portal -

          Rápidamente, tomé las fotos y las miré. Me quedé estupefacto, y durante varios minutos las contemplé intentando furiosamente encontrar algo que me asegurara de que estaba ante una manipulación. Pero no lo conseguí.  Ante mí se encontraba plasmado un mundo que no era este  mundo. ¡Dios, aquellas plantas ...!  Esto fue lo que ví:

      


          - He seleccionado estas porque eres Botánico.

          Dí un respingo al escuchar junto a mí a Víctor Kharkov. Este me miró durante unos breves segundos y tomó asiento junto a mí. Miré con atención a mi acompañante y pude advertir que apenas si conseguía disimular su ansiedad.

          - ¿Te resultan familiares esas plantas?

          Dudé unos momentos, y respondí:

          - No las he visto en mi vida, pero no entiendo por qué no me resultan del todo extrañas.

          De repente, y como si ya hubiera admitido yo que aquellas fotografías habían sido tomadas en un mundo extraño al nuestro, añadí que suponía que todos los vegetales superiores deberían de tener una semejanza estructural básica. Y a partir de este momento todo se desarrolló con una asombrosa naturalidad. Víctor Kharkov me dijo que tenía que volver allí, y que necesitaba que yo le acompañara esta vez para que le confirmara o no en una suposición que, me aseguró con toda solemnidad, podría tener consecuencias imprevisibles para el destino de la humanidad.

          Como he dicho, a partir del momento en que otorgué tácitamente crédito a Víctor Kharkov, los acontecimientos se sucedieron sin dificultad, y al día siguiente, bien de mañana, subía yo al coche que conducía Víctor Kharkov y me dirigía en su compañía a Ginebra. Durante el camino me puso al corriente de todo aquello que él supuso que me interesaría conocer. Recuerdo en especial lo que me dijo en relación al dispositivo que él denominaba "El Rastreador".

          - Se trata de algo así como un selector automático de objetivos. Casi ni yo mismo sé como funciona, pero el caso es que "El Rastreador" busca un mundo que resulte, digamos, posible y atractivo. Descartaría mundos en los que nosotros no pudiéramos desenvolvernos, por ejemplo mundos sin oxígeno, y también descartaría aquellos otros en los que no existiera nada que ver.

          Víctor Kharkov dejó de hablar unos segundos, como si estuviera buscando las palabras más adecuadas, y al poco continuó:

              - Quiero decir, que "El Rastreador" busca mundos en los que exista vida.

          Tras estas palabras hubo un largo silencio por su parte, que yo no interrumpí. Cuando reanudó su parlamento parecía aliviado por el hecho de que yo no le hubiera interrogado en aquel momento por la naturaleza de la vida a la que aludía.

          - Una cosa sí que me intrigó entonces -dijo- y todavía hoy no he conseguido encontrar una respuesta satistactoria al hecho de que "El Rastreador" encontrara un mundo adecuado en tan poco tiempo como lo hizo. De hecho, la selección fue instantánea. Me dió entonces la sensación que aquél mundo estaba aquí.

             El resto del viaje transcurrió sin sobresaltos, y un día de la última decena de Octubre de aquel año 1986 llegamos al atardecer a Ginebra. Víctor Kharkov condujo el automóvil hasta lo que me pareció un vasto complejo industrial a las afueras de la ciudad, y sin dudarlo se introdujo en un aparcamiento subterráneo. Cuano bajé del coche, y mientras me desentumecía los músculos, caí en la cuenta de que no habíamos visto a ninguna persona  desde que llegamos a aquel lugar. Se lo hice notar a Víctor Kharkov, y este me respondió con una enigmática sonrisa:

          - Esta parte del CERN no está concurrida, la verdad, pero ten la seguridad de que nos han localizado las cámaras automáticas. Ahora mismo, en algún lugar de por ahí   - y Víctor Kharkov hizo un ademán impreciso -  estamos siendo registrados.

          Siguiendo a mi acompañante franqueamos una puerta y, tras caminar un par de minutos por un pasillo desolado, accedimos a una gran sala desprovista de cualquier clase de mobiliario. Escuché un zumbido a mis espaldas y, al girarme, no pude ver la puerta por la que acabábamos de entrar. En el lugar que estimé que debía de haberse encontrado tan sólo se veía un espejo que llegaba desde el suelo hasta el techo. Mi alarma creció cuando pude comprobar que el espejo crecía hacia los lados, e iba extendiéndose hasta que al poco rato ocupaba todo el perímetro de la sala. Miré a Víctor y me alivió no encontrarle nervioso en absoluto; algo contrariado, en todo caso.

          Permanecimos en silencio durante un tiempo que se me antojó excesivo, y de repente una voz nos llegó de algún lugar. Hablaba un inglés con acento muy acusado, y apenas si entendí la frase.

          - ¡Vamos, Hart, sé educado con mi amigo y usa el español!

          De algún lugar llegó una breve risa, y acto seguido la misma voz se expresó en un castellano perfecto.

          - Discúlpeme, Dr. Figuerola, ha sido una pequeña broma que solemos gastarnos Víctor y yo.

          -  Déjanos entrar ya y deja de escanearnos que terminaremos con un cáncer -comentó en tono jocoso Víctor-

          Al cabo de unos pocos segundos, noté que el suelo vibraba y ví que el espejo que nos rodeaba desaparecía rápidamente como engullido por el techo. Tardé un rato en darme cuenta de que la habitación a la que habíamos entrado era un ascensor y que estábamos descendiendo con rapidez. Me pareció que transcurría toda una eternidad hasta que desapareció la vibración que delataba el movimiento de aquel inmenso ascensor. Ni Víctor ni yo habíamos hablado durante el trayecto, y yo no pude aguantar más rato la incertidumbre.

          - ¿Dónde estamos ahora? - dije-

          - A unos 500 m por debajo de la superficie. Nos encontramos en el complejo alpha, que acoge el acelerador lineal más largo del mundo. 
            Pero no es este nuestro destino. Todavía deberemos caminar durante un rato.

          Al girar sobre nosotros mismos, ví ante nosotros una puerta que se abrió al acercarnos a ella. Salimos a un pasillo fuertemente iluminado y que se perdía en la lejanía.

          - Por aquí accederemos al complejo delta, que hace algunos años ha quedado clausurado en beneficuio de las nuevas instalaciones de
            alpha
- me explicó Víctor.

          - Pero, ¿dónde está la gente? Hasta ahora sólo hemos escuchado una voz humana.

          Víctor me sonrió brevemente mientras seguíamos caminando por aquel interminable pasillo, y me respondió en tono divertido:

          - Y no era humana. La voz que escuchaste en el ascensor era el sintetizador  fonético de nuestro computador central Hart 9000. Pero no 
            te preocupes -prosiguió- que pronto verás a algún ser humano.

          Víctor parecía ahora comunicativo, y continuó hablándome.

          - En realidad en estas profundidades trabajan miles de personas, y unos cuantos centenares de ellas incluso viven aquí. Naturalmente,
            hay establecidos turnos. Estos pasillos suelen estar poco concurridos porque no son la vía habitual que emplean los investigadores
            para desplazarse por el complejo. Por aquí únicamente se ve de vez en cuando a algún técnico de mantenimiento.

          - Creo haberte oído decir antes que el complejo al que nos dirigimos fue clausurado ...

          Víctor no me dejó terminar. Ahora estaba casi locuaz.

          - Sí, sí, en efecto. El complejo delta se clausuró cuando se inauguraron las nuevas instalaciones del complejo alpha, y a éste se trasladó
            todo el personal de investigación y de servicios. Delta fue abandonado porque hubiera sido costosísimo mantener en funcionamiento
            ambas instalaciones. Hasta hace poco menos de un año todavía había en Delta un pequeño grupo de técnicos, e incluso algún investi -
            gador se dejaba caer por allí de vez en cuando. Ahora ya no queda nadie allí.

          - Pero, entonces, ¿por qué vamos allí? - le pregunté -

          - Porque allí se encuentra El Portal.

          Lo dijo con tanta naturalidad  que los últimos restos de incredulidad que todavía pudiera tener yo desaparecieron por completo. La certidumbre de que íbamos hacia algo que podría exceder los límites de la imaginación más desbocada, me atemorizaron más de lo que yo hubiera querido. Víctor pareció darse cuenta y,  deteniéndose y mirándome con simpatía, me dijo:

          - El tránsito en sí no representa problema alguno. No te oculto que si una vez allí El Portal sufriera algún daño serio,  podríamos quedar
            varados sin posibilidad de regreso. Pero, tranquilo, que eso es altamente improbable. Lo que no te oculto es que nuestra excursión, lla-
            mémosla así, puede convertirse en peligrosa en algún momento, pero para ello iremos preparados. Lo que es seguro es que tú no po -
            drás mirar al mundo con los mismos ojos cuando regreses. Debes estar preparado para ello.

          Tras estas palabras, Víctor me dió una palmada cariñosa en la espalda y me invitó a continuar caminando por aquel casi interminable pasillo. Al cabo de un buen rato, mi compañero se detuvo y cogiéndome del brazo hizo que me volviera hacia la pared situada a nuestra derecha. Entonces aplicó sobre ella una ligera presión, y de repente me encontré mirando fascinado a cientos de personas que se afanaban en tareas diversas en el interior de una gran sala circular. Víctor, sin vacilar un momento, me condujo por entre aquellas personas hasta  que abordamos a un hombre que estaba contemplando atentamente un terminal de ordenador. Le tocó en el  hombro y aquél hombre levantó la vista hacia nosotros. Reconoció a Víctor al instante y su rostro se iluminó con una sonrisa amigable. Víctor me presentó escuetamente y acto seguido tomó aparte a aquél hombre separándose unos metros de donde yo me encontraba. y entabló con él una conversación en voz  baja. No pude escuchar nada, pero reparé al instante en que la sonrisa que aquella persona había ostentado momentos antes había dejado paso a una mueca de profundo desagrado. Al poco, ví que negaba con la cabeza y que se dirigía a Víctor con ademanes enérgicos. Víctor le respondió de manera semejante y así estuvieron durante varios minutos, durante los cuales nadie en aquella gran estancia pareció reparar en mi presencia. En un momento dado, Víctor y el hombre se aproximaron hasta mí y Víctor me dijo:

          - Vamos ya. He asegurado a Robert -y miró hacia el hombre, que permanecía serio- que será la última vez. Definitivamente la última.

          Sin decir palabra, abandonamos la gran sala y, por un conjunto de laberínticos y estrechos pasillos, llegamos a las instalaciones Delta. Efectivamente, aquel complejo había sido clausurado. No había nadie y en él se respiraba esa atmósfera pesada y opresiva que caracteriza a los lugares inhabitados. Llegamos hasta una habitación y Víctor  se sentó amte una terminal . Durante poco más de un par de minutos tecleó rápidamente en ella y luego se levantó encarándose conmigo.

          - Voy a ir primero yo para explorar brevemente el terreno. Volveré enseguida a por tí.

          Y dicho esto pulsó un botón que se encontraba detrás del terminal y a nuestra espalda los paneles de la pared se retiraron mostrando lo que en principio me pareció una ventana semitraslúcida.

          - ¿Es ... es ...?

          - En efecto, esto es el Portal -me dijo Víctor mientras me daba un golpe cariñoso en la espalda.

          Víctor miró brevemente a su colega del CERN, y dirigiéndose sin vacilar hacia aquella ventana la traspasó y desapareció de nuestra vista. Me quedé unos instantes en suspenso, y antes de tener tiempo de decidir qué hacer o qué decir, Víctor reapareció saliendo por donde momentos antes había desaparecido. A mi lado escuché un suspiro de alivio cuando Víctor se plantó ante nosotros, aparentemente sin novedad.

          - Hasta donde he podido ver, todo está como la última vez -nos dijjo- y ...

          - Víctor, debo advertirte que a la menor señal de que algo pueda salir mal, clausuraré definitivamente el Portal. Y esto debe constarle igualmente a usted.

          El investigador del CERN, que Víctor me había presentado como Robert, nos había dicho esto con absoluta firmeza, y aún se creyó en la obligación de recalcarlo para mí, porque añadió:

          - ¿Sabe Vd. lo que eso significaría?

          - Víctor me lo ha dicho. No podríamos volver.

          Me sorprendí a mí mismo por la firmeza con que había respondido, que no era tal realmente. Cuando me volví hacia Víctor le ví con dos escopetas automáticas entre las manos. Me entregó una de ellas, así como un cinturón con cartuchos de repuesto y una pequeña bolsa plastificada.  Y sin más me dijo:

          - Vamos.

          Como la otra vez, se dirigió hacia aquella ventana, que parecía  hecha de un material energético ondulante o vibratorio, y desapareció tras ella. Sin pensarlo más, pues temía arrepentirme, le seguí.



2

Dos tras el Portal


          Momentos antes de traspasar el Portal me pregunté qué sentiría. No tuve tiempo para reflexionar porque todo ocurrió muy rápidamente. Apenes si noté como la carne se me ponía de gallina y los pelos se me erizaban, seguramente por la influencia de un potente campo electromagnético, y de repente me encontré junto a Víctor Kharkov en un lugar al aire libre. Era de noche, pero una potente luminosidad nacarada permitía distinguir sin dificultad las características del entorno. Respiré profundamente y miré ansioso a mi alrededor.

          - Tranquilo, todo va bien. ¿Notas algo raro?

          La voz de Víctor me tranquilizó, y casi me hizo ver con  naturalidad  encontrarme donde me encontraba.

          - No, nada. Es todo tan normal ...

          Víctor no contestó, pero reparé en que sonrió de una menera un tanto enigmática.

          - Sígueme y verás la primera de las maravillas que te aguardan - dijo-

          Y comenzó a caminar rodeando un pequeño montículo que se encontraba a nuestra izquierda. De repente, me detuve alarmado y dije a Víctor:

          - El portal está a la vista y al aire libre, ¿no podría algo dañarlo ... o alguien?

          Víctor me miró tranquilamente, como si lo que yo había preguntado ya lo hubiera resuelto.

          - No podemos hacer nada al respecto, nada en absoluto. Lo único que puedo decirte es que espero que no tardemos demasiado en
            volver.

          No dije nada más y le seguí dando por buena su respuesta. Unos metros más allá una de las laderas del montículo terminaba un tanto abruptamente en una inmensa planicie, y al dejar la protección de la pequeña montaña me quedé anonadado mirando al cielo, en el que brillaba esplendoroso un inmenso satélite.
         
          - ¡Es enorme, extraordinario!

          Miré a Víctor, que no parecía asombrado. Caí entonces en la cuenta de que ya lo debía haber visto en su viaje anterior.

          - Verdaderamente es espectacular -respondió Víctor- pero no es su tamaño lo que le hace parecer tan abrumador, sino más bien la
            exigua distancia que lo separa del planeta. Esta luna no es más grande que la nuestra, pero se encuentra a una distancia tres veces
            menor.

          Tras una breve pausa, continuó:

         - La vez anterior hice unas cuantas mediciones.

          Yo no tenía ojos más que para aquel satélite inmenso que rociaba de luz el paisaje, y apenas reparé en que Víctor continuaba hablándome.

          - ... y se encuentra a muy poco más de 100.000 Km. Desde luego, es una luna espectacular. Pero, ¡vamos ya!, tenemos mucho que ver todavía.

          Como en sueños, pues yo aún no había conseguido asimilar el hecho de que me encontraba en un mundo extraño, Víctor me condujo hasta un paredón distante unos 500 metros del  Portal, en el que se abría una caverna de techo bajo. Al llegar frente a ella, Víctor me dijo que esperase un momento y acto seguido entró en la caverna despareciendo de mi vista. No me dió tiempo a intranquilizarme, pues reapareció casi inmediatamente. Ví alivio en su rostro.

          - ¡Excelente! -me dijo- las armas y la munición que dejé aquí en mi anterior viaje se encuentran aparentemente en buenas condiciones. Esperemos que no haya necesidad de recurrir a ellas.

            Durante un largo minuto mantuvimos silencio contemplando ambos el paisaje que nos rodeaba. A unos 300 metros a nuestra izquierda se divisaba una amplia zona boscosa, que se destacaba espectralmente a la luz del esplendoroso satélite.

            - Iremos hacia allí -dijo Víctor señalando hacia el bosque- Se trata de un pantano muy extenso, que tuve oportunidad de visitar en mi viaje anterior. Allí cerca tomé las fotografías que te enseñé.  

                Mientras caminábamos hacia el bosque pantanoso ví que Victor se ceñía el cinturón de los cartuchos y le imité. Observándole de reojo, me tranquilicé al no notarle alarmado, si bien era evidente que escrutaba alerta el entorno. Cuando alcanzamos la orla del bosque, Víctor me dijo en boz baja:

                - Camina tras de mí y procura tantear bien el terreno.

                 Durante unos 10 minutos anduvimos entre malezas de altura superior a la normal humana, y de repente caí en la cuenta de que yo era un botánico al que se ofrecían especies jamas vistas por el ojo humano. Por un momento la curiosidad se sobrepuso a la sensación abrumadora que me había sobrecogido desde que atravesamos el Portal y me detuve para examinar los arbustos que nos rodeaban. Pero Víctor me urgió:

             - Ahora no, espera un poco y reconocerás el paisaje del que te enseñé las fotografías.

             En efecto, al poco rato salimos a una zona abierta y enseguida pude ver los árboles que apenas dos días antes había contemplado atónito en las fotografías contenidas en aquel sobre. Sin mirar si Víctor me seguía me acequé absorto al más próximo de aquellos magníficos ejemplares. Debí de estar un buen rato mirándolos porque de repente escuché la voz de mi amigo, que me hablaba amistosamente:

             - ¿Y bien, cual es la opinión del experto? -le oí decir-

             - Es ... es ... ¡asombroso! -conseguí replicar- me recuerdan a láminas que he visto en obras de paleobotánica ...

             - ¿Y ...?

             Ví que Víctor me miraba con curiosidad.

             - Pues, ya sé que no es posible pero me recuerdan a Sigilarias -repuse al fin-

             La sonrisa de Víctor se agrandó, y creo que no interpreté bien su gesto cuando respondí con alguna brusquedad:

             - ¡Bueno, no pretenderás que entienda la flora de uno de tus mundos paralelos!

             Me asombró, al tiempo que me intrigó, ver que mi amigo se reía francamente complacido.

             - Veo que no me he equivocado contigo -dijo- eres muy buen observador.

             No me dió tiempo a interpretar esta enigmática frase, porque Víctor me instó a continuar la marcha.


              Caminamos sin interrupción durante más de una hora sin que nada anormal, dentro de lo anormal del conjunto, nos sobresaltara. Nunca podré olvidar aquella caminata a través del pantano bañado por la intensa luz nacarada de aquel colosal satélite. ¿En qué dimensión o mundo nos encontrábamos? Preferí entonces no profundizar en ello porque no estaba seguro de encontrar una respuesta que conviniera a mi alterado estado de ánimo. ¡Increíble, dos seres humanos en un mundo completamente ajeno al propio!  De repente, noté que Víctor se detenía y me agarraba del brazo. Al interrogarle con la mirada, me dijo:

                - Ahora empieza la aventura de verdad, ¡mira!

                Miré en la dirección que me señalaba y pude ver no muy lejos, semioculto entre los grandes arbustos, lo que me pareció una especie de castillo medieval.  No daba crédito a lo que veían mis ojos.

                - Parece ... parece  -balbuceaba yo-

                - Es lo que parece -repuso Víctor en un tono tranquilo que no pude determinar si era del todo sincero- es una fortaleza. La visité muy por encima la vez anterior, pero pude ver lo suficiente. Ahora la exploraremos con mayor detenimiento.

                Y echó a andar con decisión hacia aquella construcción. Le seguí sin dudar, y al poco rato nos detuvimos ante un inmenso portalón.

                Aquella construcción era obra de seres inteligentes, eso se antojaba evidente. Pero, ¿qué seres fueron, o eran, aquellos? Observé, echando la mirada hacia arriba, que la fachada principal remataba en unas almenas a cosa de unos 15 metros de altura. El conjunto daba una pavorosa sensación de antigüedad infinita a pesar de que se conservaba bastante bien.

                - Por aquí no podremos entrar, sígueme.

                Y dicho esto Víctor se encaminó hacia la izquierda. Le seguí sin decir nada y al doblar la fachada principal nos encontramos con un boquete que se abría en la muralla. Sin decir nada, Víctor encendió una pqueña linterna que sacó de uno de sus bolsillos y se adentró con resolución por aquel agujero. Le seguí sin dudar y enseguida, a la luz de la linterna, pude distinguir que nos encontrábamos en una pequeña estancia absolutamente desprovista de cualquier clase de mobiliario. Frente a nosotros arrancaba un lóbrego pasillo. Miré dubitativamente a mi amigo, y este me dijo:

                - No hay otro camino. Hasta donde sé el trayecto es seguro.

                Y nos introdujimos por el pasadizo. Tendría éste unos 3 metros de anchura, por lo que caminábamos juntos con comodidad. La altura la estimé en al menos 5 metros. Durante lo que me pareció una eternidad anduvimos envueltos en la oscuridad sólo despejada por el fino haz de la linterna de Víctor, hasta que al fin el pasadizo desembocó en una estancia. Al llegar lo primero en que reparé es que existía allí algo de iluminación. Al levantar la cabeza pude apreciar que en las paredes laterales, cerca del techo, había una serie de troneras por las que entraba una débil luminosidad. Ví que Víctor consultaba su reloj y que asentía.

                - Está amaneciendo, a partir de ahora la luz del sol nos facilitará las cosas -explicó-

                En efecto, comprobé que la luz que se filtraba por las troneras iba en aumento y prontó pude darme idea de las dimensiones de la habitación a la que habíamos llegado. Era bastante grande. En el centro, sobre tres pedestales contiguos, había lo que me pareciéron tres sarcófagos de piedra.

                - Son lo que parecen -musitó Víctor- y están ocupados.



33

Tres horrores enterrados


              Durante más de 1 minuto permanecimos en silencio. Yo me notaba helado, sin respuestas ni reacciones. Al fin, Víctor me dijo hablando quedamente:

                - Escucha, ya estuve aquí la otra vez ... y lo ví. Tienes que estar preparado. Es ... anormal ... pero se puede soportar. Abrí uno de los tres sarcófagos, ignoro lo que hay en los otros dos.

                Me quedé mirando a mi amigo, entre horrorizado y admirado. Una persona sola, aventurándose en un mundo desconocido, entrando en una tumba y abriendo un sarcófago a la luz de una linterna. Increible. Despacio nos acercamos al sarcófago abierto. Víctor iba delante y con un ademán me indicó que me detuviera. Así lo hice mientras que él se aproximaba y enfocaba la linterna al interior del pétreo féretro. Ví que contenía la respiración y que con un asentimiento de cabeza me invitaba a que me acercara. Miré.

                La sangre se me enfrió en las venas y sentí perder un latido. Dentro de aquel sarcófago yacía un cuerpo que pese a su estado de momificación se revelaba enorme y robusto. Por lo que pude apreciar, sus extremidades inferiores se asemejaban a pezuñas y del cráneo brotaban dos potentes apéndices córneos.

                - ¿Qué ... qué es ... eso? -logre al fin articular-
               
                - No lo sé. No es humano, evidentemente.

                Transcurridos unos segundos ví que Víctor se dirigía hacia otro de los sarcófagos y que me miraba. Para economizar en esta horrenda descripción, que me daña incluso a la hora de redactarla, baste decir que abrimos con gran trabajo los dos féretros restantes y que en ellos encontramos sendos seres semejantes al que habíamos visto antes.

                - ¿Y ahora? -pregunté a mi amigo-

                - Ahora intentaremos encontrar las respuestas que no pude encontrar en mi primer viaje -respondió serenamente Víctor- Llegué hasta aquí entonces, ahora continuaremos.

                Y miró hacia un estrecho pasadizo que se abría más o menos enfrente del túnel por el que habíamos llegado a aquella sala de la muerte.

                - Entonces, ¿crees que esto es una tumba? -pregunté-

                - Eso es lo que parece, pero sospecho que este sitio no es sólo eso. Quiero averiguar qué es y confirmar, si puedo, determinada sospecha que tengo.

                - ¿Puedo saber ....

                - Te ruego que esperes un poco -apremió Víctor- debo asegurarme antes de ciertas cosas. Confía en mí.

                Y sonriéndome con afabilidad me señaló el túnel que se abría ante nosotros. Miré en derredor y comprobé que aquél era el único camino, y asentí.

                - Vamos -dije con una resolución que estaba lejos de sentir-

                Y entramos en el angosto pasadizo.



4

En los confines de la locura


               El camino era ahora descendente. Las paredes y el techo casi nos ahogaban con su proximidad. Víctor iba delante de mí y yo le seguía procurando no desbocar la imaginación.  No puedo recordar durante cuanto tiempo descendimos por aquel infernal  pasadizo, pero debió ser bastante. Al fin, noté que el suelo recuperaba la horizontalidad, y al poco rato nos encontramos en una cámara oblonga que contrastaba por su enormidad con el camino que acabábamos de seguir. Me quedé boquiabierto contemplando aquel inmenso recinto casi carente de ornamentación. Y digo casi porque muy lejos del punto donde nos encontrábamos creí distinguir una especie de manchas en la pared. Se lo hice saber a Víctor y hacia allí nos encaminamos caminando con precaución.

                Desde lejos pude apreciar que se trataba de cuadros de gran tamaño, y enseguida, al aproximarnos más advertí que se trataba de retratos de las monstruosidades que poco antes habíamos hallado en sus sepulcros. Víctor y yo nos quedamos embobados mirando aquellos cuadros, en los que destacaba la profunda malignidad del rostro de aquellos seres diabólicos.

                - Debieron ser los señores de este castillo -me aventuré a suponer-

                - Puede ser, pero,  ¡vamos!, poco hay que hacer en este sitio.

                Y mi amigo, sin añadir nada más echó a andar resueltamente hacia lo que parecía la salida de la gran sala. Llegamos hasta ella en apenas un par de minutos. Allí había una puerta provista de una manivela de considerables dimensiones. Víctor se puso a tantearla y mientras yo le miraba reparé en que a ambos lados de la puerta, en la pared de piedra, aparecían  esculpidos unos signos y figuras que por un momento me recordaron a la escritura jeroglífica antigua.

                - ¡Mira ...!

                No pude terminar la frase porque Víctor,  lanzando una exclamación de júbilo, acababa de abrir la puerta. Sin esperarme, enfocó la linterna al interior. Yo estaba detrás de él, algo ladeado y no podía ver lo que había al otro lado de la puerta. Al ver que Víctor permanecía sin moverse durante más tiempo del que parecía aconsejar la prudencia en caso de que allí dentro no hubiera nada anormal, me alarmé y le toqué en un hombro. Dió un respingo, y se volvió con rapidez mirándome durante unos segundos como si no me hubiera reconocido. Pero se repuso con rapidez y, tomándome por el brazo, me dijo:

                 - Parece ser que hemos llegado al lugar dónde podremos encontrar algunas respuestas. Vamos, y no te preocupes. No pueden  hacernos nada.

                Y sin darme tiempo para reflexionar me condujo a través de la puerta.

                Y los ví. Allí, a la incierta luz de las linternas, pudimos contemplar dos hileras de cubículos transparentes enfrentadas entre sí. Cada una de las hileras constaba de cinco módulos que parecían contener un fluido transparente. Y en este fluido  flotaban unos inconcebibles seres. Como si hubiéramos sido zombies caminamos hacia el primer módulo de la hilera situada a nuestra izquierda, y se nos congeló la sangre en las venas al contemplar el indecible horror que reposaba en su interior. Se trataba de un ser globular, enorme, de piel roja de la que salían múltiples apéndices córneos. Tenía dos pequeños ojos, que estaban abiertos y parecían contemplarnos desde una región más allá del propio infierno. Una horripilante boca semiabierta dejaba entrever numesosos dientes.

                Salí de mi aterrado ensimismamiento cuando sentí la mano de Víctor en mi brazo apretando con fuerza. Le miré y ví su mirada de horrorizada incredulidad.

                - ¿Qué es esto, Victor? ¡Por Dios!

                Me asombré de escuchar mi propia voz, que había salido de mi garganta como un graznido. La respuesta de mi amigo reveló bastante más aplomo del que yo sentía en aquellos momentos:

                - No lo sé, intentemos averiguarlo.

                Víctor me colocó ante el segundo módulo, y allí pudimos ver otro horripilante engendro. Se parecía al primero en que presentaba un cuerpo globular, pero éste segundo ejemplar únicamente tenía dos cuernos y poseía, en cambio, un par de apéndices laterales semejantes a garras. Presentaba un solo ojo. En el fondo del recipiente que contenía al monstruo pude distinguir dos pequeños bultos que no pude estudiar con claridad pero que me produjeron una repugnancia casi intolerable. Parecían crías de algo ...

                En el tercer módulo se encerraba un  monstruo astado que aterraba por su corpulencia y su aspecto de increíble malignidad. Aparecía encorvado  y su boca, que dejaba ver una potente dentadura, estaba contraída en una mueca demoníaca.

                Después de contemplar estos horrores, el cuarto monstruo nos pareció casi amigable. Tenía forma humana, con dos extremidades locomotrices y dos extremidades superiores. Pero cualquier parecido con un ser humano se extinguía cuando se apreciaban los numerosos apéndices espinosos que brotaban de su cuerpo y, sobre todo, cuando se contemplaba aquel rostro que traslucía un abismal e infinito horror.

                El contenido del quinto y último módulo de la hilera nos dejó pensativos durante un buen rato. Allí pudimos ver un ser bastante semejante al que ocupaba el cuarto módulo, pero a diferencia con éste el que contemplábamos ahora aparentaba ser menos maligno y, hasta podría decirse, "más humano". Tenía bastante menos vello corporal que aquél otro, y también sus apéndices espinosos eran más débiles y menos numerosos. Asimismo, su rostro, aunque aterrador, carecía de la demoníaca malignidad  que ostentaba el primero. No parecía sino que este nuevo ser fuera algo así como una evolución mejorada del primero. Me quedé intrigado y pensativo durante un rato, con una idea  imprecisa pero inquietante revoloteando en mi interior. Al no poder concretarla la abandoné y, dándome la vuelta me encaré con los módulos de la hilera que se encontraba detrás nuestro. Aquello fue demasiado y retrocedí dando tumbos hasta que noté que Víctor me sujetaba con firmeza. Le miré y ví en su rostro reflejarse el asombro y el horror.

                Ante nosotros se erguían, imponentes y sobrecogedores, lo que sin duda eran unos seres híbridos en los que se mezclaba de horrenda y repulsiva manera  lo biológico y lo mecánico. Atónitos y horrorizados pudimos ver dos monstruosos arácnidos de enorme cabeza cerebriforme que llevaban implantadas armas de letal apariencia. Había también un ser deforme e hinchado en el  cual las extremidades superiores habían sido sustituidas por lo que parecían lanzallamas o lanzacohetes. Y había igualmente un engendro semiesquelético sobre cuyos hombros descansaban unos artefactos cilíndricos de los que no pusimos en duda su poder destructor. Y había .... ¡el horror infinito y abismal! Una monstruosidad que me acecha desde entonces en mis numerosas pesadillas. Pude ver un ser gigantesco, rezumante de malignidad, que tenía un implante mecánico en su brazo izquierdo que debía ser poco menos que un lanzamisiles. No hay manera de describir estos horrores sin riesgo para la cordura.

                Aun así, recuerdo que estuvimos todavía un buen rato en aquella espantosa estancia. Y de nuevo fue Víctor quien tomó la iniciativa cuando me dijo en voz baja que recordaba haber visto unas inscripciones en las paredes de la sala contigua, y que quería examinarlas. Sin darme tiempo para decir siquiera que yo también había creido verlas, me dijo:

                - Ya hemos estado demasiado tiempo en este sitio, y es hora de volver. Mientras yo miro esos signos tú fotografía a estas ... cosas.

                Y entregándome una pequeña cámara que había sacado de su bolsa de mano salió rápidamente de la habitación. Resolví terminar cuanto antes porque no quería quedarme junto aquellos engendros ni un momento más del necesario. Había terminado ya de fotografiar a los cinco híbridos que acabábamos de ver y me disponía a volverme hacia la otra hilera cuando escuché aquel grito inhumano y espectral procedente de la estancia a la que había vuelto mi amigo. Nunca olvidaré la horrenda modulación de aquel alarido,  que parecía proferido por un alma expuesta a los más abismales horrores. Por un momento me quedé paralizado de espanto, pero reaccioné de la única manera posible cuando, a pesar de la inhumanidad del grito, pude no obstante reconocer que había sido Víctor de quien había salido tan espeluznante sonido. Traspasé el umbral corriendo.

                Y allí, en el suelo, retorcido y sollozando convulsivamente ví a quien hasta momentos antes había sido un hombre valeroso y resuelto hasta lo indecible. Cuando de un manotazo le separé las manos, que tenía crispadas sobre el rostro, apenas si reconocí a mi amigo, tal era el horror que deformaba sus facciones. Me miró sin verme durante unos breves segundos y entonces, por un momento, pareció recobrar la cordura. Agarrándome con inusitada fiereza, y con su rostro a escasos centímetros del mío, gritó:

                - ¡No mires, por Dios! ¡¡No mires eso si quieres vivir cuerdo el resto de tu vida!!

                En sus ojos de loco había una súplica y una ansiedad que me conmovieron profundamente. Por un momento no entendí a qué se refería Víctor, pero mis dudas se disiparon cuando ví que sus ojos se desviaban de mí y se centraban en las inscripciones que cubrían la pared a nuestra espalda. Intenté girame pero mi amigo me agarró con extremada violencia.

                - ¡No mires, no mires! -repetía mientras sollozaba amargamente-

                Y entonces, no pudiendo soportar durante más tiempo la asfixiante tensión a la que se encontraba sometido, Víctor se desmayó en mis brazos. No sé por qué hice lo que hice, no lo sé ¡Ójala hubiéramos salido inmediatamente de allí sin volver la vista atrás! Pero con una determinación  para la que ni siquiera hoy encuentro explicación razonable, volví a la estancia que contenía a aquellos seres monstruosos y reanudé la sesión fotográfica hasta que terminé con el último. Luego, volví junto a Víctor, que seguía inconsciente en el suelo, y fotografié las inscripciones que con tanta urgencia y desesperación me había dicho mi amigo que no mirara. ¡Desgraciado de mí!


               
55

La herencia del infierno

         
                Regresamos. No sé cómo, pero lo conseguimos. Como en una pesadilla recuerdo haber arrastrado a mi inconsciente amigo hasta salir de aquella horrenda fortaleza, y muy vagamente recuerdo haber caído mil veces y haberme levantado otras tantas, siempre con una idea fija martilleándome en el cerebro: ¡adelante, adelante!  La travesía del pantano fue una experiencia alucinate, y sólo Dios sabe cómo conseguí orientarme de vuelta al Portal. Al fin, cuando ya las fuerzas iban a abandonarme definitivamente, entreví en la lejanía el opalescente resplandor que denunciaba la presencia del Portal. Recobré las fuerzas justas para llegar hasta allí, y con un supremo esfuerzo me dejé caer a través de la barrera agarrando con fuerza el cuerpo inerte de Víctor.

                No quise saber detalles de nada, ni del tiempo transcurrido, cuando me desperté en una cama de un hospital. Bastante más tarde los médicos me confesaron que habían llegado a temer por mi salud mental, pero que había conseguido superar el trance. Con mucha precaución y delicadeza me informaron asimismo que mi amigo no había tenido tanta suerte y que su mente se había perdido irremisiblemente. Lloré en silencio cuando me lo dijeron y no pude animarme a verle en aquel estado. Preferí recordarle como aquel hombre fuerte y animoso que fue capaz de abrir una puerta a lo desconocido allende la razón.

                Cuando recibí el alta médica me encontraba bastante bien, incluso con la suficiente motivación como para reanudar mis tareas docentes. Trancurrieron varios meses hasta que me sentí con fuerzas para enfrentarme de nuevo con mi terrible experiencia pasada. Yo mismo revelé las fotografías que tomé en aquella horripilante habitación y me reconfortó comprobar que asimilé bien el trance de contemplar de nuevo aquellos indecibles horrores. Pero había algo que se me escapaba, era consciente de ello y no acertaba a precisar de qué se trataba. Sentí que era algo relativo a ciertas enigmáticas palabras que había pronunciado mi desgraciado amigo durante el camino de regreso hacia el Portal,  palabras que recordaba bien, pero a las que no sabía encontrar el sentido. Era evidente que mi amigo estaba enloquecido y que deliraba, pero aun así ... ¡Aquí, aquí, están aquí!  Estas habían sido sus palabras.

                Y un día, de repente, lo ví. Y me quedé anonadado. Pude salir indemne de aquella revelación por algún resorte oculto que preservó mi mente de la locura, supongo. En efecto, Víctor tenía razón cuando dijo que estaban aquí. Porque a través de aquel Portal no nos trasladamos a ningún mundo paralelo o lejano, sino que únicamente habíamos viajado en el tiempo. ¡Habíamos estado en una era pretérita de la propia Tierra! Todo encajaba ahora: Un mundo que el Rastreador había seleccionado casi inmediatamente porque era ¡este mismo mundo! un mundo habitable, con una luna que no reconocí porque estaba mucho más próxima de lo que ahora está. Una Tierra abismalmente antigua en la que crecían las Sigilarias. ¡Dios! ¿quienes habían sido aquellos seres espantosos?

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                ¡Ojala este interrogante se hubiera añadido a la extensa lista de cuestiones sin respuesta! De haber sido así no estaría ahora donde estoy, con la mente disuelta y sólo esporádicamente consciente cuando mi espíritu emerge inválido  desde el olvido suscitado por los fármacos.  Ahora entiendo por qué Víctor gritó de aquella manera espeluznante, y comprendo que su mente se rompiera en mil pedazos al no poder asumir lo que se presentó diáfano ante sus ojos. Y eso mismo se me reveló un infausto día cuando me encontraba examinando aquellas inscripciones que fotografié en la fortaleza.  Ví una secuencia de dibujos muy explícitos que representaban los diferentes estadios de la evolución de uno de aquellos seres infernales, y era evidente (por un revelador dibujo de una doble hélice situada sobre cada una de las representaciones) que aquella evolución había sido inducida mediante manipulación genética. El primero de los dibujos, evidentemente el punto de partida del experimento, representaba a uno de los seres que pude ver muertos en la fortaleza, aquel bípedo portador de espinas. La secuencia ponía de manifiesto una evolución en la que los apéndices espinosos iban desapareciendo gradualmente al tiempo que el ser iba adquiriendo una posición más erecta. Si puedo pedir algo a Dios le pido ahora, tanto en mi nombre como en el de mi desgraciado amigo, que nos permita sumirnos en el olvido de la muerte y que nos rescate del horror de vivir sintiéndonos a nosotros mismos. No puedo, no puedo seguir mirándome después de haber visto que el último esquema de la secuencia de aquella manipulación genética -el producto final acabado- representaba de una manera explícita e indiscutible ¡el cuerpo de un ser humano!
               
               
                   
 


              




            





         




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