La obra de Jaume Ribas (Granollers, 1944) ha sido siempre fiel a los valores determinantes de la tradición cultural, estética y anímica enraizada en un clima de orden, claridad, equilibrio y armonía inequívocamente mediterráneo. Impulsado a abordar práctica, reflexión y compromiso como un todo, Ribas ha realizado una interpretación personal de la abstracción, con un papel preponderante de los elementos que constituyen el lenguaje de la pintura, para alcanzar su principal propósito: hacer visible una realidad interior.

A medida que su relación con la disciplina ha ido ganando en método, y una vez asumida como objeto en busca de sentido, paralelamente ha intensificado las indagaciones respecto a un conjunto de componentes del medio, como el color, la línea, la geometría, el espacio, la superficie, la estructura, el formato, los límites, la escala, la materia, la factura..., convirtiéndolos en sujetos de la práctica pictórica. Le parece esta una de las posibles respuestas al estado actual de la pintura y, especialmente, una forma de proponer un modelo de participación que implique activamente la atención del espectador para comprender la obra. Es decir, el espectador es llamado a reconstruir el proceso que la ha generado, a apoderarse de aquellos dispositivos que le permiten un deleite cognitivo mientras observa la transparencia o la opacidad conseguidas mediante la acumulación de capas de pigmento; la absorción y el reflejo de la luz; los distintos modos de estructurar la composición; la línea que configura formas geométricas básicas para instaurar un diálogo figura-fondo o que delimita y dinamiza espacios y crea relaciones de sentido; la yuxtaposición de planos en que cada plano busca cómo establecer su escala y su presencia; la conjunción entre visibilidad y tactilidad; el color como factor diferenciador y a la vez unificador; el juego entre ocultación y presencia; el gusto por las variaciones; las superficies como campos de correspondencias y de fuerzas, o el vacío y la profundidad que resuenan en el color, entre otras posibilidades de descubrimiento.

La exposición ha sido comisariada por la crítica Rosa Queralt, y se inicia en 1990, momento en que el artista define ya su territorio con la aparición de algunas señales identitarias que caracterizarán su producción futura, es decir, por expresarlo a grandes rasgos, el uso de la línea que crea formas geométricas básicas para establecer una relación figura-fondo, junto con la convivencia de superficies transparentes, atmosféricas, con otras densas y opacas que generan armonías y contrastes cromáticos; un segundo ciclo lo componen las áreas de color que, a modo de grandes planos geométricos encabalgados o yuxtapuestos se convierten en campos de relaciones y de fuerzas, unas veces con los límites perfectamente definidos y otras con las zonas de confluencia más porosas; la tercera etapa, que empieza en 2009 y abarca hasta la actualidad, está representada por una amplia selección de obras en que las líneas, además de crear las habituales formas geométricas, se enlazan o superponen, establecen un diálogo con los límites y confieren sentido y energía al espacio.
La realización de dibujos, de obra gráfica y de ediciones de libros de artista corre paralela en el tiempo a la producción pictórica.